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Los González-Aguilar, la estela del exilio republicano en Argentina

Fuentes: Ctxt

A pesar del papel que esta familia desempeñó como foco de irradiación de los valores de la España de la Edad de Plata y republicana, se trata de un asunto apenas conocido

Falla, Alberti, el general Jurado, Conchita Badía, entre otros grandes nombres del exilio republicano, o la familia Guevara-de la Serna, en la tierra argentina de acogida, forman parte del elenco que se reunía en torno a la familia del Dr. González-Aguilar en Alta Gracia. A pesar del papel que esta familia desempeñó como foco de irradiación de los valores de la España de la Edad de Plata y republicana, se trata de un asunto apenas conocido, más allá de algunas asociaciones anecdóticas o el tratamiento acaso algo más considerado del Cuarteto Aguilar.

La historia de los González-Aguilar Precioso es una historia de exilio, de un exilio de ida y vuelta (ida con la victoria de Franco, vuelta con el golpe de Videla) entre Argentina y España. Un exilio de vuelta no es un exilio deshecho sino un exilio multiplicado. De un exilio, el primero, con unos rasgos típicos y otros particulares; los típicos tienen que ver con la experiencia existencial del traslado forzoso, los particulares con los rasgos sociales de un sector de los derrotados. En este caso de un sector de la élite científica y, a la vez, con una posición destacada en la política, como afiliado al PSOE y con responsabilidades importantes durante los años de la Guerra Civil, del padre Juan Bautista González-Aguilar Peñaranda (en general, Juan González-Aguilar). Esto último hace que la lista de personas ilustres que figuran entre los habituales de la familia en su exilio en Alta Gracia impresiona: Rafael Alberti, María Teresa León, Manuel de Falla, Pau (Pablo, en la denominación familiar) Casals, el general Jurado… mientras que la conexión con la familia Guevara-de la Serna abriría un nuevo abanico de relaciones, especialmente de parte del hijo menor, José González-Aguilar Precioso (Pepe Aguilar), amigo íntimo del Che así como del grupo de Fidel Castro, con Regis Debray entre ellos. Por eso, trazar una semblanza de esta familia tiene el interés de iluminar una más de esas teselas Innumerables de la experiencia del exilio. Lo veremos aquí en tres apartados, el primero sobre la llegada a Argentina y sus vicisitudes, el segundo sobre la importancia de Juan González Aguilar en los años de la Edad de Plata y el tercero sobre las vivencias de su hijo Pepe Aguilar, en particular a través de su relación con el Che Guevara.

1. Éxodo y destino

El 24 de octubre de 1937 llega al puerto de Buenos Aires el vapor de bandera francesa Massilia, procedente de Burdeos. Viajaban en primera clase Francisca Precioso Ruano, esposa de Juan González-Aguilar (33 años y nacida en Murcia, Paquica para la familia) y sus cuatro hijos Carmen, Francisco, Juan y José, de 9, 7, 5 y 3 años, nacidos en Santander1. Habían salido de la ciudad a causa del levantamiento militar; solo Carmen volvería a la provincia temporalmente. Argentina, un país deseable para muchos refugiados por su pujanza entonces, no era un destino fácil. El gobierno temía un efecto contagio de parte de los «revolucionarios» republicanos. En la ficha de registro de la Dirección General de Inmigración de la que proceden los datos de arriba, los pasajeros citados aparecen como de religión católica. Como asegura Dora Schwarzstein, se alegaron trabas de todo tipo para impedir la llegada de refugiados republicanos2. Salvo en el caso de los vascos, una comunidad prestigiada e influyente, por un lado, y a quienes «no se consideraba peligrosos políticamente en buena medida debido a su acendrado catolicismo», por otro. Por eso, en 1940 dos decretos permitían la llegada de vascos3. En los primeros compases de la Segunda Guerra Mundial Argentina mostró su proximidad al Eje; solo tras la derrota y el fin de la guerra, ese país inmenso se convirtió en el segundo receptor de refugiados, totalizando en todas sus fases una cifra cercana a las 10.000 personas. Entre los nombres más destacados: Claudio Sánchez Albornoz, Luis Jiménez de Asúa, Niceto Alcalá Zamora, Francisco Ayala, Rafael Alberti, Rosa Chacel, Rafael Dieste, María Zambrano, Pío del Río Hortega -científico cercano a González-Aguilar-, Jacinto Grau, Alejandro Casona, Conchita Badía o Margarita Xirgu4.

Por eso la llegada de refugiados no vascos lo fue con cuentagotas y gracias a redes de contactos personales o familiares, por un lado, y con predominio de personas pertenecientes a las élites (profesionales, académicas, artísticas o científicas), por otro. Así ocurrió en el caso de la familia González Aguilar, por la vinculación de la familia del padre a la élite científica y política. Es sabido que de los 450.000 refugiados contabilizados en Francia en marzo del 39, según cifras del gobierno francés, solo una parte pudo emigrar al destino preferido latinoamericano, los demás tuvieron que buscar otras tierras y los más resignarse a un futuro más oscuro, que en ocasiones terminó en los campos nazis.

Sabemos que en ocasiones las decisiones responden a criterios de urgencia y a la hora del exilio las redes de contactos, personales y profesionales, resultan decisivas. Por eso Alberti, en la Arboleda perdida, habla de «redes de esperanza»: «Y al fin, América, Buenos Aires, la Argentina de tránsito para Chile, ¿Para Chile? No, porque me quedo en Buenos Aires donde buenas manos amigas me tienden redes de esperanza».

