A través del presente texto buscaremos el dialogo entre las experiencias de resistencia de la década del 90 y experiencias actuales, con la intención de ir hallando pistas que nos acerquen al cómo lxs trabajadorxs de la educación podemos ir jugando para el lado del cambio social, para ubicarnos en un rol que dinamice la […]
A través del presente texto buscaremos el dialogo entre las experiencias de resistencia de la década del 90 y experiencias actuales, con la intención de ir hallando pistas que nos acerquen al cómo lxs trabajadorxs de la educación podemos ir jugando para el lado del cambio social, para ubicarnos en un rol que dinamice la transformación desde nuestros lugares de acción: la escuela, el barrio y el sindicato. [El texto también puede leerse en .pdf pinchando aquí]
La argentinidad al palo
Las clases populares en nuestro país tuvieron diferentes niveles de protagonismo con sus alzas y bajas, vemos como la resistencia a las políticas neo liberales y así los sucesivos levantamientos del período 1996 – 2002 conforman el último auge de la lucha de clases en Argentina. Esto es muy importante ya que a través del presente texto buscaremos el dialogo entre las experiencias de resistencia de la década del `90 y experiencias actuales, con la intención de ir hallando pistas que nos acerquen al cómo lxs trabajadorxs de la educación podemos ir jugando para el lado del Cambio Social, para ubicarnos en un rol que dinamice la transformación desde nuestros lugares de acción: la escuela, el barrio y el sindicato.
En estas últimas décadas, tanto en dictadura, en tiempos de Alfonsin (UCR) y del Menemismo (PJ) el sistema económico fue puesto a disposición del capital privado lo cual requirió en diversos momentos la implementación de despidos masivos y con ello la sustitución de salarios por subsidios estatales. De este modo, el mundo del trabajo fue perdiendo peso, el crecimiento de la desocupación y consigo los diversos planes sociales repartidos por el Estado para amansar a los excluidos llevaron a que el sujeto social abanderado de las luchas populares del S XX en nuestro país perdiera protagonismo hacia finales del mismo. El asalariado fue de este modo, desplazado del sistema productivo (cada vez más acotado). Los sindicatos (en su mayoría burocratizados) no lograron condensar las luchas que se libraban en los diversos sectores. El pueblo cada vez más pobre y desamparado buscó nuevas formas de organización para salir adelante. En este proceso, un nuevo sujeto social plebeyo irrumpirá en el escenario para enfrentar las políticas liberales: el piquetero. Empujado por el pronunciado deterioro de sus condiciones de existencia, se constituirá en base al entramado territorial, contra las políticas excluyentes del gobierno, asumiendo un carácter rebelde y anti sistémico. Este sujeto ya no se podía encontrar en las unidades básicas del PJ ya que habían pasado a ser meras correas de transmisión de las migajas subsidiarias que el gobierno justicialista tenía para ofrecer.
De este modo, podemos ver cómo a la par que el capital reorientaba su estrategia, las clases populares se reposicionaban para luchar por sus propios intereses. -La lucha de antagónicos no cesa nunca y menos cuando uno de ellos impone sus intereses con niveles de crueldad y explotación tan altos como fue en la década del 90-. Ahora bien, el reposicionamiento de las clases populares asumió al trabajador despedido devenido en piquetero como símbolo de lucha, de modo que estudiantes, empleados públicos, comerciantes y laburantes de servicios precarizados, pequeños productores simpatizaron y concretaron la unidad en la acción con los piqueteros en diversas oportunidades. Las consignas planteadas referían a la necesidad inmediata de supervivencia: trabajo, alimentación y vivienda.
