Tengo presente una imagen hogareña: Televisor blanco y negro, cocina amplia, mi vieja planchando guardapolvos, camisas y otras yerbas. Frente a la tele, tejo por mis adentros una esperanza y anhelo: que mañana siga la huelga docente para que podamos jugar el partido contra la barra del tanque. Miro la tele con ansiedad y de […]
Tengo presente una imagen hogareña: Televisor blanco y negro, cocina amplia, mi vieja planchando guardapolvos, camisas y otras yerbas. Frente a la tele, tejo por mis adentros una esperanza y anhelo: que mañana siga la huelga docente para que podamos jugar el partido contra la barra del tanque.
Miro la tele con ansiedad y de pronto el ministro de educación del gobierno de Isabel, Ivanicevich -creo que asì se llamaba- apelando a los sentimientos, con mirada fija a la càmara, una lágrima -solo una- y un mensaje: «las maestras son madres y las madres no hacen huelga y este paro es político y las maestras no deben involucrarse en ese tipo de políticas. Los chicos no pueden perder más horas de clase.»
En aquel entonces, en vano fueron las lágrimas. La huelga se prolongó otro tiempo más hasta que llegó la noche oscura y nuestros sueños dejaron de ligarse con el desafió futbolístico y se anexaron a la búsqueda de nuestros seres queridos.
De aquellas maestras en lucha del setenta, me quedó el más profundo de los respetos por su actitud de vida, la misma que hoy con algunas diferencias de matices se rescata de los que tomando esas banderas asumen su lugar en la calle y en la escuela.
Ha pasado el tiempo, pero, algo persiste. Algo que supone una afirmación y su negación en un mismo tiempo. Los maestros siguen luchando a pesar de los desaparecidos que el terrorismo de Estado a su hora se llevo de su seno, a pesar de las traiciones de los dirigentes que abandonaron escuelas para ser parlamentarios.
Los Maestros siguen diciendo presente, cuando se trata de honrar socialmente la vida y denunciar las carencias infraestructurales y las condiciones alienantes en que se desarrolla su labor.
Los gobernantes siguen diciendo que se trata de un sector político, que la huelga es política y que les hablan a los maestros de carne y hueso para que reflexionen sobre su «nuevo» rol asistencialista en la sociedad de las carencias, que los chicos no pueden perder mas clases.
Parece entonces que el teatro en este sector de la vida no ha cambiado en lo sustancial. Los maestros en lucha por salario y haberes jubilatorios dignos. Los responsables del gobierno, artífices mediadores funcionales de los sectores sociales dominantes bregando fatigosamente por mantener los privilegios y hacer de la educación una mercancía más.
Por eso creo que la aclaración se impone. Ningún niño pierde la oportunidad de formar parte del proceso educativo por el desarrollo de una huelga. Ningún niño, padre y docente quiere perder la oportunidad del acceso a la cultura. Lo que ocurre es que a los chicos se les quita la esperanza, se les saca de la escuela y se les roba la oportunidad de crecer con dignidad y ese resultado lamentable lo generan solo las condiciones de pobreza y miseria en que los gobernantes y los sectores del poder económico concentrado generan con la implementación de políticas funcionales a sus intereses.
Son ellos los ladrones que rapiñan la riqueza que producimos los trabajadores y la cobran, entre otras formas a través de los vencimientos de intereses de la deuda externa que tanto el goberno nacional como el provincial pagan puntillosamente. Cuesta creer que a pesar de los treinta años transcurridos la situación educativa del país, no haya hecho otra cosa que empeorar. Cuesta digerir que el avance de los privilegiaos no cede.
Pero frente a todo, los docentes, como trabajadores de la educación, junto a todos los demás trabajadores, siguen estando allí, en los ámbitos que le dan razón a su existencia: la calle-la protesta y el aula.
Por eso, sobre el final, y volviendo a los recuerdos de aquella imagen hogareña, se me ocurre pensar que había entre entonces y ahora otro factor común: Mis anhelos y esperanzas frente a la imagen que tiraba y tira la tele. El deseo ferviente que la huelga continué, no para jugar un partido sino para que la victoria de la dignidad humana llegue a la pantalla de la vida.