Tenemos constancia de que en 1921 Juan González-Aguilar había estado, probablemente becado, en hospitales argentinos, así como en el Hospital Español de Buenos Aires. Pero acaso más importante que este dato es el hecho de que cuando estalla la guerra civil, sus cuatro hermanos estaban en Argentina. Sus hermanos eran figuras muy conocidas; Paco (laudón), Elisa (laúd o bandurria), Pepe (laudete) y Ezequiel (laudín o bandurria) forman en 1923 el Cuarteto Aguilar, un conjunto de cuerda muy cercano a figuras como Falla, Granados, Turina, Halffter y la Generación del 27, especialmente Alberti5. Alba Comino Comino se ha referido al Cuarteto Aguilar como «embajador de la música española en Estados Unidos (1929-1934)», aunque también viajaron por Europa6. En sus giras, cinco en EE.UU., dieron a conocer el patrimonio musical español a la vez que alentaban la composición para laúd de compositores vivos. El escritor e historiador Salvador de Madariaga les dedica estos versos: Virtuosos de virtudes/ dejan sonoros ecos/ cuatro laúdes,/ un Velázquez y tres Grecos. Cuenta Enrique Franco (El País, 28/05/1983):

«Un día, alrededor de un año antes de su muerte, Manuel de Falla recibió en su retiro de Altagracia, en la Córdoba argentina, la visita de Rafael Alberti, el laudista Paco Aguilar y Donato Colacelli. Iban a ofrecer a don Manuel, consumido en las honduras de su poncho,la Invitación a un viaje sonoro,escrita por Rafael Alberti sobre músicas habituales del repertorio laudístico del Cuarteto Aguilar, para el que Turina imaginara la Oración del torero. Esta vez, a la música de Pisador y Del Enzina, de Lully, Rameau, Purcell, Scarlatti y Bach, de Albéniz, Falla, Ernesto Halffter, Nin y Aguilar, iba a espolear los versos de Rafael Alberti. Esta cantata,inicialmente a dos voces (verso y laúd con acompañamiento de piano), se transformó luego en conciertopara poeta y cuarteto u orquesta de laúdes. […] Paco, Ezequiel, Elisa y José fueron amigos y admiración de todos: los de la generación de Falla y los de la de 1927; sonaron para Stravinsky y para Ravel, incitaron a Turina para una de sus páginas más hermosas -la aludida oración- y a Halffter para convertir en tintineo laudístico su Danza de la pastora.

La potencia plástico-rítmica de los poemas de Alberti se enfrenta con el quiebro rococó («Él vio, yo lo vi. El aire en un pie, la flor en un tris»), con el clave madrileño de Scarlatti («Trina el aire, arpegia el agua. Trémulos vidrios alisan las cuerdas de las sonatas»), con la leve zarabanda(«De tan suave no soy nada»), con los minuetos de Rameau («Hasta pronto, flor; / hasta luego, risa. / Buenas noches, gracia. / Brisa, buenos días»), con el mismo Cuarteto Aguilar («que por España sus cuatro laúdes / ardan, crepiten, sin paz al olvido, / y en cuatro barcas de mástil sonoro / pasen la mar hacia un sol infinito»), para despedirse con estos tres versos que prolongan al infinito la sugerencia abierta de la música: «¿Oísteis? La luz se pierde. / Se hunde la barca en la noche. /Sólo la mar permanece».

Alberti deja resbalar suavemente por su dicción gaditano-hispanoamericana la música de su largo viaje sonoro,al que ponen contrapunto en la, primera parte el Cuarteto Grandío, y en la segunda, la Orquesta de Laúdes Roberto Grandío, que dirige Miguel Groba. Todos son, declaradamente, continuadores de la haza de los Aguilar y de la de Germán Lago, nacidas al costado del mejor Falla y a la orilla de la generación de 1927, antes de que el centenario de Góngora le diera nombre.

Gran jornada, en la que estuvieron presentes José Aguilar y otro gran protagonista de la generación, el más albertiano de nuestros músicos, Ernesto Halffter, a la que llegó, a través de la voz del poeta, el recuerdo granadino de la heredera de don Manuel, Isabel de Falla de García de Paredes, y las palabras emocionadas de Julio Cortázar».

Pepe Aguilar, el hijo de Juan, recoge en su manuscrito una fotografía del acto (p. 111); también se incluye otra foto en La arboleda perdida. Por su parte, Alberti evocó en esta obra aquellos parajes: «En la paz soleada de la purísima mañana, el jardín de Los Espinillos, la ermita, digo, la casa, donde Manuel de Falla -don Manuel- habitaba en voluntario destierro, lejos de su Granada, se hallaba ornada de cipreses, naranjos, aromos en el gualda supremo de su flor, entre un hálito delgado de violetas». Los González-Aguilar de la segunda generación recuerdan que le robaban naranjas, lo que le producía gran enfado. Alberti, artífice de la Invitación al viaje sonoro, publicada por primera vez en 1944 en el libro Pleamar, recordaría que en aquel encuentro en Alta Gracia Falla no quiso hablar de Lorca, al parecer porque sabía cosas terribles. Falla murió al año siguiente, en 1946.