En este contexto neo liberal, la resistencia al ajuste, al desligamiento del Estado en materia de salud y educación, a la privatización desmedida de la industria nacional llevó a sindicatos de múltiples sectores a combatir en diferentes latitudes. Estas luchas tuvieron como escenario principal las plazas, calles y rutas, lugares que también eran habitados por los piqueteros, de forma que en varias ocasiones se conjugaron ambas luchas logrando un alto grado de participación social. Un ejemplo de esto fueron las jornadas de 1996-97 organizadas por el sindicato ATEN (CTERA) donde primero las familias apoyaron los reclamos de los trabajadores de la educación y luego aquel grupo heterogéneo de madres, padres y docentes ligaron su causa con la de los piqueteros de Cutral Co. En las rutas residió la unidad, en la tensión entre los padres que se negaban a enfrentar a la policía como opción primera y aquellos militantes estudiantiles y desocupados que centraban su estrategia en el enfrentamiento con las fuerzas represivas. El espacio público fue el campo de batalla que hilvanó los guardapolvos con los pañuelos, el olor a goma quemada con el ardor lacrimógeno de las madres, la esperanza de un salario digno con el de parar la olla cada día. El territorio fue así el bastidor circular que las clases populares adoptaron para forjar la resistencia, para mechar esperanza entre tanto barro y mierda. En dicha etapa, a lo largo y ancho del país, movimientos piqueteros y seccionales sindicales focalizaron su construcción con la comunidad. Claramente, los primeros tuvieron mayor incidencia dado que era su tarea principal construir lazos con los habitantes, amalgamar lo social a lo político; el comedor, las cooperativas, las huertas comunitarias, la olla como elementos fundantes para subsistir y crecer en organización.
Hoy bien sabemos que fueron múltiples los inéditos recorridos que nuestro pueblo fraguó aquellos años: las asambleas barriales, los espacios culturales y comunitarios, el nucleamiento solidario de las murgas, las ollas populares, los comedores, los mercados de trueque, los medios de comunicación comunitarios, las empresas recuperadas, entre otros.
Pero vino el salto de siglo ¿y después? Levantamiento popular, la usura en helicóptero, decenas de muertos en las calles, crisis del sistema de representación, ofensiva de las clases subalternas, unidad instintiva entre sectores medios y sectores más pobres, los partidos tradicionales de izquierda durmiendo sobre el desconcierto de manual, las centrales de trabajadores haciendo su juego paralelo, el piquete gana legitimidad, las Madres y las Abuelas símbolo de heroísmo, una deuda externa yugular, un sistema cambiario a la deriva y el somnífero argentino del 1 a 1 se derrumbaba por completo. Redescubrimos que somos un país dependiente, estrangulado por el capital extranjero con socios autóctonos. Vendrán meses de patacones y lecops, fusilan a Dario y Maxi, Duhalde en las tinieblas le da la llave a Néstor, un triunfo rasguñado, ante el «que se vayan todos» concesiones progres que calmen, generan puestos de trabajo, relanzan subsidios, cooptan organizaciones y movimientos antisistémicos (¿potencialmente revolucionarios?), forman tropa propia, alistan al PJ, relegitiman el sistema democrático burgués, renuevan el bipartidismo, restituyen el orden tan requerido por los empresarios para rembolsar, modernizan símbolos populistas, consagran la dicotomía de todo presente es mejor a la década pasada, Laclau le gana a Gramsci con gol de culata y los movimientos contra hegemónicos de los 90 son desarticulados sin lograr una estrategia para el cambio de época.
Vimos así como el gobierno kirchnerista (2003- actualidad) heredero del aparato burocrático del PJ de la mano de la CGT, redireccionó los subsidios estatales a organizaciones que estuvieran bajo su ala, de modo que el Frente Transversal, Libres del Sur, luego La Campora, el Movimiento Evita y demás fueron invitados a distribuir en los barrios el banquete de derechos para pobres. Sabían que al cubrir mínimamente las condiciones materiales de existencia la tendencia anti capitalista que palpitaba en la periferia y se había arrimado a los grandes centros urbanos podría ser apaciguada y transformada en conformismo, de modo tal que el sistema de dominación no fuera alterado. En tanto, las organizaciones que no se alinearan al nuevo proyecto serían ahogadas y perseguidas.
Si bien no se volvió al clientelismo grotesco de los 90, el de las manzanas duhaldistas, notamos que muchos espacios justicialistas revivieron y otros nacieron para manejar la distribución por goteo a cambio del seguidismo. Allí residen los viajes al Mercado Central, el plan Fines, el programa Envion, los forcejeos con el Argentina Trabaja, etc. A medida que se fue concretando este nuevo impulso institucional, el gobierno fue retomando las banderas del campo popular quitándoles su carácter rebelde y/o revolucionario a la par que resignificaba la identidad peronista tan bastardeada en la década anterior, la limpiaba de culpas, le quitaba el sabor a pizza con champan e invitaba a los jóvenes a sumarse a un proyecto aparentemente opuesto a la derecha, más bien de centro con mística de izquierda.
