La actual lucha democrática en México requiere de una pausa reflexiva que permita encauzar de mejor manera el descontento popular por los resultados de la pasada jornada electoral del 1° de Julio. Para poder valorar los pasos a seguir en el movimiento en estos momentos, para entender en que etapa nos encontramos, si en la […]
La actual lucha democrática en México requiere de una pausa reflexiva que permita encauzar de mejor manera el descontento popular por los resultados de la pasada jornada electoral del 1° de Julio. Para poder valorar los pasos a seguir en el movimiento en estos momentos, para entender en que etapa nos encontramos, si en la total derrota o en crucial momento para dar un golpe decisivo contra la imposición de Enrique Peña Nieto (EPN), ya sea también algo distinto y/o intermedio a estas dos visiones, es necesario hacer un recuento de los hechos y así desmenuzar la situación política actual.
Para ello habrá que ir mas allá de las movilizaciones actuales, indagar en el ánimo de la gente que no está integrada a ellas, para ver si el coraje, la desesperación por ver el regreso de los artífices de la pobreza y el rezago social en nuestro país se manifiesta en una oleada de efervescencia popular o sólo se queda en fuertes manifestaciones, en amplias movilizaciones sin perspectiva alguna. Esto porque sólo se hallan movilizados sectores que asumen conscientemente la necesidad de luchar contra la imposición de EPN y lo que viene con ello, mas no representan la mayoría de los agraviados o siquiera la mayoría de quienes trataron en el proceso electoral de rechazar el regreso del PRI mediante el voto.
Es evidente que si nos abstraemos de los que están saliendo a las calles, si vemos al resto de la población, esta se encuentra aún adormecida, sacudida por el duro golpe que el poder económico, que los grandes dueños del dinero del país, le propinaron al imponer a su títere EPN. Hay que reconocer que la población se encuentra en un desanimo generalizado, se reagrupa en sus labores, en la cotidianidad, y aunque está molesta por lo sucedido no asiste a la convocatoria general ni se auto-organiza en sus espacios habituales. Hay que distinguir entonces entre un momento de fuertes movilizaciones, reagrupaciones y fortalecimiento de organizaciones populares y de izquierda, por un lado, y una efervescencia popular, ánimo de respuesta y posibilidad de revuelta o levantamiento general por el otro. Esto último no existe.
¿Por qué ese desanimo popular? ¿Por qué fallan las cuentas si veíamos las movilizaciones previas a la jornada electoral y el bullicio popular que rondaba por las plazas, los andadores populares, en los corillos, en las pláticas de vecinos, en las mismas encuestas no tendenciosas, una fuerza inmensa? ¿Dónde está el resto de los que simpatizaban por no dejar regresar al PRI y por qué se fueron? ¿Por qué no todos han salido a luchar? Hay una sola razón.
Hay que recordar que el movimiento #YoSoy132 aunque vino a darle un fuerte impulso al desenmascarar el intento de imposición y salió a las calles a demostrarlo, a pesar de ello, condujo todo por el terreno de los poderosos, por el terreno en que estos imponen su voluntad, por el terreno de esa legalidad hecha por ellos: el sistema electoral. Fue en su cancha, donde ellos dominan, en un espacio donde todo lo tenían previamente preparado. En ese escenario fue canalizado todo el coraje de la población, en el terreno donde siempre ganan ellos, los dueños del dinero y sus esbirros políticos. Por ello la decepción, las esperanzas de que el PRI no regresara estaban en las limitantes del voto, el pueblo acudió a las urnas convencido de derrotar a EPN y a los monopolios que lo sostienen. Lo natural es que al resultar la victoria de EPN, aunque sucia y fraudulenta, al no haber sido trabajado otro escenario, un plan «B», el desencanto es general con sabor a derrota y ahora representa un factor negativo para el llamado a la lucha, sin olvidar que varias voces proponían la continuación de la lucha independientemente del resultado electoral, aunque fueron limitadas e insuficientes. Enfrentamos este escenario y se debe trabajar ante esta valoración.