También Aitana Alberti, hija del poeta y de María Teresa León, recuerda la figura de su padre con un espectáculo en el que revive el Viaje sonoro. A comienzos de los años cuarenta, Alberti y el músico Paco Aguilar se unieron para crear esta obra. Unasuiteque reúne piezas de compositores de los siglos XI al XX, en versiones para laúd y piano, como Juan del Encina, Lully, Rameau, Scarlatti, Bach, Mozart, Albéniz y Falla, entre otros, con poemas del propio Alberti. Este espectáculo fue representado por ambos amigos en ciudades y pueblos de Argentina y Uruguay, acompañados al piano por Donato Colacelli. Cuarenta años más tarde, esta cantata se transformó en concierto para voz y cuarteto u orquesta de laúdes, pues Pepe González Aguilar, sobrino de Paco, había conservado la partitura. En esta nueva forma, Alberti estrenó la obra en mayo de 1983 en el Ateneo de Madrid en un acto de gran contenido simbólico como homenaje al Cuarteto Aguilar (Informaciones, 28/05/1983). No fue la única colaboración entre el poeta y la música, ambos se prodigaron en recitales junto con la cantante Conchita Badía. «¡Qué años aquellos en Buenos Aires! ¡Don Manuel, Paco Aguilar, tus conciertos! No te olvidamos», escribe Alberti a Conchita Badía en 19727.

La Invitación a un viaje sonoroestuvo presente en el Festival Internacional de Santander, pero el propio autor la entonó, según Enrique Franco (El País, 18/08/1985), en Laredo y en la Casona de Tudanca. Esto último tiene que ver con las resonancias afectivas del lugar. En 1928, José María de Cossío, amigo del poeta, le invitó a pasar unos días en la Casona; en sus memorias cuenta Alberti la importancia de aquella estancia, que le sirvió para visitar la región y las cuevas de Altamira, «el santuario más hermoso de todo el arte español […] Abandoné la cueva cargado de ángeles. Al partir de Tudanca, entregué a Cossío El alba del alhelí«.

Retomamos el hilo del exilio. Es la presencia de los hermanos de Juan en Argentina cuando estalla la guerra, la que explica que el primer año de su estancia en el exilio, los González-Aguilar, menos el padre que sigue en España hasta el fin de la guerra, residan en Buenos Aires con sus tíos y la abuela Filomena. Se mudan luego de Buenos Aires a Alta Gracia, provincia de Córdoba, donde vivía su amiga de Santander Ángela Huidobro de Navarro, una persona vinculada familiarmente al mundo de la ingeniería.

Llegan allí la última semana de 1938. Y les vienen a recibir Ernesto Guevara Lynch, su mujer, Celia, y sus cuatro hijos, entre ellos Ernestito o Teté, luego «Che» Guevara, por entonces con 10 años (Pepe Aguilar, p. 68). La familia se había mudado a Alta Gracia por causa del asma de Ernestito. La proximidad con esta familia sería determinante en las dos direcciones, por lo que significa de influencia del espíritu republicano y de la Edad de Plata española en este entorno argentino y de implicación de Pepe, junto al «Che», en las inquietudes políticas, aunque no lo acompañó en la guerrilla del subcontinente. Volveremos sobre esto en el tercer bloque, ahora toca retornar a una Península a la que el fascismo ha sometido a una sangría, en este caso ciertamente parte del «atroz desmoche» de la élite universitaria más preparada, que preludia los horrores de la Segunda Guerra Mundial.

2. Juan González-Aguilar, brillantez científica y compromiso republicano

La semana en que la parte de la familia trasterrada llega a Alta Gracia, la última semana del 38, no sabe nada del padre, que había quedado en España atendiendo a sus responsabilidades como alto cargo de Sanidad de la República. Y no sabe nada porque esos días finales del 38 conocen el éxodo más numeroso de los provocados por la Guerra Civil, un éxodo que ha grabado en nuestras retinas las imágenes de filas interminables de bultos humanos esperando cruzar la frontera francesa tras la conquista de Cataluña por Franco. En su manuscrito Pepe recoge retrospectivamente las impresiones del momento8:

Lucía Álvarez de Toledo recuerda la historia repetida en la familia de que Juan González-Aguilar fue quien cruzó la frontera en ambulancia a los Machado disfrazados de enfermos para evitarlos el trago de la espera. Sabemos que Antonio y su madre morirían poco después, y que esta última al cruzar habría dicho aquellas palabras terribles que recoge Corpus Barga, que en ocasiones tuvo que llevarla en brazos: «Pero, ¿cuándo llegamos a Sevilla?».

Juan Aguilar cruzaba la frontera para no volver; pasaría por los inmundos campos franceses antes de poder embarcar desde Amberes hasta Buenos Aires en el vapor «Copacabana», en el puerto de Amberes, el 6 de abril de 19399. El manuscrito de su hijo fija la llegada el 1 de mayo10.

Pero en esos años había completado una brillante carrera científica. Vale la pena recoger el perfil biográfico que del Dr. Juan González-Aguilar traza Mario Corral García, director de la Biblioteca Marquesa de Pelayo11:

Licenciado en Medicina en 1918. Tesis: Los resultados de las suturas de los nervios periféricos (Universidad Central de Madrid, 1927). En 1921 alcanza el grado de teniente médico de la Armada y en 1926 es agregado a la Clínica Ortopédica que dirige el Dr. Manuel Bastos en el Hospital de Carabanchel. Sus viajes de estudio son constantes gracias a la confianza que deposita en él la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), semillero de las personalidades médicas que dieron cuerpo a la Edad de Plata de las Ciencias Españolas, de la que la Casa de Salud Valdecilla fue buque insignia. Ésta se inaugura el año 1929 y el Dr. J. González-Aguilar, con 37 años, es seleccionado como profesor jefe de la Clínica de Huesos y Articulaciones. En Santander despliega una ingente labor clínica, docente y de investigación. Gana por oposición la dirección del Sanatorio de Isla Pedrosa, dedicado a la lucha antituberculosa, que compatibiliza con su actividad en Valdecilla. En 1937, con la toma de las tropas franquistas de la ciudad de Santander, su familia se exilia a Argentina en barco de bandera francesa. En fecha indeterminada lo hace él, probablemente en los primeros meses de 1939. En 1941 el Dr. J. González-Aguilar es nombrado jefe del Servicio de Tuberculosis Osteoarticular en el Instituto de Tisiología de la Universidad Nacional de Córdoba dirigido por el Dr. Gumersindo Soyago. Fallece en Córdoba, Argentina, en 1952.