Ahora bien, es preciso observar que esta nueva militancia kirchnerista asumió un relato oficial, un grado etéreo de concientización. No fueron invitados a crear, sino a ser parte de un movimiento organizado de arriba hacia abajo, son los quijotes del cambiar para que nada cambie. Y si bien hay experiencias donde se busca la politización a través del trabajo social, éste es secundario. Cuán alejados están del peronismo revolucionario que décadas atrás debatía como llegar al Socialismo desde la identidad que un líder había concentrado ¿Será que este proyecto nac & pop es hijo pródigo de la imposición que Perón hizo sobre la canción del movimiento, quitándole su ritmo murguero plebeyo e imponiéndole un estilo militar burgués?
Ante este nuevo panorama funcional a la recomposición económica capitalista, las organizaciones nacidas en la década del 90 con amplio grado de territorialidad, tras el redireccionamiento de subsidios y el creciente mundo del empleo (industria de bienes primarios y secundarios, pequeños y medianos comercios/ pymes), no lograron redefinir sus objetivos a tiempo. Si bien sumaron militancia de nuevos sectores, como del estudiantil, perdieron peso específico en los barrios (superado ampliamente por el K y su ingeniería política) y no pudieron pasar a la ofensiva con unidad sino por el contrario tendieron a la fragmentación adentrándose en una búsqueda que hasta el día de hoy sigue abierta.
Así vemos como nuevamente la política tradicional, en especial una de sus variantes, el Justicialismo, copó la parada nuevamente, dejando atrás la posibilidad de que el poder popular sea gobierno, que el pueblo renueve sus instituciones, que les dé forma de acuerdo a su necesidad de emancipación fundando una democracia participativa. Ganó la opción fácil, el atajo. Pero claro que la disputa no cesa en tanto siga habiendo explotación, en tanto sigan existiendo clases opuestas donde la vida de una niega la vida plena de la otra. Y es en este andar que se hace preciso vislumbrar los retazos vivos de aquellas experiencias de resistencia que mixturan lo social y lo político desde la base. El cotidiano de los piqueteros, las asambleas barriales, los centros comunitarios, los grupos artísticos politizados, las ollas populares, las radios comunitarias fueron todas experiencias vivenciadas intensamente por las clases populares, de modo que en la memoria corpórea de nuestro pueblo reside un proceso práctico de resistencia, de levantamiento plebeyo frente al liberalismo por fuera del PJ, más bien diría en su contra, con fuerte arraigo territorial y en algunos casos con tintes comunales. Es así que, en la memoria de gran parte de los pobladores de nuestro país, la última gran experiencia de lucha contra el poder de los de arriba, contra el liberalismo económico fue dada por fuera de las estructuras partidarias burguesas y su campo de acción mayoritario fue el territorio.
A más de una década del auge de aquellas experiencias, notamos que hoy el escenario es muy diferente. Se volvieron a imponer las instituciones para los ricos, se volvió a legitimar el juego electoral, hacen concesiones a la derecha no kirchnerista a la par que se mantiene un grado de tensión constante, ya son varios los candidatos del seno kirchnerista que dieron el salto al barco más conservador… Pero también hay cosas que siguen un mismo curso: la deuda se pagó, se sigue pagando, la economía tuvo un ciclo de alza y ahora el desaceleramiento, seguimos siendo sumamente dependientes de las inversiones extranjeras, somos terreno fértil para los imperios, ante la falta de divisas el ajuste es la propuesta, cada vez que la conflictividad social se agudiza las fuerzas represivas juegan su clásico papel y a la izquierda mejor callarla.
En este proceso, el crecimiento económico (sin modificar lo estructural) trajo consigo el aumento de empleo, de modo que los desocupados pasaron a ser nuevamente asalariados (precarizados la mayoría) y la figura del «trabajador» fue retomada por el gobierno nacional en discursos e himnos de medianoche con la intención de realzar la tradición. Pero el tema crucial es que si bien aumentó la masa de asalariados, los sentimientos de pertenencia y bienestar propuestos no se manifiestan en las bases como sí había sucedido en el período de 1945 a 1976. Con un movimiento obrero fragmentado en cinco centrales, de las cuales dos son afines al gobierno, el kirchnerismo no ha podido contener en su totalidad el bolsillo ni las demandas generales. Ante este nuevo estado de situación donde los despidos y suspensiones comienzan a ser más frecuentes, notamos que no hay una central que esté viabilizando y potenciando el descontento, no hay una referencia generalizada de combatividad. De modo que la disputa por el movimiento obrero, por las luchas que se avecinan aún está abierta.
