José Alfredo Martínez de Hoz (MH a partir de aquí) fue tapa de los diarios por razones judiciales. Pero su protagonismo pasa por otro lado. Funcionario, nunca de la Constitución, medalla de oro y profesor de la UBA, presidente de Acindar SA y líder del Consejo Empresario Argentino, agrupó a los empresarios que creían incompatible […]
José Alfredo Martínez de Hoz (MH a partir de aquí) fue tapa de los diarios por razones judiciales. Pero su protagonismo pasa por otro lado. Funcionario, nunca de la Constitución, medalla de oro y profesor de la UBA, presidente de Acindar SA y líder del Consejo Empresario Argentino, agrupó a los empresarios que creían incompatible el desarrollo capitalista con la democracia y optaban por el subdesarrollo.
Su gestión en la dictadura genocida de 1976 fue protagónica: hizo descarrilar, marcha atrás, el tren de la historia.
Sí, MH fue el ejecutor decisivo del programa del neoliberalismo que además de considerar a la economía una categoría autónoma, a partir de Gary Becker y Milton Friedman, divorció a la economía del bien común. Para el neoliberalismo lo que determina la conducta individual es el cálculo racional que, en ningún caso está, ni debe estar, regido por normas morales: todo está en el mercado. Margaret Thatcher (1979) borró la idea de comunidad: «La sociedad no existe». Ronald Reagan (1981) definió: «El Estado no es parte de la solución sino lo es del problema». Niega «la Nación» (destino común) y milita contra el Estado: mutila «la política» que es «lo que hay que hacer desde el Estado para construir la Nación».
El proyecto cultural neoliberal se instaló gracias a la negación del carácter sagrado de la persona: el genocidio. Para desinstalarlo necesitamos de un sólido proyecto nacional de reemplazo aun ausente.
MH fue el instalador. Pero el neoliberalismo flotaba en el planeta en busca de un aterrizaje. Abandono de la convertibilidad oro del dólar (1971); descomunal crisis del petróleo (1973); reciclaje de los petrodólares a Estados soberanos (1974). Comenzaba la «economía de la deuda» (1975). MH la adoptó como programa.
Hubo facilitación por «avanzadas» de trabajos sucios. Alfredo Gómez Morales, ministro de Estela Martínez y de José López Rega, no sólo reemplazó a José Ber Gelbard sino que desmontó el Pacto Social diseñado por Juan Perón como etapa superior del Estado de Bienestar, iniciado con el golpe militar de 1943 y consagrado en las urnas en 1945 y, con interrupciones parciales, ratificado durante treinta años.
En esos «dorados treinta locales» se alcanzó, la aún no igualada década (1964/74) de mayor crecimiento económico generado por la industria; y, con el retorno de Perón, alcanzó la inclusión social del 95 por ciento de la población (cinco por ciento de pobreza) y niveles escandinavos de equidad social. Condiciones para el salto de desarrollo económico, integración territorial y modernización del Estado. Perón articuló las fuerzas políticas, económicas y sociales para el desarrollo del mercado interno, vía la masificación de la producción por redistribución del ingreso; y la captura de mercados externos «objetivo» por la industria nacional.
El programa era canalizar la extraordinaria productividad ganada en la década 1964/74 hacia los salarios reales (mercado interno) y hacia la competitividad (mercados externos) de modo que el «excedente de productividad» logrado no terminara en fuga de ganancias y estancamiento interno.
Gómez Morales, en ocho meses, desmontó las instituciones del Pacto Social. No quería administrar el «excedente de productividad» y apostaba a la capacidad del mercado para hacerlo. Cumplida su gestión, López Rega lo reemplazó por Celestino Rodrigo, de la secta de «Los caballeros del fuego», y por Ricardo Zinn, ex subsecretario de Economía del dictador Marcelo Levingston. Ellos, ya desarticulado el Pacto, venían a minar al Estado de Bienestar. Zinn, antes de hacerlo público, presentó el «rodrigazo» al Consejo Empresario Argentino (MH) que aprobó aquel golpe civil. El parlamento peronista abjuró del Pacto Social y del Estado de Bienestar. La fuerte reacción sindical, en defensa del Estado de Bienestar, generó la decisión militar de imponer el neoliberalismo vía dictadura genocida.
Es que en democracia, la destrucción del modelo económico que había generado un progreso social hoy inimaginable, hubiera sido imposible. Desde entonces somos un país en decadencia, y el Estado de Bienestar, un modelo en desguace. El neoliberalismo ha hecho semilla en la cultura política.
MH, luego del trabajo sucio del «rodrigazo» y con el piso firme del gobierno militar, puso en ejecución su programa neoliberal; y para hacerlo convalidó crímenes de lesa humanidad y la demolición de conquistas sociales y económicas de dos generaciones. La herramienta fue la tasa de interés del mercado como regulador excluyente de las decisiones de inversión. La misma lógica gobernó el ingreso de capitales especulativos.
