Los millones de votos de la clase trabajadora que obtendrá CFK no son, de ninguna manera, un cheque en blanco. Como dejó planteado el propio Moyano en sus alusiones sobre las conquistas de la época de Perón y las actuales, son millones los que no pueden acceder a una vivienda. A lo que hay que […]
Los millones de votos de la clase trabajadora que obtendrá CFK no son, de ninguna manera, un cheque en blanco. Como dejó planteado el propio Moyano en sus alusiones sobre las conquistas de la época de Perón y las actuales, son millones los que no pueden acceder a una vivienda. A lo que hay que agregar que, por el contrario, esta demanda estructural ha sido negada por los K a sangre y fuego tanto en el Parque Indoamericano porteño como en Jujuy. En el acto del 17 de octubre el jefe de la CGT, ya sin tantas pretensiones de volver al viejo peronismo, advirtió que, de todas maneras, «no retrocederemos ni un milímetro de lo conquistado». Básicamente Moyano se posiciona ante las declaraciones oficiales que anuncian un tope salarial más bajo en las paritarias del 2012 y a que, en función de una mejor negociación, los K le mueven el piso con planes de sucesión. La CGT sabe que si, además de dejar afuera de las paritarias del modelo a millones de trabajadores en negro y precarizados, se limita la capacidad de negociación de los trabajadores en blanco habrá problemas para su base de sustentación. Y mucho peor si en las salidas «heterodoxas» que prepara el oficialismo ante la crisis capitalista internacional se combinan los topes salariales con reajustes devaluatorios del peso que también reclaman los exportadores.
La crisis de la burocracia sindical no está restringida a los cortocircuitos de la CGT con CFK. Ni siquiera que los K quieran sacar a Moyano de su jefatura. La crisis mayor queda más clara cuando se ve quiénes son los que rosquean para reemplazarlo, teniendo en cuenta que viene una situación que preanuncia crisis en la relación del gobierno con la clase trabajadora. Con decir que es nada menos que el «Gordo» Lezcano el que actúa, como vocero de «la renovación», para sentenciar que Moyano «está acabado». Uno de los que suponen como preferido de Cristina para el recambio, Antonio Caló, el Secretario General de la UOM, fue el que en el 2009 dejó colgadas a las fábricas metalúrgicas que cerraron en aquel anticipo de la crisis, como Mahle y Paraná Metal, y pactó un acuerdo salarial por debajo del pedido por sus afiliados que protagonizaron un plan de lucha como hacía décadas no se veía en el gremio. Esto refiere a otra cuestión mayor: el kirchnerismo no tiene una fracción propia dentro del movimiento sindical. Es decir que, más allá de dirigentes más o menos oficialistas, su relación con el movimiento obrero no es orgánica sino que depende de los vaivenes coyunturales de la economía, de los subsidios del Estado para sostener la rentabilidad a los empresarios y que éstos permitan al menos correrle de atrás a la inflación en las paritarias; y, fundamentalmente, del control que ejerzan sobre los trabajadores las mediaciones burocráticas de los sindicatos que no le obedecen plenamente. Sin ello, el rey está desnudo. Por ello se recuerdan las palabras de Cristina, en noviembre de 2009 en un acto de la Unión Ferroviaria y en presencia de José Pedraza: «necesitamos un sindicalismo fuerte».
A pesar de todos los roces el gobierno hará uso de la burocracia sindical, y en gran forma, luego de las elecciones cuando, con millones de votos a favor, volverá con la idea de un pacto social o de «unidad nacional» donde los sindicatos se subordinen a las corporaciones empresarias. Entre las cuales, además de los privilegiados de la UIA, se viene profundizando el giro oficial hacia la Mesa de Enlace de la «oligarquía destituyente» que recibió un nuevo guiño presidencial con la visita de CFK a Coninagro. De esta unidad de propósitos contra la clase trabajadora se desprende que Hermes Binner, que se plantó del lado del lock out patronal agrario en 2008 y ahora se presenta como progresista acompañado por los dirigentes de la CTA disidente como Víctor De Gennaro y la izquierda sojera, se haya declarado, en plena campaña electoral, a favor de que se limiten las demandas salariales. Ante este panorama la tarea clave estará en desarrollar una poderosa corriente de independencia política de la clase trabajadora que pueda ser alternativa a la burocracia sindical, en todas sus variantes.
El Frente de Izquierda y de los Trabajadores ya ha conquistado un triunfo político nacional. A diferencia de experiencias anteriores, como Izquierda Unida en los ’90 que instaló a una izquierda de conciliación de clases (que terminó arrastrada por los reclamos de la Sociedad Rural y ahora cayó en el default de Pino Solanas), el FIT se presentó ante millones como una izquierda clasista y socialista, como un polo nacional de independencia de los capitalistas. Es un nuevo capital político para la construcción de una fuerza militante al interior de los sindicatos y sus organizaciones de base, en las empresas estratégicas y una gran juventud revolucionaria en el movimiento estudiantil y las nuevas generaciones de la clase trabajadora.
Si este logro político además se amplía con la obtención de diputados permitirá reafirmar, en el terreno mismo del régimen político, las diferencias de la izquierda clasista con todos los partidos tradicionales, incluidos los de la centroizquierda. Como hemos establecido, nuestros diputados rotarán entre todas las fuerzas del FIT, cobrarán el salario de un docente y pondrán las dietas y sus bancas al servicio de la lucha de clases. El peso de la tribuna que la izquierda ha conquistado en los medios, producto de que no pudieron proscribirnos con las internas del 14 de agosto, muestra el potencial de lo que sería la utilización de esa ubicación permanente en la política nacional. Pero se podría decir que la utilización de la tribuna parlamentaria y los medios es análoga a lo que la fuerza de la aviación en la guerra: puede llegar a abarcar amplios territorios, pero para triunfar son imprescindibles las fuerzas militantes que jueguen el rol de la infantería ocupando las posiciones en el terreno. Desde una perspectiva política realista, es decir revolucionaria, nada puede reemplazar la influencia de los revolucionarios en las organizaciones de lucha en los momentos decisivos. La crisis capitalista, en su carácter histórico y mundial, no deja otra alternativa que preparar decididamente la construcción de un partido de carácter revolucionario e internacionalista. El planteo de un partido de trabajadores, basado en comisiones internas, cuerpos de delegados y sindicatos (o fuertes corrientes en su interior) conquistados para la independencia política debe ser puesto como un paso adelante en esa dirección.
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