En lo concreto, el ajuste está en marcha, vendrá con sonrisas, discursos de equidad y retos a los que no se adapten o bien, directamente con palos y encarcelamiento. El punto es que tarde o temprano, un nuevo ciclo de luchas populares se aproxima por lo cual es preciso ir forjando un rol permeable al momento histórico que sirva de resorte para que las clases populares retomen protagonismo en un camino de concientización y lucha por el poder político y económico.
Esto se agudiza cuando observamos que en este lapso de neopopulismo, quienes siguieron acumulando fueron los oligarcas, los dorados apellidos de nuestra patria, los mismos que se enriquecieron a partir del reparto de tierras indígenas en el SXIX. Aquellos que hoy se reclutan en la Sociedad Rural, en la UIA y demás entidades, aquellos que al ver perjudicada su rentabilidad en centésimos bastardean al gobierno nacional y buscan el cambio de figurita. En ese ajedrez, Scioli o Macri parecen ser los elegidos para poner la puesta a punto de esta Argentina moderna y así consagrar un desarrollismo distendido de mayor tinte liberal. Sea quien fuera el nuevo presidente, lo que parece seguro es que esta nueva gobernabilidad vendrá acompañada de un creciente hostigamiento a los trabajadores que se nieguen a cerrar paritarias a la baja, o bien a dejar su fuente de laburo, como también a todos aquellos que sean una amenaza para los nuevos movimientos del capitalismo trasnacional acriollado. Y ante ello, nuestra defensa, nuestra resistencia y estrategia para acumular la fuerza desde abajo, que nos permita en cada golpe empoderarnos, en cada paso avanzar hacia un gobierno popular.
Y si bien siempre fue difícil para la izquierda disputar la hegemonía política a gobiernos progresistas y en los casos latinoamericanos, populistas, ello no significa que en dicho lapso no se puedan generar estrategias originales que ante un cambio de situación, como el que en nuestro país empezamos a sentir con los reacomodos a la derecha, pueda librar una batalla efectiva levada por la unidad.
La salsa de los que tienen poco pero bailan igual
En este contexto, nos preguntamos sobre el lugar que pueden cumplir los trabajadores de la educación, nos preguntamos si son meros reproductores ideológicos o bien si tiene lugar la creación. Al reflexionar, notamos que ambas respuestas son posibles y probablemente sea porque ambos roles se mixturan en la masa docente. Ahora bien, en tanto hallamos grandes desarrollos teóricos sobre el rol didáctico-pedagógico que puede llevar a cabo un educador, poco hay sobre su rol social, sobre su potencial articulador comunitario, sobre la importancia de que se conjuguen las pedagogías emancipadoras con un proyecto político que le permita asumir una coherencia transformadora y no un mero voluntarismo.
Para comenzar a zumbar la perspectiva del docente como un actor político, es bueno revisar su propia historia, ver su pasaje de apóstol a proletario, estudiar sus luchas, su andar a las sombras del movimiento obrero del 60-70, su vitalidad a finales de los 80, el camino a la fama en los 90 y su fuerte dinamismo en esta última década. Lo cual nos conduce a pensar cómo el gremio docente pasó de ser un actor menor en el período más alto de las luchas obreras de nuestro país (tras la relevancia de los «sectores estratégicos»), a ser por varios años un sector abanderado de la resistencia al neo liberalismo y en la actualidad uno de los gremios donde la izquierda tiene mayor construcción, donde se está cimentando un sindicalismo democrático, combativo y de base, con amplias posibilidades de ser un pívot para la multisectorialidad.
