Los grupos humanos organizados en empresas (y también algún partido político de este país degenerado como tal) no están compuestos por robots, pero sus miembros funcionan como si lo fuesen. Lo de menos para ellos es el bien individual ajeno y menos aún el bien común. Su bandera es el dinero y su objetivo el […]
Los grupos humanos organizados en empresas (y también algún partido político de este país degenerado como tal) no están compuestos por robots, pero sus miembros funcionan como si lo fuesen. Lo de menos para ellos es el bien individual ajeno y menos aún el bien común. Su bandera es el dinero y su objetivo el beneficio. Extraer hasta las heces, de la inocencia, de la ingenuidad, de la ignorancia o del aturdimiento de los destinatarios de la información o de cualquier otra mercancía es el procedimiento. Y el beneficio (lo sabemos bien por los estragos que causa la explotación de servicios básicos a cargo de empresas privadas), es incompatible con el igualitarismo, con la honradez y con la veracidad. Por eso sus motores son el engaño, la artimaña, la manipulación y la maniobra que bordean el delito o caen en la ilegalidad misma, tanto en el plano comercial como en el institucional…
Limpiamente, los medios que no cuentan con el soporte crediticio de los bancos a duras penas pueden salir adelante. La dependencia del dinero financiero determina la fatal dependencia ideológica. Y esto sucede en todas partes. Pero en España, por extrañas razones de idiosincrasia nacional, la degradación de los fenómenos sociológicos universales es exponencial y se potencia como en ningún otro país europeo con algún peso específico…
En España la mayor parte de los medios está concentrada en tres grandes grupos. Grupos que a su vez no son ni pueden ser neutrales ni plurares, pues los presuntos propósitos orientados a la imparcialidad acaban sucumbiendo ante los demoledores argumentos del beneficio y del poder político. En Ucrania, por razones que ahora son lo de menos, al igual que en Estados Unidos, se prohíbe concurrir a las elecciones a los partidos comunistas. Pero no obstante, alli y aquí y en todo el orbe capitalista se sigue alardeando de libertad. A pesar de cercenar aquella opción, se sigue presumiendo de libertades formales, de libertades políticas, de libertad de expresión y de información, y su propaganda se las niega a cualquier otra opción que no pase por el aro de sus ortodoxias. Además, no importa que esa libertad no sirva para nada a quienes o no tengan un bocado que llevarse a la boca si no es por la filantropía o un sitio donde caerse muerto. Se comprende por todo ello que Ryszard Kapušcińsky diga que cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de tener importancia…
Y no es que no se cuente la verdad: se cuenta, aunque a menudo también se oculta. Lo que significa la locución «decir que la verdad deja de tener importancia», es que se cuenta pero hay muchas maneras de contarla: desde abultar la insignificancia con una obscena exageración, hasta empequeñecer maliciosamente la noticia que encierra abominación y tiene que ver con miembros de la facción de los «protegidos». El grupo o grupos mediáticos en cuestión, su beneficio prioritario y las ideologías que el grupo o los grupos desean apuntalar, asientan los mecanismos, las formas y el protagonismo de los vectores. Ellos se encargan de organizarlo todo: quiénes han de ser los periodistas que cuenten la verdad, cómo deben contarla, en qué detalle hay que poner énfasis y en qué otro hay que pasar de puntillas; qué periodistas pueden ocupar más tiempo en los debates y tienen más derecho a interrumpir y a hacer más ruido acallando así y oscureciendo los argumentos de los adversarios en ciertos espacios televisivos. Es decir, establecer ventajas de unas facciones sobre otras, como los ciclistas que se dopan -o les dopan- las tienen sobre sus contrincantes (ésta es por cierto la esencia de la infamia que encierra la financiación ilegal declarada del partido ahora del gobierno).
En efecto, y hablando de televisión, como la intención es reforzar la ideología dominante que apesta en sus dos vertientes principales hasta ayer, los tres grupos propietarios de la información nacional ya saben qué tienen qué hacer. Y aunque la presencia en los platós sea plural, la frecuencia de la de unos periodistas y el cinismo elevado al cubo de otros, deciden. Los deseos presuntos de neutralidad de los moderadores nada puedan hacer nada para equilibrar la correlación de fuerzas.
En resumen, si queremos debilitar o anular a los medios y precipitar al abismo a este sistema inmundo, generador de sufrimiento y de pobreza, debiéramos plantearnos las siguientes pautas bien sencillas: comprar sólo lo indispensable y lo superfluo sólo lo usado; no pedir dinero prestado (la manera más segura de perder la libertad); ignorar la publicidad (quitar el sonido de los aparatos mientras dure).
Si esto se hace de una manera sostenida durante un cierto tiempo sin que deba ser necesariamente prolongado, antes de lo que imaginamos la sociedad estallará en un clamor exigiendo el reordenamiento a fondo del sistema para separar el grano de la paja aprovechando sólo lo digno de ser aprovechado. Luego ya vendrá el verdadero barrido de las corruptelas. Y la corrupción propiamente dicha, a la que tan proclive es la condición humana pero sobre todo el espíritu maleado del jerifalte español por acción u omisión, será eliminada. Será eliminada no tanto directamente como derogando los incontables mecanismos de corrupción «legal» y extralegal que el propio sistema propicia al estar articulado y fabricado más o menos por los mismos que delinquen.
Jaime Richart, Antropólogo y jurista.
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