Aconteció allá por fines de la década de 1990. Néstor Kohan, por entonces joven exponente de la filosofía marxista, comenzó a convocar para un proyecto a algunos amigos o conocidos, con experiencia o al menos vocación en la tarea editorial y la militancia intelectual y política como rasgo común. El objetivo, reflotar La Rosa Blindada. No la revista, sino la editora de libros. Contaba con la anuencia del mentor de aquella experiencia, José Luis Mangieri.
Allá por los años 60
Quizás sea necesario recordar que La Rosa… fue una experiencia que nació en la primera mitad de la década de 1960 desde el interior del Partido Comunista. La conducían intelectuales y artistas de ese partido o muy vinculados a él.
El conductor simbólico, “director de honor”, era Raúl González Tuñón, el gran poeta y periodista comunista. Estaban allí Carlos Brocato, Juan Gelman, Andrés Rivera, Juan Cedrón, Octavio Getino, entre otros, además de Mangieri. Corrían días de entusiasmo con la definición socialista de la revolución cubana y de debate sobre las vías de la revolución.
El comunismo argentino estaba atravesado por esos debates, cuyo reflejo atenuado se percibe hasta en instancias partidarias oficiales como el XII Congreso, celebrado a comienzos de 1963.
Cuando en un número de la revista aparecieron notas y poemas que apoyaban acciones guerrilleras como la del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) en el norte argentino, las autoridades partidarias intervinieron. El grupo que editaba la revista no aceptó censuras y se produjo la ruptura. Un proceso parecido a otros que se dieron a lo largo de esa década, como en la revista Pasado y Presente.
La publicación, ahora independiente, continuó con una fecunda tarea. Además de la revista se agregaba la edición de libros e incluso discos. La labor editorial abarcó desde poesía y narrativa hasta estudios sociológicos, además de obras de restallante actualidad política, como los escritos del general Giap y otros dirigentes vietnamitas, en plena guerra con la intervención imperialista de EE.UU.
Por aquella senda
La idea no era por cierto la repetición calcada del transcurrir de aquella experiencia ya venerable, sino rescatar su espíritu de rebelión y su impulso renovador.
Quienes tomamos parte de la iniciativa éramos (espero no cometer olvidos) María Pía López, Claudia Korol, Juan Carlos Cena, Miguel Mazzeo, Jorge Testero y un servidor.
Veníamos de atravesar la experiencia del menemismo y de entusiasmarnos con la ampliación y generalización de las luchas en las postrimerías de ese período. Creíamos en la necesidad de una renovación de la izquierda, en la confluencia enriquecedora de diversas tradiciones. Y a partir de allí en la necesidad del rescate de aquello que provenía de los picos más altos de la escritura y la edición militantes en Argentina.
Se aspiraba a exponer el presente y la historia del pensamiento crítico y militante de nuestro país, sin la proyección internacional de la original. El colectivo solía reunirse en una oficina de la revista América Libre, sobre la calle Lambaré, al lado de Radio La Tribu.
Las discusiones que se suscitaban eran atrayentes, en particular por las intervenciones de Mangieri, el nexo vivo entre las dos experiencias. Contra las previsiones originales de la mayoría de los conjurados, J.L.M. no se limitó al papel de “director de honor” que habíamos pensado para él.
A poco andar se orientó a tomar las riendas del emprendimiento, incluidas decisiones más o menos inconsultas. Todo enmarcado en una energía y determinación envidiables para el resto, que en mayoría éramos décadas más jóvenes.
El resultado tangible fueron varios libros interesantes, de selección algo heterogénea, encabezados por una muy buena antología de lo publicado en la revista original, escogida e introducida por Néstor.
Luego aparecieron una selección de artículos sobre John William Cooke, reunidos por Mazzeo, un conjunto de intervenciones sobre el Cordobazo. El Guardapalabras y El Ferrocidio, libros en los que Cena volcaba sus amplios conocimientos y experiencia sobre el ferrocarril.
Natalia Vinelli proporcionó un muy buen estudio sobre ANCLA, la agencia clandestina creada por Rodolfo Walsh.
También apareció una obra sobre los desaparecidos de la provincia de Jujuy, un compilado de testimonios de voluntarios argentinos en la Guerra Civil Española, un conjunto de inéditos del mismo Cooke que reunió Mazzeo. Y varios más, que sería largo enumerar en su totalidad.
Hacia el ocaso y el rescate
Se trabajaba con entusiasmo y en modalidad artesanal. No había empleados y nadie percibía ningún ingreso. Más bien eran los bolsillos de los integrantes los que satisfacían algunos aportes ineludibles. Seleccionábamos, corregíamos, tipeábamos a la hora de rescatar textos anteriores a la era de la computación.
Como suele suceder en editoriales pequeñas e independientes; los problemas financieros, los límites de la distribución, la carencia de recursos para hacer publicidad, hicieron lo suyo para debilitar la experiencia. También ciertos enojos con los entusiasmos y rechazos de Mangieri, que algunos considerábamos en exceso discrecionales.
El tema es que, ya en los primeros años del nuevo siglo, los títulos se fueron espaciando y algunos de los “socios” se alejaron. No recuerdo una “clausura” más o menos oficial de la experiencia; intuyo que sólo tuvo un progresivo languidecer.
Está gastado el proverbio “segundas partes nunca fueron buenas”. Creo que no es el caso del modesto resurgir de La Rosa…, que si bien no se puede considerar un éxito rotundo, no dejó de aportar algunos títulos trascendentes.
Constituyó un nuevo episodio de la sobresaliente trayectoria editorial de J.L.M. Nucleó en su torno a un pequeño grupo de entusiastas, sin dinero ni padrinos, que pensaron tenían algo para decir en materia de escritura y actividad editorial.
De aquel grupo ya no nos acompaña el que no quiso ser mentor honoris causa, sino líder activo y vigoroso. Vaya un pequeño homenaje más a Mangieri, que se merece con amplitud todos los que se le tributaron hasta ahora.
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