Gracias a la prensa, los grandes momentos de la historia se inmortalizan, conformando una suerte de realidad cuyo tenor será siempre el que se le antoje a los dueños de las corporaciones mediáticas. Pero en ocasiones se corrompe tanto la realidad, se la manosea tanto, que termina por mostrar que no es más que una ficción, una farsa.
Si las consecuencias de la amnesia colectiva fuesen motivo de sesudos análisis, si existiera un dispositivo por el cual cada individuo pudiese retener fresco en su memoria cada paso de su propia historia, si tuviera la capacidad de cuantificar los perjuicios que le ha ocasionado olvidar y, como resultado de este olvido, cometer los mismos errores; pues quizás comunidades enteras podrían esquivar la hecatombe.
Es cierto que una de las funciones de la prensa es, precisamente, la de dejar testimonio de cada tiempo, de cada época. Y gracias a ella, a la prensa, los grandes momentos de la historia se inmortalizan, conformando una suerte de realidad cuyo tenor será siempre el que se le antoje a los dueños de las corporaciones mediáticas que, entre otras funciones, realiza la de informar. Pero en ocasiones se la corrompe tanto a la realidad, se la manosea tanto, que termina por mostrar que no es más que una ficción, una farsa, una caricatura de un pésimo dibujante. Aún así puede que se cuele, que cale en algún desmemoriado como si fuese auténtica, única, irrefutable.
Los medios de comunicación afines al gobierno de Mauricio Macri tienen a sus respetables constructores de realidad trabajando incesantemente para darle forma a esa pintura abstracta que en sus manos se convierte la realidad. Y aún así, incomprensible (difícil de entender por tener el carácter esquemático y poco concreto, propio de la abstracción), se cuela, se infiltra y logra simular, hacerse pasar como auténtica realidad. De este modo, cuando la realidad intente demostrar algo en concreto, será la «realidad abstracta» la que se posicionará en formato tabloide para convencer al lector de que no se deje engañar por la realidad concreta, para negarle lo que él mismo puede ver con sus propios ojos. De modo que si el lector vio miseria y desempleo, comprobará -leyendo a esos diarios que pintan realidades por encargo- que se equivocaba, que esa gente durmiendo en la plaza (que él mismo ve acrecentarse en número cada día) no aparece en la realidad del periódico, como tampoco los despedidos de la fábrica de su primo que engrosan las listas de todos esos otros despedidos que, según oyó- ha habido en el último año. Será el equipo de ese gran medio de comunicación (en el caso de Argentina se trata de ese que entre sus mayores conquistas ha provocado la abstracta realidad de convertir a Mauricio Macri en el presidente argentino de la realidad concreta), quien fabricará su propia versión de la realidad para que el incauto y corto de memoria la compre, descrea de lo que sus propios ojos ven cada día en la calle o en la góndola del supermercado y, como si esto no fuese ya de por sí una ingeniosa aunque perversa estafa, se indigne con las realidades pasadas que reaparecen en portada como fantasmagóricas representaciones que promueven la distracción.
Así pues nos encontramos a diario con periodistas reconvertidos en payasos y payasos reconvertidos al periodismo que, como funambulistas torpes, se pasean por la cuerda floja de la misma y absurda realidad que construyen. Sacerdotizos del pensamiento crítico que no hacen más que adular las virtudes de un presidente que aún no ha tenido la deferencia de enseñarlas, al menos al 49 por ciento de los argentinos que desean que se trate de algo más trascendental que la argucia de contar chistes sobre fútbol. Comediantes devenidas en opinólogas que adhieren a la causa formando la opinión de ese ciudadano de a pie que llegó a su casa y prendió la tele para ver su programa de entretenimiento en el que celebran las bendiciones de estar nuevamente «insertos en el mundo» y alaban la bonanza de las inversiones que pronto llegarán al país (omitiendo o sencillamente ignorando que las únicas inversiones que ha atraído el gobierno son las que van a parar directo a la especulación financiera, omitiendo el detalle de recordar que eso ya lo hemos visto y que sabemos cómo termina). Animadoras de televisión que invitan a reflexionar sobre las frases más poderosas que se han desprendido de las bocas de los audaces miembros del gobierno que aseguran que no poseen un Plan B, porque -según explican- no hace falta. «Debemos crear argentinos capaces de vivir en la incertidumbre», dijo tiempo atrás el Ministro de Educación, Esteban Bullrich. «Analisemos la frase…», diría Marcos Mundstock si la realidad argentina -la concreta- fuese un sketch de Les Luthiers
De este modo, reconvertida la realidad a esa ficción impresa, conferencian los miembros del gobierno dando a conocer, tal como lo hizo la pasada semana el Jefe de Gabinete, Marcos Peña, que «se está recuperando el empleo». Entonces la realidad concreta, esa que sentencia que solo en el último año 22.400 personas se han quedado sin trabajo, queda sepultada debajo del relato ficticio que el medio oficial se encargará de sostener. Y si la quita de la cobertura de medicamentos para los jubilados se hace visible, será la pseudorealidad la que alimentará la idea de un gobierno preocupado por el bienestar de los mayores. Y si se reprime brutalmente a trabajadores que claman por sus derechos, será esa falsa realidad la que la justifique. Y mientras se instala y se apuntala cada día esta versión de la realidad, la campaña electoral con miras a las próximas elecciones legistalivas ya ha comenzado. La propuesta del actual gobierno exige nuevas y drásticas medidas de ajustes que solo podrá concretar si se legitima en la urnas. Nos depara una etapa surcada por los esfuerzos del periodismo oficial en pos de ofrecer cada día esa pintura de trazos gruesos y dudosa técnica que seduce y logra inocularse en quienes no saben discernir entre lo abstracto y lo concreto.