Asistimos en la Argentina a una nueva batalla en el conflicto histórico entre dos paradigmas de desarrollo que se materializan en dos modelos antagónicos de país. Para entender lo decisivo del momento necesitamos recorrer el último siglo y observar el comportamiento cíclico de la economía argentina, el cual al truncar los procesos de desarrollo con […]
Asistimos en la Argentina a una nueva batalla en el conflicto histórico entre dos paradigmas de desarrollo que se materializan en dos modelos antagónicos de país. Para entender lo decisivo del momento necesitamos recorrer el último siglo y observar el comportamiento cíclico de la economía argentina, el cual al truncar los procesos de desarrollo con inclusión social que se ponen en marcha se traduce en el estancamiento histórico que caracteriza toda la región.
A partir de los años treinta, y especialmente durante la posguerra, la Argentina como otros países de América Latina intentó romper con la dependencia transformando su economía agroexportadora en una industrial. El proceso de industrialización por sustitución de importaciones se puso en marcha con el objetivo de agregar valor a las materias primas y producir las manufacturas que se importaban del Norte, a precios cada vez más elevados, con las divisas obtenidas de la explotación de sus recursos naturales . Conocido como desarrollismo o estructuralismo , este paradigma pretendía detener el drenaje de recursos de la periferia a los países centrales y tuvo considerable éxito en los cincuenta y sesenta en la Argentina, Chile, Brasil y México.
Ante la ausencia de una élite nacional comprometida con el desarrollo de su país, el Estado dirigió la industrialización a través de la planificación, el estímulo a la demanda y a la expansión del mercado interno, la construcción de infraestructuras y la limitación de importaciones competidoras. En los sesenta, la industria era ya el sector dominante en la economía y las condiciones de vida habían mejorado en todo el Cono Sur.
Sin embargo, el modelo desarrollista entró en crisis en los setenta. La necesidad de divisas procedentes de la agroexportación para importar insumos industriales esenciales blindó los privilegios de la oligarquía terrateniente y perpetuó el problema crónico del déficit derivado de los términos de intercambio desigual y de la inserción subordinada de América Latina en el capitalismo global. El intento de corregir los desequilibrios emitiendo deuda y abriendo la economía a la inversión extranjera profundizó la dependencia. El modelo que había expandido la clase media incrementó también las expectativas y generó nuevas demandas que no podían ser inmediatamente satisfechas. El ascenso social destruyó identidades de clase y el deseo de marcar diferencias con los orígenes más pobres llevó a la nueva clase media a imitar comportamientos sociales y políticos propios de los sectores dominantes. Las sociedades no suelen reconocer en los modelos políticos y económicos vigentes las razones de sus éxitos, que interpretan como personales y fruto del propio esfuerzo, aunque sí adjudican a la coyuntura política o económica el origen de sus fracasos y frustraciones.
Tras su agotamiento, el desarrollismo sería sustituido en los setenta por el modelo neoliberal propulsado por la crisis del petróleo de 1973. Durante el embargo impuesto por los países árabes tras la provisión de armas a Israel por parte de los Estados Unidos en la guerra árabe-israelí, el precio del crudo se disparó y con él los ingresos de los países de la OPEC, que depositarían sus petrodólares en los bancos de Nueva York. En el marco de la recesión que sufría el Norte, éstos decidieron financiar los déficits de los países periféricos con los petrodólares que se acumulaban en sus cuentas. Gracias a la cruzada internacional de Reagan y Thatcher a favor de la desregulación y la libre circulación de capitales, los bancos de Manhattan pudieron inundar de petrodólares América Latina , concediendo a sus gobiernos democráticos o dictatoriales préstamos que estaban ligados a las tasas de interés de la Reserva Federal y dejaron el continente a merced de la voluntad de Washington. Arrancaba el ciclo infinito del endeudamiento que incrementaría la dependencia histórica y generaría hambre, miseria y emigración en todo el continente.
En 1976 la dictadura militar puso en marcha esa máquina de hacer miseria que hoy conocemos como neoliberalismo , la cual seguiría en pleno funcionamiento durante la frágil democracia de los ochenta y los noventa. Como sugiere Klein en La doctrina del shock , la población fue atemorizada por el terrorismo de Estado con el objetivo de someterla al shock necesario para implementar medidas que, inspiradas en el fundamentalismo del libre mercado, dilapidarían los avances del desarrollismo y concentrarían más riqueza en los bolsillos de los privilegiados.
