La pobreza es una de las instituciones más estables dentro del régimen capitalista y en la actualidad todos quieren sentarse a comer en la «caza de los pobres». Desde Bergoglio a Moyano, desde el mismísimo Kirchner hasta Yasky, el tema de la pobreza acumula palabras en cantidades abundantes, transformado el tema en un recurso electoral […]
La pobreza es una de las instituciones más estables dentro del régimen capitalista y en la actualidad todos quieren sentarse a comer en la «caza de los pobres».
Desde Bergoglio a Moyano, desde el mismísimo Kirchner hasta Yasky, el tema de la pobreza acumula palabras en cantidades abundantes, transformado el tema en un recurso electoral más, cuya función es suplantar el debate sobre la crisis económica y sus responsables por un cosmético cambio del «modelo».
La pobreza se ha vuelto una moda en la discusión de los poderosos, pero no para resolverla, sino para frenar la incidencia que provocaría una intervención violenta de las masas pobres en un panorama político caótico e irrespirable para un clima de buenos negocios.
La pobreza, pese a su insalubridad para quienes la padecen, siempre ha sido un gran negocio para la burguesía en el poder. Dota de mano de obra barata a los capitalistas industriales, de mano de obra esclava a los terratenientes y oligarcas del campo, de clientes a los partidos políticos del régimen, mientras vacía a las escuelas y llena de feligreses a las iglesias; por eso, todo régimen de explotación bendice a la pobreza y lanza grandes llamamientos saludando «a los que menos tienen».
Que el capitalismo denuncie la pobreza, haciéndola un objetivo electoral o golpista tampoco es nuevo.
El crecimiento «escandaloso» de la pobreza (palabras del papa) tiene consecuencias directas en el pensamiento de los sectores medios con una conciencia refractaria a la ascensión de razonamientos sociales humanistas por fuera de lo que marca su libro «Diario» de entradas y salidas.
No hay nada mejor que azuzar el tema de la pobreza, y la violencia inherente a los sectores marginados del sistema, para que el profesional, el almacenero, el trabajador cuentapropista, el progre «nac & pop» y el artista cool & chic luchen fervientemente por permanecer dentro sistema.
El temor a volverse pobre interviene «derechamente en los ciudadanos» que se disponen voluntariamente a ser carne de cañón de los intereses derechistas, mientras mitigan sus angustias con ansiolíticos de venta cada vez más libre.
Permanecer «dentro del sistema» tiene un altísimo costo, que se paga tanto en efectivo como psicológicamente y culturalmente.
El pastillaje auto-disciplinario, que bate récords de consumo en nuestro país, no sólo beneficia a los laboratorios multinacionales: actúa como un dique a la libre creación, adormece la esperanza, anula el esfuerzo y angustia la rebelión; el temor a la pobreza hace el resto.
La pobreza disciplina a los sectores medios, que no están dispuestos a luchar en contra de los verdaderos responsables de este flagelo centrados en su preocupación por la custodia de sus bienes. Parece mentira, que apenas tres décadas atrás todo un sector de la clase media haya dado su vida para luchar, armas en mano, contra la angustiante pobreza social; mientras que ahora, se haya decidido a cambiar sus armas (sean ideológicas o de fuego) para mitigar su subjetividad vulnerada, por el rivotril.
El empobrecimiento constante, provocado por un sistema en crisis terminal, vuelve prudente al «progresismo» de los sectores medios, que han dispuesto la retirada de cualquier escenario de lucha, en defensa de la democracia burguesa.
No sólo son pobres los «pobres»
Entre los explotados la batalla es otra. El «contrato laboral libre» oculta la ficción de la competencia por el puesto de trabajo asalariado libremente elegido.
La burguesía estimula la demanda entre los desposeídos: la decreciente oferta de puestos de trabajo hace que la masa de salarios baje en una forma proporcional al crecimiento de la tasa de ganancias..
La lucha por el puesto de trabajo es la verdadera lucha de «pobres contra pobres». Bajo el capitalismo la pobreza no es una opción, es una política de acumulación de capital.
La burguesía se jacta sobre la existencia de una verdadera batalla de pobres contra pobres, intentando demostrar la estupidez que rodea los actos sociales populares, como si ella perteneciera a una tribuna neutral, como si fuera una simple espectadora que se dedica a predicar moralmente sobre los efectos de la barbarie social que ella misma provoca. Sin embargo, lo que se ve, es que la verdadera batalla se da entre los millonarios dueños del poder. Cristina Kirchner llamó a hacer un padrón de ricos; el imaginario popular no tardó en ubicarla encabezado la lista.
