«Y ya lo ve, y ya lo ve, es para Duhalde que lo mira por T.V.» cantábamos miles de personas que nos movilizábamos durante el 2002. También cuando se trató de repudiar con fuerza el asesinato de los jóvenes Kosteki y Santillán, en Julio de ese mismo año. Fueron esas cruciales jornadas -recordemos- las que […]
«Y ya lo ve, y ya lo ve, es para Duhalde que lo mira por T.V.» cantábamos miles de personas que nos movilizábamos durante el 2002. También cuando se trató de repudiar con fuerza el asesinato de los jóvenes Kosteki y Santillán, en Julio de ese mismo año. Fueron esas cruciales jornadas -recordemos- las que terminaron de convencer a Duhalde de llamar a elecciones, dando fin de esta manera, a su mandato transicional. Eran ellos, quienes miraban por T.V. la importante movilización y el repudio social, cambiando así de destinatario el miedo que quisieron imponer. Aquel plan orquestado con el objetivo de sacar de las calles a la sociedad movilizada, se volvía en su contra, poniendo en peligro el débil y costoso escenario gubernamental construido luego de la rebelión popular del 2001. El temor no había logrado corporizarse ni atrapar la conciencia de millones de argentinos, que unánimemente y luego de las primeras confusiones, repudiaba a los responsables y exigía investigación y cas
tigo.
A más de dos años de aquellos hechos, y como era de esperar, nada se ha esclarecido, porque nada se ha investigado. La «caja de Pandora» que tampoco K quiere abrir, guarda celosamente uno de los más siniestros secretos del entramado policial-político. De esta manera el silencio -que no siempre representa vacío-, llenó una vez más el espacio para la más absoluta impunidad.
Pero interesa preguntarnos aquí porqué la exigencia de castigo se ha perdido también para la mayoría de la sociedad, aquella que supo plantarse frente al gobierno Duhalde, y que defendía como una causa propia el repudio y reclamo por el asesinato de los jóvenes piqueteros.
Eran los momentos en que la política se hacía en las calles, produciendo nuevas y diversas formas de «institucionalidad», los que deploraban y cuestionaban todo lo que viniera de las viejas instituciones, a las que se hacía responsable del despojo económico, social, cultural y político que sufría la sociedad.
El protagonismo social se había extendido y solidarizado ampliamente, no sólo por las asambleas populares que reconquistaban los espacios públicos para debatir y actuar, sino también porque los movimientos de desocupados vivían los puntos más altos de organización y capacidad de movilización, a la par de que numerosas empresas abandonadas por sus dueños hacían emerger el costoso ensayo de los trabajadores para encontrar nuevas y diversas formas institucionales y de relacionamiento social para producir y sobrevivir.
Pero también de este laboratorio social inédito en nuestro país, surgieron otras diversas expresiones como los medios de difusión alternativos, redes de diversa índole, la proliferación de murgas y carnavales, los grupos de video, teatro, cine y fotografía, que captaron y transmitieron la rebelión popular y sus diversos sentidos…
Pero si la represión había fracasado como método para hacer volver todo a los cauces normales, había que acelerar los tiempos electorales, descartando cualquier intento de permanencia de Duhalde más allá de lo estrictamente necesario.
El manto electoral como nuevo escenario, apeló a otros miedos y por qué no, también a las esperanzas populares de que por esa vía se concretara el cambio tan reclamado como esperado. Un muerto político, Menem, desnaturalizado ya por la rebelión de la mayoría de la sociedad, fue así utilizado para concentrar todas las baterías posibles para llevar a la ciudadanía a las urnas, bajo la amenaza de una posible vuelta del temido «cuco». Pero es también necesario reconocer, que la amplia mayoría social buscaba una vuelta a la normalidad, tras visualizarse los primeros síntomas de recuperación económica y la falta de alternativa positiva al «Que se vayan todos».
El país «en serio» que se mira por T.V.
