A mitad de su mandato Macri no puede ocultar el monumental abismo entre sus promesas y la realidad. Auguraba una lluvia de dólares para bajar la inflación, con alto crecimiento, creación de empleos, boom de emprendedores y erradicación del asistencialismo. También pronosticaba una drástica reducción del déficit fiscal y un manantial de dinero para obras […]
A mitad de su mandato Macri no puede ocultar el monumental abismo entre sus promesas y la realidad. Auguraba una lluvia de dólares para bajar la inflación, con alto crecimiento, creación de empleos, boom de emprendedores y erradicación del asistencialismo.
También pronosticaba una drástica reducción del déficit fiscal y un manantial de dinero para obras públicas proveniente del fin de la corrupción. Proclamaba, además, que el «retorno al mundo» sería premiado con un gran financiamiento productivo y una expansión de las exportaciones.
El incumplimiento de estas previsiones fue muy visible desde el principio. Por eso el gobierno trasladó el despegue para el segundo semestre y luego pospuso el debut para el año siguiente. Ahora disfraza con nuevas artimañas sus magros resultados.
PRETEXTOS Y ENGAÑOS
Los voceros de Cambiemos presentan como un gran logro la reducción de la inflación, que inicialmente duplicaron. El porcentual del bienio llegó al elevadísimo 73%. La meta del 2016 era 12% y fue 41% y la pauta del 17% para el año siguiente terminó en 24%. Con la única excepción de un pico en 2014 (38%), la inflación del PRO ha superado todos los promedios desde 1991. La ausencia de datos creíbles durante la década precedente no impide corroborar esa conclusión, con numerosas estimaciones alternativas.
Los datos de algunas investigaciones (CIFRA, 2018) desmienten los anuncios del gobierno. Lo que Macri presenta como un insólito «crecimiento invisible» es el conocido rebote que sucede a las caídas. Computando la recesión del 2016 (-2,2%) con la recuperación del 2017 (2,9%), el resultado es neutro y el nivel de actividad se ubica en el mismo piso del 2015. El incremento de la ocupación carece de envergadura y simplemente refleja ese vaivén. Incluye, además, el reemplazo de empleos estables por monotributistas precarizados.
El gobierno afirma que el salario se recuperó, olvidando que la recomposición del 2017 no compensó la caída del año anterior. En el bienio se registró una disminución del 4,2% de esos ingresos en la actividad privada y del 6,3% en el sector público. El ponderado repunte de la inversión repite los bajos porcentuales de 14-16% de los últimos años. La mejora en el agro o en la construcción apenas compensa el declive en la industria.
Los funcionarios destacan la reducción de la emisión omitiendo su reemplazo por el endeudamiento. Macri ha convertido al país en el principal emisor planetario de títulos públicos, a tasas que superan el promedio regional. Ya ubicó a la Argentina entre las cinco economías más vulnerables a los efectos de una eventual crisis internacional.
Con cualquier metodología de cálculo el déficit fiscal se ha disparado. El desbalance primario ascendió levemente al principio por el ingreso extraordinario del blanqueo. Pero el componente financiero del agujero presupuestario trepa con los intereses de la deuda. El bache fiscal (6-7%) ya bordea las mismas cifras de los grandes terremotos de la economía.
Este cúmulo de desajustes condujo a la imprevista devaluación de diciembre. Los propios banqueros que sostenían el encarecimiento del dinero (para lucrar con la bicicleta de las Lebacs) se atemorizaron. Observaron con preocupación la desactualización del dólar frente a los precios internos y el potencial volcán que rodea al endeudamiento. El gobierno ya cubrió la mitad de sus necesidades financieras del año, pero despunta la desconfianza en su futura capacidad de pago.
El déficit comercial alcanzó el mayor desnivel de los últimos 40 años y la fuga de capital no cesa. Esta salida involucra a 84 de cada 100 dólares ingresados y se ubica en los mismos niveles del kirchnerismo.
