Gradualmente el gobierno argentino se va desprendiendo de la máscara progresista y comienza a mostrar su verdadero rostro mafioso. Una sucesión de acontecimientos aparentemente sin vinculación entre si señalan el despegue de la nueva etapa oficial. Las denuncias póstumas del ex ministro de interior Gustavo Beliz daban pistas muy claras sobre los vínculos entre el […]
Gradualmente el gobierno argentino se va desprendiendo de la máscara progresista y comienza a mostrar su verdadero rostro mafioso. Una sucesión de acontecimientos aparentemente sin vinculación entre si señalan el despegue de la nueva etapa oficial. Las denuncias póstumas del ex ministro de interior Gustavo Beliz daban pistas muy claras sobre los vínculos entre el Poder Ejecutivo y funcionarios de la SIDE (Secretaría de Informaciones del Estado) cuya trama se remonta a la última dictadura militar. Luego se precipitaron hechos como la acusación de Arslanián (ministro de seguridad de la Provincia de Buenos Aires) acerca del apoyo presidencial al brote neofascista encabezado por el empresario Blumberg o la impunidad judicial establecida en el caso AMIA (difícil de ser concretada sin algún tipo de guiño desde el poder). Y luego una seguidilla represiva sincronizada con una abrumadora campaña mediática digitada desde la Casa Rosada.
Esto forma parte de una realidad más amplia que incluye el fracaso de la operación transversal que pretendía dotar a Kirchner de un movimiento político propio, y su consecuencia lógica: la recomposición de la alianza con las camarillas políticas tradicionales. Pero principalmente el fin de la endeble recuperación de la economía atravesada por la lógica depredadora del sistema que exige nuevas transferencias de ingresos hacia arriba lo que requiere en primer lugar la eliminación de las protestas sociales y su radicalización política. La descalificación mediática de los piqueteros y la movilización fascista de las clases altas son dos componentes imprescindibles de la estrategia represiva en curso.
Es un momento decisivo para el gobierno que deberá enfrentar a una oposición de izquierda cuya onda ascendente puede ser muy grande a mediano plazo si la situamos en un contexto socioeconómico marcado por la extensión de la miseria.
La profundización de este modelo de ajuste perpetuo obliga al régimen a arrojar lastre progresista, el preservativo rosado ya cumplió su cometido principal, fue muy útil para el restablecimiento de la gobernabilidad, ha llegado la hora de arrojarlo al basurero (el presidente preferiría hacerlo en cómodas cuotas).
En síntesis: Kirchner con un juego propio cada vez más restringido debe cogobernar con camarillas políticas repudiadas por el grueso de la población. Y articuladas con tramas mafiosas que se extienden al conjunto del sistema bajo el monitoreo del FMI.
La nueva Argentina
Este cambio de imagen de la era k no es más que un instante en la larga marcha de la decadencia nacional, de la que emergen mutaciones, algunas de difícil visualización, que van conformando una nueva realidad social imponiendo su presencia más allá de la dinámica confusa de los interminables embrollos en la superficie del tembladeral.
Un observador perspicaz hubiera percibido a comienzos de la década de 1940 que en nuestro país se estaban produciendo transformaciones destinadas a repercutir tarde o temprano en el escenario político. Una abanico de grupos sociales nuevos asociados a la industrialización irrumpían desbordando a la vieja sociedad oligárquica: obreros y burgueses industriales, capas medias urbanas ascendentes, se superponían, desplazaban o se combinaban con un conjunto no menos complejo proveniente del anterior ascenso económico de signo agroexportador. Se trataba de un proceso de integración al capitalismo local en crecimiento. Ahora nos encontramos ante un fenómeno de signo opuesto iniciado hace cerca de medio siglo con la Revolución Libertadora (1955), acelerado desde 1976 y dando un salto decisivo en el colapso de 2001.
Lo ocurrido aquí en los años 40 empalmó con (terminó formando parte de) un gigantesco movimiento de regeneración y expansión de la economía mundial que se prolongó durante varias décadas. Uno de cuyos rasgos distintivos fue el liderazgo estatal, tanto en Occidente que devino keynesiano como en la mayor parte de la periferia; desde el estatismo nacionalista burgués de Perón o Nasser hasta el socialismo de estado de la URSS, Europa del Este o China. El mundo actual es otro, luego de casi treinta años de ascenso del parasitismo financiero y desaceleración productiva global, con numerosos estados periféricos colapsados, la desaparición de la Unión Soviética, la exclusión creciente de poblaciones en las áreas subdesarrolladas. Atravesado por el fracaso ideológico del neoliberalismo y la irrupción de formas embrionarias de re-autonomización periférica.