Esto se agudiza cuando el representante de la izquierdas (legales y electorales), Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ha dilatado la decisión en responder a la imposición, que él sustenta legalmente como fraude, haciendo del desconcierto de la población inconforme una generalidad. Su contestación lenta, pausada, ambigua, al parecer se une o configura parte de la misma estrategia de garantizarle al régimen la no movilización. Así, la postura de «vamos a impugnar, estén atentos a nuestra respuesta», «recogeremos toda la información, vamos a analizarla jurídicamente», «daremos a conocer nuestro plan», etc.; suenan más a dilaciones y distenciones que enfrían el escenario del 2 de julio, desmotivando y restándole fuerza a la protesta social cada vez más. Hoy el llamado a las asambleas informativas lo deja todo claro, la lucha contra la imposición debía, para él, no ser acompañada de gente en las calles, a lo que se comprometió con el régimen.
Es seguro que si AMLO hubiera llamado a la movilización claramente o a la no movilización, también de manera clara el día después de la elección, habría en ambos casos mucho más gente en las calles en estos momentos, en el primer caso por el llamado natural de su liderazgo y en el segundo porque hubiera sido rebasado y desconocido por la lucha anti peña y muchos de sus mismos seguidores.
Pero a pesar de todo, la gente sigue saliendo a las calles, a pesar de haber terminado el proceso electoral, a pesar del mismo AMLO, otrora posible capitalizador del descontento anti peña. El factor positivo es la continua movilización, el brote de ella por todas partes, como hongos, y por supuesto, la cualificación de esa movilización al colocar el terreno electoral y el legal como una alternativa más, es decir, sólo un espacio más de lucha. Esto independientemente que el pacifismo se ha apoderado del lenguaje discursivo, un pacifismo normal, de fase evolutiva, temeroso a la represión por razones evidentes y por no tener en claro por donde avanza la lucha ni visualizar un respaldo organizativo.
Lo real y existente es ahora un cambio de escenario, el de la lucha legal electoral al de las calles primordialmente, el de detener la imposición, que no se consume, donde a diferencia de 2006 no tiene dueño ni quien le diga «quédense» o «váyanse», no reconoce vanguardismos fuera del escenario de movilización y cuestiona duro con los hechos a lo que no se mueva en la lógica de la movilización. Pero tampoco repara en el cuestionamiento a AMLO en su disposición a impulsar o no la movilización, sigue su curso, acompáñele quien le acompañe, su objetivo es EPN, aun así se resten aliados en el camino.
Ahora el surgimiento de procesos con experiencia organizativa (como la Convención Nacional contra la Imposición que hasta hace unos días solo asistía a un ladito las movilizaciones) ha permitido cohesionar las fuerzas en un solo cauce y hacer de las movilizaciones del día 22 (internacional incluso) y del cerco-toma de Televisa, acciones organizadas, unitarias y por fin, desprovistas de deslindes de ningún actor. Acciones que orillaron a una inminente discusión general de todo el movimiento, que elevó el nivel político y que lo puso, con sus distintas expresiones sociales e instancias organizativas, en una sola ruta.
Podemos concluir que lo que sigue es hacer un esfuerzo inmenso en la discusión del movimiento por resolver las preguntas ¿dónde nos encontramos? ¿A quién realmente debemos enfrentar? ¿Cuáles son nuestras posibilidades reales para el presente periodo? ¿Qué es lo que debemos construir en el movimiento callejero para el futuro próximo?
Son respuestas largas pero que exigen inmediata atención. Sintéticamente se puede resumir en esto para el movimiento: Estamos en período de crecimiento y acumulación de fuerzas; requerimos para ello la mas fuerte articulación y unidad entre todas las fuerzas, para crear un referente ordinario que permanentemente agrupe la rebeldía existente; también debemos elevar la conciencia general y colectiva de cual debe ser el programa del movimiento, sus objetivos para empujar por un cambio real de nuestra sociedad y el tipo de sociedad que requerimos; y, por supuesto, una estrategia discursiva y de acción que permita involucrar a los sectores populares desmovilizados y al grueso de la población.
Más que discutir qué acciones se deben realizar en estos momentos, estas son las tareas a resolver: diagnosticar dónde nos encontramos y hacia dónde vamos. Sólo si resolvemos un programa general de lucha sabremos los tiempos, el tipo de organización y plan de acción que nos deban regir.
Alberto Pacheco (ex CGH y miembro del Grupo Comunista Octubre)
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