De estos detalles cabe insistir en tres, su perfil académico, su vinculación con Valdecilla en el espíritu institucionista y su papel en el ejército republicano durante la guerra. Para el primero hay que recordar sus estancias en instituciones médicas europeas y americanas en la década de los veinte: Argentina, Uruguay, Francia, Inglaterra, Portugal, Grecia, Italia y Estados Unidos. En los dos últimos casos (1928 y 1929) pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios que preside Ramón y Cajal; la estancia en Estados Unidos tiene que ver con la cirugía de los injertos óseos, una especialidad que le permitió asistir representando a España a Congresos como el Internacional de Cirugía, que debía celebrarse en Viena, pero se trasladó a Bruselas tras la anexión de Austria por Hitler12. En la segunda mitad de la década inicia ya una importante trayectoria profesional que comienza en el Hospital de Carabanchel (Madrid) y tiene su culminación en Santander por partida doble, como jefe de Servicio de Huesos en la Casa de Salud Valdecilla y en la Dirección del Servicio Marítimo Antituberculoso de Pedrosa. Su presencia en Valdecilla es significativa porque el proyecto de esta Casa de Salud era tanto clínico como cultural. Para lo último estaba estrechamente vinculado al espíritu reformista de la Institución Libre de Enseñanza y la Edad de Plata de la cultura española, así como al espíritu vanguardista de la Bauhaus. Recurrimos de nuevo a Mario del Corral para trazar la primera conexión13:

La Edad de Plata de las Ciencias tiene su semillero en la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas dirigida por Cajal, que a su vez es fruto de la Institución Libre de Enseñanza diseñada el año 1875 en la casa natal de Augusto González de Linares, en Valle, Cabuérniga, y fundada al año siguiente.

La Casa de Salud Valdecilla es el mascarón de proa de la Edad de Plata de las Ciencias Españolas. Es necesario reclamar la importancia de una y de otra, de la Casa de Salud Valdecilla y de la Edad de Plata de las Ciencias Españolas. La exposición cuenta en este sentido con la colaboración del Centro López Albo de Documentación de la Edad de Plata de las Ciencias Españolas.

Que González-Aguilar -Juan Bautista González-Aguilar Peñaranda es su nombre completo- fuera designado para una institución con este relieve público, muestra su reconocimiento, como el de otros profesionales del Centro, empezando por su primer director, López Albo, o de Pío Río Hortega, director honorario del Laboratorio de anatomía patología y cancerología de la Casa de Salud Valdecilla. Los tres se exiliaron cuando las tropas franquistas tomaron Santander el verano del 37 (abandonando allí por cierto parte de sus trabajos). Su prestigio queda patente en el hecho de que fue él, jefe de sección de Huesos y Articulaciones, quien dictó la Conferencia Inaugural, titulada «Interpretación patogénica de los tumores de mioloplaxias en los tendones», el 3 de enero de 1930. A la suya siguió otra del Dr. Gregorio Marañón14. La Conferencia marcaba asimismo la puesta en marcha del Instituto Médico de Postgraduados, una institución puntera en la España de entonces. La caída de Santander interrumpe su continuidad en Valdecilla. Tras el exilio desempeña la función de jefe del Servicio de Tuberculosis Osteoarticular del Instituto de Tisiología y de cirujano traumatólogo de la Universidad de Córdoba, en Argentina. No recogemos aquí sus publicaciones.

Queda el componente reformista-militar-republicano. El Dr. estaba afiliado al PSOE (su ficha consta en la Fundación Pablo Iglesias) e hizo carrera militar hasta el grado de coronel. Esta trayectoria comenzó como médico de la Armada destinado en el Hospital de Marina de Cartagena. En el crucero «Cataluña» navega por el Mediterráneo interviniendo en acciones de guerra en el Norte de África. Sigue un curso de submarinos, pasa a la escuela de Submarinistas y es destinado en 1928 a Ferrol. Cesa en esa función como supernumerario para desplazarse a Santander, a las tareas comentadas. Al estallar la guerra civil, leal a la República, se reincorpora al servicio activo. Es destinado sucesivamente a Cartagena, Valencia y Barcelona, donde como Jefe de Sanidad del Ministerio de Marina se encarga de la evacuación del Pirineo Oriental, como se ha señalado; aunque tenemos muy pocos datos suyos de estos años. La derrota de la República le condena al exilio durante los 13 últimos años de vida. Falleció en Córdoba el 28 de octubre de 1952.

3. González-Aguilar, Guevara-de la Serna y los ecos de la República

Alta Gracia es una ciudad de la provincia de Córdoba, en el centro de Argentina, construida en torno a la Estancia Jesuítica, una hacienda de la época colonial con una iglesia y un museo. Allí se encuentra el Museo del Che Guevara en la casa en la que el médico guerrillero vivió de niño y donde se guardan cartas y objetos personales suyos.

