Es difícil creer, como se afirma en estas horas, que la renuncia de Alberto Fernández a su reelección es un intento por “ordenar la interna oficialista” de cara a las PASO.
Alberto, en esa interna, no movía el amperímetro del voto, y carecía de cualquier chance electoral en agosto o en octubre. Fernández se bajó de una candidatura derrotada de antemano, en una versión agravada de los dos renunciamientos que lo antecedieron: el de Cristina, arguyendo la condena en su contra, y el de Macri, en nombre del ´trabajo en equipo´ (sic). Ninguno de los tres era capaz de asegurarse un resultado electoral victorioso, en medio de una disgregación de partidos y candidaturas cada vez más acentuada.
¿Entonces? El renunciamiento albertista, en verdad, tuvo un propósito mucho más inmediato: dejar en claro que la gestión económica y política del Estado quedará en manos de Massa y de su “plan aguantar”, aunque ese plan se encuentre en un desbarranque manifiesto. Con el paso al costado, Fernández avisó que la transición electoral será monopolizada por Massa, el FMI y la embajada yanqui, sin interferencias ni “salidas alternativas”. Ese es el sentido de la renuncia a la candidatura. La decisión de hoy es inseparable de la crisis de gabinete que condujo, días atrás, a la renuncia del ex gerente de Syngenta, Antonio Aracre, como jefe de los asesores presidenciales. Aracre le había presentado a Alberto nada menos que un plan económico alternativo, como salida al derrumbe del plan Massa. Según informan los diarios, ese plan contemplaba una devaluación hecha y derecha, un posterior “congelamiento de precios” -seguramente después de que estos se hubieren ajustado al nuevo dólar- y un bono para ´compensar´ el cimbronazo sobre salarios y jubilaciones. Aracre, cercano a los sojeros, le anticipó a Alberto un posible fracaso del dólar “Soja 3”, la necesidad de un salto cambiario e, incluso, alguna ventaja para los productores en materia de retenciones. Aracre reclamó, además, ponerle fin “al dólar de 200” a las importaciones, algo que la burguesía industrial agradece con fervor a Massa y a De Mendiguren, el hombre de la UIA en el gabinete oficial.
Es evidente que el “aracrazo” -un rodrigazo del siglo XXI- implicaba la salida del devaluado Massa del gabinete. Desde el punto de vista político, constituía un recurso extremo para darle sobrevida a Alberto Fernández – incluso después del fracaso de Massa. Pero el arco de intereses capitalistas que se articula detrás del superministro se encargó de correr a Aracre y a su plan. Malena Galmarini, la esposa de Massa, dejó estampado en un tuit la advertencia en relación a esta crisis: “después de Massa, no hay nada”.
Pato más que cojo
Los analistas políticos denominan “pato cojo” al gobernante sin chances de continuar en el poder, lo que constituye una debilidad flagrante para su gestión presente. Fernández ha resuelto ese “inconveniente” anticipando el papel decorativo que cumplirá de acá a octubre, aunque en su mensaje por redes dijera exactamente lo contrario. La gestión política del Estado ha quedado reducida casi por completo al acuerdo con el FMI y a sus gerenciadores. Pero ese acuerdo se encuentra en ruinas, como lo manifiesta la inflación desbocada, la semiparálisis industrial, el empobrecimiento creciente y una salida de capitales sin freno. A la luz de este escenario, el “control” de la transición electoral ha quedado en manos de quien no puede controlar nada. El vaticinio de Galmarini podría terminar confirmándose en su aspecto negativo – o sea, un colapso político del gobierno después de una salida de Massa.
En medio del proceso de descomposición económica, el gobierno deberá enfrentar pagos netos de deuda al FMI por unos 4.000 millones de dólares y a los bonistas privados por otros 1.500, además de las necesidades de los importadores. La suerte de Massa está jugada a un “préstamo puente” que hasta ahora no consiguió en Washington, a pesar de las promesas reiteradas de alineamiento con la OTAN en la guerra imperialista en curso. Es posible que ese socorro se encuentre atado a una devaluación en regla, que el gobierno del “pato cojo” debería pilotear en medio del proceso electoral. Como ya le pasó a muchos en la historia, Aracre vería avanzar su plan después de haber sido expulsado del poder.
La CGT se ha sumado a la tesis de “Massa o el abismo”, colocando su compromiso con las paritarias a la baja y la destrucción del salario. La marcha de la crisis, sin embargo, está devorando los esquemas salariales pactados hace meses o semanas atrás. El “gesto” de Fernández Alberto podrá tranquilizar a “la PASO oficialista”, pero no calma de ningún modo el escenario de desintegración económica, y la crisis social que se agiganta en su torno.
Marcelo Ramal es economista, profesor universitario y exlegislador de la Ciudad de Buenos Aires por el Frente de Izquierda (FIT). Miembro de Política Obrera.