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Los que mandan no quieren más grieta

Fuentes: Rebelión

El gran capital avanza con opciones electorales uniformadas por el propósito de dar apariencia de legitimidad democrática y gobernabilidad a su programa de reformas regresivas para la sociedad argentina.

Parece avanzar la idea de que no se habilitará la discusión sobre ¿Qué hacer? sino apenas sobre ¿Cómo hacerlo? Así lo verbalizó Horacio Rodríguez Larreta refiriéndose a Patricia Bullrich, pero idéntica consideración es aplicable al postulante de Unión por la Patria, Sergio Massa.

Se percibe el propósito de cerrar la “grieta” desde arriba y en beneficio de los titulares del poder económico, político y comunicacional. La “autodepuración” de los fundadores del macrismo y el kirchnerismo que se autoexcluyeron de cualquier candidatura facilitó los avances en ese sentido. La postergación de los exponentes del kirchnerismo llamado “puro” a favor de una candidatura de “unidad” muy amable a ojos del establishment parece ir culminando el trabajo. El “camporismo potable” de Wado de Pedro no alcanzó.

Ello no implica que algunxs políticos y comunicadores sigan viendo su “negocio” en atizar antagonismos y odios. Si bien es cierto que a la escenografía de choques despiadados se le ven cada vez más las costuras de los acuerdos de fondo (y con el Fondo).

La caída de la épica.

Lo cierto es que se abren paso coincidencias fundamentales, potenciadas por el declive político de Cristina Fernández de Kirchner y sus seguidores más consecuentes. Haber alcanzado lugares expectables en las listas legislativas no equivale necesariamente a acumulación política ni a facilidad para generar apoyos compatibles con la carencia de alternativas.

Sobre todo porque la candidatura presidencial de Unión por la Patria constituye la tercera edición consecutiva de postulaciones presidenciales que contradicen el espíritu popular, de independencia nacional y en general progresista en que querría verse reflejado el kirchnerismo.

Se podrían esbozar consignas implícitas, en los últimos ocho años, que resultan expresivas de las piruetas realizadas, siempre en dirección hacia la derecha: “¡Para que no vuelvan las políticas de los 90 vote a un menemista!” (Scioli 2015) “¡Para echar al neoliberalismo vote a un seguidor de Domingo Cavallo!” (Alberto Fernández, 2019) “¡Votemos a un hombre de las grandes empresas y la embajada para frenar a la derecha¡” (Massa, 2023)

Luego de esa secuencia, parecen condenadas al fracaso las tentativas de disimular que la coalición “nacional y popular” está antes que nada al servicio de controlar el aparato estatal a como dé lugar, sin muchos pruritos ideológicos ni preocupaciones programáticas. Y que ya no sólo acepta como un hecho ineluctable la estructuración capitalista de la sociedad argentina (lo que siempre hizo), sino que se adapta a pleno a la modalidad que desean imponer el gran capital local e internacional y los organismos financieros.

Sonaron a hueco como nunca antes algunas manifestaciones de uno de los “progres” por excelencia del universo K, el gobernador bonaerense Axel Kicillof. Proclamó que “No vamos a ser nunca más una colonia, unión por la patria», en el acto proselitista celebrado durante el fin de semana en Merlo. La militancia respondió cantando “Patria sí, colonia no”. Los rituales inspiradores de una época pierden fuerza, y hasta bordean el ridículo, cuando en tiempos más recientes la realidad cotidiana los desmiente de modo muy evidente.

Podrán atribuirse variadas cualidades al actual ministro de Economía, pero todos podemos convenir en que entre ellas no se cuenta ni siquiera vagamente la de ser anticolonialista o antiimperialista. Una gesta liberadora con ese jefe es de una inverosimilitud que raya en la obscenidad.

Mientras tanto, en el otro campamento.

En el interior de Juntos por el Cambio (JxC) hace ya tiempo que es un tópico referirse a lo disfuncional de los choques a la luz pública entre Larreta y Bullrich. La exministra de Seguridad superó las cotas anteriores al atribuir a su contrincante “bajeza moral”, además de comportamiento “deleznable” y achacarle ser un “ventajero” que hace cualquier cosa por un voto.

Es cierto que el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires había provocado al caratular como fracaso la gestión presidencial de Mauricio Macri. Y atribuir a la candidata que propicia una forma confrontativa y antagonista de hacer los cambios que él también considera indispensables. Larreta deseaba diferenciarse una vez más cultivando su imagen “consensualista”, sintetizada en su muy repetida formulación de que hay que unir al 70% de lxs argentinxs en un consenso que sólo excluya al kirchnerismo, al que hay que “exterminar” (sic).

Cabe señalar que en los últimos días hasta medios de comunicación como La Nación se refieren de manera crítica a aquéllos y otros desbordes verbales de Bullrich. Por ejemplo al disparate de afirmar que cerca de la mitad de los estudiantes universitarios son extranjeros. Su deseo incontenible de manifestar xenofobia no reparó en tergiversar datos de una manera muy burda. Se la tildó de “superficial” y carente de una mínima preparación acerca de los temas que le toca abordar.

En los medios del establishment se desliza además que carece de formación y experiencia en temas económicos. Los esfuerzos de su asesor en el rubro, Luciano Laspina, no parecen ser muy fructíferos en ese sentido.

No se requiere una profunda capacidad de análisis para percibir que los “dueños del país” no confían del todo en “Patricia” y su sobreactuado “manodurismo”, extendido mucho más allá de los temas de “seguridad”. “Horacio” ofrece un perfil más tecnocrático, con experiencia de gestión no comparable a la de ella, que fue dos veces ministra pero no estuvo al frente de un poder ejecutivo.

Y, sobre todo, se sitúa en la línea que en su momento marcó el embajador estadounidense Marc Stanley, la de un acuerdo rápido y con vocación de permanencia entre ambas coaliciones, en torno a una prospectiva común de un sendero concentrador y excluyente para el capitalismo argentino.

Al encuentro de “la república”.

El “republicanismo” supo en su momento transformar variadas vocaciones socialdemócratas y de “centroizquierda” al neoliberalismo, en nombre del “antipopulismo”. Tal vez ahora sea el momento de “republicanizar” también al peronismo, sin por ello renunciar al respaldo que pueda proporcionar el sindicalismo y otros “aparatos” a un ajuste estructural en toda regla.

“Horacio” y “Sergio” aparecen hoy como posibles garantes de un “consenso que una a los argentinos” en la apuesta a un nuevo auge económico de la mano de crecientes posibilidades de exportación hidrocarburífera, minera y del agronegocio. Y en la lógica habitual: “Todo al servicio de las grandes empresas”.

Y tal vez al kirchnerismo le toque reacomodarse a un rol subordinado, sin renunciar a su discurso “épico” en baja, tras el objetivo casi excluyente de conservar porciones de poder. Y por qué no, a cierta participación en los grandes negocios que se abran.

En esas circunstancias, la crisis política y de representación no puede sino seguir su curso en ascenso. Frente al “bicoalicionismo” de derecha que se ha fagocitado a las opciones más o menos reformistas, sólo cabe la construcción de una alternativa de izquierda.

O la resignación a una democracia menguante, pavimentada por la agresión constante al nivel de vida y los derechos del pueblo. En la acendrada tradición de lucha de nuestra sociedad podrá encontrarse parte sustancial de la respuesta.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.