Mientras nuestra (lumpen)burguesía local sobrevive como mafia, es posible detectar algunos fenómenos que pueden ayudarnos a construir un cuadro de situación medianamente racional del país, entre ellos me parece importante señalar cinco:
Primero: agonía del peronismo
Convertido en el principal sostén político del sistema, completamente vaciado de su vieja mística, reducido a su raíz burguesa en el peor sentido del término. Refugio de camarillas cada vez más alejadas del pueblo. Diciembre de 2001 las incluyó en el lapidario que-se-vayan-todos, Kirchner intentó torpemente superar el problema fabricando desde arriba una suerte de renovación transversal (más allá del Partido Justicialista que lo engendró) con náufragos de la segunda línea del sistema político. Fracasó porque los desechos humanos reclutados, sin base social significativa y aplicando la estrategia del FMI, se limitaron a entonar melodías setentistas y reproducir las prácticas mafiosas de sus viejos jefes. Que concluida la modesta aventura del presidente volvieron al estrado; Duhalde dando su visto bueno a la represión antipiquetera y Alfonsín, como de costumbre, denunciando un futuro golpe de estado de derecha contra un gobierno también de derecha.
Los politicólogos suelen llamar a esto crisis de representatividad, pero es mucho más que eso: se trata de la desintegración de la política burguesa en un proceso de largo plazo, con idas y venidas, renovaciones frustradas, grandes vacíos duraderos (fenómeno institucional profundo vinculado a la declinación del estado).
Segundo: ilegitimidad del poder
Que incluye al fenómeno anterior extendiéndose al conjunto del régimen (jueces, policías, medios de comunicación, grandes empresarios…); el sistema de poder es visto por los de abajo como un conjunto de bandas de ladrones.
Se trata de la agudización de lo ocurrido luego de 1955 cuando fue impuesto un esquema político restringido (proscripción del peronismo), que generó formas extra institucionales de oposición popular (entre ellas la lucha armada contra dictaduras militares y gobiernos civiles de escasa representatividad). La brecha fue aparentemente cerrada en 1983, pero la democracia elitista que se instauró formó parte del proceso de concentración de ingresos, degradación del estado y del tejido productivo, desnacionalización económica y desintegración social. Lo que desató a comienzos de la década actual el repudio masivo de los mecanismos institucionales en su forma colonial concreta, degradada.
La breve era progre del gobierno de K no consiguió mejorar la situación, por el contrario su fracaso y sinceramiento mafioso profundiza la ilegitimidad del Poder, su separación respecto del grueso de la población, al mismo tiempo que relegitima las más diversas formas de oposición, en especial las que se colocan fuera del sistema.
Tercero: debilidad cultural de las clases altas
Luego del fin del triunfalismo neoliberal (privatista, individualista, pronorteamericano), la elitización social no encuentra un discurso ideológico que la justifique. El neoliberalismo de los años 90 prometía prosperidad para todos aunque con sacrificios iniciales ineludibles (Menem: «estamos mal pero vamos bien»), el sistema actual donde se acelera la desigualdad y la miseria de millones de personas carece de ilusiones. Solo le queda el exabrupto neofascista, el manotazo defensivo de los privilegios fundado en la cultura del apartheid. Los medios de comunicación pueden producir golpes de efecto eficaces, pero al poco tiempo pierden influencia bajo el peso de la realidad. El caso Blumberg es ilustrativo, la campaña mediática exigiendo mano dura contra el delito amalgamándolo con la delincuencia social y desde allí con la rebeldía de los pobres, terminó por chocar contra hechos evidentes como la asociación entre crimen organizado y mafia policial-judicial o la trama delictiva de políticos y empresarios exitosos. Además las clases altas movilizadas (incluído Blumberg) no pueden evitar sus exaltaciones reaccionarias ahuyentando a numerosos seguidores, finalmente la cruzada apareció como le que realmente era: un ensayo de consenso social para el disciplinamiento represivo de los de abajo.
La instauración de una cultura de apartheid, de segregación policial-judicial de los excluidos, que eventualmente podría reemplazar al neoliberalismo como discurso legitimador del sistema, enfrenta problemas de difícil solución. El principal de ellos es la crisis desarticuladora de la vieja integración social cuya dinámica no se ha detenido empujando a crecientes sectores medios y bajos hacia la oposición al régimen. Otro escollo no menos importante es la podredumbre del estado a la que es necesario agregar el caos gangsteril de las élites económicas. Distinta ha sido la situación en Europa occidental luego de la crisis de los años 1970 donde un amplio espectro de clases privilegiadas relativamente estables constituyeron la base del neofascismo de apartheid contra trabajadores provenientes de la periferia y otros grupos reprimidos.