Este escenario acrecienta el pase de facturas dentro del equipo económico. Los que exigen mayores tasas de interés y freno de la emisión chocan con los partidarios de la devaluación y el bombeo del nivel de actividad. Es una discusión sin salida entre los causantes del mismo desastre. Como no hay crecimiento ni inversión, la frazada es corta para cualquier alternativa.
Macri anuncia que «lo peor ya pasó» cuando lo peor está por venir. Al comienzo del 2018 la recuperación del PBI tiende a frenarse y los precios se despistan. La previsión oficial de inflación (15%) carece de credibilidad, frente a una oleada de tarifazos que retroalimenta la carestía.
Como el gobierno convalida el repunte del dólar la hoguera inflacionaria se expande. El oficialismo sólo apuesta a frenar los precios con el cepo al salario. Pero ese techo resiente el consumo y apaga el único motor del PBI, ante el estancamiento de la inversión y el declive de las exportaciones. Para colmo, el bache fiscal amenaza la continuidad de la obra pública como sostén del nivel de actividad.
DESCONCIERTO Y JUSTIFICACIONES
Frente al sombrío escenario económico los funcionarios improvisan justificaciones. Repiten el pretexto de la demora y resucitan la llegada del segundo semestre con dos años de retardo. Esperan ese futuro venturoso para medidos del 2018, como fruto del ajuste realizado en las tarifas y el tipo de cambio. Pero esa leyenda ignora que la inflación continúa socavando ambas variables, hasta situarlas en el mismo punto de partida.
Los economistas de todos los palos alzan la voz. El empantanamiento del programa actual es evidente y se debate si el fracaso es reversible o encendió una bomba con incierta fecha de explosión.
También los estrategas del PRO buscan nuevas explicaciones de su inoperancia. Argumentan que la «herencia fue más pesada de lo imaginado» y que no dijeron «toda la verdad». Pero ese lugar común -repetido por todos los gobiernos para exportar culpas- tiene poco auditorio. Olvida que los desequilibrios recibidos no presentaron la escala de la hiperinflación de 1989 o del colapso del 2001 y fueron acentuados por las propias medidas que adoptó Cambiemos.
El costo del gradualismo es la justificación más corriente de los fallidos oficiales. Afirma que una lenta marcha de los cambios genera resultados también aletargados. Pero ese diagnóstico no aclara nada. Sólo justifica lo que no funciona, suponiendo que apretando el acelerador se observarían otros efectos. Más sencillo es percibir lo contrario: el desastre actual sería infinitamente superior con una dosis mayor de la misma receta.
Si el rumbo fuera el correcto ya deberían notarse los brotes verdes del magnífico porvenir que augura Macri. En los hechos se observa lo opuesto: el anticipo de la hecatombe futura que prepara su gestión. El gradualismo es tan sólo un pretexto para justificar el endeudamiento. Antes era presentado como el cimiento de las inversiones productivas y ahora se lo acepta como una canilla para solventar gastos corrientes.
El argumento gradualista constata en los hechos la enorme dimensión de la resistencia popular. Cuando el gobierno afirma que un «ajuste abrupto desataría la guerra social», reconoce la frontal oposición que existe a sus atropellos. Ese rechazo explica el perfil acotado de las permanentes agresiones del gobierno.
La impotencia de Macri ha multiplicado también las críticas de la derecha cavernícola. Cuestionan la lentitud del ajuste desde una perspectiva de salvajismo puro. Despotrican contra los funcionarios que «no se atreven a despedir empleados públicos» y proclaman la inexistencia de soluciones «sin un shock doloroso». Obviamente se eximen de padecer la tragedia que promueven para el resto. Entre sus allegados de las clases acomodadas, no figura ninguna víctima potencial del empobrecimiento que publicitan.
Los derechistas tampoco ofrecen algún indicio del prometido renacimiento que sucedería al shock. Suelen omitir que en los 90 se ensayó la «cirugía sin anestesia», que ahora presentan como una gran invención. Tampoco recuerdan que el colapso del 2001 fue un efecto de ese experimento. El trasfondo del problema no radica en el ritmo del modelo. Tanto el gradualismo como su aceleración conducen a un tenebroso resultado.
