Alberto Jorge Lapolla, nacido en Buenos Aires, es genetista e investigador en temas históricos y ambientales: docente universitario y ensayista y autor de, los libros «El cielo por asalto» (1966/1972), y «La esperanza rota» (1972/1974), y el recientemente editado «Los hechos…y las razones» El investigador en temas históricos, Alberto Jorge Lapolla, autor de varios libros […]
Alberto Jorge Lapolla, nacido en Buenos Aires, es genetista e investigador en temas históricos y ambientales: docente universitario y ensayista y autor de, los libros «El cielo por asalto» (1966/1972), y «La esperanza rota» (1972/1974), y el recientemente editado «Los hechos…y las razones»
El investigador en temas históricos, Alberto Jorge Lapolla, autor de varios libros acerca de los años ’70 en la Argentina, dialogó con EL DIARIO acerca de cómo trata ese especial período histórico en un trabajo que acaba de publicar.
-Estás recorriendo el país, presentando tu nuevo libro que versa sobre ese tan importante período de la historia argentina que va desde 1974 a 1977. Como lo dice el título de la obra ‘Los hechos… y las razones. De la muerte de Perón a la muerte de Rodolfo Walsh’. Ya habías escrito dos libros sobre los años setenta, ¿cuáles son las razones que justifican este nuevo material?
-Bueno, en realidad, la idea es hacer lo mismo que hice con los libros anteriores: recorrer el país para hablar de los años setenta y su relación con el presente, ya que en realidad esta historia pertenece a todos los argentinos y argentinas que lucharon por un nuevo país más justo, más libre, más soberano, englobado en la idea de la Patria Socialista. Por supuesto que si el período bajo estudio les pertenece a todos, les pertenece un poco más a los cordobeses que abrieron este ciclo histórico con el glorioso Cordobazo. Tal cual lo expreso en la introducción del libro, hay aun un tercer tomo de Kronos, que se denomina La Derrota que no fue editado por razones que desconozco, debido a ello, y, porque quería profundizar en otros aspectos, decidí hacer un nuevo libro de mayor amplitud que el adeudado. Me interesaba en particular reflexionar o debatir más, sobre la trágica experiencia de la lucha armada luego de las elecciones de 1973, es decir, la continuación de la ‘guerra revolucionaria’ por el ERP y luego por Montoneros, luego de derrotada la dictadura y bajo el Tercer Gobierno Peronista. Gobierno limitado, represivo y cómplice abierto del terror luego de la muerte de Perón, pero gobierno legítimo y constitucional con fuerte respaldo del pueblo. Y que hasta la muerte de Perón (1-7-74) y la salida de Gelbard del gobierno (13-10-74) aplicó el último programa de Liberación Nacional que conocemos los argentinos, y que en esos escasos 15 meses elevó la participación de los trabajadores en la Renta Nacional del 36% al 48%. El continuar guerreando en dichas condiciones constituyó uno de los mayores errores cometidos por sectores del campo popular-revolucionario argentino a lo largo de su historia. El segundo elemento que quise profundizar, se refería a la transformación de la nación en una factoría neocolonial y el proyecto de su forzada desindustrialización para liquidar a la combativa clase obrera industrial, que había impedido desde octubre de 1945 el retorno al régimen de colonia británica anterior. Esos dos aspectos los desarrollo, creo que en profundidad en mi nuevo libro, además de abordar el desarrollo de los hechos por supuesto. Pero ahondo más en las razones del golpe de 1976, como plan estratégico de la oligarquía para liquidar la Argentina industrial, tecnológica, científica y con soberanía alimentaria, energética, estructural y militar construida a partir de 1943-45. Nunca hay que olvidar que el 55% de los desaparecidos eran dirigentes sindicales de base. Allí se nos fue el sustrato material y subjetivo de más de treinta años de lucha de clases, construido por el proletariado industrial.
-En el libro se advierte una importante diversidad documental, incluyendo la reproducción de expresiones de diferentes actores acerca de los hechos que tratás. Cuál es la intencionalidad que reside en el rescate de esa polifonía de voces.