Llegaron los días de K, ungido con pocos votos pero con la firme decisión de convertirse en el adalid de la «normalización», sin dejar de utilizar en los primeros tiempos de su gobierno un discurso plagado de metáforas que buscaba la aceptación popular: las críticas al FMI, a la política de los 90, a las privatizadas, a los militares genocidas, a la Justicia, a la lucha contra la corrupción, bajo la promesa de construir un «país serio». Todo se fue armando para que la normalidad volviera a los cauces institucionales, combinando para ello distintas herramientas: el desprestigio y el ataque contra quienes permanecían en las calles y obstaculizaban la supuesta «normalización», la disuasión, la cooptación a su política, separando así a la sociedad entre quienes le ofrecían el espacio para aplicar su política, de quienes supuestamente la entorpecían. Y aunque los medios cumplieron y siguen cumpliendo un fundamental papel para provocar la división social, nada de todo esto podría h
aberse logrado si no hubiera existido una base material que sustentara esa política. Después de un cataclismo económico como el vivido, la reactivación económica producida por la devaluación y los altos índices exportadores, seguidos por el superávit fiscal creciente y la recuperación del consumo en algunos sectores de la sociedad, fueron los elementos centrales que cimentaron el camino emprendido por el gobierno K.
Con el «código penal en la mano» (en palabras del Ministerio del Interior), luego se fue judicializando la protesta, deteniendo a desocupados a través de la represión en las calles, con el objetivo de que los pobres acepten resignadamente su situación. Así, la naturalización de la miseria y de la desigualdad más profunda que hayamos vivido nunca, se instala como una condición para que el gobierno «normalice» el país. Parecieran lejanos -aunque sea corto el tiempo transcurrido- los días en que millones de personas parecían dar cuenta como respondían solidariamente a la dramática situación en que había caído un sector de la sociedad durante la década Menemista. Y aunque el deterioro pegó saltos impensados después de la devaluación, alcanzando a la mitad de la población, irónica y superficialmente se pretende dar ahora una vuelta de página.
Para estos cambios, también se aportó equivocadamente del lado de la mayoría de los movimientos de desocupados de un método de lucha que comenzó en las rutas exigiendo trabajo, para hacerse cotidiano como ritual y desgastante en las calles céntricas reclamando nuevos planes y comida, profundizándose de esta manera el distanciamiento con el resto de la sociedad, incluidos los propios trabajadores. El supuesto enfrentamiento propagandizado por el gobierno y los medios, entre «los que quieren construir un país en serio» y los que sólo reclamarían «vivir del Estado obstaculizando la recuperación», fue así ganando espacio para abrir la brecha que naturaliza la exclusión y justifica la represión.
Las cifras -por más que se dibujen-, sin embargo, dan cuenta de un país que de «serio», no tiene nada. Un 19 % de desocupados (donde no contamos a quienes reciben los planes); una deserción escolar que se acrecienta; un salario reducido en un 30 % (tomado antes de la devaluación y sin contar la inflación producida) que no alcanza a cubrir las mínimas condiciones alimenticias y de salud; con la mitad de los trabajadores en negro sin cobertura social, jubilatoria o de seguridad; con millones de jubilados que terminan sus años en la peor de las decadencias, todo lo que representa una completa catástrofe que llegó para quedarse y con consecuencias irreversibles…
De bonistas, presupuestos, chinos, y otros condimentos…
Bajo el título «el lado oscuro del superávit fiscal», el periodista Muchnik en Clarín del 4 de octubre último, analiza que el excedente tiene su origen en que el gasto primario quedó sustancialmente reducido por la devaluación, dado el semicongelamiento de los sueldos, las jubilaciones y demás partidas de seguridad social, como también de los planes sociales. «En otras palabras -dice- es el resultado del enorme ajuste fiscal de los casi 3 últimos años, ajuste que continuará el año próximo, como está previsto en el Presupuesto 2005». Y continúa: «De este modo, la Argentina se está estabilizando, a costa de descender un escalón más en sus indicadores sociales. Los niveles de producción ya están cerca de los guarismos de 1998, antes del aluvión recesivo, pero las variables sociales siguen en los niveles de la gran crisis».
Pero como el superávit a costa de lo que sea, creció y creció superando también a Brasil, las aves negras reclaman más y más. Mientras Brasil con su superávit pagará una parte de la deuda y el resto la refinanciará, Argentina deberá pagar la totalidad de la deuda que no está en default. A su vez, los bonistas saben que el plan que propone el gobierno no responde a su situación fiscal, por lo que reclaman mejores condiciones en intereses, plazos, etc.
Lo peor, es que las exigencias de unos y otros -y a los que se terminará cediendo- no compromete el recortado presupuesto para el 2005, sino que compromete a un crecimiento anual sostenido imposible de lograr, lo que obligará permanentemente a la contracción del gasto público.