Es en el gremio docente donde actualmente se le está ganando la pulseada al sindicalismo K. Donde luego de años de labor multicolor, le estamos arrancando la careta a la burocracia que cogobierna con los ministerios de educación y de trabajo, asegurando que la disputa capital/trabajo no supere lo convenido por la burguesía. A partir de esa lucha, se empieza a desarticular el corporativismo Estado-partido-sindicatos, impuesto desde los despachos ideológicos del oficialismo que encausan el sistema de poder populista. De este modo, los trabajadores de la educación vienen surcando un sendero posible y necesario para renovar y radicalizar una propuesta que sea popular.
Es el sindicato nuevamente un espacio de atracción para una considerable cantidad de trabajadores, desde donde se pretenden llevar a cabo luchas reivindicativas y políticas. Vuelven a ser nombrados Tosco, Atilio Lopez, Salamanca, vuelven a surgir agrupaciones anti burocráticas y combativas. Y si bien notamos que el crecimiento es importante respecto a los primeros años de este siglo, sabemos que aún es insuficiente para abordar una lucha por la hegemonía. Las burocracia enquistadas desde hace décadas y su modelo sindical presentan grandes obstáculos, a lo cual debe sumarse el todavía limitado desarrollo de las tendencias de izquierda en dicho terreno.
En ese sentido, entendemos que alimentar la organización gremial es una tarea de la etapa para disputar a los modelos petrificadores, ganar espacios y lograr conducir desde la democracia de base, para que los intereses propios de la clase trabajadora sean los que dirijan.
Ahora bien, vemos que a la par es preciso atender a otro tipo de conflictos que no son abordados por los sindicatos, que son dejados de lado por el gris de su identidad, por el tono de su diversidad. Me refiero a los conflictos en los barrios, a la avanzada privatista sobre el espacio público, a la falta de suministros, al problema de la urbanización de las villas, a la clausura de espacios culturales y comunitarios, a los problemas derivados del narcotráfico, la narco policía, la criminalización de la juventud, los femicidios, entre otros. Ante estos fenómenos, las clases populares resisten, y es allí donde es preciso construir marcos organizativos que potencien, como también es preciso tomar conciencia de la hilvanación que debemos tener como clase trabajadora, sin por ello perder de vista las especificidades subalternas y las formas de abordarlas. Y así nos preguntamos de qué forma el trabajador de la educación puede aportar, de qué manera puede apoyar y protagonizar, de qué manera ser sindicato y territorio. Es en este camino que llegamos al concepto de Maestra/o Popular.
Sintéticamente decimos que Maestro/a Popular es aquel educador/a que se concibe/lo conciben como parte de la comunidad donde está inmerso, milita para la emancipación de las clases populares propiciando su auto organización; tiene un pie en la escuela (rol pedagógico-gremial) y otro en las calles (militante popular); siendo las pedagogías emancipatorias de Nuestra América una referencia. Este rol de docente militante tendrá como horizonte el conjugar posicionamientos gremiales puntuales con las problemáticas de los vecinos, de las familias de sus alumnos, aprovechando al territorio como articulador multisectorial tendrá la posibilidad de fomentar espacios de organización comunitaria donde se fragüe poder popular, donde se pueda superar lo corporativo gremial sin por ello abandonarlo sino por el contrario ver como aquello puede respaldar y aportar a la lucha más amplia. Ser sindicato en el territorio, ser territorio en el sindicato.
Es preciso decir que no empezamos de cero, que ya hay prácticas andadas en diferentes barrios/distritos y desde algunos espacios sindicales. También es importante asentar que en la memoria de nuestro pueblo residen experiencias de este estilo como fueron las coordinadora interfabriles de los 60-70, las puebladas de los 90, las ollas populares, por nombrar algunas. Son esas tradiciones nuestra mejor herencia, son esos los ejemplos de nación los que debemos rescatar, en lo puntual fue la unidad en la acción, los lazos comunitaria de piqueteros y sectores empobrecidos, su lucha la última gran astucia que puso en jaque al sistema político del liberalismo económico (1996-2002), de modo que este puñado de memoria es nuestro sustento. Porque es sabido que la inteligencia de las masas reside en el pragmatismo que le brindan las experiencias pasadas, de forma que el esfuerzo debe estar puesto en resignificar esos acontecimientos y tomar vivencias de los últimos años que afiancen una identidad, aprendizajes que permitan figurar un horizonte liberador.
