El candidato del PRO-Cambiemos comienza la presentación de su biografía en el portal de campaña con un acontecimiento sucedido a principios de los años noventa. La parte de la historia que se cuenta y la que se oculta. En el apartado «Quien soy» de la página personal que Mauricio Macri utiliza para la campaña electoral, […]
El candidato del PRO-Cambiemos comienza la presentación de su biografía en el portal de campaña con un acontecimiento sucedido a principios de los años noventa. La parte de la historia que se cuenta y la que se oculta.
En el apartado «Quien soy» de la página personal que Mauricio Macri utiliza para la campaña electoral, se encuentra una curiosa presentación que comienza con un hecho que sucedió hace casi veinticinco años.
Bajo el intrigante subtítulo «Desde la oscuridad», con un epígrafe de la clásica novela de Erich María Remarque «Sin novedad en el frente» y sin introducción, la historia va directo al hecho violento.
Un comienzo de novela negra mankelliano contado en primera persona y sin muchas vueltas: «los tipos» que lo agarran del cuello, el golpe de puño instantáneo en la cara, el encierro en un ataúd en la parte de atrás de una camioneta, los alambres que atan manos y pies y la capucha en la cabeza. Unos párrafos más abajo, el texto revela que se trata del secuestro extorsivo del que fuera víctima el candidato del PRO-Cambiemos en el mes de agosto de 1991.
Pero a diferencia de la estructura clásica de las novelas negras, la pobre narración da un giro brusco y sobreviene repentinamente un final feliz sin explicación alguna. El protagonista pasa de los sótanos del secuestro a la cumbre de la presidencia del club más popular de la Argentina (Boca Jr.), sólo por el volumen de su fuerza de voluntad y la solidez de su heroísmo personal.
Con este recurso procura sensibilizar y provocar admiración por su presunta valentía, con el objetivo de lograr el apoyo de la mayoría de los argentinos en su intento de llegar a ser presidente de la nación.
El periodista Gustavo Carabajal publicó una investigación sobre el secuestro de Macri en el diario La Nación en septiembre del 2001. En el artículo aseguraba que había intentado indagar en el entorno del ahora candidato presidencial sobre los pormenores del hecho y que todos los interlocutores repitieron lo mismo: «de ese tema no se habla».
Sin embargo, en este 2015 y en plena campaña, Macri saca a relucir una parte de la trama de aquel acontecimiento pero con un salto en la sucesión de hechos. Un vacío en el que parece es mejor no ahondar.
Dos interrogantes evidentes surgen del relato del secuestro publicado por Macri: quiénes fueron los secuestradores y cómo logró su liberación. En el texto de esta historia oficial «remixada» para la tribuna, los secuestradores simplemente son «los tipos» y la libertad «se recupera». Todo lo demás no importa. O es demasiado importante como para ser develado en campaña.
La Banda de los Comisarios
«Para entender en qué asuntitos anduvimos, tendrían que saber que yo trabajé en las brigadas de Seguridad Federal, a cargo del ‘Turco’ Ahmed y del ‘Poroto’ (Alfredo Vidal), en la época de la denominada guerra sucia», explicó ante el juez el ex suboficial Miguel Angel «Jopo» Ramírez. Con toda naturalidad, enseguida explicó el esquema del grupo del que formaba parte: una banda que planeaba secuestros en dependencias policiales y que se nutría de oficiales y suboficiales entrenados en la represión.
Junto al ex subcomisario José «El Turco Joe» Ahmed y otros cinco miembros conformaban la «Banda de los Comisarios» y fueron hallados culpables por el juez federal Rodolfo Canicoba Corral, por cinco secuestros -uno seguido de muerte- cometidos entre 1978 y 1991.
La Banda de los Comisarios fue responsable de los secuestros de Karina Werthein (14 de junio del ’78), Rudi Apstein (7 de noviembre del ’79), Julio Dudoc (19 de noviembre del mismo año y cuyo cuerpo jamás fue encontrado), Sergio Meller (13 de noviembre del ’84) y del propio Mauricio Macri (24 de agosto del ’91). Tiempo después se conoció que también participaron del secuestro de Rodolfo «Ralph» Clutterbuck, titular del Banco Central durante el mandato de facto de Reynaldo Bignone y directivo de la firma Alpargatas, producido en 1988.