-El proceso de los Sesenta y los Setenta es un proceso plural, multivariado y polifónico de hecho, con un gran equívoco sin embargo, que radica en que cada sector se consideraba a sí mismo la ‘vangaurdia esclarecida’ ignorando al otro, o a los otros, constituyendo una especie de diálogo de locos o de polifonía del absurdo, donde nadie escuchaba al otro y todos hablaban al mismo tiempo sin entenderse, pero diciendo las mismas cosas. Sin embargo, esa multivariedad de organizaciones, ideas, proyectos, periódicos, grupos, direcciones, ‘orgas’, cuadros, revistas, armas, partidos y enormes producciones culturales, políticas e ideológicas no pueden ser simplificadas en una o dos organizaciones, como han hecho la mayoría de los relatos sobre los Setenta, a excepción de La Voluntad. Mi intención fue tratar de reflejar de la mejor manera posible la diversidad y complejidad de ese proceso que adquirió rasgos casi únicos en la historia política latinoamericana y, como correctamente señalara Regis Debray, también fue único en toda la sociedad occidental de posguerra. De allí la apelación a la polifonía que es un estilo que me resulta cómodo, o que me surge casi espontáneamente, seguramente por mi formación en las ciencias duras y el materialismo histórico en forma simultánea. La cuestión documental por su parte, tiene varias aristas. Por un lado discutir hechos recientes, exige tocar sentimientos aun presentes en la gente y en uno mismo. Es muy difícil discutir los Setenta porque hay que pelearse con Perón, con el PC, con los Montos, con el ERP, con compañeros que fueron horriblemente masacrados en torturas inenarrables. Y eso claro es complejo, por lo cual yo apelo a una sólida base documental para romper la barrera de la subjetividad y el prejuicio -propio y ajeno- buscando cierta contundencia argumental. El otro hecho radica en que después de la derrota vino el terror. Y el terror se prolongó mucho tiempo en la sociedad argentina -de hecho hasta diciembre de 2001. Y el terror tenía un solo objetivo -en realidad todo el sistema de dominación ideológico-cultural imperial actual tiene ese mismo, único objetivo-: impedir el pensamiento, en particular el pensamiento crítico, pero también todo tipo de pensamiento. Hoy el pensamiento es una mala palabra. Piensen en Tinelli, en Sofovich, en Rial, en Canossa, en las putas de los genocidas que hoy son estrellas de televisión (Moria lo era de Galtieri, la Alfano de Massera), piensen en el fútbol las 24 horas y todos los días, piensen en Macri, en Reutemann, en el menemismo, en De la Sota, y todos los demiurgos del poder neocolonial. El único objetivo presente todo el tiempo es que la gente no piense. Piensen en Bush que se maneja con esquemas preverbales. Ya hoy en los EE.UU., el 60% de sus habitantes no conoce la Teoría de la Evolución y cree en el ‘creacionismo divino’, y el 62% cree en la existencia del demonio. De tal forma, hoy, el pensamiento crítico constituye la principal herramienta de liberación de los pueblos en su lucha contra el poder de las multinacionales. Por ello, yo quise mostrar otro momento de nuestra sociedad, un momento de una producción cultural-teórica-política impresionante, que intentó tomar el Cielo por Asalto y perdió todo en el intento. Era una sociedad donde las ideas quemaban y se producían por millares, todo lo contrario a la sociedad simplificada, banal y estupidizada de hoy, sobre todo en la Universidad, en los sectores medios y en la clase alta. Hoy no hay un solo intelectual que provenga de la oligarquía. No hay una Victoria Ocampo, no hay un Bioy, siquiera un Borges. La dictadura los destruyó como clase dominante. Sólo pueden dominar por el terror o el disfraz como con el menemismo, pero ya no tienen ideas que simulen representar a todos como el mito liberal de la Generación del ’80, ni siquiera sustentan la falsedad ‘democrática’ de la Libertadora, hoy solo exigen represión a los pobres, mientras se esconden en sus countries y mansiones de lujo, depositando sus fortunas fuera del país. Por eso siguen Grondona y Neustdat, no tienen recambio. Hadad, García Belsunce son gangsters, pues a eso quedó reducida la burguesía terrateniente y financiera luego de la dictadura, y de Carlitos. Lumpen burguesía la llama Jorge Beinstein, burguesía gangsteril la llamo yo, usando el mismo concepto. Por eso no producen intelectuales a pesar de haberse inventado universidades como la de San Andrés, la Austral y otras, universidades increíbles, donde sus hijos pasan del country al post- Doctor sin tomar nunca contacto con el pueblo, con el país real. Pero por eso mismo no pueden pensar. Pues la burguesía después de la experiencia abierta por el Cordobazo (mayo de 1969) y cerrada en la insurrección obrera del Rodrigazo (junio de 1975) decidió dejar de ser burguesía y volver a ser apéndice colonial, ahora del imperio norteamericano, de la Unión Europea y nuevamente de Gran Bretaña y España, cancelando la industrialización del país, retornando al modelo agroexportador a través de la sojización. Por suerte, esta situación de no pensamiento no es así en el pueblo, que en base a su milenaria cultura originaria, africana y mestiza, retoma y reproduce siempre su cultura de la resistencia colectiva. Hoy el piquete, los cartoneros, las fábricas