Detrás de la persecución judicial y mediática contra el militante mapuche Facundo Jones Huala, de la comunidad Cushamen, se esconde un negocio millonario: buscan privatizar miles de hectáreas de ríos y bosques de Chubut. La inquisición de Macri y Das Neves en alianza con Benetton y Lewis. Quién es en realidad el hombre al que […]
Detrás de la persecución judicial y mediática contra el militante mapuche Facundo Jones Huala, de la comunidad Cushamen, se esconde un negocio millonario: buscan privatizar miles de hectáreas de ríos y bosques de Chubut. La inquisición de Macri y Das Neves en alianza con Benetton y Lewis. Quién es en realidad el hombre al que Clarín describió como «el mapuche violento que le declaró la guerra a la Argentina Chile».
Se dice de él que es cuatrero, terrorista aliado de las FARC, parte de un grupo de kurdos en vuelta por el Cosmos, que recibiría ayuda de comunidades autónomas europeas; y hasta del Reino Unido de la Gran Bretaña. Una suma de delirios en dossier escrito por expertos en quiromancia.
El fin de semana, Clarín hizo una tapa de antología: «El mapuche violento que le declaró la guerra a la Argentina Chile».
Sucede que Facundo Jones Huala, es un militante mapuche que defiende el derecho de sus ancestros. No le cae en gracia el capitalismo y la noción cultural del Estado Nación. Su cosmovisión es muy otra. Más cercana a la vivida por sus antepasados de ambos lados de la Cordillera. Sus días son ventosos y amargos en la comunidad indígena de Cushamen, Chubut, en constante lucha contra el magnate Benetton, el gobernador Mario Das Neves, y el Estado Nacional que envió la Gendarmería para reprimir a mujeres y niños en el medio del mal llamado desierto. La flamante administración acusa a 24 miembros de la lof de Jones Huala por delitos graves y la campaña de hostigamiento persiste día tras día (Ver comunicado).
El origen del conflicto no es menor. Está en juego nada menos que la propiedad. Un concepto distinto de ese derecho. Por eso la lof de Jones Huala mantiene una toma de algunos campos de Benetton. Cuando el empresario compró las estancias de los alrededores de Cushamen habrían sido inscritas con el sello de «Secret» por la corporación inglesa Compañía de Tierras del Sud Argentino, que tomó posesión de 2.500.000 hectáreas en la región luego de la campaña de exterminio de Roca. Miles de esas hectáreas serían terreno fiscal que Benetton remensuró a favor suyo. Y ese es el punto que demanda el grupo de Jones Huala.
En su libro «Ese ajeno Sur. Un dominio británico de un millón de hectáreas en la Patagonia», el investigador rionegrino Ramón Minieri descubrió el siguiente detalle en el archivo de la Compañía sobre el área de Colonia Lepá: «Un sobrante de mensura: una fracción de forma irregular de 4 1/2 leguas de extensión (11.250 ha).
«Este campo de dimensiones no desdeñables fue ocupado por la Compañía con su hacienda. La situación siguió inadvertida (puesto que los inspectores, como queda visto, solían no llegar al lugar de los hechos). p. 154
«Un poblador, Ramos, que no pudo conseguir la tierra» de la fracción escondida de Lepá…», p.165
Es decir: la comunidad Cushamen y Jones Huala tienen motivos de sobra registrados en la historia para sospechar de la mensura de Benetton y de la Compañía The Argentine Southern Land Co.
El colmo de la hipocresía fue revelado por el sitio Cholila Online hace 72 horas: la inmobiliaria inglesa Sotheby’s International Realty puso a la venta en 12 millones de dólares la estancia Rincón de los Leones, de casi 13.000 hectáreas, dentro de las cuales existen 9 kilómetros del Río Chubut. Algo que no podría realizarse sin la connivencia de Das Neves y del representante del Ejecutivo Nacional, Mauricio Macri, amigo y defensor de Joe Lewis.
El presidente ayer [el miércoles] rubricó su virreinato de alquiler: tomó deuda por 20 mil millones de dólares por medio del decreto 29/2017. Puso a Gran Bretaña como mediador y se sometió a la justicia de Nueva York.
En tanto, Das Neves (tan peronista) anhela convencer a las comunidades de los pueblos originarios ofertándoles 10 hectáreas para quedarse con mil en territorio fiscal. Suma varias denuncias por abuso de poder y supuestas estafas a familias mapuches, aunque esas causas están en el alambre del olvido, prolijamente paralizadas.
La delgada línea roja
La colonia Cushamen fue creada en 1899 luego de la campaña de exterminio de Roca. Se trata de unos 50 lotes de 650 hectáreas cada uno, que limitan con las estancias de la Compañía de Tierras del Sud Argentino, antigua propiedad de Gran Bretaña, ahora en manos de Benetton. El italiano se las compró a los latifundistas criollos Menéndez, Paz, y Ochoa en 1991/92, quienes tras la Guerra de Malvinas tuvieron que admitir que tenían esos enormes campos en un fideicomiso en Luxemburgo, de moda en estos días de cuentas offshore en Panamá y Bahamas.
La comunidad indígena Cushamen nació después del horror. Esas tierras fueron entregadas a 45 familiares del cacique manzanero Miguel Ñancuche Nahuelquir en un boleto de posesión firmado por los representantes del Estado en 1900 (ver facsímil). Nahuelquir había sufrido la persecución de los ejércitos de Chile y la Argentina y era un subordinado del cacique Sayhueque, cuyos principales toldos estaban en la zona de Junín y San Martín de los Andes, en Neuquén. Sayhueque controlaba unos 100 pasos de la Cordillera hacia el Valle Central de Chile. Era el sendero de los malones que llegaron al promediar la «Guerra a Muerte» del otro lado de las montañas (así se conoce el movimiento emancipador contra las tropas realistas y sus aliados), que se extendió desde 1818 a 1832, cuando se produjo la gran migración mapuche que atravesó el fuerte de Carmen de Patagones, en Río Negro, hasta La Pampa, Buenos Aires, Mendoza, San Luis, sur de Santa Fe, y Córdoba.