Cambió la geografía de la economía con el ingreso de capitales. Unos, especulativos, con seguro de cambio a costo cero (Tablita de Devaluación Anunciada), alentados por descomunales tasas de interés; y otros vía deuda externa. Así se acumulaban reservas, a pesar del saldo negativo de la balanza comercial, y se financiaba el desequilibrio fiscal.
El país producía menos de lo que consumía. Reino del «déme dos», de la explosión importadora y de la destrucción de empleo. Tipo de cambio subvaluado por el ingreso de capitales especulativos y endeudamiento público externo; destrucción de la industria local (vía importaciones) y del empleo; incremento de la pobreza; y su correlato, concentración y marginalidad en las grandes ciudades y secuelas de destrucción de la calidad de vida de los más jóvenes.
¿Por qué la tasa de interés como protagonista? Es que la esencia del desarrollo económico y social en el Estado de Bienestar (y del Pacto Social como etapa superior) es que las decisiones de inversión privadas (y públicas) se toman en función de un parámetro sistémico que no es la tasa de interés del mercado sino los «precios sombra» que implican políticas fiscales y financieras (bancas de fomento y desarrollo) que no tienen en cuenta el estado de los mercados presentes sino el estimado de los mercados futuros que esas decisiones van a construir. Pero la visión del «precio sombra» requiere la idea de Nación, de bien común, y la idea de la misión moral del Estado. Lo opuesto al neoliberalismo. Sin «precio sombra» seguimos ahí.
MH ejecutó la etapa financiera fundadora del programa neoliberal, de la que la dictadura genocida fue una parte irrenunciable, e instaló la «economía de la deuda» que, sabemos, conduce a la subvaluación cambiaria y a la destrucción del tejido industrial. MH realizó la parte principal de la tarea.
¿La democracia pudo liberarse de la «economía de la deuda»? El «posibilismo» radical se ahogó en las crisis heredadas que terminaron en hiperinflación por compartir la lógica de la «economía de la deuda» y no haber intentado un cambio sino una administración «gobernable» de la herencia.
Así se abrió la puerta para la segunda operación magna del programa neoliberal: la Convertibilidad o el atraso cambiario para consolidar la «economía de la deuda» que lleva inexorablemente a la desindustrialización y a sus nefastas secuelas económicas y sociales.
El eje del menemismo fue la destrucción del Estado. Por ejemplo, para el Pacto Social el Estado era mucho más que leyes y decretos; era finanzas (banco de desarrollo, bancos de fomentos provinciales) petróleo, electricidad, materias primas básicas, transporte, comunicaciones. El Estado negociaba con visión política, pero también del lado de la demanda y de la oferta. Aquel Estado no está más y no hay señales de recuperación. El programa neoliberal ejecutado por MH, continuado por el alfonsinismo, fue completado por el menemismo y su mayoría en el Congreso.
Hoy, los autodefinidos progresistas conviven sin protesta con lo fundamental del neoliberalismo, que es la apropiación de las rentas centrales por parte de la nueva oligarquía de los concesionarios, y convalidan el sistema que niega los «precios sombra», que es la herramienta necesaria para la transformación económica capaz de cancelar las espantosas deudas presentes: la pobreza, la inequidad social, el desequilibrio territorial, la primarización de las exportaciones y de la economía, la ausencia de inversiones y la fuga de capitales, que ahora no es fuga de productividad ganada sino fuga de ahorro que reduce un mercado interno minúsculo.
Rechazar la nefasta herencia del neoliberalismo que nos legaron MH y la dictadura (¿sin represión hubiera habido menemismo?) no es hacer discursos sino liquidar instituciones y forjar otras que reemplacen las del neoliberalismo.
Terminar con la economía de la deuda, recuperar el papel rector del Estado; revertir la primarización de la economía y la privatización del Estado, ésa es la única manera de inocularnos contra la «enfermedad argentina» que nos introdujo Martínez de Hoz y que aún sufrimos.
Esa enfermedad es la subvaluación cambiaria desindustrializante, producida por la deuda externa o por la oferta abundante de dólares generados por la primarización, es decir, financiada por el ingreso extraordinario de divisas no aplicado a la transformación de la estructura productiva.
Sin transformación productiva, que requiere, entre otras medidas, de sistemas masivos de incentivos a la inversión, habrá fuga de capitales, desempleo, pobreza estructural y desarticulación territorial.
MH pertenece al pasado. Pero la «enfermedad argentina» que nos inoculó es parte del presente y compromete el futuro. Los discursos y la buena o afortunada macro ayudan, pero no alcanza. Hacer que MH sea una foto ajena exige transformar la economía del presente. Y ésa es una tarea pendiente.
Fuente original: http://www.revistadebate.com.ar/2010/05/07/2861.php