Hasta aquí venimos delimitando los rasgos de este sujeto colectivo denominado Maestra/o Popular, su capacidad de acción y la orientación de su perspectiva, ahora siguiendo con los antecedentes hallamos que las pedagogías emancipadoras de nuestro continente son las guías que más aportan. Así remarcamos algunas experiencias referentes como las escuelas impulsadas por Simón Rodríguez, en especial el registro de Chuquisaca, las experiencias pedagógicas de los obrero anarquistas a comienzos de SXX, la formación de los centros educativos de Warisata y Ucureña (vinculado éste a sindicatos campesinos) en la década del 30 en Bolivia, las misiones alfabetizadoras tras el triunfo de la Revolución Cubana, las campañas de alfabetización sandinistas, las escuelas del MST de Brasil, las escuelas de Oaxaca y el rol del movimiento docente en la rebelión del 2006, como así las escuelas zapatistas y la incipiente Universidad Campesina de Venezuela vinculada con las comunas. Todas experiencias donde lo educativo está enmarcado en un proyecto político y social superador que por ende plantea definiciones originales en lo micro. Lo cual nos lleva a preguntarnos qué teorías se han escrito sobre escuela y territorio, qué hemos elaborado como pueblo americano en estos siglos de sometimiento sobre la educación liberadora que necesitamos, cuál es el carácter autóctono de nuestros lineamiento educativos, qué autores escribieron pensando en inventar modelos y no copiar de Europa. De allí partimos para caminar el sendero de maíz que nos dejaron los sabios educadores que nos antecedieron: Rodríguez, Martí, Ponce, Mariátegui, Freire, Jesualdo, Iglesias y así mismo Carlos Fuentealba.
La escuela como organizador comunal, la escuela como espacio de legitimación y creación de cultura popular, la escuela como formadora de hombres y mujeres nuevas, la escuela arraigada a los saberes raizales, la que no separa el trabajo manual del intelectual, la que hoy debería enseñar manejos técnicos, apropiación de tics a la par que debería mantener el nivel en las otras áreas, esa escuela unitaria, integral y democrática es la que se intentó e intenta construir en varios lugares; ese modelo es opuesto al normalista, al civilizatorio, al que pauta que la moral burguesa es la correcta y todo el sistema de valores que está por fuera debe ser destruido, ese modelo hoy plantea una escolarización diferenciada para cada clase social (pública o privada).
Nos basamos en eso para decir que es preciso construir en las escuelas estatales otro tipo de instituciones, nos estamos planteando cambiar el Estado en materia educativa y sabemos que esa lucha se debe dar desde el llano y desde el centro. Para lo cual es preciso construir poder desde los barrios, desde las escuelas, profesorados y sindicatos, es preciso construir para ganar en los diversos planos. Porque «El objeto… tratando de las Sociedades Americanas, es la EDUCACIÓN POPULAR y por POPULAR……entiende… GENERAL» y para que sea general como lo ideaba Rodriguez debe ser desde y para el pueblo entero, y allí la disputa por el sistema educativo eternamente retorna.
El docente ya no es el sabelotodo, es un vecino con un rol específico, será el compañero del padre fletero, de la empleada, del quiosquero, del barrendero, de la casera de la escuela, etc. Debe construir con el prójimo la lucha conjunta sin clientelismo mediante. Debe superar la fragmentación impuesta por la Modernidad no específicamente creando un nuevo lenguaje y una estética que irrumpa sino fundamentalmente construyendo una propuesta alternativa que aborde la opresión material y simbólica impuesta por la explotación. Ese será el nudo de hermandad primera, el compartir histórico de la opresión/subalternidad y allí el desafío: crear una alternativa de justicia e igualdad desde lo práctico sin perder el carácter sistémico. Maestro Popular es entonces aquel que da clase en sí y para sí; aquel que se empodera al favorecer el empoderamiento de sus alumnos y sus familias realizando un andamiaje comunitario; es aquel que se organiza y crea organización.
En ese proceso el educador potenciará la construcción vinculándose o bien siendo parte de agrupamientos políticos y sociales que tengan un desarrollo coherente en el territorio, desde donde se pueden abordar otras problemáticas que la dinámica institucional limita. En ese sentido es válido advertir que esta figura de Maestrx Popular debe ser comprendida como sujeto colectivo en tanto puede consistir en un cuerpo de activistas con objetivos y estrategias comunes.
