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¿Los amigos del pueblo?

Fuentes:

La defensa del gobierno de N. Kirchner se constituyó, para algunos movimientos que se dicen partidarios del pueblo, en la brújula fundamental de sus decisiones políticas. A la gobernabilidad de la alianza kirchnerista, a la defensa contra los ataques de «la derecha», se sacrifica todo. Una falaz dicotomía escinde a los presuntos amigos del pueblo, […]

La defensa del gobierno de N. Kirchner se constituyó, para algunos movimientos que se dicen partidarios del pueblo, en la brújula fundamental de sus decisiones políticas. A la gobernabilidad de la alianza kirchnerista, a la defensa contra los ataques de «la derecha», se sacrifica todo.

Una falaz dicotomía escinde a los presuntos amigos del pueblo, que no temen diluir sus críticas aunque sean justificadas y aunque para ello deban pasar por alto la muerte de casi doscientos jóvenes.

Cromañón y después

En la vida política los hechos siempre son complejos, y no es sencillo decidir entre dos alternativas. Y generalmente existen más de dos posibilidades. La duda no es «la jactancia de los intelectuales», sino un condimento inevitable de situaciones inciertas. Pero a veces los posicionamientos son menos viscosos, están más cargados de sentido. Ante ciertos eventos se puede adoptar una u otra posición, pero la decisión es ineludible. En tales casos, el silencio o la evasiva son opiniones. Eso es justamente lo que sucede con el asunto Cromañón.

Las actitudes adoptadas por diversos sectores políticos con respecto a la ventolera desatada por la tragedia del boliche Cromañón desnudó el reordenamiento de las lealtades obligadas por el poder hegemónico. Los hechos son suficientemente conocidos. El hecho, terrible en sí mismo, remitió a un entramado de responsabilidades que concernían, de diversa manera, a las instituciones políticas de la ciudad autónoma de Buenos Aires.

El incendio del boliche fue letal porque en la desidia de sus responsables inmediatos se acumulaban extensas cadenas de complicidades, corrupciones e incompetencias. Las personas implicadas no eran sólo el empresario O. Chabán o los inspectores municipales, sino toda una maquinaria estatal y comercial que se articulaba a través de la coima. La presión popular podrá obligar a determinar la responsabilidad que le cabe como funcionario al jefe de gobierno Aníbal Ibarra. En todo caso, la dimensión de la matanza producida se transformó en la crisis política del verano, y seguramente en la más importante causa de debate público desde el inicio de la gestión de N. Kirchner.

Como sea que se asignen las responsabilidades, el hecho es que el cuestionamiento de Ibarra, aliado del gobierno kirchnerista, se convirtió en un eje ordenador de los alineamientos de las izquierdas. Mientras los partidos orgánicos de la izquierda se concentraron en que se lograra la inculpación de Ibarra, otros sectores se preocuparon por acompañar a los reclamos de familiares de las víctimas. Los familiares no constituyeron un grupo homogéneo, y con diversos matices demandaban que tanto los responsables civiles como políticos fueran juzgados.

Pero lo llamativo de una variedad de instituciones, grupos y organizaciones del espectro de las izquierdas fue su silencio y luego sus evasivas respecto a las consecuencias de la tragedia. Esas organizaciones, que apoyan «críticamente» al gobierno de Kirchner por considerarlo progresista, antimenemista e incluso antiimperialista, decidieron que era preferible no hacer declaraciones públicas contundentes pues éstas podían afectar la lucha del presidente de la nación contra sus enemigos jurados.

El fantasma de «la derecha»

La noción de derecha adquirió vigor muy poco después de la asunción del gobierno de Kirchner. «La derecha» reúne a los sectores noventistas que se vieron desplazados luego de la crisis de diciembre de 2001. La derecha agrupa a intereses diversos, que se caracterizan, con diversas tonalidades, por su pasado menemista, por la reivindicación de la represión de la dictadura militar, por una economía monopólica y una distribución regresiva del ingreso. Posee importantes medios de comunicación (Ámbito Financiero, Telenueve, La Nación, etc.), y tienen una vocación autoritaria que se anuda en la demanda de represión y «seguridad». Contra ese monstruo derechista se alzaría Kirchner, artífice de una Argentina nueva.

Toda crítica al gobierno nacional es interpretada por los sectores que apoyan «críticamente» a Kirchner, como pasto para las fieras derechistas.

En ese alineamiento hay un gran equívoco, porque la lectura antiimperialista de la política gubernamental se lleva muy mal con los hechos: este gobierno acepta como un hecho inmodificable, como un signo de realismo, que los compromisos fraudulentos de la deuda externa deben ser cumplidos para que continúe y aumente la inversión extranjera. Es cierto que, como suele suceder luego de la profunda destrucción causada por una crisis, que se asiste a un proceso de recuperación económica, y que el crecimiento puede prolongarse. Pero es igualmente fatal que el ciclo de alza y atoramiento de la economía se reproduzca. Sólo habrá que temer una caída de los precios de la soja, un aumento del valor internacional del petróleo, o el fortalecimiento del dólar, para que este país pensado por el ministro R. Lavagna (atento a sus características capitalistas de largo plazo) como un proveedor de bienes semi o no-manufacturados retorne a la crisis.

