Bolivia hoy cruje entre la ofensiva de la lucha obrera, campesina y de los pueblos originarios y las amenazas del separatismo santacruceño y la división de la clase dominante, señalando el fracaso del recambio «democrático» de Mesa luego del Octubre boliviano. El pacto político que sostenía a Mesa -donde el MAS de Morales jugaba un […]
Bolivia hoy cruje entre la ofensiva de la lucha obrera, campesina y de los pueblos originarios y las amenazas del separatismo santacruceño y la división de la clase dominante, señalando el fracaso del recambio «democrático» de Mesa luego del Octubre boliviano. El pacto político que sostenía a Mesa -donde el MAS de Morales jugaba un papel central- parece hacerse añicos y el poder político está sostenido en el aire. Mesa fue el interludio entre dos crisis. En la fase actual se agudizan todas las contradicciones irresueltas, radicalizando las posibles salidas y opciones de los sectores en lucha. La victoria de los obreros, campesinos e indígenas es de vital importancia para la clase obrera y el pueblo de nuestra América. Es la expresión radicalizada de las masas contra la expoliación y la opresión imperialista.
¿Qué relación existe con la Argentina actual? En primer lugar la terrible semejanza en un aspecto: el sometimiento nacional y el saqueo de nuestras riquezas que no sólo continúa sino que se ha visto agravado por el acuerdo con los acreedores externos donde se ha hipotecado a las generaciones futuras. Argentina ha entregado todos sus recursos estratégicos y ha perdido el control soberano de sus recursos naturales. El gobierno de Kirchner -al igual que el de Mesa-, aunque con retórica nacionalista, es garante de esta situación. Por eso envía un representante «transversal» y populista -Isaak Rudnik de Patria Libre- para sondear a los movimientos sociales y darle una mano al mandatario boliviano. Kirchner actúa así en defensa del interés de la Repsol y del Departamento de Estado norteamericano.
Los gobiernos «transicionales» tanto de Bolivia -sin éxito- como de Argentina -con mayor suerte- intentaron «renovar» al viejo régimen y llevar adelante una reforma que choca con el propio instinto de supervivencia de la oligarquía política y las facciones que viven de las cajas del Estado. Si bien es cierto y notorio que Argentina logró sortear el marasmo económico, gozar de la bonanza de los negocios capitalistas y recomponer la autoridad estatal, esta relativa fortaleza de la política patronal es socavada en sus posibilidades futuras por la subordinación al imperialismo y la dominación burguesa. En este punto se encuentran las bases estructurales de las crisis por venir. Desde este punto de vista Argentina está viviendo el intermezzo entre dos crisis, donde se articulan las estrategias y los programas, se preparan los actores, las clases, despuntan embrionariamente las tendencias que entrarán en lucha abierta y trazarán cambios en la relación de fuerzas.
En Bolivia la gravedad de la situación plantea la cuestión del poder. El viejo régimen de partidos se desmoronó y sobrevive como pequeñas fracciones adheridas a sus puestos como parásitos que se niegan a abandonarlos. En Argentina, por el contrario, el poder parece firmemente asido por las manos del peronismo, que resistió -sobre todo por el PJ bonaerense- el embate del «que se vayan todos» e impidió una nueva irrupción política de las masas. Precisamente, es la pasividad de la clase obrera en los momentos agudos de la crisis de 2002, lo que restó fuerza social al movimiento de lucha y permitió al peronismo su sobrevida, aun al costo de un enorme desprestigio. Con Kirchner todas las facciones políticas en banda, del centroizquierda y el PJ, se realinearon junto a su liderazgo, que se consolidó con una retórica renovadora y transversal, haciendo más patente la falta de legitimidad del peronismo y su debacle histórica.
La actual guerra de nervios de Kirchner con el duhaldismo, la amenaza de fractura o el logro de un acuerdo que mantenga la unidad, agitan fantasmas sobre la gobernabilidad y hablan de las contradicciones que asolan al peronismo por el hecho de ser la fuerza preponderante de la política nacional. Hay que tener en claro que la debilidad de origen del gobierno se debe a que fue la respuesta a una rebelión popular y que, más allá de la impostura, no estamos presenciando la hegemonía peronista sino su decadencia. El plebiscito en que propone Kirchner transformar las elecciones de octubre, la delimitación de sus enemigos, señalando al espantajo de la derecha de Macri y López Murphy y golpeando mediaticamente contra el movimiento piquetero -apuntando contra estudiantes que cortan calles y trabajadores que luchan por sus reivindicaciones- es el intento de fortalecer su legitimidad institucional y un proyecto político propio sobre la base del voto popular. Frente a este objetivo se interponen la lucha de los trabajadores, el incipiente cambio de humor de un sector de la clase media -los estudiantes- y el fantasma de una interna del PJ caliente. Es decir, que más allá de las fortalezas tácticas del gobierno, las debilidades estratégicas son las que priman e indican la persistencia de una crisis orgánica latente.
En el próximo período está planteada la lucha por la independencia política de los trabajadores, como una condición indispensable para avanzar victoriosamente en las futuras crisis nacionales. Desde el PTS venimos sosteniendo la propuesta de un gran Partido de Trabajadores, para fortalecer la perspectiva de un programa y una política independiente de la clase obrera para dar pasos en resolver esta cuestión estratégica.
El llamado a un Frente de la izquierda, los trabajadores y los socialistas frente a las elecciones venideras es la forma táctica para oponer una alternativa de los luchadores y la izquierda contra la demagogia kirchnerista y las trampas del centroizquierda que quieren mantener viva la conciliación de clases.
2/6/2005