recuperadas, los emprendimientos solidarios, la cultura solidaria de los asentamientos, la enorme producción cultural alternativa, son un reflejo claro de la herencia de los Setenta. Pero en la clase media y alta… da pavura. Quise entonces mostrar esa riqueza sin par de los Sesenta y Setenta y también traer y asentar documentos polémicos, porque hay mucha idealización de errores garrafales que costaron muy caros al pueblo y la nación, y es necesario mostrarlos. Por otro lado, desde el punto de vista historiográfico yo abrevo en el campo del Revisionismo de izquierda indigenista con base en el materialismo histórico, por lo tanto es casi una impronta para mí apelar al documento que justifica lo que estoy desarrollando. Por lo demás, algunos documentos son imprescindibles para conocer que pasó en un tiempo donde el terror impidió todo debate. Aun hoy ni el PC se autocriticó por haber apoyado a Videla, ni Montoneros ni el ERP lo hicieron por seguir la guerra contra un gobierno popular y abrirle la puerta al golpe genocida. En el caso de Montoneros los documentos hablan del papel infame jugado por Firmenich y Perdía entre otros, entregando en masa a sus propios compañeros, para después apoyar sin ambages la traición menemista. En ese sentido los documentos son una manera de decirles ‘esto pasó, esto ustedes lo dijeron, ustedes lo hicieron así, háganse cargo…‘
-Como no podía ser de otra manera, en el libro te refieres a sucesos que durante ese período tuvieron lugar en Córdoba. También hacés referencias a cuestiones relacionas con Villa María, como el caso de la toma de la Fábrica Militar de Pólvora en 1974 y la figura de Juan José Hernández Arregui quien por algunos años vivió en esta ciudad. Acerca de éste mencionás, entre otras cosas, la condena a muerte que le pronunció un ministro del gobierno constitucional de 1974. Según tu visión, ¿qué significó Hernández Arregui para el peronismo y qué fue el peronismo para él?
-No sólo Villa María, en realidad el libro -los tres libros- toman a Córdoba como eje de la resistencia popular de los Sesenta-Setenta. El proletariado cordobés, sus capas medias, su valiente estudiantado fueron protagonistas centrales de esta historia. Córdoba era el corazón estratégico de la industria pesada nacional, su proletariado era determinante en la Argentina industrial posterior a 1945. El proletariado cordobés era muy diferente al porteño o al del gran Buenos Aires, incluso distinto al de la cuenca del Paraná, porque Córdoba venía de una cultura popular propia muy fuerte. Pero además había una pluralidad y una composición plural estructural de ese proletariado inexistente en otras partes, con muchos estudiantes universitarios y técnicos en su seno. No porque se estuvieran ‘proletarizando’ para la Orga, sino porque el proceso productivo lo requería sí y porque los sueldos eran altísimos comparados con los de hoy. Por otra parte la figura del Gringo Agustín Tosco es fundamental para entender los Setenta, y su ejemplo inigualado hasta hoy, seguramente será tomado por las generaciones venideras como el más grande dirigente popular que parieran los argentinos. Rescatar su figura, así como a la Córdoba industrial destruida por la dictadura, el menemismo y la sojización, y a ese maravilloso proletariado muy cordobés, hasta en el humor para enfrentar la represión, es casi una obligación para la memoria histórica de los argentinos. Ese proletariado, era también en parte hijo de la provincia que produjo la mayor producción teórica desde 1918 en adelante, con la figura secular de Deodoro Roca basculando sobre el Che, los gramscianos de Pasado y Presente, el Gringo Tosco, la experiencia del SITRAC-SITRAM y el sindicalismo Clasista. En ese sentido, los Setenta tienen en Córdoba una impronta de una izquierda popular, sólida y seria no presente en el resto del país. Por supuesto que soy crítico de la toma de la fábrica militar de Villa María en 1974 por el PRT-ERP, como lo soy de todas las acciones armadas desarrolladas después de mayo de 1973. Respecto del maestro Hernández Arregui, él fue una figura central de los Setenta, y de lo que llamaríamos el Nacionalismo Popular Revolucionario, el desarrolló una mirada marxista dentro del peronismo. Como lo expreso varias veces en el libro, él junto a John William Cooke, Rodolfo Puiggróss, Silvio Frondizi, Abelardo Ramos, Arturo Jauretche, Scalabrini Ortiz (aunque había fallecido hacía ya tiempo), el Pepe Rosa, Ortega Peña, Ernesto Giúdici, Paco Urondo, Rodolfo Walsh, entre otros fueron los maestros de la generación que se lanzó al combate y quiso tomar el cielo por asalto… Fueron el intelectual colectivo construido por la lucha de clases argentina entre 1916 y 1973 (y si se quiere desde 1890 a 1973). Intelectual colectivo que el terrorismo de Estado asesinó y extirpó de raíz, y aun no hemos podido reemplazar. A tal punto, que como decíamos hoy, es peligroso pensar, y mucho menos pensar desde la política. Hernández Arregui fue una figura determinante, en particular para que los jóvenes nacionalistas pasaran a una comprensión marxista de la historia y de la realidad nacional, y también en el rescate de lo indígena, lo mestizo y de la cultura del interior por sobre la hegemonización porteña del mitro-sarmientismo posterior a Pavón en 1861.