MITOS DEL LIBERALISMO
El macrismo también reflota viejas creencias liberales para justificar sus contratiempos. Atribuye el declive de la economía al gigantismo del estado y a la consiguiente endeblez del sector privado. Pero olvida que la expansión estatal siempre obedeció a algún fracaso del empresariado.
El estado rescató en incontables oportunidades a los banqueros, industriales o agro-propietarios en quiebra. Intentó compensar el comportamiento estéril de una burguesía que invierte poco, fuga capital y remarca precios. Los problemas de la economía no se originan en el estado, sino en los negocios fallidos de las clases dominantes.
Los líderes de Cambiemos reemplazan este diagnóstico por diatribas contra el populismo. Contraponen la demagogia de esa ideología con la actitud laboriosa de los modernizadores de Argentina. Macri enaltece especialmente a la generación del 80 y despotrica contra los populistas que arruinaron al país.
Pero nunca define el significado de esa demonizada condición. Sólo sugiere que alguna maléfica presencia popular destruyó el paraíso de la oligarquía vacuna. Los liberales no asignan al populismo un significado concreto. Lo identifican con las desventuras generadas por Maduro, Kirchner o cualquier adversario del momento.
Los ideólogos del PRO desconocen especialmente la gran responsabilidad de sus antecesores en las desgracias que denuncian. Suponen que desde 1930 Argentina fue gestionada por enemigos del liberalismo, olvidando a todos los gobernantes que anticiparon la política económica actual. Macri no inventó la apertura comercial, la agresión al sindicalismo o el deslumbramiento por el capital extranjero.
Es un dislate ubicar en el casillero populista a los conservadores, militares, gorilas o menemistas que manejaron el estado. Cambiemos recurre a una gran cuota de amnesia parar recrear sus engañosas ilusiones fundacionales.
Sus voceros proclaman que necesitan tiempo para extirpar la «cultura de la desmesura», que busca soluciones fáciles con caudillos salvadores (Llach, 2014). Pero el intento más reciente de esa redención fue encarado por el propio Macri, cuando supuso que su figura despertaría la confianza requerida para resolver los problemas de la economía.
Los autores más sofisticados plantean las mismas tesis con cierto despecho. Acusan a los argentinos de «vivir por encima de sus posibilidades», entrampando al país en un nostálgico apego a riquezas ya extinguidas (Gerchunoff, 2016). Atribuyen ese espejismo a la «psicología de la clase media» (Levy Yeyati, 2015) e impugnan con gran enojo la «fantasía de consumo» de la década pasada (González Fraga, 2016). Por eso convocan a un gran ajuste del cinturón.
Pero generalizan a toda sociedad comportamientos de los enriquecidos, omitiendo que el despilfarro no es un hábito del pueblo. Es un privilegio de las minorías que derrochan los recursos negados a los trabajadores. Argentina no se convirtió en un desierto. Preserva los mismos activos del pasado, pero sometidos a una mayor depredación o inutilización. Los teóricos del PRO encubren a los responsables de ese estancamiento y culpabilizan a sus víctimas.
Los liberales suelen combinar diagnósticos sombríos con entusiastas augurios de oportunidades para todos. El mito del emprendedor sintetiza esa ensoñación. Supone que con algún ahorro, cualquier individuo puede enriquecerse en la actividad privada. El propio despido es presentado como una ventajosa posibilidad para crear parrillas o cervecerías.
Con esa ilusión enaltecen la conversión de los trabajadores estables en precarizados. Evitan cualquier balance de lo ocurrido en los 90, cuando el desempleo generado por las privatizaciones empujó a millones de argentinos a la informalidad laboral.
Con ese mismo elogio del individualismo se recortan los planes sociales o se promete reducir la marginalidad con mayor esfuerzo escolar de los asistidos. Basta con observar la brutal agresión contra la docencia para notar la hipocresía de esa iniciativa. ¿Cómo esperan capacitar a los desocupados si al mismo tiempo destruyen la educación pública?
Pero incluso mejorando sus calificaciones educativas el grueso de los parados seguirá sin trabajo. La carencia de empleo proviene del estancamiento de la economía y no de la ausencia de graduados en los colegios primarios o secundarios.
