Foto: Un cliente aguarda ante la Farmacia de la Estrella, 8 de abril de 2020, Buenos Aires (foto: Marcelo Endelli / Getti)
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
La respuesta argentina ante el Covid-19 ha hecho palidecer en muchos aspectos a la de Estados Unidos. No es solo que este país tenga mucho que aprender del sistema público de salud argentino, también su historia de resistencia popular será crucial para combatir las respuestas desiguales y antidemocráticas ante la pandemia.
En Estados Unidos, la cobertura informativa de los brotes de coronavirus del resto de las Américas se ha caracterizado por cierta envidia ante las medidas adoptadas por Canadá y de horror por la respuesta de Brasil, cuyo presidente es quizás el único dirigente mundial que está manejando la crisis peor que Trump. Sin embargo, Argentina está captando relativamente poca atención, aunque su respuesta rápida, unificada y rigurosa contrasta ampliamente con la de Estados Unidos.
Argentina ha adoptado medidas estrictas, hasta cierto punto justificadas, pero que también traen reminiscencias de la represión y la dictadura: policía patrullando los espacios públicos, deteniendo a quienes infringen la cuarentena y colocándolos en peligro mortal. Pero su historia de organización y resistencia popular frente a una crisis es un ejemplo del que aprender. La exigencia de que la economía funcione para todos, de que el gobierno reconozca sus crímenes y negligencias y de que se respeten los derechos humanos incluso en tiempo de crisis son lecciones que Estados Unidos debe tomar muy en serio y aplicar en consecuencia.
La respuesta de Argentina
La historia reciente de Argentina ha sido turbulenta. Desde la década de los 50 el país ha tenido diversos gobiernos militares. El último de ellos gobernó el país desde 1976 a 1983 y fue responsable de 30.000 muertos, torturados y asesinados en cárceles secretas. Cuando regresó la democracia en los 80 lo hizo acompañada de un shock económico neoliberal tras otro, dejando al país con una historia de inflación repentina y considerable, crisis de deuda y decenas de restricciones impuestas por el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Antes de la pandemia, la noticia más importante en el país fue el regreso al poder en diciembre de 2019 del peronismo de centro-izquierda, con la presidencia de Alberto Fernández. Fernández dedicó sus primeros meses en el cargo a poner en marcha el control monetario, negociando con el FMI, sentándose con el sindicato mayoritario del país y contactando con antiguos aliados regionales. Ahora, claro está, tiene que manejar una nueva crisis, y sus respuestas han recibido críticas desde la derecha y desde la izquierda.
El coronavirus apareció oficialmente en Argentina relativamente tarde, pues el primer caso fue identificado el 3 de marzo. El paciente era un ciudadano argentino recien regresado a Buenos Aires tras visitar Milán, en Italia. Acudió a una clínica privada el 1 de marzo con síntomas del virus y fue rápidamente aislado de otros pacientes. El Ministerio de Sanidad argentino se tomo el caso en serio e intentó contener la propagación de la infección. Al mismo tiempo, dicho ministerio y la presidencia empezaron a preparar el sistema nacional de salud para una emergencia mayor.
Desgraciadamente, dos semanas más tarde aparecieron nuevos casos en el país. En respuesta, Argentina decidió el cierre de toda actividad no esencial. Para entonces ya se habían confirmado más de 150 casos y se habían producido 3 muertes. Como comparación, Italia tuvo un número de casos similar el 23 de febrero y acababa de ordenar el cierre de sus provincias del norte y la prohibición de eventos de masas.
El jueves 19 de marzo, el presidente Fernández anunció disposiciones que entrarían en vigor al día siguiente. La aplicación del decreto ley que regulaba las medidas, titulado “Aislamiento social preventivo y obligatorio”, corresponde al ejército, la policía nacional y las policías provincial y metropolitana, como sucede en Estados Unidos y en otros lugares. Pero, a diferencia de Estados Unidos, la policía argentina empezó inmediatamente a sancionar con severidad a los infractores de la ley.
El primer arresto relacionado con las nuevas disposiciones tuvo lugar la madrugada del día 20 en Córdoba, cuando un grupo de policías municipales interpeló a un joven que estaba en el exterior. Su respuesta: “No tengo que dar explicaciones a nadie” está sujeta a una sanción de seis meses a dos años de prisión. Fue apenas una de las 65 personas sancionadas solo en Córdoba por quebrantar la cuarentena el primer día.