La mayoría de sus integrantes se conocieron en tiempos de la dictadura, en la ya desaparecida Superintendencia de Seguridad Federal de la Policía. El área se encargaba de hacer inteligencia sobre dirigentes políticos y gremiales, y tenía brigadas para enfrentar a lo que llamaban «elementos subversivos».
Además de su entrenamiento policial, la banda contaba con una ventaja extra. Como sus miembros seguían trabajando en la fuerza, tenían la información necesaria para anticiparse a los investigadores. «Ahmed sabía todo lo relativo a cuanto estaba trabajando la Poli y evitar así enfrentamientos», confesó Ramírez en su declaración.
«Los tipos» tenían una larga trayectoria en la historia reciente y habían aprendido el violento oficio de secuestrar, torturar y matar, bajo el régimen que le permitió al grupo económico familiar de Macri -así como a muchos otros-, pasar de controlar siete empresas a poseer cuarenta y siete, una vez finalizado el proceso militar. Esa jugosa «acumulación primitiva» le habrá permitido a Franco Macri obtener los seis millones de dólares que pagó por el rescate. Dinero que fue entregado por otro empresario amigo de los Macri, Nicolás Martin Caputo (quien hoy hace buenos negocios con el Estado en la Ciudad), no sin antes mandar a microfilmar billete por billete.
El árbol venenoso
En el mes de noviembre de 1991, Macri fue llevado nuevamente a la avenida Garay 2882 (casi Chiclana) para hacer el reconocimiento del lugar donde unos meses antes había estado secuestrado. Cuando estalló en llanto por el shock, recibió el consuelo de un hombre de confianza: el comisario Jorge «El Fino» Palacios.
En ese mismo momento, el ex policía Juan Carlos «El Pelado» Bayarri, un ex represor que figuraba en las listas de la Conadep, era interrogado por el secuestro de Macri en un siniestro y emblemático lugar de Buenos Aires. Las preguntas incluían el uso de la picana eléctrica y el ejercicio del submarino seco, además de golpes, puntapiés y agujas clavadas debajo de las uñas. Un golpe de puño en el oído derecho le ocasionó una hemorragia y la perforación del tímpano. La sesión se llevaba adelante en el mismo lugar donde había funcionado el centro clandestino de detención «El Olimpo» en el barrio porteño de Floresta
En esas condiciones, el sospechoso «admitió» su participación en el secuestro de Macri y en otros hechos de las mismas características, junto a la «Banda de los Comisarios». Bayarri reconocería una voz entre las de sus torturadores. Pertenecía al comisario Carlos Sablich, en ese tiempo integrante del departamento de Defraudaciones y Estafas de la Policía Federal, más adelante pasó al frente de la Dirección de Delitos Complejos, uno de los centros neurálgicos de esa fuerza. Desde allí, también tuvo a su cargo la flamante División Antisecuestros.
Una mafia de federales entrenada para secuestrar durante la dictadura fue investigada por otra, también de federales, que siguió las enseñanzas de la misma escuela.
Bayarri estuvo trece años preso por la confesión y en el año 2014 el Tribunal Oral en lo Criminal 19 dispuso las condenas para los excomisarios Carlos Alberto Sablich y Carlos Jacinto Gutiérrez por privación ilegítima de la libertad y torturas contra Bayarri y su padre. Bayarri fue dejado en libertad porque la justicia consideró que su confesión había sido el «fruto de un árbol venenoso». Una figura poética del derecho probatorio que en este caso significa que la declaración fue arrancada bajo tortura.
Antes de «El Fino» Palacios, el candidato natural para ocupar el cargo de jefe de la flamante Metropolitana era Carlos Sablich, de quien Macri había dicho que era «el mayor experto antisecuestro de la Argentina».
