Las elecciones parlamentarias del 27 de octubre en apariencia dejaron todo como estaba a pesar de que el comicio contó con la participación del 80 por ciento de los electores, o sea de todos los que no estaban hospitalizados, viajando o eran demasiado viejos. En efecto, el Frente para la Victoria kirchnerista, con sus aliados, […]
Las elecciones parlamentarias del 27 de octubre en apariencia dejaron todo como estaba a pesar de que el comicio contó con la participación del 80 por ciento de los electores, o sea de todos los que no estaban hospitalizados, viajando o eran demasiado viejos. En efecto, el Frente para la Victoria kirchnerista, con sus aliados, retuvo el control de las Cámaras de Senadores y de Diputados, en las que tiene quórum propio, e incluso aumentó levemente su cantidad de diputados.
Pero detrás de esta fachada comienzan los cambios. En primer lugar, el kirchnerismo ya no tiene la posibilidad de encarar una tercera elección de Cristina Fernández (en el caso de que ésta quisiera ser nuevamente presidente, lo cual es dudoso, y además estuviera en buenas condiciones de salud). Los candidatos a encabezar la fórmula kirchnerista para las elecciones del 2015 son, por eso, numerosos- el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, los gobernadores del Chaco, Jorge Capitanich, y de Entre Ríos, Sergio Urtubey, o de San Juan, José Luis Gioja – y son todos centroderechistas o, como el sanjuanino, del Opus Dei y de las compañías mineras. No tienen, además, una base política fuera de sus provincias y dependen de un aparato que no está unido ni por una ideología y ni siquiera por una visión política común sino por la mera defensa de sus intereses de poder y que se parece más al ejército Brancaleone que a un partido. Son previsibles pues los próximos problemas del gobierno kirchnerista en el frente interno y los pases y defecciones en el FpV.
Además, la situación económica y la reacción del gobierno frente a ella preanuncia un nuevo giro a la derecha, caracterizado por un aumento, si cabe, del pago de la deuda, por la preparación de un ajuste suprimiendo algunos subsidios importantes para los más pobres y, sobre todo, por la posibilidad de contratar préstamos masivos en el exterior para reforzar las menguantes reservas del Banco Central y, al mismo tiempo, poder mantener en lo esencial la política asistencialista y el apoyo a las grandes empresas. El resultado de dicha política, que podría concretarse en los meses próximos, tendrá como efectos nuevas reubicaciones políticas de los sectores de clase media y trabajadores y probablemente nuevos conflictos sindicales.
La derecha clásica, por otra parte, salió de las elecciones con un triunfo de Pirro. En efecto, es indudable que, sumando todos sus componentes y agregándoles el centro derecha, expresa la mayoría del país, pues el kirchnerismo tiene un importante 32 por ciento pero éste es sólo la primera minoría.
El problema para la derecha, sin embargo, es que tiene demasiados aspirantes a recoger el botín y que entre éstos no hay posibilidad de unión. Sergio Massa, ex secretario de la Presidencia con Cristina Fernández, ahora ganador de las elecciones en la provincia de Buenos Aires con 10 puntos de diferencia sobre el kirchenismo, absorbió los votos de otros sectores del peronismo de derecha pero no pescó nada en el campo kirchnerista. Mauricio Macri, el «boss» de la ciudad de Buenos Aires, ganó nuevamente pero su electorado, a diferencia de su equipo, no es peronista de derecha sino centrista y democrático, aunque localista y conservador. Además, Macri, tras su alianza con Massa, para ser candidato a presidente debe ahora atacarlo y cerrarle el paso lo cual lo obligará a entrar en una dinámica no peronista. En cuanto a la Unión Cívica radical sigue siendo el segundo partido a escala nacional pero ahora su candidato fuerte es Julio Cobos, el ex vicepresidente de Cristina Kirchner, que acaba de triunfar en Mendoza pero no tiene fuerza propia en escala nacional. El «socialista» Hermes Binner, vencedor en Santa Fe, está por su parte condenado por su aislamiento provincial a aliarse con Cobos y la UCR y con el centroizquierda en la ciudad de Buenos Aires. Son, por lo tanto, demasiados generales para un conglomerado que es más bien una horda unida por el repudio a la soberbia del gobierno pero en la cual muchos aceptan la política social del mismo y otros, la derecha clásica, le oponen una política altamente impopular que se basa en la exigencia de una fuerte devaluación del peso, o sea en la reducción de los salarios reales, en la dolarización de la economía, en la dependencia total de las leyes del mercado (léase transnacionales).