Comparemos esta respuesta con la de Estados Unidos, cuyo primer caso de coronavirus fue identificado en enero pero que no dispuso ningún tipo de confinamiento hasta mitad de marzo. Incluso ahora mismo hay estados que no han decretado el confinamiento, mientras en Argentina su cumplimiento es de alcance nacional, tanto para Buenos Aires como para la escasamente poblada Patagonia.
La ley aprobada en Argentina solo permite acudir a los supermercados y farmacias más próximos, así como el acceso a otro número reducido de artículos básicos, mientras que en Estados Unidos se considera que incluso las armerías, las tiendas de videojuegos y las grandes iglesias que congregan a cientos de personas son esenciales. Argentina cerró sus fronteras antes del confinamiento, mientras en Estados Unidos continúan abiertas para algunos negocios y viajes. El presidente Fernández buscó inmediatamente ayuda extranjera durante la crisis. Trump ha necesitado meses para aceptar la idea de que otros países, en concreto China, pudieran estar capacitados para suministrar a EE.UU. los suministros y especialistas necesarios.
Al no poseer la capacidad para realizar los test universales que han puesto en marcha países como Corea del Sur, la distancia social es la única opción para oponerse a la propagación de la enfermedad, tanto en Argentina como en Estados Unidos. El presidente Fernández ha afirmado que debe cumplirse de forma “inflexible”. La historia reciente de gobiernos militares en Argentina da un tono distinto a este término del que tendría en París o en Milán.
Los argentinos de mediana edad pueden recordar cuando el hecho de ser confrontado por un grupo de policías en plena calle podía significar ser secuestrado, meses de torturas en lugares secretos y, posiblemente, la muerte. Dadas las terribles condiciones de las prisiones argentinas, el encarcelamiento por infringir la cuarentena supone probables infecciones y la posibilidad de más violencia por parte de los guardianes o de otros presos. A escasos días del anuncio del confinamiento se produjeron motines carcelarios con víctimas mortales.
La respuesta de Argentina ante la epidemia del Covid-19 ha sido rauda y estricta, lo que no ha impedido su propagación. El virus ya ha provocado 36 víctimas mortales un mes después del primer caso confirmado, y la primera muerte se produjo apenas unos días después de aquel primer caso. Esto sitúa a Argentina en una posición muy similar a la de Estados Unidos, con medidas de distanciamiento social que probablemente se prolongarán durante meses más que durante semanas y un importante colapso económico en el horizonte. De momento tendrá que confiar en las medidas adoptadas y en su sistema sanitario público-privado mientras aguarda el descubrimiento de una vacuna o de otro tratamiento eficaz.
Pero los argentinos están más acostumbrados que los estadounidenses a sacudidas repentinas en la economía y la sociedad, que tardan años o décadas en resolverse. Frente a las crisis, están organizados.
Resolviendo la crisis a nuestra manera
Hay toda una historia de resistencia frente a la dictadura, cuyo ejemplo más notable es el de las Madres de la Plaza de Mayo, un colectivo de mujeres cuyos hijos o nietos habían sido desaparecidos por la dictadura. Hoy en día son símbolos de resiliencia y resistencia. Argentina fue el centro de la reciente ola de marchas feministas en Latinoamérica, reclamando el derecho al aborto y el fin de la violencia machista, así como justicia para la comunidad LGTBQ. Pero quizás el ejemplo más esperanzador al que recurrir en esta crisis y los problemas económicos que acarreará es el legado de la horizontalidad.
El término horizontalidad nació para describir la organización popular democrática que se extendió por Argentina durante la crisis económica de 2001, la cual provocó cifras de desempleo similares a las que se supone creará en Estados Unidos el distanciamiento social. Como respuesta, Argentina se organizó en sindicatos de desempleados y se manifestó a favor de destinar dinero a ayudas públicas en lugar de hacerlo al pago de la deuda internacional. Estas organizaciones trabajaban junto con redes de resistencia como las Madres y a los partidos de izquierda existentes. Los trabajadores reclamaron las fábricas abandonadas para seguir con la producción como cooperativas. Las asambleas de vecinos contribuyeron a cubrir las necesidades de la gente a nivel local, ocupando edificios abandonados y adaptándolos como centros comunitarios y espacios de encuentro.
