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Los que nos venden son peores que los que nos compran

Fuentes: Debate

Muchas veces, cuando toca analizar las  actitudes de algunos personajes de nuestra dirigencia, es recordado un viejo lugar común: suelen ser peores los que nos venden que los que nos compran. No es necesario aclarar demasiado. El dicho ha sido aplicado, con razón o sin ella, a todos aquellos que, puestos a defender los intereses […]

Muchas veces, cuando toca analizar las  actitudes de algunos personajes de nuestra dirigencia, es recordado un viejo lugar común: suelen ser peores los que nos venden que los que nos compran.

No es necesario aclarar demasiado. El dicho ha sido aplicado, con razón o sin ella, a todos aquellos que, puestos a defender los intereses de la Nación -o, por lo menos, lo que se podría llamar «nuestras cosas»- parecen más amigos, como en el chiste, de los leones que del cazador.

La recién comenzada saga de Wikileaks, que por esas cosas de la globalización también nos sacude de lleno, facilita una vez más ese ejercicio de evaluación de caracteres.

Vamos a desplegar esta virtual mesa de arena empezando por decretar, arbitrariamente, que, en el bando de los que nos compran, están, en este caso, los funcionarios diplomáticos norteamericanos.

Y en el de aquellos que nos venden, una muy variada fauna de interlocutores locales, entre los cuales, como siempre, hay de todo.

Empecemos por los que nos compran.

La sorpresa es mayúscula cuando se advierte la mezcla de ingenuidad, pequeñez y ramplonería de los comentarios que, como informes de inteligencia, envían a su casa central estos aprendices de espía. Tanto es así que uno podría, con razón, temer acerca de la existencia entre nosotros de otros espías, los verdaderos, los peligrosos, como si estos fueran sólo los de juguete, los de mentira, como decían antes los chicos.

Siempre ha llamado la atención un detalle de la conducta de esos funcionarios, que mantienen las conversaciones con sus invitados con bolígrafo y papel en mano, con la actitud de un oficial sumariante, cual si fueran instructores de una causa que inquieren al investigado o imputado acerca de los detalles más insignificantes.
En estas horas se ensayan en todo el mundo miles de análisis sobre los contenidos de estas sorpresivas revelaciones. Falta mucho, es seguro, hasta que se apaguen los escándalos y las consecuencias indeseables de ellos. El costo que Estados Unidos paga y seguirá pagando por esto es incalculable. Y, más allá de las pullas, debemos decir que cualquiera que respeta al pueblo norteamericano, a la mayoría sana de esa sociedad, no puede menos que dolerse por la cruel situación que, por razones que no es el momento para analizar aquí, enfrenta.

Vamos, ahora, a darnos una vuelta por casa.

No es una particularidad de la representación estadounidense en Buenos Aires ser visitada por políticos, empresarios, periodistas y gente de diversos sectores. Todas las embajadas de los países centrales reciben, con mayor o menor frecuencia, ese tipo de visitas. Y, por cierto, nada de malo hay en ello.

El juicio se abre cuando, como en este caso, por una condenable y casi incomprensible catarata de indiscreciones, los comentarios realizados por los visitantes toman estado público y los personajes quedan en exhibición, desnudos ante la observación crítica de todos.

Y, a medida que se va tomando conocimiento de las supuestas expresiones vertidas por argentinos ante funcionarios extranjeros, que de eso se trata, en la mayoría de los casos uno siente vergüenza ajena.

Todos los medios apabullan desde el martes 30, día de la presentación pública de las filtraciones wiki, con cables y más cables que van siendo periódicamente puestos a disposición en la web y, a posteriori, traducidos del inglés.
Entretanto, Clarín y La Nación aprovecharon para castigar con dureza al Gobierno en la persona de la presidenta Cristina Fernández.

En uno de los cables revelados por Wikileaks, que data del 31de diciembre de 2009 y lleva la firma «Clinton», se dan instrucciones para que, entre otras cosas, se averiguaran detalles sobre la salud y estado mental de la Presidenta, cómo controla sus nervios, su estrés y cómo se calma cuando está angustiada.

El pedido de Clinton exime de comentarios.

Pero sí es bueno recordar que fue la revista Noticias, un paradigma de los amigos de los leones de nuestro comentario inicial, en su edición del 7 de julio de 2007, la que seguramente inspiró la sospecha sobre ese estado psíquico.

Ese día, la tapa de la revista era titulada «Trastorno bipolar y nuevo gobierno. El enigma Cristina». A continuación, como bajada del título, se podía leer el siguiente despropósito, sin fundamento alguno en el interior de la publicación. «Los especialistas debaten si una paciente maníaco-depresiva está en condiciones de gobernar», decretó Noticias.

Queda claro que, efectivamente, como dijimos al comienzo, los que nos venden son peores que los que nos compran.

Fuente original: http://www.revistadebate.com.ar//2010/12/03/3425.php