Existen numerosas biografías de Ernesto Guevara, el Che; en ellas queda constancia de la proximidad entre ambas familias, la de los González-Aguilar, Juan y sus hijos -el papel de la madre, Francisca, es muy escaso, quizás porque como afirma Pepe, no le interesaba la política- y la de los Guevara-de la Serna, donde el papel de Celia, una mujer independiente, feminista, que conducía, fumaba y vestía pantalón, sobrepujaba al del padre, Ernesto Guevara Lynch. Ambos pertenecían a familias terratenientes venidas a menos y sus inquietudes políticas los habían llevado a apoyar a la República y dar acogida a los refugiados contra la posición oficial del gobierno. La casa de los González Aguilar se convirtió en una especie de centro social donde los hijos de los Guevara-de la Serna pasaban mucho tiempo en tareas que iban de la lectura de poesía a partidas de ajedrez. Recíprocamente, como recuerda Jorge G. en Compañero (1997), era el coche de Celia el que servía para trasladar a la escuela a Córdoba a los hijos de ambas familias. Los viajes permitieron amistades profundas entre los hijos y el centro social una influencia constante de la España republicana. Unas palabras de Ernesto Guevara Lynch, el padre del Che, dan testimonio de la continuidad de esta amistad cuando las familias se mudan.15

La familia Aguilar, que durante muchos años vivió cerca de nosotros en Alta Gracia, también se había mudado a la ciudad de Córdoba y muy cerca de nuestra casa. Carmen, Paco y Juan Aguilar eran íntimos amigos de Ernesto, Celia y Roberto. Pepe Aguilar era compañero inseparable de mi hija Ana María, de modo que aquella amistad que nació en Alta Gracia continuó en la ciudad de Córdoba. Cuando la familia González Aguilar no estaba en mi casa, nuestros chicos estaban en la casa de ellos.

Prueba de esta complicidad es que los González-Aguilar fueron padrinos del quinto y último de los hijos de los Guevara-de la Serna, Juan Martín, nacido en mayo de 1943. Ofició el bautizo el sacerdote vasco Vicente Otaegui y ante la sorpresa del autor, su padre le contestaba en latín (p. 97). La proximidad no era solo personal. La Guerra Civil española -también la guerra paraguayo-boliviana- fue un factor determinante en la socialización de Ernestito; todas las fuentes coinciden en ello. Para hacernos una idea cabal de aquella atmósfera recuperamos el testimonio del padre, escrito en 1972:

«Cuando comenzó en España la guerra civil, Ernesto era pequeño. Por aquel entonces yo estaba íntimamente relacionado con los republicanos. […] Con algunos amigos de Alta Gracia habíamos fundado un comité de ayuda al gobierno republicano español; en este comité trabajaron muchas personas liberales y de izquierda. Nos conectábamos continuamente con otros comités de la capital cordobesa y de la ciudad de Buenos Aires.

Solo contaba nueve años de edad entonces mi hijo Ernesto. Se interesaba muchísimo por todo lo concerniente a la guerra civil española.

El médico español doctor Juan González Aguilar fue uno de los amigos personales del presidente Azaña y llegó a ser jefe de la Sanidad naval de su país. Había mandado a su familia a Buenos Aires y esta se radicó en Alta Gracia, donde pronto hicieron amistad con un núcleo de personas que trabajaban ayudando a la República española.

Cuando se derrumbó la resistencia republicana, el doctor Juan González Aguilar cruzó la frontera y pasó a Francia, donde estuvo en un campo de concentración. Un tiempo después se exilió en la República Argentina. La casa del doctor González Aguilar era un verdadero comité republicano español donde se reunían gran número de exiliados.

Nosotros habíamos intimado con los González Aguilar y Ernesto se hizo muy amigo de sus hijos mayores. En su casa pudo tomar contacto con muchos combatientes republicanos y así fue como siendo un niño Ernesto apoyó con todo entusiasmo a la República española. No faltó a un solo acto de los que se hacían con el propósito de ayuda y mientras tanto iba empapándose a través de periódicos y libros de los pormenores de esta contienda. […].

Ernesto recortaba prolijamente las noticias de los diarios y en su cuarto en un gran mapa seguía el movimiento de los ejércitos pinchando banderitas en uno y otro frente. Creo que en esa época comienza en él a desarrollarse la rebeldía contra toda dictadura que oprima a los pueblos.

Y así, en aquel clima de tensión en que vivían los exiliados españoles, todos nosotros fuimos enterándonos de los pormenores de aquella guerra fratricida. Ernesto fue conociendo a muchos de los combatientes que tomaron parte en ella. Estos se distinguieron por el derroche de coraje, derroche que conmovió al mundo entero. Es difícil escapar a la atracción que ejerce el medio cuando se tiene poca edad y creo que Ernesto en esa época empieza a desarrollar su carácter combativo. […]

A medida que se desarrolla la guerra civil, Ernesto comienza a conocer el porqué de aquella guerra. Para él ya los exiliados españoles era sus hermanos. […]

Policho [Córdoba Iturburu, cuñado del autor y periodista enviado a España por el diario Crítica], además de mandar sus artículos con impresiones personales, mandaba también algunos ejemplares de diarios de escasa tirada que se editaban dentro de las filas republicanas. Recuerdo algunos ejemplares del Mono Azul, en donde colaboraban muchos de los que más adelante llegaron a ser grandes escritores y poetas españoles, algunos de los cuales posteriormente se establecieron en la República Argentina. El Mono Azulnos brindó la oportunidad de leer por primera vez los poemas de Rafael Alberti, poeta a quien después conocimos personalmente y a quien tanto admiramos.

