Parece que pasó un siglo desde que Mauricio Macri asumió la presidencia, bailó con impunidad y mal gusto en el histórico balcón de la Casa Rosada, acompañado por la desafinada entonación de su vicepresidenta que arruinó como nadie un clásico de «Gilda». Luego de la derrota histórica del peronismo, que no sólo había perdido nacionalmente, […]
Parece que pasó un siglo desde que Mauricio Macri asumió la presidencia, bailó con impunidad y mal gusto en el histórico balcón de la Casa Rosada, acompañado por la desafinada entonación de su vicepresidenta que arruinó como nadie un clásico de «Gilda».
Luego de la derrota histórica del peronismo, que no sólo había perdido nacionalmente, sino también en la estratégica provincia de Buenos Aires, parecía que el raleado partido entraba en una crisis aguda. Se dividieron sus bloques legislativos en el Congreso nacional y en la Legislatura de la provincia de Buenos Aires.
Algunos de sus referentes comenzaron a levantar la voz para una temprana renovación (Juan Manuel Urtubey y Diego Bossio) y se ubicaron muy cercanos a Macri, con el acento puesto en la necesidad de sostener la gobernabilidad.
En esa etapa, Cambiemos tomó el grueso de sus medidas y Macri mostró un perfil «decisionista» que no estuvo exento de crisis como la que implicó el nombramiento por decreto y «en comisión» de dos jueces para la Corte Suprema, cuyos pliegos aún esperan aprobación en el Senado.
Las medidas económicas (devaluación, eliminación y baja de retenciones al «campo», apertura de la economía y tarifazos) fueron el cumplimiento del pacto electoral con el núcleo duro de sus bases de apoyo.
Macri cumple, los ricos dignifican.Un país atendido por sus dueños. Un gobierno a su imagen y semejanza. El paraíso regido por la ley suprema de la felicidad.
La nueva administración pasó el verano a pleno desmonte del aparato kirchnerista y la ocupación del Estado. Con los despidos masivos, bajo la excusa de los supuestos «ñoquis», y la contra-batalla cultural, provocaba el éxtasis de sus más firmes adherentes.
La llamada «ley de medios» fue despedazada sin mayores resistencias, dejando en evidencia la índole de su precaria naturaleza. El conglomerado para-estatal de medios inflados por el kirchnerismo también se desmoronó con un método muy simple: secarlos de pauta.
El amplio acuerdo parlamentario para el pago a los fondos «buitre» y la estridente visita de Barack Obama configuraron el cenit de un ascenso vertiginoso que parecía no tener fin. El presidente de EEUU citando una frase «duhaldista»de Borges ponía el broche de oro: estamos condenados al éxito.
La avanzada judicial sobre los funcionarios y empresarios kirchneristas que no habían ahorrado desaguisados estatales para su objetivo de construir una imposible «burguesía nacional», sufrió un revés con los llamados «PanamaPapers».
«Si no hay pan, que haya circo», aseguraban desde el Gobierno, cuando daban impulso a las causas judiciales bien ganadas por el kirchnerismo para ocupar la agenda y desplazar a las malas noticias diarias de la economía. Pero el circo vino a incluirlos en uno de sus números de alcance mundial, con el «cisne negro» que irrumpió desde el país a donde habían enviado a su mejor payaso: Miguel Del Sel.
Los papeles de Panamá mostraron a varios funcionarios de Cambiemos y al mismo Macri como parte de esa estafa «legal» que son las empresas offshore. Pero además, en una de las causas más agitadas de «la lucha contra la corrupción», la que llevó a la cárcel al inefable Lázaro Báez se encontraron relaciones entre él y empresarios ligados a Macri, como Nicolás Caputo (su amigo personal desde los tiempos del «Newman») y Ángelo Calcaterra (primo hermano del presidente), con la mediación del todo terreno, Julio De Vido.
Pero luego de tanta sobreproducción de «sinceramiento» (el eufemismo preferido por el macrismo para bautizar el ajuste) llegó el «sinceramiento» menos esperado: el de la relación de fuerzas.
Las multitudinarias movilizaciones del 24 de marzo en el aniversario del Golpe habían mostrado un malestar que iba más allá del reclamo de justicia.
La masiva concentración del grueso del sindicalismo el 29 de abril expresó bajo el prisma deformado de la puesta en movimiento de los encuadrados en los gremios, un malestar extendido que también se refleja en algunas encuestas de opinión.
Es que el Gobierno transita una paradoja: aunque desató un ajuste con velocidad de shock, no pudo desplegar un programa económico que logre satisfacer a los sectores empresarios a los que necesita seducir. Sin embargo, se ha ganado una merecida antipatía de amplios sectores sociales que son víctimas directas el ajuste.
El reacomodamiento del peronismo parlamentario con el impulso a la «ley antidespidos», desde Sergio Massa que quiere volver a la «avenida del medio» hasta el regreso de Cristina Fernández y su moderado «Frente Ciudadano», pasando por todas las tonalidades de ese universo; no son más que manifestaciones superestructurales oportunistas de una relación de fuerzas aún sin definición.
Dos artículos de quienes supieron ser las «espadas» del blindaje mediático inicial de la revolución de la alegría, grafican la compleja situación: «Macri ya no es el mismo que asumió» sentencia Eduardo Van Der Kooy en Clarín del 11 de mayo, mientras que Joaquín Morales Solá protesta el mismo día desde las páginas de La Nación y titula: «Un gobierno que corre detrás de los acontecimientos».
Como se ve, los dueños del país y sus voceros mediáticos «no se arrepienten de este amor», pero perciben desilusionados que la cosa ya no es lo que era. Y en un acto de «sinceridad» brutal empiezan a susurrarle a Macri una palabra maldita: «cambiamos».
Fuente: http://www.diarioalfil.com.ar/pagina/2016/05/12/macri-sinceramiento-inesperado/