El mensaje presidencial estuvo lejos de plantear un relanzamiento de la gestión macrista. Una imagen más que alejada de la euforia pos triunfo electoral.
Un discurso sin potencia ni enemigos, con el tono conciliador de los resignados. Luego de cuatro largos meses desde el triunfo electoral, la alocución del presidente Mauricio Macri en la inauguración de las sesiones ordinarias del Congreso Nacional expresó la nueva situación y las encrucijadas que atraviesan a su Gobierno. Sobre todo, la crisis abierta por la caída permanente de la imagen de su gestión luego de la tortuosa aprobación de la reforma previsional que también tuvo su expresión en la multitudinaria movilización del 21F.
Con la mezcla clásica de charla motivacional y manual de autoayuda, Macri aseguró que «lo peor ya pasó», en lo que fue lo menos novedoso de su discurso: ya lo había afirmado en julio de 2016, en marzo de 2017 y también en marzo de este año.
Reivindicó el llamado «gradualismo» y se diferenció de supuestos extremos: «Algunos nos critican por ir demasiado lento y otros por ir demasiado rápido».
En referencia a la economía, reivindicó la obra pública e hizo un saludo a la bandera sobre dejar de endeudarse -mientras emite deuda todos los días- y volvió a prometer el retroceso de la inflación que nunca fue.
Luego pasó a veleidades para nichos propios o ajenos como una agenda verde (parques y más parques) o los clásicos planteos securitarios.
La referencia más inmediata anterior a esta presentación, fue el discurso que Macri brindó el 30 de octubre del año pasado en el Centro Cultural Kirchner, luego del triunfo electoral. Allí, frente a todo el establishment político y económico y con un tono mucho más confiado y hasta rabioso, habló de la «necesidad de cambios estructurales» en el mundo del trabajo; de reformas en las que «cada uno ceda un poco». Propuso tres ejes: reforma impositiva, cambios laborales y transformaciones institucionales. Se despachó contra las presuntas «mafias» de los juicios en el mundo del trabajo y aseveró que sobraban obras sociales y sindicatos.
Todos anuncios que terminaron convertidos en leyes con resultados dispares: la reforma impositiva fue pactada con los gobernadores, la reforma previsional se aprobó otorgando un triunfo legislativo que incluyó el presente griego de una derrota política, y la reforma laboral naufragó en los términos en los que había sido planteada originalmente.
Este jueves reivindicó un «paso a paso» que, en términos de agravios hacia las mayorías populares representan mucho y cómo tareas exigidas por el universo patronal tienen gusto a demasiado poco.
Lo novedoso, aunque la maniobra se conocía desde antes, fue la vía libre para el debate sobre la legalización del aborto. Macri aclaró que está terminantemente en contra y además habló de otras propuestas de una agenda «de género», para la paternidad o el impulso a la igualación de los salarios de hombres y mujeres (no se sabe si subiendo los de las mujeres o bajando los de los hombres).
El mérito de la instalación del debate sobre el aborto en la agenda pública corresponde al movimiento de mujeres que viene luchando desde hace años por este derecho elemental. Pero el uso político que quiere hacer el Gobierno no está exento de contradicciones, ya que una parte considerable de su base social pertenece a los restos de la vieja «nación católica» que se opone terminantemente con argumentos crericales.
Roban pero callan
En el discurso de octubre pasado, Macri había denunciado con vehemencia a muchos funcionarios de la administración anterior. «En todos los niveles del Estado logran ubicar amigos, parientes, militantes de sus agrupaciones» aseguró y puso el ejemplo de la Biblioteca del Congreso. Llamó a prevenir y castigar la corrupción y a regenerar las instituciones.
Llamativamente (o no tanto), el tema de la corrupción estuvo casi ausente en la culposa diatriba de este jueves, luego de los escándalos de Jorge Triaca (y la chica que además de «ayudar en casa, ayudaba en el SOMU»), Luis Caputo y Valentín Díaz Gilligan y su offshore para el abultado canuto ahorrado en Andorra.
Un síntoma de que la famosa «transparencia», uno de los pilares de la narrativa oficial está golpeada en su línea de flotación y el macrismo ha perdido la dudosa autoridad moral de la que tanto se jactaron en este terreno.
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En síntesis, la inauguración de las sesiones ordinarias del Congreso, estuvo lejos de un «relanzamiento» o un nuevo impulso, que es lo que se supone debe caracterizar a este tipo de discursos. No quiere decir que el Gobierno esté paralizado ni que vaya a detener su plan de ajuste. Pero el tono, la forma y el contenido del discurso de Macri confirmaron que entre los sueños húmedos de la utopía cambiemita y sus posibilidades de concreción, existe la realidad.
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