La burguesía ha hecho de la pobreza un acto policial. La pobreza, se discute en términos de seguridad, ya que ésta, «conduce a la violencia» -el progresismo en este sentido sirve de estructura ideológica para estos argumentos- pero, la barbarie social, no está formada por los actos de violencia individual de algunos pobres sino por la renuncia al ejercicio de la «violencia colectiva» en contra de la pobreza.
San Cayetano, la CTA y Bergoglio
La Iglesia argentina, a partir de la bajada de línea papal, intenta transformarse en una institución que esté por encima de los intereses «particulares» de la oposición y del oficialismo. En una situación de crisis económica como la actual (que en nuestro país ha tomado un marcado carácter político) cualquier puja llevada a fondo entre los partidos del régimen provocaría graves fracturas en el campo de los sectores dominantes, que podrían ser utilizados por los trabajadores y el pueblo pobre para intervenir con fuerza sobre la arena política. La iglesia, buscando la forma de representar esa unidad que controle que los intereses desbocados de unos y otros, se ha lanzado a una campaña desenvuelta para frenar los reclamos sociales y encorsetar la protesta social.
No se diferencia en esto de la propia burocracia sindical y, vaya la paradoja, San Cayetano logró unificar los libretos de unos y otros.
El viernes 7 de agosto se realizaron en la capital dos concentraciones por demás significativas, exigiendo «justicia social y distribución de la riqueza». Una fue encabezada por la Central de Trabajadores Argentinos, donde Hugo Yasky, en franca competencia con el papa Benedicto, denunció el hambre en Argentina y pidió un subsidio universal por hijo. La otra la encabezó el cura Bergoglio, defensor de los genocidas del ´70, que se refirió casi con idénticos términos al «escándalo del hambre».
Las diferencias entre unos y el otros, es que mientras el cura estaba auspiciando la colecta anual de la iglesia, en la que es socio con el grupo Noble y el diario La Nación, de paso vendía ideología de derecha; mientras que Yasky, a fuerza de puro discurso y sin un plan de lucha a la vista, hacía como que luchaba detrás de la perorata progresista.
Las marchas de la CTA tienen como objetivo: la personería jurídica de la central y el posicionamiento demagógico frente a sus representados para facilitarle las cosas al kirchnerismo. Las concentraciones religiosas, buscan el posicionamiento de la iglesia en la etapa política que se abre, marcada por la ofensiva derechista que baja desde Centroamérica (golpe de Honduras). Pero, en última instancia, expresan las convicciones comunes de ambas burocracias: la clerical y la sindical.
Sindicalistas y curas ricos, trabajadores pobres
Según datos del propio Indec, a junio de 2009, el salario debería ubicarse en 1703,4 pesos, mientras que Moyano y Yasky firmaron en el Consejo del salario, por un sueldo mínimo que no supera los 1500 (los trabajadores precarizados cobran un salario por debajo de los 800 pesos, es decir que trabajan para ganar por debajo de la línea de la indigencia)
Esta realidad no es nueva, ya que desde hace décadas el salario se fue convirtiendo en la principal variable del ajuste.
La burocracia gremial ha convertido la cuestión salarial en un campo de negociaciones políticas y económicas, y de beneficio personal con la patronal, y para eso tuvo que recurrir a mil maniobras destinadas a deformar la composición del salario y hacerlo algo indefinido.
Los aumentos salariales del último periodo, que la burocracia firmó con complacencia en paritarias, no sólo no han logrado romper está inercia sino que la han profundizado. Los trabajadores son cada vez más pobres.
Las paritarias en lugar de haber sido una instrumento de negociación salarial para beneficio de los trabajadores, se han transformado en manos de la burocracia, en una herramienta de negociación personal de dinero y poder político para beneficio propio.
Esto es así porque los mecanismos de funcionamiento sindical burocrático dejan fuera el interés legítimo de los trabajadores.
La pobreza se expresa en las calles
La lucha contra la pobreza no pasa por la perversa muestra de pobres que viven en las calles, en las pantallas de un noticiero.
La lucha contra la pobreza se expresa en las luchas.
Ahí están los petroleros de Santa Cruz, los piqueteros del Chaco, los estatales de la provincia de Buenos Aires y una multitud de luchas más que recorren a lo largo y lo ancho nuestro país.
Luchar en contra del gatillo fácil como los vecinos de villa 31 y del conurbano, es luchar contra la pobreza.
Defender las fuentes de trabajo, como en Terrabusi, Malher, etc es luchar contra la pobreza.
Defender la expropiación de los obreros de Zanón en contra de la patronal negrera y vaciadora, es una victoria en contra de la pobreza.
Por supuesto que en todas estas luchas no hay curas ni burócratas que denuncien el «escándalo del modelo». No hay problemas, no lo necesitamos.