La ceguera liberal no sólo impide registrar esa evidencia. También induce a suponer que los ciudadanos aceptan los sacrificios del modelo actual. Los macristas afirman que esa comprensión se refleja en la expectativa de mejoras futuras registrada por algunas encuestas. Pero esa actitud en todo caso obedece al miedo a un estallido y no a la esperanza en un imperceptible bienestar. El temor a la repetición del 2001 es un trauma aún presente en gran parte de la sociedad.
Los críticos ultra-derechistas aprovechan esa combinación de malestar y temor para desplegar su demagogia. Los medios hegemónicos auspician su prédica y dan cabida a los personajes que proclaman la insuficiencia del ajuste. Milei, Gaicomino, Espert, Broda, Artana siempre encuentran algún micrófono para explicar la conveniencia de un virulento corte del gasto publico.
Todos ubican la poda en los salarios y no en los intereses de la deuda. Adoptan poses de gran irritación para canalizar la inconformidad general hacia un proyecto más regresivo. Posteriormente suelen amoldarse a lo que necesita el establishment. Alsogaray gestionó con Menem, López Murphy con la Alianza y Melconian con Macri.
BANQUEROS OFF SHORE AL COMANDO
Cambiemos ha reciclado la vieja creencia liberal que atribuye la crisis argentina a la corrupción. Repite que el país no atrajo capitales por el rechazo que suscitan los grandes negociados con el erario público. Pero olvidan que ese flagelo es frecuentemente observado como una ventaja por los capitalistas. Como permite hacer ganancias rápidas, en muchas economías hay alto crecimiento con baja transparencia en la administración pública. El motor del sistema es la rentabilidad y no la honestidad.
La falsa equiparación de la pulcritud institucional con la prosperidad es un mito de la derecha para manipular la opinión pública. El tradicional pretexto de los golpes militares es últimamente utilizado para señalar, que el dinero faltante en los hospitales y colegios fue acaparado por el funcionariado kirchnerista.
Pero esa creencia choca con la escala actual de hurtos al fisco. La cleptocracia que maneja el gobierno privilegia descaradamente sus negocios particulares.
La venta de empresas capitalizadas con información confidencial es un mecanismo en boga de esas estafas. Varias firmas vinculadas a la familia presidencial favorecidas por medidas oficiales se vendieron a precios elevados (peajes, parques eólicos, transporte aéreo). Con un recurso parecido el íntimo de Macri (Nicolás Caputo) se desprendió de su constructora y su primo (Calcaterra) negocia un trato semejante.
Todos los miembros del gabinete apuntalan sus empresas desde ambos lados del mostrador. Aranguren premia a Shell, Quintana a Farmacity y Braun a los supermercados. Mientras proclaman la ausencia de conflicto de intereses, transfieren fortunas a sus propias compañías. Sólo la manipulación de los jueces y el blindaje de los medios taponan la difusión de esos escándalos.
Es evidente que Macri encabeza un gobierno de los capitalistas. Delegó la gestión del país en sus propios dueños, conformando un gabinete de CEOs que trasladó su modelo de gerenciamiento a todos los estamentos de la función pública.
Un gran segmento del electorado avaló ese desembarco, imaginando que estimularía la inversión de la burguesía. Cambiemos alentó esa creencia presentado a sus ministros como patriotas, que renunciaban a grandes ingresos en la actividad privada para servir a la nación.
Dos años han sido suficientes para desmentir esas fantasías. Cada ministro maneja su radio de influencia como un plan de negocios. Pero ese desfalco no ha sido tan inesperado como la inoperancia de los CEOs. Exhiben un grado de ineficiencia muy superior a sus pares de la política. El descontrol de gastos y la ausencia de un comando nítido en el área económica potencia ese desorden.
El desmadre actual también obedece al predominio de los financistas. La crema de los banqueros impone el alocado endeudamiento que afrontarán las próximas generaciones. No actúan como simples comisionistas. Manejan sus fortunas con empresas off shore para evadir impuestos, encubrir fraudes o lavar dinero.