Las ramificaciones criminales de Sablich se extienden a otros casos resonantes. Se descubrió una estrecha relación entre el comisario Juan José Schettino (su mano derecha) y el mismo con Jorge Sagorsky, el hombre que proveía autos robados a la banda que secuestró y asesinó a Axel Blumberg en marzo de 2004. Por el caso Blumberg, el expresidente Néstor Kirchner accedió a endurecer las leyes que aumentaron el poder represivo del Estado, es decir, de la policía. Nunca menos. Sablich pidió su pase a retiro, para esquivar una vergonzosa exoneración.
Palacios y Sablich habían sido subordinados de Carlos Gallone (poco tiempo después condenado por «La Masacre de Fátima») en la Superintendencia de Seguridad Federal, ambos prestaron servicios en el GT 2 (Grupo de Tareas 2), que operaba bajo la órbita del Batallón 601. Las escuchas que mandaba a realizar a Ciro James, quedan como travesuras infantiles al lado de este largo prontuario.
El caso de la «Banda de los Comisarios» no dejó de tener sus ribetes tragicómicos y extravagantes. Según cuenta en su libro «Escuchas ilegales» (Sudamericana, 2015) la periodista Clarisa Ercolano «al año siguiente del secuestro del que sería presidente de Boca Jrs., Camilo Ahmed (hermano de José Ahmed y sobre quien se sospecha que recayó durante algún tiempo la jefatura de la banda) fue víctima de un suicidio curioso: se arrojó de un altísimo edificio marplatense para, una vez en el suelo, darse un balazo en la cien».
La Argentina parece ser el país con mayor porcentaje de «suicidados por la sociedad» por metro cuadrado.
Ver vídeo: https://youtu.be/r6cTw3zJn_M
El lado oscuro de la luna
El caso de la muerte del fiscal Nisman en enero de este año develó la historia criminal de los servicios de inteligencia que continuaron (y continúan) operando bajo el kirchnerismo. Espías que vienen desde los tiempos de la dictadura y tienen íntimas relaciones con los servicios internacionales y con los negocios ilegales como la trata de personas.
Scioli y su ministro de Seguridad, Alejandro Granados, dejan más que claras sus intenciones de fortalecer a la mafia de la bonaerense y llevarla como modelo al conjunto del país. La misma que no es ajena a la «guerra de los servicios» como lo demostró, entre otras cosas, el fusilamiento del «Lauchón» Viale, para un arreglo de cuentas con el ahora prófugo Jaime Stiuso.
Sergio Massa es directo con su desbocada propuesta derechista: plantea que hay que sacar el ejército a la calle.
Todas estas verdades las denunció Nicolás del Caño en el debate presidencial realizado hace unos días atrás.
Detrás del circo de los globos amarillos, Macri intenta reinventar su historia personal con un cuento épico arreglado para las elecciones.
La «Banda de los Comisarios» estaba integrada por personajes que habían formado parte del engranaje operativo de la represión que actuó al servicio de los integrantes de su clase. Su tarea esencial fue el secuestro y asesinato a los mejores de una generación, sin posibilidades de rescate ni pedidos de indemnización.
El itinerario posterior y los secuestros fueron parte un «ajuste de cuentas» entre la «mano de obra desocupada» y sus antiguos jefes empresarios. Una indemnización que los ejecutores en el terreno del genocidio, los que hacían el trabajo sucio, creyeron justo cobrarse con los únicos métodos que conocían. Una «paritaria» de los grupos de tareas con la clase a la que sirvieron. No les había ido tan mal, ya que lograron hacerse con un botín de 12.500 millones de dólares en trece años, de los cuáles solo se «recuperaron» dos millones.
Así como el peronismo tiene sus mafias y patotas, sindicales y policiales; las esperanza blanca de la oposición «republicana» tiene mucho que ocultar en el lado oscuro de su luna amarilla.
La fábula de superhéroe que reinventa Macri termina con esta afirmación: «sin saber cómo, en ese extraño intercambio recibí más de lo que me sacaron por haber sido secuestrado». Una confesión inconsciente que revela, quizá, porqué hay una parte de la historia que es mejor mantener en la oscuridad.
Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/Macri-y-lo-que-oculta-la-oscuridad