Justamente por esa limitación que está acompañada por una recuperación es que «la derecha» no puede ocultar su incapacidad de oponer a las élites kirchneristas sino reproches que no van muy lejos: basta con observar el ascenso y caída de la estrella mediática de J. C. Blumberg, para concluir que su proyecto de conformación de un polo de oposición fue demasiado frágil para resistir la hegemonía neoperonista.

La derecha es magnificada para construir un monstruo que contenga a las voluntades realmente populares porque maniata toda acción a apoyar al progresista de turno, aunque ese paladín lleve a cabo una política en varios sentidos antipopular. No se trata de que no existan matices entre el gobierno nacional o el porteño y «la derecha», sino que esas diferencias no afectan la defensa que hacen (y eso lo tienen perfectamente claro) de un mundo que no admite la autoorganización del pueblo y la propuesta de cambios sociales, políticos y económicos reales. En este sentido, la derecha es un fantasma hábilmente utilizado para dividir y maniatar a sectores de izquierda que resignan su independencia política en defensa de un gobierno «progresista».

El silencio y la multiplicación de la responsabilidad

¿Qué han dicho los sectores de izquierda que apoyan «críticamente» al gobierno? Se han llamado a silencio, primero, y luego han expresado que de alguna manera todos somos responsables. Dicen que Chabán e Ibarra tienen sus culpas, pero que no son los únicos. La multiplicación de las responsabilidades también fue la meditada estrategia elegida por los «apoyos críticos» que pretenden tender un cordón sanitario para no salpicar a Kirchner. Estela de Carlotto, de las Abuelas, y otras ONGs, fue más franca y salió por los medios a prevenir que estábamos en el umbral de un golpe institucional de «la derecha».

Estas posiciones han sido meditadas porque temen que una demanda profunda de investigación y castigo por la matanza ocurrida abra las puertas del macrismo al poder porteño. Pero ninguno de esos sectores que se dicen amigos del pueblo se rasgó las vestiduras cuando el progresismo ibarrista y el macrismo se unieron en la última semana de enero para aprobar las modificaciones al «código de convivencia urbana» que aumentaba la represión, castigaba a las travestis, prohibía las marchas y piquetes.

Los sectores más osados de los sectores transversales sólo atinaron a señalar que la designación de J. J. Álvarez como responsable de la «seguridad» porteña era una intromisión del duhaldismo en el virgen jardín del progresismo capitalino. ¿Y quién negoció esta nueva alianza del Partido del Orden, sino ibarristas, duhaldistas y kirchneristas? ¿Qué dicen ahora quienes clamaban por el castigo a la «mafia bonaerense» que había asesinado a Kosteki y a Santillán, ahora digo, que su máximo responsable abraza al aliado de Kirchner?

Los apoyos de izquierda al kirchnerismo se encuentran apresados por una dicotomía (pro-K o anti-K) ante la que resignan su independencia. No solamente sostienen una política social y económica que sin ser la de la década pasada carece de una visión de futuro. Tampoco se limitan a alegrarse (con razón, por lo demás) de una política respecto a la violación de los derechos humanos que era ya insostenible porque la batalla cultural contra la impunidad fue perdida por los vencedores dictatoriales. Van mucho más lejos y consolidan con el «todos somos responsables» la impunidad que asesinó a varias docenas de jóvenes. Esto es llamativo porque justamente la demanda de justicia como primer e intransigente exigencia fue lo que condujo a que los represores, con todos los reparos que se quieran, han sido condenados socialmente y sea posible su castigo judicial.

¿Quiénes son los amigos del pueblo?

Es siempre debatible en qué medida una política social o económica posee rasgos progresivos o no. Sobre todo si, como sucede con el gobierno nacional, hay una retórica desplegada para subrayar la diferencia con los años ’90. Pero cuando ante la muerte injustificable de jóvenes del pueblo y ante el dolor de sus familiares y amigos se opone la cara de piedra para proteger al poder (sea éste del signo que fuera), es que se ha reflexionado sobre que es preferible pasar por alto un clamor popular para defender a un estado de cosas que se considera básicamente incuestionable.

Es imposible saber si la inercia cómplice del sector transversal, del nacionalismo «popular-revolucionario», o de ciertas agrupaciones de derechos humanos, es irreversible. En cualquier caso las actitudes prevalecientes en los grupos simpatizantes del gobierno Kirchner desde fuera del peronismo (o en sus márgenes) eligió concientemente solidarizarse con las instituciones existentes antes que con el dolor de los familiares y del pueblo. Podemos preguntarnos con motivos cuál es la independencia política de los sectores embanderados en la alianza kirchnerista que no dudaron en abroquelarse contra el fantasma de «la derecha» sabiendo muy bien que así pasaban al costado de los cuerpos sin vida y de la indignación popular que exige justicia.

Kirchner no sólo puede felicitarse de haber impuesto el «que se queden todos». También logró que las exigencias del pueblo se subordinaran a las luchas facciosas de los poderosos de siempre. Los silentes o claudicantes sectores que se tragaron el sapo de Cromañón para proteger a la Alianza Kirchnerista deberán replantear sus posiciones para no moverse, indiferentes al pueblo, al ritmo de las pujas de los poderosos.