Por tanto, quienes creyeron que «no se vulnerarán los fondos que deben quedar en el país», a lo que una y otra vez se comprometió K, recibirán una nueva frustración. Pero lo peor, es que para millones de argentinos ello no representará sólo un sentimiento, sino la real tragedia de la exclusión, la que abrazará también a las futuras generaciones.
Es por esta razón que el Presupuesto del 2005 enviado al Parlamento está completamente «dibujado». No se dice qué se hará con la millonada de superávit fiscal de este año y el próximo para resolver el problema del empleo; se estima una inflación del 8%, lo que bajará aún más el salario y las jubilaciones sin que ello esté contemplado en el presupuesto… Así, «Emergencia económica, Presupuesto 2005 y Poderes especiales», es un trípode que servirá para que se utilicen los recursos sin ningún control parlamentario, quedando el Ejecutivo con las manos libres para cerrar negociaciones con el FMI y los bonistas.
Y aunque los trascendidos hablen de la preocupación de K por estar atado al corset del FMI, los discursos «de priorizar la pobreza y el desempleo», vuelven a entrar en flagrante contradicción con los pasos delineados.
En este escenario, con bombos, platillos, estridencias y exageraciones varias, los posibles acuerdos con China son presentados como «una bomba», la que peligrosamente estalló en las manos del propio gobierno.
Dejando de lado las diferencias «culturales» que nos separan de los chinos y que los obligaron a hacer aclaraciones un tanto jocosas, se evidencia que los «privilegiados» no seremos nosotros, sino Brasil. Y nadie asegura ni aventura, que ocuparíamos el segundo lugar. Pareciera sí que nuestros recursos naturales (petróleo, minería), transporte (ferrocarriles) pudieran interesar a China para sus negocios, al igual que otros países latinoamericanos, donde prometen invertir en 10 años 100.000 millones de dólares. Pero como naturalmente se pregunta la población «hay que ver qué nos quieren arrebatar».
Pero en esto, habrá que ver con tiempo y paciencia, si se concretan los acuerdos, y especialmente, el carácter de los mismos. El reclamo de China de ser reconocidos como «economía de mercado» (léase capitalista), hizo levantar polvareda ya a empresarios de San Pablo, como genera preocupaciones también en nuestro país, por el temor a que se inunde el mercado de productos chinos poniendo en peligro la recuperación lograda en sectores productivos…
Los posibles caminos están en otra parte
Cuando las abruptas mareas bajan, dejan mucho en la orilla. No todo se lleva el agua, ni quedan sólo desechos en la playa. Afloran y permanecen también en la superficie, sedimentaciones y combinaciones nuevas, vivas, que es necesario distinguir. Tal vez debamos observar con detenimiento qué nos dejaron las grandes e intensas jornadas vividas, para reconocernos, reflexionar sobre los errores cometidos, e intentar avanzar sobre pasos comunes. Deberíamos aprovechar esta mentirosa y cruel «normalidad» para visualizar cuántos miles no volvieron a ella, como permanecen actuando sin cambiar su mirada, conducta y acción acorde. Pero están también muchos otros, los que volvieron a la vida cotidiana porque no encontraron una perspectiva, pero que no se llaman a engaño y resisten como pueden, esperando la próxima oleada… Como si de ello dependiera todo el futuro…
La idea de la transformación social, de ir mucho más allá de este recortado y triste escenario, sigue por tanto, en pie. Somos parte de miles y miles de moléculas esparcidas por el conjunto del tejido social, la mayoría de ellas, aisladas, sin interacción alguna, o de conexión meramente esporádica o puntual. Y aunque sepamos que así no nos potenciamos ni por tanto extendemos, los caminos para revertir el curso parecieran seguir siendo dificultosos.
En este valioso potencial, sin embargo, sigue estando el futuro de una nueva proyección política transformadora, necesariamente capaz de distanciarse de las agendas que nos marcan los gobernantes o la T.V. (sean electorales o de las otras) para proyectarse hacia el conjunto de la sociedad, construyéndose desde abajo, de manera múltiple, plural, diversa, independiente de gobiernos y del estado, posible de dar cabida a los diversos actores sociales que, jaqueados por la destrucción que no cesa, siguen incorporándose a la protesta.
Para este nuevo proyecto, Cimientos, quiere aportar -confluyendo con muchos otros-. Sencillamente porque esa es nuestra razón de existir.