De este modo el rol docente debe ser integral, ya no solo debe concentrarse en los contenidos y métodos de enseñanza sino que debe tomar conciencia de su rol en la sociedad: reproductor o creador. Y si la elección es la segunda, debemos entender que ya no alcanza con la labor áulica por más progresista que sea (lo cual no significa descuidarla), sino que ahora el crear trasciende las paredes escolares: pisa el barro, la esquina y huele a pueblo. La coherencia en ese proceso será mérito de legitimidad.
Queremos todo un poco más de todo
Entendemos que esta lucha no puede abordarse de manera aislada, concebimos que la lucha por un sistema educativo público y popular no está escindida de la lucha por el poder político, por un gobierno basado en la justicia y en la igualdad, de modo que ambas tareas deben darse en simultáneo para que el juego dialéctico implique naturalmente a ambas. Y con esto nos alejamos de las posturas que aún sostienen que la batalla cultural está subordinada a la lucha política, de modo que recién con la toma del poder, con la instauración de un gobierno obrero se podría realizar una reforma estructural del sistema educativo. Nosotros adoptamos la perspectiva del poder no como algo que se toma, se conquista, sino como un campo complejo de fuerzas simbólicas y materiales que están en disputa constante en los diversos niveles de sociabilización humana. De lo cual se desprende nuestra convicción en la prefiguración, en el hacer para ser, en la construcción cotidiana de contra hegemonía en los diferentes ámbitos.
En el caso educativo, entendemos que la lucha pedagógica/gremial en el sentido antes descripto debe tener como objetivo la construcción de poder popular (material y simbólicamente hablando), fomentando así la praxis soberana que convoque a los sujetos a ser también creadores, a hacer auto gobierno para ser en algún momento Gobierno. O sea que la lucha en el campo cultural, el avance en organización y descolonización de los cuerpos y pensamientos sobre principios de justicia, igualdad y solidaridad sin lugar a duda contribuye con la gran lucha, que no es más que la unidad de todas las luchas. De este modo aseguramos que el proyecto pedagógico es político, entendemos que la educación popular es hacer política y así tenemos la vocación de que el poder popular sea hegemonía para que algún día vivamos en la Toparquía, el gobierno más perfecto, el gobierno directo de la comunidad, al que hizo referencia Simón Rodríguez y que luego Chávez, el comandante eterno junto al bravo pueblo lo empezó a figurar.
En este sentido es preciso advertir el engaño practicado por un sector «progresista» del kirchnerisimo que en los últimos años viene planteando un discurso en defensa de la educación pública que zarandea las banderas de la educación popular, pone a los referentes revolucionarios cual pantalla y en la práctica es juez y parte del consenso afín a los intereses de la burguesía. Allí se da una disociación fulminante, se postula una simbología rebelde, se rescatan las frases pintorescas de autores tales como Rodríguez, Martí, Freire, etc. omitiendo su carácter revolucionario, que reside fundamentalmente en la coherencia de su proyecto pedagógico con su proyecto de nación. De modo que licuan su carácter emancipador, los distancian de su tenacidad contra hegemónica, abordan sus palabras cual retazos sin hacer un análisis socio histórico que permita identificar cuál era su proyecto político, a qué bando histórico aportaban, al punto que desfiguran sus ideales sistémicos. Es así como el kirchnerismo, de la mano de sus funcionarios gubernamentales, de docentes universitarios y gremialistas logra construir un relato educativo aparentemente progresista para legitimar políticas conservadoras que fragmentan y deterioran el sistema educativo, como son los subsidios millonarios a la escuela privada, la jurisdiccionalización, el sistema de evaluación a los docentes, la Nueva Escuela Secundaria (NES), entre otras medidas.
Ante esto es importante ratificar la unidad que tiene todo proyecto pedagógico con un proyecto político, a pesar de que ciertas fuerzas de centro y derecha busquen disociarlo (tras una ingeniería de alienación). Esto queda más claro con las palabras de Anibal Ponce: «Ninguna reforma pedagógica fundamental puede imponerse con anterioridad al triunfo de la clase revolucionaria que la reclama, y si alguna vez parece que no es así, es porque la palabras de los teóricos oculta, a sabiendas o no, las exigencias de la clase que representan». Así advertimos el rol reformista que cumplen los intelectuales populistas, al plantear ciertas posturas progresistas sin el respaldo de un programa transformador, realmente popular. Lo cual los lleva a ser coparticipes de la perpetuación del sistema de explotación moral, simbólica y material que desde hace más de cinco siglos azota a nuestro continente.
