Cuando las aguas de marzo irrumpieron vertiginosamente expresando el creciente descontento social en las calles, para cierta oposición furiosa parecía que el gobierno estaba grogui y a escasos metros de su triste y solitario final. El voluntarismo vacío del kirchnerismo emocional dibujaba la difusa apariencia de que la pesadilla ceocrática atravesaba su temprano fin de […]
Cuando las aguas de marzo irrumpieron vertiginosamente expresando el creciente descontento social en las calles, para cierta oposición furiosa parecía que el gobierno estaba grogui y a escasos metros de su triste y solitario final.
El voluntarismo vacío del kirchnerismo emocional dibujaba la difusa apariencia de que la pesadilla ceocrática atravesaba su temprano fin de ciclo.
El escándalo del «correogate», las multitudinarias movilizaciones docentes, el paro y la masiva marcha que protagonizaron las mujeres, pasando por el no menos impactante 24 de marzo hasta llegar a la contundente huelga nacional del 6 de abril, contorneaban un escenario de una administración asediada y sin brújula.
Después de la marcha blanca del #1A, este optimismo de la voluntad mutó hacia el excesivo pesimismo de la desinteligencia por el presunto éxito de la polarización como estrategia del gobierno que permitió retonificar al macrismo y habilitó su contraofensiva.
Se combinaron la aguda crisis en Santa Cruz -producto del ajuste- que ciertos analistas irresponsables del oficialismo zurcían con un hilo rojo que llegaba hasta el drama venezolano; un deseado más que real éxito «thatcheriano» en la guerra de desgaste del conflicto educativo bonaerense y los magros actos que pusieron en pie las dirigencias sindicales tradicionales el 1º de mayo, con el unplugged intimista de la CGT en el estadio de Obras Sanitarias como patético botón de muestra. Sucesos que alentaron al gobierno a percibir más viento a favor de lo que la nueva coyuntura estaba dispuesta a dar. Las encuestas confirmaban el buen momento y el empate catastrófico del liderazgo peronista completaba el paisaje que se teñía nuevamente de un amarillo furioso.
Polarización por arriba, ajuste tiempista por abajo y metrobus para todos y todas por el centro configuraban la nueva fórmula algebraica, camino a las elecciones de medio término. El oficialismo se resignó a rasguñar un moderado triunfo en octubre sobre la base de una nueva «inmensa minoría»: el ansiado 35% en la provincia de Buenos Aires como piso y como techo.
Sin embargo, a todo este vértigo de pesimismos o exitismos le falta un factor: la economía y el persistente deterioro de la situación social.
Pronosticar las próximas elecciones haciendo abstracción de la situación económico-social es un pecado de lesa superficialidad. Podemos burlarnos de este método de abstracción como lo hacía el marxista León Trotsky cuando afirmaba que era perfectamente posible «salir a pasear desnudos en enero por Moscú (invierno boreal, NdR), haciendo abstracción del frío y la policía, aunque dudo que el frío y la policía hagan abstracción de nosotros».
El salario real cayó en promedio 6,5% en el 2016 y los nuevos acuerdos paritarios firmados en lo que va de este año consolidan esa pérdida y la acrecientan. Consecuentemente, la participación de los trabajadores en el ingreso descendió del 37,4% al 34,3% de un año a otro. La industria y la construcción se derrumbaron: 11,3% y 5,7% respectivamente, golpeadas por la contracción del consumo a lo que se adiciona -en el caso fabril- el aumento de las importaciones. Todo este combo vicioso generó un incremento del desempleo: según los datos discontinuados del Indec, el promedio del año indica un aumento del 6,5% al 8,5% de la población económicamente activa y la Dirección General de Estadística y Censos de la Ciudad de Buenos Aires contabilizó un incremento en la tasa de desocupación del 7,8% al 9,2% en el mismo período (2015-2016). Aumentó la cantidad de negocios cerrados en los centros urbanos, los tarifazos sostienen la alta inflación y la alta inflación mantiene arriba las tasas que paga el Banco Central por las Lebac que, a su vez, congelan la economía. El inflador para la obra pública que aplica el gobierno hacia la campaña electoral no logra motorizar al conjunto de la economía. Como definió un perspicaz analista: es difícil llegar a una temperatura virtuosa promedio prendiendo la calefacción y el aire acondicionado al mismo tiempo.
El acto fallido
Antes de que la vieja coyuntura termine de morir, la nueva nace a los codazos y promete una nueva adversidad para el macrismo en las calles. El peculiar y rebuscado fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que encontró una fórmula jeroglífica para beneficiar con el 2×1 de manera exclusiva a los genocidas detenidos por delitos de lesa humanidad, reinstala una agenda y reaviva una fractura profunda y no cerrada en la sociedad argentina. Curioso: los que venían con los modernos temas del siglo XXI bajo el brazo reabren el debate sobre los viejos crímenes políticos-sociales del siglo XX. Sobre esa fractura no resuelta surfeó el kirchnerismo, menos por convicciones (ausentes durante toda su trayectoria política) que por la necesidad de restaurar la autoridad estatal desplomada en el 2001, con el uso y abuso de los derechos humanos. Lo único sorpresivo ante el fallo de la Corte es la sorpresa impostada del gobierno. Una administración que cobijó al negacionista Darío Lopérfido (premiado con un cargo, nada menos que en Alemania) o al desbocado Gómez Centurión no puede sostener que la resolución de los cortesanos sea lo que se dice un «cisne negro». El fallo supremo está inscripto en la dinámica de los acontecimientos y en el nuevo clima de época, es parte de la «estructura de sentimientos» de la coalición oficial. Complace y a la vez complica al gobierno en la bipolaridad que provoca la relación de fuerzas. Como afirmó el periodista Martín Rodríguez en Twitter: «Si el gobierno tuviera un solo vocero tendría que declarar así: ‘Celebramos y repudiamos el fallo del 2×1. Nos preocupa y nos estimula’.» Con la impensada novedad de los supremos, el cambiemismo en construcción recupera la calle… en su contra.
Cuando el bosque de la deprimida economía parecía oculto tras el árbol de la polarización, la endiablada política volvió a meter la cola. La aplicación de la fórmula típicamente peronista nosotros no somos buenos pero los demás son peores se queda corta ante los problemas que enfrentan la economía y la política.
La primavera otoñal del macrismo no es ni tanto ni tan poco, y todavía hay que pasar el invierno.
En la Argentina de los giros bruscos, antes que llorar o reír es mejor seguir el sabio y clásico consejo spinoziano: comprender.
Polarización por arriba, ajuste tiempista por abajo y metrobús para todos y todas por el centro configuraban la nueva fórmula algebraica, camino a las elecciones. Curioso: los que venían con los modernos temas del siglo XXI bajo el brazo reabren el debate sobre los viejos crímenes político-sociales del siglo XX.
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