Todos los popes del PRO (Macri, Caputo, Aranguren, Grindetti, Avruj, Clusellas) ocultan su dinero en paraísos fiscales, que cobraron notoriedad por filtraciones externas. Los acusados alegan ausencia de delito en una actividad contrapuesta con cualquier principio de honestidad. En los hechos reproducen la conducta de los principales capitalistas (Mindlin, Elsztain, Galperín), que realizan sus grandes operaciones a través de las cuevas off shore.
Por su parte los ministros localizan su patrimonio personal en el exterior, mientras convocan a fortalecer el ahorro nacional. En el colmo de la hipocresía la recaudación ha sido delegada a un experto en evasión. El nuevo jefe de la AFIP (Cuccioli) se especializa en proteger millonarios que eluden las obligaciones fiscales. Argentina ya ocupa el quinto lugar en el ranking mundial de evasión y con Macri seguirá ubicada en ese podio.
LA COMPARACIÓN CON LOS 90
La enorme gravitación de los banqueros ensombrece el favoritismo inicial que tuvo el lobby agro-minero. La soja, el litio y el petróleo son los principales negocios en agenda, pero ningún subsidio compensa el torrente de dinero que capturan los financistas. Además, persisten viejos conflictos con proveedores internacionales de semillas (Monsanto) y los gobiernos ensalzados por Macri cierran sus mercados en Europa y Estados Unidos. La continuada apreciación del tipo de cambio y los efectos de la sequía anticipan nuevas tensiones.
Pero los choques de mayor porte involucran a la industria. Aunque la cúpula de la UIA sostiene al gobierno -apostando a una drástica demolición de los derechos laborales- el grueso del sector sufre la apertura importadora. El descomunal déficit comercial ilustra la magnitud de esa invasión. En lugar de abastecer a las góndolas del mundo, Argentina absorbe todo tipo de excedentes del resto del planeta.
El conflicto con la industria asume contornos dramáticos con el cierre de empresas. Una hemorragia de suspensiones, quiebras y despidos afecta a todas las zonas fabriles. El proyecto de convertir las plantas de Tierra del Fuego en espacios vacios para el turismo ilustra esa devastación.
Este escenario presenta muchas semejanzas con el menemismo. Macri retoma la misma adaptación de la economía argentina a los requerimientos de la mundialización neoliberal. Las analogías se extienden incluso al personal que implementa ese amoldamiento. Los mismos derechistas vuelven a ocupar estamentos claves del estado. Como la difusión de esos parecidos suscita incomodidades Durán Barba censura cualquier comparación. Pero es evidente que con una nueva retórica el macrismo repite los 90.
Esa política demuele el tejido social y expande la miseria. La difundida imagen de un proyecto para un tercio de la población (sin lugar para el resto) retrata el modelo actual. La destrucción del empleo estable reproduce el desamparo que legó Menem.
Pero existen varias diferencias con ese precedente. Cambiemos enfrenta una resistencia popular muy superior a la imperante en los años del riojano. No pudo doblegar los paros, marchas y piquetes que erosionan su proyecto y pagó un alto costo por cada agresión.
En diciembre perpetró el saqueo a los jubilados en el Congreso, pero perdió la batalla en las calles. Como la actual relación de fuerzas le impide avanzar, apuesta a la reelección para imponer el ajuste. Pero necesitará alinear muchos planetas para materializar ese operativo.
Macri compra las mismas fantasías de Menem. Supone que el mundo lo apoya y se toma en serio los patéticos piropos que recibe de Occidente. No registra cuánto ha cambiado el escenario internacional en las últimas décadas. La euforia con las privatizaciones de América Latina ya es historia y los mercados de las grandes potencias están cerrados para las exportaciones argentinas. Los poderosos del mundo tantean sus negocios en el país sin ofrecer nada a cambio.