A la casa de don Juan González Aguilar continuamente llegaban jefes republicanos, oficiales, combatientes, profesionales, literatos, poetas. Y a mi casa también llegaban algunos de ellos. En este ambiente nos íbamos enterando de todo el proceso de la guerra civil española y como mi mujer y yo éramos personas de tendencia socialista, pronto fraternizamos con todos aquellos exiliados que llegaron a nuestro país con la esperanza de volver en poco tiempo a su tierra.

Mi hijo Ernesto iba creciendo en aquel ambiente y no sólo se puedo enterar de los incidentes de la guerra civil, sino también de la nueva literatura que nacía en las trincheras. No es de extrañar, pues, que siendo un niño se identificara con la vanguardia de la España republicana.

El general Jurado, militar español republicano, fue el héroe de la batalla de Guadalajara.[…] Nos hicimos muy amigos y me contó muchos pormenores de la guerra civil española. […] Ernesto entonces tenía alrededor de los diez años y seguía los relatos de Jurado absorto y sin perder detalle. […] fue para él una guía de lo que debe ser un hombre de combate. Le tenía una gran admiración. […] Cuando yo observaba la atención con que mi hijo Ernesto escuchaba al veterano militar, lejos estaba de pensar que este chiquillo pudiera repetir alguna de estas hazañas en lugares muy lejanos y hoy pienso cuánto le habrán servido las lecciones que, sin saberlo, le estaba brindando un militar español».

Documentos inéditos facilitados por su viuda y segunda mujer Aleida March, de los que dio cuenta Mauricio Vicent antes de su publicación, confirman la importancia de la Guerra Civil española en la formación del Che. Señala Vicent:

«En septiembre de 1956, poco después de salir de la cárcel en México y dos meses antes de partir hacia Cuba en el yate Granma,el Che, en la clandestinidad, visita a su primera esposa, la economista peruana Hilda Gadea, y a su hija Hildita en la casa en que vivían en el Distrito Federal. Ambas fallecieron ya, pero antes de morir, Gadea contó que ese día el Che les recitó los versos que Antonio Machado dedicó al general Líster. El Che siempre tuvo gran cercanía al exilio republicano español. Tras el triunfo de la revolución mantuvo buenas relaciones con el militar Alberto Bayo, que había entrenado al grupo de Castro en México y con quien jugaba al ajedrez, así como con intelectuales españoles que residían en la isla, como el jurista José Luis Galbe y el científico Julio López Rendueles. Veinte años antes, en 1937, en el pueblo argentino de Altagracia, Guevara tuvo su primera noción de la guerra civil española al llegar a vivir a su casa los hijos de un médico republicano. Tenía nueve años. Con sus amigos seguía los partes de guerra y llegó a aprenderse los nombres de todos los generales republicanos».

Naturalmente el médico republicano era González-Aguilar y estos eran los versos de Machado que el Che recitaba a su hija Hildita:

A LÍSTER, JEFE EN LOS EJÉRCITOS DEL EBRO

Tu carta -oh noble corazón en vela,
español indomable, puño fuerte-,
tu carta, heroico Líster, me consuela,
de esta, que pesa en mí, carne de muerte.

Fragores en tu carta me han llegado
de lucha santa sobre el campo ibero;
también mi corazón ha despertado
entre olores de pólvora y romero.

Donde anuncia marina caracola
que llega el Ebro, y en la peña fría
donde brota esa rúbrica española,

de monte a mar, esta palabra mía:
«Si mi pluma valiera tu pistola
de capitán, contento moriría».

Cuenta Lois Pérez Leira que el Che tuvo la ocasión de conocer y presentar a Enrique Líster en un homenaje al general español en La Habana el 2 de junio de 1961. Lo hizo con estas palabras:

«Tengo hoy el honor, en nombre del pueblo de Cuba, de saludar una vez más, durante su estancia entre nosotros, al general Líster. (Aplausos.) Y tengo la fácil misión de presentarlo ante ustedes, pues todos lo conocen desde hace muchos años, y el mundo entero conoció su nombre cuando España escribió una de sus páginas más heroicas y desgraciadas, durante los tres largos años de la guerra civil contra los poderes fascistas. El Che terminara su discurso con una frase del poema de Machado a Lister: «Si mi pluma valiera tu pistola de capitán, contento moriría».

Pero hay que volver al homenaje a Falla porque allí es donde se conocen Alberti y el Che. Alberti evocaría este recuerdo al saber de su muerte con estos versos:

«Te conocí de niño/ allá en el campo aquel de Córdoba Argentina,/ jugando entre los álamos y los maizales,/ las vacas de las viejas quintas, los peones…/ No te vi más, hasta que supe un día/ que eras la luz ensangrentada, el norte,/ esa estrella/ que hay que mirar a cada instante/ para saber en dónde nos hallamos».

En el homenaje tributado al Che en Roma, María Teresa León leyó estas palabras: «Yo traigo el dolor y la pena de Rafael Alberti, y con la mía, la de todos los exiliados de España, y el dolor de los que se quedaron allá con la mirada vuelta hacia la libertad, el dolor de la juventud española que no dobla las rodillas y que había visto en el «Che» Guevara un héroe del rabioso tiempo presente de nuestra América Latina».

