El peronismo nos estuvo golpeando la puerta toda la vida. En mi caso, que siempre me encontré en la oposición, se metió en mi profesión, en mi estudio, en mi vida familiar, en mis sueños, una y otra vez, hasta ahora, en la puerta de cumplir los 80 años. Hay que decir que la niñez […]
El peronismo nos estuvo golpeando la puerta toda la vida. En mi caso, que siempre me encontré en la oposición, se metió en mi profesión, en mi estudio, en mi vida familiar, en mis sueños, una y otra vez, hasta ahora, en la puerta de cumplir los 80 años.
Hay que decir que la niñez y la primera adolescencia las pasé bajo la llamada década infame, aquella del «fraude patriótico». Palabra del genio argentino.
Hoy, después de 60 años de peronismo, uno quisiera debatir lo vivido. Imposible. Los intelectuales peronistas son absolutos estalinistas que descargan la palabra «gorila» a todo aquel que exprese la menor duda sobre el líder. Y ya no se puede volver a la discusión, ni siquiera a la conversación política.
La matanza de Ezeiza cometida por la derecha peronista contra la izquierda peronista no puede ser objeto de interpretación porque fue un crimen basado en la traición. Está allí para siempre el rostro de los jóvenes peronistas de izquierda asesinados por la derecha peronista que no quería ninguna revolución; es más, quería mantener el poder al lado del general, que acababa de volver de la España de Franco. Perón no inició ninguna investigación sobre la matanza de esa izquierda, y esa izquierda no hizo ningún reproche al general, prefirió interpretar que a Perón lo habían rodeado y le mentían. Es decir, Perón era incólume a las traiciones o a las preferencias o las tendencias. Perón seguía siendo la revolución.
Sin embargo Perón siguió su línea: pasó a retiro a Cámpora y nombró presidente de la nación al yerno de López Rega, Lastiri, un hombre sin ninguna cualidad ni capacidad política. (Se estableció una severa censura en libros y cine. A este presidente le debo el decreto de prohibición de mi primer libro: el Severino di Giovanni). Más tarde Perón, ya en la presidencia, formará un gabinete de derecha con López Rega como ministro. Está todo dicho. Poco después vendría la expulsión de Montoneros de la Plaza de Mayo. La temprana muerte de Perón llevará al gobierno peronista a gobernar con la extrema derecha y con un plan económico (el Rodrigazo, que nada tendrá que ver con ningún aspecto del socialismo, todo lo contrario) y una represión de tipo nazi con las tres A, la Alianza Anticomunista Argentina, dirigida por López Rega. (Ahí fueron prohibidos el filme La Patagonia rebelde, basado en mi investigación, y mi libro Los anarquistas expropiadores, valga sólo como detalle al margen de un fresco pintado por todos, que iba a ensangrentar la República.)
Todo esto será la debacle del peronismo oficial que terminará con la dictadura militar de Videla, contra la cual el peronismo gobernante no ensayó ninguna defensa ni resistencia. (De la misma manera que, en aquel setiembre, Perón no dispuso ninguna defensa contra el golpe gorila donde estaban los tenebrosos Aramburu -el de la Operación Masacre- y el almirante Rojas.)
Después de los años de la desaparición de personas y del gobierno de Alfonsín, surgirá nuevamente el peronismo, esta vez con Menem, que será la antítesis de todo lo que proclamó el peronismo en su historia. Un liberalismo económico absoluto que llevará a la destrucción de la industria nacional y de las empresas nacionales de servicio. El peronismo, que no fue capaz de desautorizar al menemismo, dejó la impresión final de que valía para todo.
Tras un nuevo fracaso del radicalismo, esta vez con De la Rúa, la voz de la gente en la calle trajo la única verdad y el único futuro del país: que se vayan todos. Pero entre radicales y peronistas no vale tanto la ideología como el poder. Unidos eligieron a Duhalde que luego convocó a la única salida que les quedaba: nuevas elecciones, de las que surgió un desconocido para las masas populares, Néstor Kirchner.
En síntesis, Argentina fue gobernada desde 1916 por sólo dos partidos -el radical y el peronista- y por 14 dictaduras militares.
Argentina no tiene ningún Allende. Los dos máximos representantes de esos partidos, Yrigoyen y Perón, huyeron en forma patética. Los 14 generales que tomaron la Casa Rosada entraron como en su casa.
Bien: ya basta. Los dos partidos políticos tuvieron todas las oportunidades y un fin previsible.
Pero ahora, Kirchner. ¿Otra de las mil formas de presentación del peronismo? A poco de instalarse el nuevo gobierno escribí: «El presidente Kirchner, para ejercer un gobierno libre e independiente, tendría que irse del peronismo y fundar un nuevo movimiento nacional y popular».
¿Por qué? Porque tiene que independizarse de las ligas partidarias, para no decir mafias, de los intereses creados, de las clientelas.
A las estadísticas de la pobreza y de la miseria como resultado final se agrega, simbólicamente, la estatua más grande en el centro de la capital: la del genocida Roca, que se quedó con las tierras de las amplias pampas argentinas. El radicalismo lo respetó, Perón también. Y ahí quedaron los 50 monumentos en su memoria y las 150 calles Roca en todo el país. Es la Argentina de hoy.
Que no se parece a la única democracia real, donde todos pueden comer y tener trabajo en libertad. Y donde no se adora a quien da limosnas.