Luego de prodigarle a Macri un trato despectivo, Trump incumplió su promesa de reabrir las compras estadounidenses de limones. Bloqueó además las ventas de biodiesel que ahora extendería al acero. En Europa predomina la misma conducta. Ningún gobierno acepta adquirir carne o biodiesel a cambio de un acuerdo con el MERCOSUR, que anularía prerrogativas del estado en el manejo de las licitaciones públicas.
Las decepciones con Occidente obligaron al timonel del PRO a olvidar sus críticas a Rusia y China. Improvisó visitas de emergencia a esos países para mendigar ventas, créditos e inversiones. El «retorno de Argentina al mundo» entraña un inagotable cúmulo de sinsabores.
También en el plano interno la comparación con los 90 desfavorece a Cambiemos. Como Macri asumió sin la pesadilla de una hiperinflación previa, no ha podido lucrar con el espejismo que generó la convertibilidad. En lugar de la abrupta estabilización de precios que apuntaló a Cavallo, carga con el continuado agravamiento de la carestía. La inflación estructural que padeció el kirchnerismo -por restricción de la oferta ante una demanda recompuesta- ha sido sustituida por las típicas remarcaciones que suceden a la devaluación y los tarifazos.
Al igual que en los 90 la apreciación del tipo de cambio destruye la producción nacional y debilita las exportaciones. El impactante bache generado por el despilfarro de dólares en el turismo repite la experiencia de Martínez de Hoz y Cavallo.
Pero la semejanza más dramática con el pasado se localiza en el endeudamiento. El gobierno cuenta con reservas y margen para seguir tomando préstamos, pero alimenta una peligrosa caldera. Cualquier desconfianza de los acreedores o una imprevista adversidad internacional pueden desatar el descalabro. Macri ha colocado nuevamente al país en esa trampa.
EL TRASFONDO DEL DECLIVE
Los neoliberales encubren con ensoñaciones los problemas de la economía. La última moda es presentar a Colombia y Perú como los modelos a seguir (Espert, 2017). Curiosamente esa comparación sudamericana soslaya a Bolivia, que tuvo el ritmo de crecimiento más intenso de la última década.
Tradicionalmente los derechistas emulaban a Estados Unidos o más recientemente a España e Italia. Que ahora postulen la imitación de economías subdesarrolladas es una confesión de lo que imaginan para el futuro. Intentan transmitir una visión edulcorada de los modelos extractivistas, ocultando cómo masifican la exclusión social.
Pero no explican además, por qué razón Argentina atrae inmigrantes de esas naciones (y no al revés). En sus relatos también omiten que Colombia o Perú carecen de la estructura industrial, que el neoliberalismo pretende demoler en nuestro país.
Otros exponentes del libreto marcrista convocan a seguir el sendero de Australia (Levy Yeyati, 2016), como si Argentina tuviera posibilidades de elección. Desconocen que la lejana nación de Oceanía tiene una densidad demográfica inferior y un porcentaje superior de recursos naturales por habitante. Ha sido ajena a la complementariedad y rivalidad agrícola con Estados Unidos y su proximidad con el Sudeste Asiático le permitió reconvertir sus exportaciones primarias. Mantiene, además, una estructura social más igualitaria y nunca afrontó las tensiones de cualquier país latinoamericano.
En su afán comparativo los propagandistas del PRO eluden evaluar las semejanzas con Brasil. Allí se verifica la misma regresión industrial y primarización exportadora que padece Argentina. También se observan volatilidades del capital y serruchos del PBI muy parecidos.
Pero el retroceso fabril de nuestro país es mucho mayor. Basta observar la balanza comercial entre las dos naciones para registrar ese declive. Argentina se industrializó antes con un mercado interno más solvente y conquistas sociales de envergadura superior. Por eso afronta una inadaptación mayor a las exigencias de rentabilidad de la globalización capitalista. Los principios de competitividad y productividad -que tanto endiosan los neoliberales- son las desgracias que impone ese sistema a la mayoría popular.