La novedad más importante y esperanzadora reside en el crecimiento de una izquierda multiforme cuyo núcleo más numeroso, firme y organizado es el Frente de la Izquierda y de los Trabajadores (FIT), que obtuvo casi 1.200.000 votos (más del 5 por ciento de los votantes) y tiene actualmente 10 diputados locales y, por primera vez en la historia del país, un bloque de tres diputados nacionales (los cuales cobrarán lo mismo que un obrero y rotarán en el cargo para que lo ocupen todos los partidos integrantes del Frente).
Pero fuera del FIT creció otra izquierda difusa y confusa y, además, dividida, pero que también representa otro 5 por ciento del padrón. La misma está compuesta por gente como Luis Zamora (que sólo reaparece en períodos electorales) o, de modo más serio, por los diversos integrantes de los grupos formados sobre todo por jóvenes estudiantes antes espontaneístas y antielectoralistas que ahora constituyen el archipiélago de la Nueva Izquierda. El FIT capitalizó sin duda el enraizamiento de sus integrantes (Izquierda Socialista, Partido de los Trabajadores Socialistas, Partido Obrero) en importantes sindicatos obreros, al igual que su lucha contra la burocracia sindical y contra la corrupción y los privilegios y también sus demandas concretas y objetivos de lucha, pero sobre todo creció en las concentraciones obreras y populares gracias al voto de protesta de sectores juveniles y de los trabajadores contra el gobierno y contra los partidos tradicionales. No cuenta, pues, con un voto consolidado ni representa toda la izquierda ni, con el 5 por ciento, aparece aún como alternativa frente al kirchnerismo (que tiene el 32) ni a la aplastante mayoría de la oposición, en la cual otro 30 por ciento es peronista. La mayoría aplastante de los trabajadores sigue creyendo en la unidad nacional y acepta la ideología conservadora y reaccionaria del peronismo. La actividad sindical clasista y combativa no basta por lo tanto para aparecer como dirección política. El FIT, para influir en el resto de la izquierda antikirchnerista o incluso en sectores críticos de la base kirchnerista, debería tener una propuesta estratégica y no solamente una fuerte actividad esencialmente electoralista desvinculada de toda perspectiva (su propaganda, por ejemplo, idealizaba al Congreso y a las instituciones llamando a llevar la izquierda al Congreso). Además, la posición sectaria ante procesos como el cubano, el venezolano, el boliviano, el ecuatoriano, el brasileño de los diferentes partidos del FIT (que pertenecen a agrupaciones que se oponen entre sí como «reconstructoras» de la IV Internacional) y la constante lucha cotidiana entre los integrantes del FIT choca con la Nueva Izquierda y la base obrera kirchnerista que, en cambio, idealizan a los gobiernos nacionalistas-distribucionistas y son, por consiguiente, chavistas, evistas, correistas mientras el FIT no hace diferencia entre esos gobiernos y la oposición de derecha y habla sólo de una lucha interburguesa.
Por consiguiente, para transformar en fuerza política su apoyo electoral, el FIT, en vez de considerarse la única izquierda y de llamar simplemente a engrosar sus filas, debería hacer un llamado a las otras fuerzas de la izquierda anticapitalista a trabajar en un frente común, discutiendo en el seno del mismo la realidad nacional e internacional, las tareas inmediatas y las diferencias ideológicas profundas.
En la Nueva Izquierda, además, hay una fuerte resistencia a los partiditos trotskistas y a su sectarismo, divisiones y maniobras, de modo que la misma debería hacer un balance del por qué de su derrota electoral por carencias programáticas y superar su propio resquemor pensando en el interés común de los trabajadores. Si no lo hiciere, existe el peligro de que una parte de sus electores refluya hacia el centroizquierda (Pino Solanas, por ejemplo) o se desmoralice. Si, en cambio, pudiese hacer un balance de sus propias carencias, ayudaría a sectores más sensibles del FIT a no caer en la actividad parlamentaria de oposición y en la atracción de las instituciones estatales capitalistas y a no contentarse con el importante triunfo electoral obtenido y con los nuevos medios materiales y económicos que le permitirán aumentar su presencia y sus publicaciones en todo el territorio nacional. Porque aunque se votará nuevamente en las presidenciales del 2015, las cosas no se deciden en la precampaña electoral ni en las urnas sino en las luchas que vendrán.
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