-Repasando la historia de esos años, ¿qué debates se debe el campo popular sobre este período en particular? (el comprendido en tu libro).
–Creo que en particular debe debatirse en serio si fue legítimo o no, seguir guerreando contra un gobierno elegido con el 62% de los votos y que tenía un proyecto económico social de Liberación Nacional y de unidad continental. Por otra parte el PRT-ERP (sus sobrevivientes) y los Montoneros deben una autocrítica profunda sobre su rol después de 1973. El PC debe alguna vez decir que apoyó descaradamente a la dictadura, y no por ‘órdenes de Moscú’, sino para defender sus empresas y por clarísimas limitaciones políticas ya expresadas con anterioridad. También es necesario reflexionar, sobre algo que no hemos resuelto y es la división ad infinitum del campo popular. Ese terrible concepto de que ‘la vanguardia esclarecida soy yo, los demás no existen’, nos hizo un daño enorme. Espero que las revoluciones en marcha, en particular la venezolana y la boliviana, puedan aprender de nuestra trágica experiencia, que aniquiló a lo mejor de dos generaciones y nos impidió contar con los cuadros que regeneraran al Peronismo en un nuevo movimiento histórico de los argentinos. Fue tal la magnitud histórica de nuestra derrota, que al producirse la maravillosa rebelión popular del 19 y 20 de diciembre de 2001 -una de las mayores rebeliones contra el modelo neoliberal en el mundo, al punto que F. Fukuyama y A. Toffler la consideran como el punto que marca el principio del fin de la globalización neoliberal norteamericana-, cuando se produjo la rebelión decía, no tuvimos cuadros ni estructura política de reemplazo del poder colonial construido a partir de 1989-2001. Las dos estructuras principales de recambio histórico, que había producido la lucha de clases argentina: la Tendencia Revolucionaria Peronista y la Izquierda Revolucionaria, y sus expresiones políticas, sindicales, sociales y de base, habían sido exterminadas por la dictadura o autoinmoladas en una lucha armada que el pueblo no acompañó. Por lo tanto, en diciembre de 2001, sólo quedaba frente al poder colonial derrumbado -las masas en asambleas de casi 4 millones de personas clamaban ‘que se vayan todos’, mientras otros millones rodeaban y cercaban los bancos y privatizadas que se habían robado los ahorros de la población. Frente a esa crisis estructural del poder burgués -tal vez una de las mayores de la historia del capitalismo mundial- sólo estaba el viejo poder colonial derrumbado y la vieja izquierda ahora hegemonizada por distintas variantes de origen trotzquista y las masas en su maravilloso desorden. Esa vieja izquierda ya había sido incapaz de entender el país en 1916, en 1945 y en 1973. ¿Por qué lo iba a entender en diciembre de 2001? Y así fue. La vieja -remozada- izquierda destruyó las asambleas populares, sectarizó al movimiento piquetero, boicoteó las empresas recuperadas con planteos insurrecciónales y anticapitalistas absurdos, jugó al viejo vanguardismo solipcista impidiendo toda unidad política del campo popular que permitiera una salida y una renovación del sistema. Apostó a la nada o a seguir siendo muy poco… Y así fue: el poder colonial que estaba en el piso, listo para ser reemplazado por un poder plebeyo -como tantas otras veces en nuestra historia- pudo reciclarse y originar una nueva etapa -distinta claro está e hija de la rebelión popular- por lo que el modelo debió cambiarse en un nuevo tiempo histórico que estamos transitando, por suerte junto al resto de la Patria Grande. Pero la salida plebeya de recambio del sistema desde abajo posible entre diciembre y junio, otra vez fue impedida, al igual que en 1811 y tantas otras veces… Así que creo que el debate de los Setenta lejos de estar acabado recién comienza, espero que el libro sirva para que los más viejos accedamos a más información para reflexionar sobre nuestro pasado y que los más jóvenes puedan conocer lo que pasó para darle otro contenido, porque la historia les pertenece.