Argentina ha perdido el privilegiado lugar que tenían en el pasado sus exportaciones de carne y trigo. La soja no cumple la misma función multiplicadora de otras actividades productivas. La quiebra de la agricultura integral y la irrupción del extractivismo minero acentúan la eliminación de puestos de trabajo
La mundialización neoliberal es una pesadilla para la reestructuración capitalista del país. Por eso se ha estabilizado un retroceso permanente que condena a un tercio de la población a la informalidad laboral. El asistencialismo estructural que han incorporado las cuentas públicas ilustra esa dura realidad. Es una erogación surgida de la lucha popular, que se ha tornado indispensable para la reproducción social. Mientras Macri divaga con el espejo de Europa, los datos sociales asemejan al país al resto de América Latina
LA CRÍTICA NEODESARROLLISTA
Muchos objetores del curso actual eluden evaluar las dificultades que afronta una reconversión expansiva de Argentina. Observan al capitalismo como un dato inamovible y reducen todas las desventuras de la economía a los desaciertos del modelo vigente. Contraponen el proyecto del macrismo a una política neo-desarrollista, que permitiría apuntalar un sendero de crecimiento e inclusión.
Ese contraste es difundido por los defensores del kirchnerismo. Subrayan especialmente las diferencias entre ambos modelos en la evolución de los salarios, el endeudamiento, las importaciones y las tarifas (Scaletta, 2017).
Pero ese abordaje olvida el sustrato capitalista común de los dos esquemas y su consiguiente adaptación a momentos diferentes de la acumulación. El neo-desarrollismo irrumpió para enmendar el descalabro legado por el 2001. Intentó revitalizar la industria con auxilios estatales, bajas tasas de interés y tipos de cambio competitivos, sin remover el esquema agro-exportador .
Por esa limitación volvió a depender de la coyuntura internacional y sólo pudo mantener la bonanza durante los altos precios de las exportaciones. En ese periodo recompuso la producción y sostuvo el crecimiento con la afluencia de dólares. Pero al mantener intactos los cimientos del subdesarrollo, quedó paralizado frente al cambio adverso del contexto internacional. En ese momento reaparecieron los cuellos de botella, el incentivo al consumo dejó de funcionar y el déficit fiscal resurgió con alta inflación.
Este balance es habitualmente omitido por los partidarios del kirchnerismo. En su mayoría soslayan cualquier caracterización de lo sucedido en el terreno económico. Estiman que el macrismo se impuso por errores en el plano político o cultural y sólo extienden esos desaciertos a la relación con la clase media o al manejo de la estrategia comunicacional.
Con esa mirada idealizan la gestión K y limitan el cuestionamiento del macrismo a sus atropellos más groseros. Evitan definir, además, su propuesta a futuro, en plena gestación de alternativas más conservadoras del peronismo. Esta actitud sintoniza con las preocupaciones estratégicas de la clase dominante, que busca asegurar la continuidad del curso actual en la variante del PRO o en una opción justicialista sustituta.
Para concebir otro camino hay que partir de otro diagnóstico, registrando cómo enlaza el declive argentino con la crisis del capitalismo dependiente. Esa caracterización induce a buscar alternativas comprometidas con la erradicación de un sistema, que empobrece a las mayorías populares.
REFERENCIAS
-CIFRA (2018) Informe de coyuntura, nº 26 Febrero. Mariano Barrera, Ana Laura Fernández, Mariana González y Pablo Manzanelli.
-Llach, Juan J; Lagos, Martín (2014). En el país de las desmesuras, La Nación, 26-9.
– Gerchunoff, Pablo (2016). La Argentina está en una trampa y no está condenada al éxito,
Clarín, 2-10.
–Levy Yeyati, Eduardo (2015), Una explicación psicológica a la decadencia económica argentina, Infobae, 12-7.
– González Fraga, Javier (2016). «Le hicieron creer al empleado medio que podía comprarse plasmas y viajar al exterior», La Nación , 27-5.
-Levy Yeyati, Eduardo (2016) La trampa del desarrollo argentino, La Nación , 17-9
-Espert, José Luis (2017). Ar gentina debe imitar a Perú y Colombia,
https://www.youtube.com/watch?v=DcaGZfizRz0 , 13-3. -Scaletta, Claudio (2017) El shock macrista, Página 12 , 24-9.
Claudio Katz. Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
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