Cuarto: presencia de la izquierda
Aparece desafiante, por primera vez luego de un largo ostracismo, con cada vez más extendida inserción en los sectores sumergidos (hasta hace poco coto cerrado del peronismo) y también creciendo en ciertos segmentos las capas medias empobrecidas. La irrupción piquetera ha sido hasta ahora su expresión más destacada ganando la calle y en el centro de los conflictos sociales, relegando a las burocracias sindicales. En un primer momento el fenómeno fue subestimado, sobre todo por la dirigencia peronista que había congelado la vieja imagen de la izquierda marginal implantada en la pequeña burguesía. Pero también fue mal interpretado por el progresismo que compartía los prejuicios peronistas a los que agregaba teorizaciones perversas acerca de la inevitable fascistización del conjunto de las clases medias arruinadas y otras predicciones derrotistas por el estilo. Para sorpresa del establishment la izquierda protagoniza el descontento popular pasando a constituir un autentico hecho maldito: no se institucionaliza como lo desearían los manipuladores del sistema, volcando toda su energía en una interminable carrera desde el llano hasta su banalización burguesa. Carece de capacidad para institucionalizarse porque emerge como un movimiento de rechazo al capitalismo subdesarrollado, realmente existente, y no como la pretensión históricamente imposible de integración al mismo. Es inepta para competir en el terreno de la politiquería del régimen pero (recientemente) demostró su habilidad para echar raíces entre los de abajo a través de una multiplicación incesante de organizaciones, tendencias y facciones de todo tamaño y de muy variadas orientaciones teóricas. Es su forma específica, plural, de crecer y consolidarse. Detrás de esa apariencia caótica se van gestando de manera irregular embriones de articulación estratégica. Los políticos tradicionales deberían recordar la definición de Hipólito Irigoyen: «todo taller de forja se parece a un mundo que se derrumba».
Quinto: extrema fragilidad económica
Componente esencial del sistema, superendeudado, dependiente de superávits comerciales inciertos basados en el aplastamiento de las importaciones (es decir del mercado interno) y de la obtención de grandes superávits fiscales gracias a fuertes presiones tributarias directas o indirectas contra las clases medias y bajas, devaluaciones, y sobre todo salarios superbajos y masas crecientes de excluidos. Con un contexto regional turbulento y formando parte de un imperio acosado por sus fracasos militares y económicos.
Con ese horizonte a la vista no es posible estabilizar el esquema de superexplotación impuesto desde 2002, los pagos de deuda externa y los superbeneficios de las empresas privatizadas, los bancos y los grandes exportadores reducen a cero la perspectiva de un crecimiento durable y por consiguiente de bloqueo o reversión de la desintegración social. Ello torna ilusorios los proyectos de gobernabilidad en el largo plazo incluidos los de carácter elitista-autoritario porque todos ellos carecen entre otras cosas de una retaguardia económica minimamente estable, lo que anticipa la reproducción al infinito de peleas salvajes por el reparto del botín al interior de las clases dominantes y el rebrote inevitable de rebeldías en las masas sumergidas.
La historia continua
En última instancia el futuro de la decadencia (es decir de la continuidad del régimen) depende del desarrollo del antisistema, de la izquierda pensada como desarrollo insurgente, como catalizador de una posible avalancha de los pobres. Esa eventualidad le quita el sueño al poder, que oscila entre la disuasión más o menos legal (judicialización y aislamiento mediático de las organizaciones populares) y la represión salvaje. Sabiendo que la ruptura cultural de diciembre de 2001 esta viva, se reproduce (misteriosamente) y aguarda una nueva oportunidad para expresarse.
Esto lleva a la reflexión sobre los caminos de la revolución necesaria, de la liquidación de un régimen que no admite reformas, cuyo nivel de podredumbre hace descartar cualquier ilusión de cambio desde el interior de la institucionalidad colonial.
Por ahora el gobierno se dedica a hacer buena letra represiva y a garantizar la rapiña, aunque tratando de reducir al máximo el costo político de sus decisiones. Kirchner sabe (o debería saber) que su margen de maniobra se va agotando, si no endurece su política tal como lo exigen el FMI, los grandes grupos económicos, la derecha caníbal; será descartado por la mafia que lo engendró, aunque si lo hace desatará la bronca del pueblo, lo que a su vez lo convertirá en un objeto inservible en el juego de las clases dominantes que no dudarán ni un instante en arrojarlo a las fieras (su amigo Alfonsin le puede contar experiencias muy esclarecedoras). Un verdadero círculo vicioso.