En 1982, un año antes del regreso de la democracia, la dictadura militar estatizó entre 15.000 y 20.000 millones de dólares de deuda privada de varios grupos económicos locales y extranjeros que estaban en riesgo de bancarrota, incluidos los millones de dólares que debían las empresas Socma y Sevel, ambas pertenecientes al Grupo Macri. El actual candidato presidencial, beneficiario del traspaso de la deuda de su conglomerado empresarial al Estado, se postula hoy a presidir el mismo en nombre del manejo eficiente de los recursos públicos y del pago de las deudas contraídas. Carlos Melconian, entonces jefe del Departamento de Deuda Externa del Banco Central de la dictadura y hoy destacado asesor económico de Macri, fue actor fundamental en esta maniobra.
Pero además de la del Grupo Macri, la dictadura decidió que todos los argentinos pagasen con su hambre la deuda de los grupos locales Acindar -propiedad de Martínez de Hoz, exministro de Economía de la Junta militar-, Loma Negra -de la familia Fortabat-, Bridas, Cogasco, Celulosa Puerto Piray, Pescarmona, Naviera Pérez Companc y decenas más; la de las corporaciones extranjeras Deere, Esso, Fiat, Ford, IBM, Mercedes-Benz, Pirelli y Swift; y la de grandes bancos como Bank of America, Chase Manhattan, Citibank, Continental Illinois National Bank, Deutsche Bank, First National Bank of Boston y los Bancos Supervielle, Francés, de Italia, de Londres, Español, Galicia, Quilmes y Río, entre otros. Para profundizar en este tema, recomiendo el documental Memoria del saqueo de Pino Solanas.
La débil democracia de Alfonsín recibió en 1983 una mochila insoportable y no tardó en ser atacada por la oligarquía local y acosada por el sistema financi ero internacional. El primer factor que desencadenó la crisis de deuda e hiperinflación de los ochenta en toda la región fue la aceptación, bajo la presión del FMI y del Banco Mundial, de las enormes deudas ilegítimas que habían sido contraídas por las dictaduras . El segundo factor fue la decisión de Volcker en 1981, al frente de la Reserva Federal estadounidense, de disparar las tasas de interés. Esto expandió la deuda externa argentina y la del resto de la región, obligando a los estados a recurrir a la bicicleta financiera con la que adquirían nuevas deudas para pagar parcialmente las viejas. Los 45.000 millones de dólares que habían sido heredados de los militares en 1983 crecieron hasta 65.000 en 1989, cuando Alfonsín renunció acosado por la deuda, la hiperinflación y las protestas.
Menem se instaló en la Casa Rosada con su kit de agresivas medidas antiinflacionarias, cuyo fracaso motivaría la designación como ministro de Economía de Cavallo, hombre querido por el establishment nacional e internacional que presidía el Banco Central cuando la dictadura estatizó la deuda privada. En nombre de la estabilidad macroeconómica y del control inflacionario -tema central hoy en la campaña argentina-, este apóstol del neoliberalismo instauró la convertibilidad atando el valor del peso al del dólar y privando al gobierno del control sobre su política monetaria, de modo similar a lo que ocurre hoy en la Eurozona. Ante la incapacidad de emitir moneda o ajustar su valor a las necesidades macroeconómicas, la convertibilidad fue sostenida hasta su colapso en 2001 por medio del remate del patrimonio público y la emisión masiva de deuda externa, especialmente con el FMI, que se convertiría en amo y señor de la Argentina.
Los noventa fueron la década del permanente ajuste estructural . El crédito fácil de los setenta fue sustituido por el Consenso de Washington y, en nombre del desarrollo, la eficiencia, el pago de la deuda y la estabilidad macroeconómica, se impusieron la flexibilización laboral, la desregulación financiera, la regresión fiscal, la devaluación, la liberalización de precios y del mercado de capitales, la reducción del Estado, el recorte brutal de la inversión pública y la privatización masiva de empresas y patrimonio público bajo la tutela del FMI y del Banco Mundial como agentes del Tesoro de los Estados Unidos . Como escribió Stiglitz en Globalization and its discontents, la dictadura militar fue sustituida por una dictadura financiera sostenida sobre los pilares de la austeridad, la privatización y la liberalización. Mientras Menem aplicaba todas y cada una de las recetas de la ortodoxia neoliberal, la Argentina era mostrada al mundo como ejemplo a seguir en el camino a la modernización y el desarrollo. Se podrían escribir páginas y páginas sobre este período, pero Blustein en And the money kept rolling in (and out) ofrece ya una narración muy completa para quien desee profundizar en ello
En 2001, durante el gobierno de Fernando de la Rúa y con la inestimable colaboración de su ministra de Trabajo Patricia Bullrich -hoy destacada diputada nacional de Macri-, se ejecutaron dos monumentales y vergonzosas operaciones financieras sobre la deuda conocidas como blindaje y megacanje. El segundo fue propuesto por el banquero del Credit Suisse First Boston David Mulford, ex secretario del Tesoro de los Estados Unidos, e impulsado por Cavallo como ministro de Economía y por Federico Sturzenegger como secretario de Política Económica. Hoy éste es otro destacado diputado nacional macrista y se sinceró en Estados Unidos sobre la estrategia de la derecha del modo que muestra este video. Banco Francés, Citigroup, Credit Suisse First Boston, Banco Galicia, HSBC, JP Morgan y el Banco Santander Central Hispano se embolsaron 150 millones de dólares de todos los argentinos en concepto de comisiones por este malabarismo financiero.