El primero que vio la importancia de esos caciques fue Rosas, quien pactó con Calfucurá en 1834 y lo dejó asentarse en Salinas Grandes. Lo mismo hizo Urquiza. De esa manera se aseguraba el freno del malón sobre las principales estancias de Buenos Aires. A cambio compartían la geografía de los saladeros en tiempos donde el frigorífico no existía y con el tasajo se le daba de comer a los esclavos de Cuba y Brasil, primero; y a la mano de obra proveniente de China en Perú y Ecuador; poco después, surcando el Pacífico con barcos y carne seca.
Con la expansión de la frontera agropecuaria y los acuerdos con Gran Bretaña para la compra de cuero, carne, y grasa (usada para fabricar velas), la relación de fuerzas cambió de golpe en una franja de 30 años.
En ese contexto, los pueblos indígenas tuvieron una activa participación en las disputas políticas de los bandos unitarios y federales. Así fueron subsistiendo a fuerza pactos y miles de lanzas como reaseguro.
Con la derrota de la paz, la ambición y la necesidad de asegurar un territorio nacional, las armas del Ejército acorralaron al cacique Nahuelquir, que no tuvo más remedio que actuar como baquiano de Roca. A cambio el Estado le concedió esas tierras de Cushamen, que hoy rodean la Estancia Leleque, a 90 kilómetros de Esquel, propiedad de Benetton.
La historia tiene sus zonas oscuras que no fueron repasadas por el relato de Mitre: ¿cómo culminó sus días Sayhueque, el cacique que fue jefe de Nahuelquir? A pesar de ser el último en rendirse en 1885 en Junín de los Andes fue exhibido por Roca y la oligarquía porteña vestido de compadrito en los carnavales de Retiro. Una parte de su tribu que había defendido la bandera argentina fue a parar a los cañaverales de Tucumán o a las casas de los estancieros bonaerenses. Murió en 1903 en Chubut lejos del lago Nahuel Huapi donde había crecido intercambiando animales y comerciando cueros, tejidos y platería, con españoles, criollos, turcos, mapuches, pampas y tehuelches. Su amigo Nahuelquir fue un poco más afortunado: logró sobrevivir al exterminio de los generales de Roca mediando a cada paso para evitar que sus hermanos fueran asesinados. Su clan recuerda que Roca lo consideraba «un amigo» y le dio a elegir entre Cholila y Cushamen. La tribu de Nahuelquir optó la última porque por allí solían andar con sus caballos antes de 1878 cazando guanacos, pastoreando el ganado durante el verano, a la vera de ríos y cañadas. Fue una elección para sobrevivir.
Lo que llegó después resultó funesto: el Ejército se repartió 50 millones de hectáreas en la Pampa Húmeda y la Patagonia, mientras que a «los indios amigos» les cedieron apenas 21 leguas en zonas áridas.
Un ejemplo: cada integrante de la familia Uriburu se quedó con 20 mil hectáreas que al correr el final del siglo XIX y comienzos del XX fueron vendiendo a capitales británicos con la excusa de «la Patria».
Robo para la corona
Haga un ejercicio pragmático. Revise el mapa de la Colonia Cushamen que está aquí. Notará la cercanía de estancias inglesas. Eso tampoco fue casualidad. Los sobrevivientes del exterminio de Roca pasaron a ser la mano de obra barata de las grandes corporaciones inglesas que se extendieron desde Buenos Aires hasta Santa Cruz, Tierra del Fuego, los canales fueguinos del lado de Chile, y el Estrecho de Magallanes. Todas esas inversiones del Imperio se realizaron por medio de los datos del explorador inglés George Chaworth Musters en 1869. De hecho el actual administrador de la estancia Leleque, que Benetton le compró a Menéndez, Paz y Ochoa con el menemato, se llama Ronald Mac Donald. Un hombre de estirpe británica que gusta andar en botas de cuero vendiendo ovejas de raza. En Leleque funciona un museo. Sí un museo. Con muchos recuerdos de la vida diaria en esos inmensos campos que fueron recorridos por los descendientes de la cacique María «La Grande», que con 1500 lanzas surcó esos territorios desde Santa Cruz para entrevistarse con las autoridades de turno en Carmen de Patagones. María vivió en el Estrecho de Magallanes y desde allí controló el comercio de aceite de ballena, barcos loberos, y venta de tasajo desde Punta Arenas hasta el Río Negro.
Claro que eran otros tiempos. A María -que incluso viajó a Malvinas- la sucedió Casimiro Biguá en 1840. Otro conocido de Musters y de los chilenos. Biguá juró defender la bandera argentina y de hecho se plantó ante el cacique mapuche Calfucurá para evitar que masacrara a los galeses en Bahía Blanca en 1870.
Unos 96 años antes, otro inglés, el jesuita Thomas Falkner, enumeró en 1774 las ventajas de controlar Montevideo y Buenos Aires para el comercio marítimo del Atlántico Sur y el Pacífico. 243 años después de Falkner poco ha cambiado. La Patagonia nunca fue desierto y los británicos lo saben.
Juan Alonso es periodista y escritor. Ex jefe de Policiales de Tiempo Argentino y coautor de la investigación de Papel Prensa. Columnista, junto a Roberto Caballero, en Radio del Plata.
@jotaalonso
Fuente: http://www.nuestrasvoces.com.ar/investigaciones/macri-la-tercera-invasion-inglesa/