En este sentido, una verdadera enseñanza de las pedagogías contra hegemónicas no debería nunca descontextualizar a los protagonistas, ya que sin un estudio adecuado de las clases sociales, de sus intereses, no podremos entender sus proyectos, a qué respondían, la originalidad de sus lineamientos, las disputas que libraban. Hoy en día el sector académico que se ocupa en nuestro país de agrupar ese corpus teórico es el área denominada «Pedagogías Críticas» que a menudo se pierde en el viento del romanticismo. Su carta de presentación lo sugiere, la forma en que conciben el concepto de «critica», lo alejado que está del desarrollado por la matriz teórica contra hegemónica más abarcativa de todos los tiempos; lo alejada que está esa conceptualización de la que hacía Marx en su «Critica de la Economía Política». Si uno concibe a los autores/ corrientes de pensamiento cual un crisol de ideas sin una hilvanación superadora, la invitación no es al Cambio Social sino a un paseo novelesco y posmoderno. Si realmente creemos que hay que cambiar el sistema educativo es preciso conformar una organización teórica que sea crítica o sea que convoque a analizar la realidad para transformarla. Un esqueleto conceptual desarticulado lo único que logra es que la reproducción sea efectiva, que no se puedan constituir nuevas teorías sistémicas sino pequeñas reformas que retoquen el chasis para que el escolar siga andando con rodaje de opresión. Es por ello que a la par de nuevas prácticas revolucionarias es preciso formular ese tejido teórico donde lo que hilvane sea el carácter revolucionario contextualizado de cada autor (enmarcado en los proyectos políticos económicos y culturales de la época), cuál es el aporte que da cada cual a la teoría de la emancipación pedagógica, poniendo en juego la situación y los emergentes del presente. Si se siguiera descontextualizando, manipulando la historia de los autores, si se siguieran estudiando «experiencias» sin sentido de unidad, si siguiéramos dándole lugar a la atomización Moderna estaríamos permitiendo que triunfe la inercia del pensamiento reformista contrario a lo que hoy es imprescindible construir: una educación popular para la lucha de clases actual. Es hora de que el relato vestido de patria, tan poético y sentido, sea la vida misma.
De este modo vemos que la batalla por un sistema educativo democrático, justo, igualitario y popular demanda una praxis integral y la coherencia en los diversos planos: en el aula, el barrio, el sindicato, el profesorado y la universidad. El maestro/a popular tendrá un rol central en esta trama por su capacidad de intervención e influencia, pero obviamente no será el único que desarrolle labores importantes. Debemos tender a coordinar, a que sean parte de lo mismo, que sea un actor colectivo.
Vemos así como el todo hace a las partes y las partes al todo. Y en este vuelo de pájaro rapaz pudimos avistar que no hay proyecto de país sin proyecto pedagógico así como no hay proyecto pedagógico sin proyecto de país. De modo que la aventura recién comienza, los túneles de la Toparquía sin prisa pero sin pausa se están socavando y el temblor esporádico de los de arriba demuestra que el horizonte está bien soñado, que desde abajo la iniciativa va copando.
Quizás para algunos desaventurados todo esto puede sonar idílico, pueden pensar que desde el plano teórico todo cabe y nada sobra pero advertimos que la realidad es una creación de los hombres y mujeres, y es tarea de lo más leales a su naturaleza propiciar el Cambio. Si miramos las hazañas que hemos llevado a cabo como pueblo contra del poder de los de arriba, de los colonizadores, de la oligarquía terrateniente, de las patronales, de los caudillos neo liberales veremos que la savia rebelde acumulada es abundante, y es con ella que estamos forjando un nuevo capítulo de nuestra historia, ahora como Maestras/os Populares, como sujetos colectivos que construimos un mismo proyecto (político pedagógico), un mundo de hermanos/as: en la escuelas, el barrio y el sindicato.
Franco Rossi, Agrupación Docente-Estudiantil Simón Rodríguez, en la Corriente Popular Juana Azurduy.