Poco después, todo el sistema económico construido sobre el endeudamiento y la desaparición del Estado social se derrumbó sobre millones de argentinos, aunque no sobre aquellos privilegiados que, como Macri y el resto de los dueños del país, tenían y tienen sus riquezas en el extranjero, las cuales se multiplicarían por arte de magia con la megadevaluación del peso decretada por Eduardo Duhalde en 2002. Hoy Macri, que declara más de 18 millones de pesos en cuentas de Estados Unidos y Suiza, propone otra megadevaluación. Terminaba apoteósicamente en 2002 una convertibilidad que había erosionado la economía argentina hasta devastarla. D espués de todo este camino, el país entraba en el nuevo milenio en bancarrota, tras treinta préstamos en veinte años, ahogada en deudas y desvalijada en medio del caos.
En 2003, Kirchner se puso al frente, ante la desconfianza absoluta de una sociedad que gritaba ¡que se vayan todos!, de un Estado casi inexistente y de un país desmantelado. Y en ese punto, la Argentina regresó al desarrollismo de la posguerra. Como entonces y durante los siguientes doce años, un Estado fuerte promovería la industrialización por sustitución de importaciones, estimularía el consumo y la demanda interna, impulsaría la creación de industrias y millones de puestos de trabajo, expandiría y fortalecería la clase media, otorgaría derechos y asistiría a los más vulnerables. Los gobiernos de Kirchner y Fernández fueron una reformulación del modelo que había llevado a la Argentina a su mayor nivel de desarrollo y bienestar hasta que fue brutalmente reemplazado desde los setenta por otro modelo antagónico que dinamitaría todos sus logros sin corregir ninguno de sus errores. Y esto es lo que podría volver a ocurrir.
En la economía argentina, y en la latinoamericana en general, hay sólo dos cajas de herramientas , y cada proyecto político abre una de ellas. Una contiene industrialización, derechos, soberanía, trabajo y desarrollo. La otra contiene privatización, ajuste, devaluación, subordinación y desocupación . El análisis de los ciclos económicos permite concluir que una hipotética presidencia de Macri significaría el regreso al modelo que colapsó en 2001. Un repaso a la trayectoria del candidato del establishment, que no es esta vez un delegado ni un recién llegado sino un miembro destacado del mismo, no hace sino aumentar la probabilidad de que esto sea cierto
Poco después del resultado electoral del 26 de octubre, mientras Wall Street festejaba, mientras las acciones de los bancos que operan en la Argentina se disparaban y las cotizaciones del Banco Hipotecario a través del que se conceden los créditos estatales de vivienda se hundían, fondos buitre estadounidenses ofrecieron a Macri abundante financiación para gobernar con tranquilidad durante un hipotético primer mandato y garantizar su reelección mientras el Estado es nuevamente desmantelado y el país es nuevamente desvalijado . Macri es sin duda cambio , pero es cambio hacia un modelo de país que fue enormemente beneficioso para él y para sus iguales, que se enriquecieron con la estatización de sus deudas por parte de la dictadura primero y con los negociados oscuros con el Estado después . Un modelo que, sin embargo, fue trágicamente lesivo para la inmensa mayoría.
Cuarenta años después, la frustración generada por demandas insatisfechas y necesidades creadas durante doce años de progreso y ascenso social puede truncar nuevamente un proceso de desarrollo que requiere ser sostenido para vencer los impedimentos estructurales de América Latina, y puede volver a situar el país en la casilla de partida de un juego en el que ganan muy pocos y pierden muchos.
El modelo desarrollista de la posguerra tuvo errores que comentamos, y los puntos débiles de la gestión de estos últimos doce años son similares a aquéllos, entre los que destacaría -sin posibilidad de extenderme pero entendiendo la dificultad de corregirlos en el marco del capitalismo global- el mantenimiento de la dependencia de los sectores agroexportadores para conseguir divisas y el aumento del peso del capital transnacional en la economía. Pero, desde una lectura histórica, es infinitamente mejor que la única alternativa que sabemos que existe en un país que no es Estados Unidos, ni es Alemania, ni es Suecia; es la Argentina y tiene las estructuras económicas y sociales propias de un país con su historia, las cuales debemos tener en cuenta en el análisis de las dinámicas actuales. La Argentina tiene la oportunidad histórica de sostener este proceso de desarrollo con inclusión social y evitar que el péndulo se lo lleve nuevamente por delante.