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Libertad de expresión doctrinaria

Fuentes: Rebelión

Los espías del régimen siempre permanecen al acecho frente a la libertad de expresión, por si se desliza al terreno de lo políticamente inconveniente, haciendo uso de sus máquinas, de la información privilegiada y de la influencia de la que disponen sobre todos los miembros de cualquier aldea de la globalidad. Su objetivo es estar informados de cuanto se respira, late y cuece en la totalidad de la conciencia colectiva para sacar sus propias conclusiones y transmitirlas a los mandantes, al objeto de que tomen sus medidas. A cambio de sus autorizadas aportaciones perciben los correspondientes emolumentos en forma de salarios u otras prebendas a cargo del erario público, con inclusión en nómina o bajo cuerda. Más o menos así viene funcionando el tema de la libertad de hablar y escribir bajo control permanente, por aquí, por allá y por acullá.

No se puede poner en duda que la libertad de expresión es una característica determinante de las sociedades democráticas avanzadas. La cuestión es determinar si tiene contenido real, es decir, si existe verdadera libertad, se trata de una libertad bajo control o no es más que apariencia. Podría contribuir a tal fin la naturaleza de los medios a través de los que se hace patente la libertad de expresión vigilada.

Atendiendo a los cauces principales por donde discurre la libertad de pacotilla o lo que pudiera considerarse expresión de las ideas y opiniones; unos medios, son oficiales, otros, privados y, algunos, que parece que van por libre, pululando en los distintos espacios de internet.

Están los primeros en el ranking de ventas, y son los llamados diarios de la oficialidad. Atendidos por lo más selecto de la profesión, ideológicamente comprometida con la tendencia dominante en el momento, porque para eso les paga, son un coto cerrado al que solo se puede acceder por méritos señalados o por expresa invitación en el caso de grandes eventos. Habida cuenta que están sujetos a los cánones marcados por la propaganda, no puede hablarse allí de libertad de expresión, solamente responden a lo que impone la doctrina financiada por el poder oficial. Asentados en la verdad oficial, su función no es solo mostrar la verdad con argumentos más o menos convincentes pero respaldados por quien tiene el poder, debidamente asesorado por los expertos en cualquier materia. Su función es desacreditar sistemáticamente cuanto difunde, cuestiona o contraviene lo que trata de expresarse fuera de sus límites. En sus medios de difusión la heterodoxia está vedada por motivos obvios.

En cuanto a los medios privados, es decir, los que están al negocio de la comunicación, naturalmente permanecen atentos a sus respectivos intereses comerciales. Más allá de ideologías de conveniencia, de lo que se trata es de vender, puesto que es la base del negocio. Por otro lado, resulta obligado mantenerse en los límites que marca el poder ejerciente, dado que sobre ellos siempre pesa la velada amenaza de aplicarles, en caso de oposición, toda la retahíla de leyes y disposiciones que permiten, respetando la libertad de expresión, atarles cortos, utilizando el sutil lenguaje de las sanciones administrativas. Lo que supone recorte de beneficios. De manera que siempre hay que ser complacientes, en lo posible con su línea ideológica, con los que mandan, si no es a la luz pública buscando entendimientos bajo cuerda. Nutridos por personal cualificado, el virtud de la sabiduría de la pertenencia al gremio, muestran su capacidad para ofrecer al público el material que permite la contestación, sin sobrepasar los límites de la doctrina. Juegan con un tira y afloja en el que siempre se impone el equilibrio, de manera que el catecismo oficial no se vea sobrepasado y la libertad de expresión parezca que está viva. Aquí, la libertad que tratan de expresar los de fuera ni está contemplada, porque tienen suficiente con los de dentro, salvo que hayan sido invitados a cazar en el coto.

Esos otros medios, los de internet, sustentados en la publicidad y otros intereses menos claros, alimentados por ocurrencias de aquí y allá servidas por francotiradores, en gran parte libres de compromisos doctrinales y excluidos de los cauces del sistema oficialmente establecido, podría pensarse que en sus dominios existe la posibilidad de practicar la libertad de expresión. Lo que sería un error, porque hasta allí llega a veces la influencia de la doctrina oficial. Las que pudieran considerarse agencias especializas en limitar los cauces de la libre expresión, al servicio de la doctrina oficial, extienden sus tentáculos y ejercen su influencia, dando rodeos, pero llegando a los respectivos dominios, páginas o como a la sazón quieran llamarse para que bloqueen lo que resulte inconveniente para la doctrina. Como se decía, el funcionamiento es sencillo. El primer paso, es que cualquier opinión que salte al conocimiento público es trasmitida inmediatamente a los censores de la doctrina oficial para estudiar sus efectos sobre el público y la afectación en el desarrollo de la doctrina. En un segundo momento, ya informados, se utilizan los medios para barrenar la discordancia sin levantar demasiada polvareda, tocando los resortes que puedan afectar al titular de la reserva virtual, ya sean comerciales o ideológicos. El tercero, es el bloqueo de lo discordante y del discordante. Lo opuesto a la doctrina pasa a un discreto lugar para que se permita hablar de libertad de expresión o, en el caso de los medios más comprometidos con el poder oficial, sencillamente se borra o no aparece. El francotirador considerado rebelde con la doctrina es condenado al silencio, como efectiva manera de amordazar esa llamada libertad de expresión con la que tanto se adornan las democracias avanzadas.

En definitiva, la libertad de expresión existe, pero como siempre ha sido e incluso hoy, la larga mano de los que ejercen el poder llega a todos los rincones de la aldea global, porque disponen de medios para ello. Ya no se utiliza aquello de la represión, porque el método se ha perfeccionado usando la tecnología, con lo que es posible que la influencia discreta obtenga los mismos resultados que la coacción. Todos contentos, se han salvado las formas, porque la libertad de expresión está garantizada. Al menos ese es el panorama que se ofrece en base a una legión de opiniones hábilmente dirigidas por la doctrina cumpliendo con la actualidad de cada momento, donde, pese a las aparentes discrepancias para entretener al auditorio, al final todos coinciden. Esto resulta ser la libertad de expresión en el marco de la doctrina dominante.