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Los del campo también siembran alguna duda

Fuentes: Rebelión

– ¿Vigilante, ladrón o qué?-musitó el cajero. – Oqué- le dijo el de revolver y gorra.. (De un cuento propio) Una constante de la teoría capitalista consiste en asegurar, como si nada, que ese sistema es el único que aspira al ascenso económico de la humanidad. Y más suponiendo que sabiendo, sus mentores reiteran que […]

– ¿Vigilante, ladrón o qué?-
musitó el cajero.
– Oqué- le dijo el de revolver y gorra..
(De un cuento propio)

Una constante de la teoría capitalista consiste en asegurar, como si nada, que ese sistema es el único que aspira al ascenso económico de la humanidad. Y más suponiendo que sabiendo, sus mentores reiteran que todo aquello que apunte a generar un estado de bienestar generalizado es una solemne ficción. Hoy mismo, pese al cataclismo financiero afirman que ‘el Estado Benefactor es aquel donde todos tratan de vivir a expensas de los demás’, las mismas palabras dichas por el francés Claude Bastiat por 1860 y Henry Hazlitt en 1970. En principio, dicho así ese Estado sería impracticable y además, históricamente ese ejercicio de la explotación de los demás ha sido una constante de los de arriba y nunca de los marginados. Es bueno recordarlo, aunque sin alejarnos y revisando el origen de las grandes fortunas en la Argentina, donde las clases altas tanto gesticulan pidiendo cada día un capitalismo más cerril, repitamos que ellos nutrieron los elencos de los gobiernos más fascistas y autoritario de nuestro páis, exclusivamente militares, que prepotearon por estas pampas desde siempre y no sólo del año ’30 en adelante.

Esta presencia rectora reaparece cíclicamente entre nosotros y ahora mismo, mitad del recaliente enero del 2009, retornaron las protestas de la ‘gente del campo’ para exigirle al gobierno de turno las medidas y soluciones que les permitan recuperar los niveles de ganancia que tuvieron hasta mediados del año 2008. Unos cinco años de óptimas ganancias por el valor de la tonelada de soja, que al final del ciclo anduvo orillando los seiscientos dólares. Unos valores no fijados por cada país exportador sino por ciertos avatares del comercio en los productos sustanciales al mundo. Los commodities que les dicen. Y esta crisis surgió cuando el gobierno pretendió aumentar los porcentajes de las retenciones a la exportación, y se agravó al descender esos valores internacionales en algunos casos más de un treinta por ciento. Ahí los agroexportadores y demás aplicados al quehacer agrícola sintieron el golpe y aunque capitalistas sin duda, arrinconan al gobierno pidiendo la implantación de un Estado Benefactor que no sólo los libre de toda carga impositiva sino de los perjuicios de una sequía bastante prolongada. Un fenómeno que aunque cíclicamente ocurre en todo el planeta los productores de la Argentina han sumado a suma reclamos y por suerte, esta autoridad de gobierno bien elegidas por el sistema eleccionario pero no demasiado eficiente, prefirió callar cualquier promesa climática y dejó esos imprevistos de la lluvia en manos de San Pedro.

Pero sin ninguna ironía los referentes del campo han vuelto al borde las rutas, ese recurso festivamente sórdido de autoritarismo, a exigir varias derogaciones y modificaciones en la legislación impositiva que les atañe. Algo que supieron manejar con éxito por décadas pero esta vez, callando algo más pesado que reclaman sólo en privado: la inmediata eliminación de la ONCCA. Un organismo controlador de las exportaciones agropecuarias, inactivo por años y que hace poco tiempo fue revitalizado y parece ser, les viene viene entorpeciendo los trámites de los agroexportadores. En verdad sabemos que ese ‘entorpecimiento’ consiste en blanquear las liquidaciones a veces ficticias y siempre cómodas que se permitían realizar quienes venden al exterior. Mal o bien, hoy esa oficina de control les requiere datos como la fecha de los stocks a exportar, referencias de los proveedores que casi siempre eran anónimos y más papeleos que permitan evitar las perniciosas evasiones que tan mal le hace al sistema. ¿No?

Hoy las organizaciones del campo vuelven contra el gobierno con argumentos que dejan de lado que la Argentina adscribe, por tradición y organización jurídica, al sistema económico capitalista. La misma constitución nacional menciona y establece el respeto a la propiedad privada y las cargas impositivas, confiscaciones según el campo, que deben soportar todos los contribuyentes se derivan hacia ese Estado Benefactor que en todo país más o menos civilizado, gasta esos recursos en seguridad, educación, salud y vejez. Si a ellos no les conforma esa decisión republicana pueden discutirla en las instancias parlamentarias pero nadie, por más que se disfrace de gaucho transitorio, puede impedir que el resto circule libremente. Estas personas serán dueños de alguna tierra pero de ninguna libertad ajena, algo tan claro a la convivencia como que si en nuestro sistema económico y jurídico alguien emprende una explotación comercial cualquiera, es dueño de sus ganancias y responsable de sus pérdidas. En este sistema de propiedad ningún dueño de librería, metalúrgico exportador o no, taxista o socio de una pizzería, tiene derecho a culpar o condicionar a la comunidad si pierde con su explotación comercial. Eso es parte de su libertad individual dentro del capitalismo; si alguien pierde con su negocio vende el útil de su explotación comercial y no jode a nadie más. Dentro del capitalismo quien pierde debe vender su herramienta y a otra cosa; sea esta un taxi en Humahuaca, una verdulería en Sarandí Centro o dos mil hectáreas en la pampa húmeda. Porque sin el coraje ni la libertad para liquidar los bienes que le ocasionan perjuicio, ¿qué es la gente de campo? ¿Capitalista o qué?
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Eduardo Pérsico, escritor, nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.