La horizontalidad distaba mucho de ser perfecta. Al igual que el movimiento Occupy en Estados Unidos, se centraba en la ayuda mutua y la camaradería, y evitaba en lo posible el enfrentamiento con el Estado. La democracia directa puede ser anárquica o acabar controlada por un grupo de privilegiados y es imposible que sea eficaz en tiempos de distanciamiento social. Y su rechazo del Estado es exactamente lo contrario de lo que se necesita en tiempos de una crisis como esta, en la que el Estado es el único ente capaz de coordinar una respuesta coherente a la pandemia. De todas formas, es preciso que exista solidaridad de base y organización política en Estados Unidos durante y después de la pandemia.
Las enseñanzas de Argentina en los 70, en 2001 y en 2008 –que los gobiernos utilizarán la violencia del Estado para controlar a los ciudadanos, que la economía no funciona para la mayoría y que la organización popular tiene un papel clave para responder ante estos peligros– son lecciones que los ciudadanos de los países de todo el mundo deberían tener en cuenta los próximos meses y años.
La austeridad y la indiferencia del gobierno obligan a la gente a confiar en las culturas de apoyo colectivo y ayuda mutua para sobrevivir en tiempos difíciles. Pero no se las puede idealizar y convertir en la meta final. Rellenar las lagunas dejadas por la incapacidad del gobierno de abastecer las necesidades básicas mantendrá a la gente con vida, pero no transformará la economía, si no existe a la vez una educación y una organización política capaz de exigir que el enorme poder amasado por el gobierno y las corporaciones privadas se ponga al servicio del público.
La reciente historia de la organización popular en Argentina tiene mucho que enseñar al pueblo de Estados Unidos y de otros lugares. La organización comunitaria y la solidaridad no solo ayudan a las personas a sobrevivir ante la represión y la recesión; también les proporcionan esperanza y un objetivo cuando más lo necesitan. Pero una de las lecciones más importantes de las recientes décadas de la historia de Argentina es que esa clase de resistencia no es suficiente. Diversas figuras políticas del establishment pueden apropiarse de los sindicatos y las organizaciones de desempleados y, por otro lado, las protestas y la organización popular pueden tener que enfrentarse a una represión policial violenta e incluso letal.
En Estados Unidos, las organizaciones tendrán que anticipar estos contratiempos y prepararse para una lucha que se prolongará mucho más allá que la propia pandemia. Tendrán que reunir fuerzas no solo para luchar contra los problemas actuales sino también para los que surjan mañana, ir más allá de lo local y lo particular, estar preparados para cuando llegue la represión y seguir adelante a pesar de contratiempos o derrotas.
Una crisis global no puede resolverse localmente. Para vencer la pandemia y la recesión harán falta el poder del Estado y la cooperación internacional. Eso significa seguir el ejemplo argentino y que los trabajadores, los desempleados y las víctimas de la violencia estatal se organicen no solo por su propio bien, sino para presionar al gobierno y cobrar fuerza para el futuro. Eso significa exigir una sanidad pública capaz de coordinar los recursos y sostener a las personas cuando estas pierden su empleo, así como trabajar con los países vecinos en lugar de amenazarles con interrumpir sus suministros vitales. Significa seguir el ejemplo de los argentinos del siglo XXI y de los estadounidenses del siglo XX y crear sindicatos de parados para exigir programas de empleo y prestaciones sociales, que el gobierno rescate a sus ciudadanos y no a las grandes empresas.
Ningún gobierno de EE.UU., sea republicano o demócrata, verá con buenos ojos estas campañas, porque desafían pilares fundamentales de la economía y del orden internacional. Pero, precisamente por eso, estas campañas son la única manera de superar la recesión que nos viene encima, que tiene todo el aspecto de empequeñecer a la de Argentina de 2001 o a la de Estados Unidos de 2008, y ponerse a la altura de la propia Gran Depresión.
En Estados Unidos esas lecciones son historia, pero en Argentina forman parte de la memoria viva de millones de personas. Los argentinos saben que no pueden limitarse a esperar lo que les depara el futuro. Es preciso que cuando llegue encuentre un poder popular sólido. Solo entonces habrá esperanzas de superar la crisis, no solo de sobrevivir sino de estar preparados para construir un mundo mejor.
Craig Johnson es doctorando en historia por la Universidad de Berkeley, California
Fuente: https://www.jacobinmag.com/2020/04/argentina-covid-19-coronavirus-pandemic-response
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