Ambos textos figuraban en la exposición que dedicó al Che la Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla en febrero de 201016. El Che se escribió también con León Felipe. Uno de los documentos que guarda Aleida March es una carta del 21 de agosto de 1964, antes de partir al Congo: «Maestro, hace ya varios años, al tomar el poder la revolución, recibí su último libro dedicado por usted. Nunca se lo agradecí, pero siempre lo tuve muy presente. Tal vez le interese saber que uno de los dos o tres libros que tengo en mi mesa de cabecera es El Ciervo«. León Felipe le contestaba el 27 de marzo de 1965: «Mi querido amigo Che Guevara. Le escribo a Ud. ya muy viejo y muy torpón, pero le debo a Ud. un abrazo que no quiero irme sin dárselo. […] Le envío como recuerdo el autógrafo del último poema que escribí hace unos días. Salud y alegría». Cuenta Roberto Massari que en la casa de los González-Aguilar se leía a Alberti y a otros jóvenes poetas del campo republicano como León Felipe17. José González-Aguilar Precioso (Pepe Aguilar) cuenta la pasión del Che por la poesía y su predilección por un poema de Rivas Paneda sobre la caída de Madrid, que repetía a menudo: «Era mentira y mentira,/ convertida en verdad triste./ Que sus pisadas se oyeron/ en Madrid, que ya no existe» (p. 123). El Che conocía la literatura española, la clásica del Quijote a Galdós, y la moderna, como los autores citados o Goytisolo. Una muestra es la carta a Aleida el 14 de agosto de 1965 desde la selva del Congo: «Estoy manejando aceptablemente bien el idioma, mis matemáticas van bien y voy a ser catedrático del Capitala fuerza de releerlo (cada vez con más ganas, como el Quijote)».

En este cruce de complicidades no puede faltar el de Alberti con los Aguilar y los Guevara-de la Serna hay numerosos datos que avalan este contacto. Añadiré a los mencionados uno tardío, el documental Guernicarealizado por José (Pepe) González-Aguilar, el hijo menor de la familia en 1991, poco antes de morir de cáncer, en el que Rafael Alberti recita versos suyos junto a otros escritos por Pepe Aguilar.

Lucía Álvarez de Toledo, autora de una biografía y amiga de amigos y parientes de los Guevara-de la Serna, que conoció al Che en su juventud, da fe de esta complicidad familiar y apunta un dato adicional de interés: «Durante años, Pepe González Aguilar (que era amigo de la infancia del Che y lo siguió a Cuba, donde trabajaba como periodista y documentalista) y yo recopilamos material para un documental. Lamentablemente Pepe tuvo un cáncer fulminante y se murió. El material quedó archivado». Es un dato de interés porque justamente contamos con el manuscrito no publicado (e inacabado, por su muerte) de Pepe Aguilar (nota 1). Ese manuscrito es un verdadero mapa de la constelación de personalidades que confluían en Alta Gracia; la mera lista de nombres citados es elocuente. El primer capítulo, el dedicado precisamente a la muerte del Che, está precedido de la dedicatoria manuscrita de su libro de Memorias, que como despedida dejó el Che al autor en abril de 1965. El capítulo se inicia dando cuenta de una conversación del autor con Fidel Castro cuando solo los círculos íntimos conocen la noticia de la muerte del guerrillero en Bolivia el 9 de octubre de 1967. Fidel le encarga que dé la noticia al padre y Pepe refiere su obcecada incredulidad ante el anuncio de la muerte; quizás porque ya había vivido situaciones parecidas, como cuenta el propio Guevara Lynch. Una foto incluida en el manuscrito (p. 57) fechada en esos días muestra al autor junto a su viuda, Aleida, su hija, Aliusha, su hermano, Roberto, y Fidel Castro. Los siguientes capítulos viajan en el tiempo, desde su salida de Santander, sus recuerdos de Valencia bombardeada por los franquistas, los avatares de la Segunda Guerra Mundial y la posición de Argentina respecto al Eje, y un barrido sobre la actualidad de los países de América Latina; con vueltas a la Guerra Civil, los recuerdos de su infancia en Alta Gracia y diferentes flashes sobre la figura del Che. Las últimas páginas mezclan pinceladas sobre la juventud del Che, con las impresiones sobre el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, la reacción, con dos posiciones antagónicas, de la sociedad argentina. El párrafo final de este documento sin final merece ser transcrito en su literalidad:

El autor, conoció un segundo exilio, tras el golpe de Videla. Vivió en Madrid y pasó sus últimos años en Barcelona en condiciones precarias y aquejado de un cáncer del que moriría antes de cumplir los sesenta18.

Notas:

1. Estos datos proceden de Mª Aránzazu Díaz-R. Labajo, El exilio científico en Argentina. Contribuciones e impacto de los médicos, biomédicos y psicoanalistas españoles en la ciencia argentina (1936-2003).Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca 2016, pp. 205-207. El libro de referencia sobre el exilio español en Argentina sigue siendo Dora Schwarzstein, Entre Franco y Perón. Memoria e identidad del exilio republicano español en Argentina, Barcelona, Crítica 2001. Bárbara Ortuño es autora de la tesis doctoral El exilio y la emigración española de posguerra en Buenos Aires, 1936-1956, Universidad de Alicante, 2010. Sobre fuentes académicas más específicas daremos cuenta cuando proceda. No obstante, una fuente básica para este artículo son documentos personales no publicados, especialmente el manuscrito inacabado de José González-Aguilar Precioso, titulado La agonía del Che Guevara (1991), –están en marcha gestiones para su publicación-, así como testimonios de familiares y amigos.

