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Libertad de palabra, libertad de prensa y dos balas en la cabeza

Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Uno de los mitos más durables de EE.UU. es la relación entre el sistema capitalista, llamado eufemísticamente libre mercado, la libertad de palabra y la independencia de los medios. Medios que, como dice el establishment, tienen muchas cualidades democráticas como ser su independencia, objetividad e imparcialidad.

Hasta Noam Chomsky, uno de los críticos más brillantes y bien documentados de la agenda del status quo de la Casa Blanca, dijo alguna vez que el sistema posee suficiente tolerancia como para aceptar voces radicales.

A veces las acepta, otras, no, y cuando el Sistema no las acepta, su negativa es radical.

Gary Webb, un extraordinario y valeroso periodista estadounidense fue encontrado muerto en su casa en California, el 10 de diciembre del año pasado.

Como ningún otro periodista, Webb, en su calidad de reportero del San Jose Mercury

News, sacó a la luz, en 1996, todos los planes de la CIA para controlar, e imponer disciplina en, los vecindarios negros en California mediante cocaína crack traída de Colombia. Ese plan combinó perfectamente la inversión de dinero proveniente de los vecindarios negros pobres, con el apoyo a los contras nicaragüenses con un torrente de dinero.

El trabajo de investigación de Webb fue muy bien documentado, detallado y serio. A pesar de toda esta preparación, que garantizaba objetividad, imparcialidad e independencia, el trabajo de Webb y su propia persona fueron atacados sistemáticamente por medios llamados prestigiosos como Washington Post, New York Times y Los Angeles Times.

Webb perdió su trabajo en el San Jose Mercury News en 1997, pero en 1999 escribió un excelente libro de periodismo investigativo: «Dark Alliance: the CIA, the Contras, and the Crack Cocaine Explosion.» Una de las revelaciones más interesantes en «Dark Alliance» es el papel jugado en esos años en Miami, Tegucigalpa, Ciudad de Guatemala y San Salvador por el terrorista anticubano Luis Posada Carriles.

En 1974, la CIA fue informada por la Administración Antinarcóticos [DEA] que Posada estaba intercambiando armas por cocaína con una persona «implicada en asesinatos políticos», refiriéndose a Félix Rodriguez Mendigutia, un agente de la CIA que ordenó el asesinato del Che. En 1970, el FBI arrestó a 150 sospechosos en la «mayor operación antidrogas en la historia de la policía federal».

En esa época, el Ministro de Justicia, John Mitchell, indicó que la red controlaba un 30% del tráfico de heroína del país y entre un 70 y un 80% de las ventas de cocaína. Pero no mencionó que varios de los arrestados pertenecían a la banda de Juan Restoy, un antiguo político de Fulgencio Batista, con vínculos con el antiguo capo de La Habana, Santos Traficante. Dos de los asesinos de más confianza de Restoy fueron Ignacio y Guillermo Novo Sampol, «miembros» del Movimiento Nacionalista Cuba, un grupo terrorista con células en Miami y en Union City, Nueva Jersey. Estos dos asesinos, que sirvieron cuatro años de prisión en Panamá, volvieron recientemente a Estados Unidos con la bendición de la CIA y de la oficina del FBI en Miami.

En junio de 1976, Guillermo Novo Sampol y Posada participaron en la formación de la organización terrorista CORU, cuyas filas estaban formadas por gente como Félix Rodriguez, Frank Castro y otros criminales involucrados en operaciones de tráfico de drogas autorizadas por la administración Reagan en apoyo a los contras nicaragüenses, que habían sido reveladas por Gary Webb.

Posada Carriles, Félix Rodriguez Mendigutia, Orlando Bosh y agentes de la Operación Cóndor sudamericanos y de la CIA, sobre todo argentinos, como Santiago Hoya, José Ribeiro, Juan Ciga Correa, Raúl Guglielminetti, Sánchez Reise y Suárez Mason, también fueron entrenadores de escuadrones de la muerte en países centroamericanos durante los años 80.

La serie de Webb en el San José Mercury News explica en detalle cómo la red de la CIA vendió toneladas de cocaína a bandas criminales a fin de neutralizar la crítica social y política en comunidades estadounidenses carenciadas. Webb demuestra también cómo el fanatismo anticomunista de la Casa Blanca fue tan ferviente que estaba dispuesta a involucrarse en la propagación de la más espantosa epidemia de narcóticos de los tiempos modernos en su propio país y contra sus propios conciudadanos y conciudadanas, así como en la creación de una red de terror sin precedentes en Centroamérica.

El 10 de diciembre, el cadáver de Webb fue hallado en su hogar en California. Dos balas de un revólver de calibre .38 habían destruido su cara. El forense Robert Lyons fue el funcionario judicial que realizó la investigación de la muerte de Webb. Anunció rápidamente su conclusión: Gary Webb se suicidó.