2. Lejos de la acogida generosa mexicana. Alberti se queja de su (suya y de María Teresa) incómoda situación: teléfono intervenido, correspondencia revisada, sus nombres en una lista negra, dificultades para viajar… Remitimos para ello a Juana Martínez Gómez, «Alberti en la Argentina: los primeros pasos del exilio», Revista de Filología Románica2011, Anejo VII, pp. 255-264. Uki Goñi remacha este punto: asegurando que «el país era formalmente neutral pero en el fondo favorable a Hitler»; el escritor norteamericano-argentino recuerda en castellano la frase de Perón: «Me cortaría la mano antes de romper relaciones con el Eje» (https://www.nybooks.com/daily/2018/08/20/silence-is-health-how-totalitarianism-arrives/).

3. Dolores Pla Brugat, «1939», en Jordi Canal (ed.), Exilios. Los éxodos políticos en la Historia de España. Siglos XV-XX, Madrid, Sílex, 2007, p. 267.

4. Para el dominio cultural, Blas Matamoro, «La emigración cultural española en Argentina durante la posguerra de 1939», Cuadernos Hispanoamericanos, 384, junio 1982, pp. 576-590.

5. https://www.cuartetoaguilar.com/paco-aguilar. El 14 de noviembre de 2007 el pueblo de Molina de Segura organizó un homenaje a la familia Aguilar.

6. Seminario del Prácticum de Musicología Histórica, Universidad de La Rioja, febrero 2018.

7. Estos datos y varios otros sobre el Cuarteto Aguilar en la tesis doctoral de Eladio Mateos Miera, Rafael Alberti y la música, Universidad de Granada, 2003, la cita en p. 219.

8. Del manuscrito La Agonía del Che Guevara, pp. 71 y 73.

9. Los datos sobre el embarque en la obra citada de Bárbara Ortuño, p. 91.

10. «El 1º de mayo del 39 llegó mi padre. Era una mañana fría y Celia alquiló un taxi para llevarnos a esperarlo a la estación. Habíamos pasado casi dos años sin verlo. Recuerdo que con mi amiga Ana María le mirábamos vergonzosos y atemorizados. Hasta la noche no me animé a sentarme en sus rodillas y darle un beso». La agonía del Che Guevara, p. 80.

11.Conferencia Inaugural de la Casa de Salud Valdecilla (enero de 1930), Juan González-Aguilar, Edición Biblioteca Marqués de Pelayo, Santander 2014, p. 15.

12. Carta del 16 de septiembre de 1938, recogida por Pepe Aguilar p. 64).

13. Entrevista de Rafael Pérez Llano a Mario Corral García, comisario de la exposición «Valdecilla: La Semilla (1929-1939)»; http://semillerovaldecilla.blogspot.com/2015/05/entrevista-mario-corral-garcia.html, jueves, 28 de mayo de 2015.

14. La Conferencia está disponible, con materiales contextuales, en Colección Fuentemar 6, edición de la Biblioteca Marquesa de Pelayo, Santander 2014. Más detalles en Hospital Universitario Marqués de Valdecilla.Textos Fundacionales, Dr. D. Wenceslao López Albo. Edición dirigida por Dr. D. Jesús Gutiérrez Morlote y D. Mario Corral García. Hospital Universitario Marqués de Valdecilla. Santander 2015, pp. VII, IX, 11, 13, 17. Ambos documentos disponibles en la web.

15. Ernesto Guevara Lynch, Mi hijo el Che, La Habana, Editorial Arte y Literatura, 1988, p. 276.

16. Algunas referencias sobre el Che sin ánimo de exhaustividad:

Che: A Memoir by Fidel Castro, Ed. David Deutschmann. Melbourne / New York : Ocean Press, 1994; Carlos Calica Ferrer, Becoming Che, New Delhi, Leftword Books, 2009; Gadea, Ernesto: A Memoir, 1972; Granado, Alberto. Traveling With Che Guevara, 2004; Resnick, The Black Beret, 1970; Rojo, My Friend Che, 1968; Salles, dir. The Motorcycle Diaries, 2004, Guevara Lynch; Lucía Álvarez de Toledo, La historia del Che Guevara, Buenos Aires, Emecé, 2012. La más reciente es la del hermano menor del Che, Juan Martín Guevara con Armelle Vincent, Mi hermano el Che, Madrid, Alianza, 2016. Ernesto Guevara, Mi hijo el Che, La Habana, 1968. Jon Lee Anderson, Che Guevara: Una vida revolucionaria, Barcelona, Anagrama, 1997; Paco Ignacio Taibo II, Ernesto Guevara también conocido como el Che, Barcelona, Planeta, 2010 (2ª); Jorge Castañeda, La vida en rojo. Una biografía del Che Guevara, Madrid, Alfaguara, 1997; Aleida March, Evocación: mi vida al lado del Che, México, Centro de Estudios Che Guevara/Ocean Sur, 2011, 191 pp. De los varios escritos del propio Che, cabe reseñar, Che desde la memoria, La Habana, Ocean Sur, 2004.

17. Roberto Massari, Che Guevara: Pensamiento y política de la utopía, Tafalla, Txalaparta, 2004, p. 30

18. Agradecemos la valiosa colaboración prestada por Pepa Palacio y Pepe Lamarca.

Fuente: http://ctxt.es/es/20181129/Politica/23066/Mateo-Aguilar-Martin-Alonso-Zarza-Argentina-Edad-de-Plata-Republica-Guerra-civil-Espa%C3%B1a.htm