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Comentarios al libro “¿Qué (no) hacer? Apuntes para una crítica de los regímenes emancipatorios” de Miguel Mazzeo

Más acá del Estado, en el Estado y contra el Estado. La autonomía como proyecto

Fuentes:

Sobre «¿Qué (no) hacer? Apuntes para una crítica de los regímenes emancipatorios» de Miguel Mazzeo, Editorial Atropofagia, Bs. As., 2005. 1. Como dijo Hegel toda tesis se dispone para ser negada, esto es, para ser discutida. Esta es la tesis de Miguel Mazzeo, el derecho a tener una tesis, a no resignarse a ser un […]

Sobre «¿Qué (no) hacer? Apuntes para una crítica de los regímenes emancipatorios» de Miguel Mazzeo, Editorial Atropofagia, Bs. As., 2005.

1.

Como dijo Hegel toda tesis se dispone para ser negada, esto es, para ser discutida. Esta es la tesis de Miguel Mazzeo, el derecho a tener una tesis, a no resignarse a ser un mero repetidor de la novedad de turno.

Una tesis sugerida entre paréntesis, puesta entre paréntesis, porque es una tesis que se postula cordialmente. Se postula sin armar alboroto, relajadamente. La tesis de Miguel es una tesis modesta, que se arroga la verdad, pero reclama la contradicción, la puesta en discusión de las prácticas. Los paréntesis, pero también los signos de interrogación, no son sino una invitación a debatir, los paréntesis convidan la discusión, reclaman la discusión, volver sobre preguntas pendientes, sobre los debates inconclusos.

El libro de Miguel remite a otro libro, escrito 100 años atrás. Un libro que está para señalar las discontinuidades en las continuidades pero también las continuidades en las discontinuidades. Un libro entonces, que no se arroga el grado cero de la historia, que no hace tabla raza del pasado, pero tampoco se limita a repetirlo sin más. Una escritura que antes que constatar una tradición que se repita como autoridad, está para recordarnos las tareas pendientes que aguardan ser completadas por las generaciones futuras, preguntas sin responder que buscan nuevos protagonistas, preguntas que se vuelvan a nombrar en función de la nueva época que nos toca.

Como decimos siempre, si la historia no siempre es la misma historia, no deberíamos empecinarnos en utilizar las categorías que fueron construidas en función de un contexto que ya no es el que nos toca. Lo que no significa -dijimos recién- que tengamos que hacer borrón y cuenta nueva. Hay repertorios previos, hay trayectorias previas, y hay experiencias de lucha previas que interpelan y aguardan ser interpeladas por aquellas nuevas generaciones.

La historia es un cajón de herramienta y si lo abrimos nos daremos cuenta que en su interior hay muchas herramientas que podremos o no empuñar. Herramientas acaso que podemos tomar como punto de partida para inventar otras herramientas. Porque los martillos no se inventan todos los días, pero tampoco el martillo es la única pieza. Hay un dicho que dice que cuando uno la única herramienta que conoce es el martillo todos los problemas se parecen a un clavo. La frase sintetiza un problema al interior de la izquierda, sobre todo, al interior de la izquierda autónoma.

Esta es, me parece, la cuestión central, y se la sugiere en la tapa del libro. En ella vemos un martillo y un tornillo, y entre ambos una línea de puntos. Porque todavía hay quienes se empecinan en usar el martillo todas las veces sin darse cuentas que el tornillo reclama otra herramienta.

No se le puede endosar a una herramienta todos los objetivos, porque las circunstancias no son siempre las mismas circunstancias, porque tampoco siempre nos movemos en las mismas coyunturas, y porque al fin y al cabo, no estaremos siempre frente al mismo interlocutor. Como dijo Gramsci hay que construir tantas herramientas como interlocutores, lo que no significa que haya que convertirse en los buenos mensajeros de nadie, que dicen lo que el otro está esperando escuchar.

Para decirlo con las palabras de Miguel: «Las nuevas condiciones exigen formas originales de intervención política que den cuenta de la diversidad y del carácter plural de los nuevos sujetos (de la clase).»1

Pero por otro lado porque como nos vuelve a decir Gramsci, «no se puede escoger la forma de guerra que se desea, a menos de tener súbitamente una superioridad abrumadora sobre el enemigo, y sabido es cuántas pérdidas costó la obstinación de los Estados Mayores en no querer reconocer que la guerra de posición era ‘impuesta’ por las relaciones generales de las fuerzas que se enfrentaban. La guerra de posición, en efecto, no está constituida sólo por las trincheras propiamente dichas, sino por todo un sistema organizativo e industrial del territorio que está ubicado a espaldas del ejército: y ella es impuesta sobre todo por el tiro rápido de los cañones, por las ametralladoras, los fusiles, la concentración de las armas en un determinado punto y además por la abundancia del reabastecimiento que permite sustituir en forma rápida el material perdido luego de un avance o de un retroceso.»2

2.

La tesis de Miguel Mazzeo, como lo reconoce el propio autor, «se desliza sobre el filo de una navaja.» Ese filo nos habla del riesgo que se corre con semejante empresa. Porque lo que se está proponiendo es un «debate entre dos frentes», entre aquellos que proponen el socialismo en un solo Partido, y quienes promueven el socialismo en un solo barrio. Para Mazzeo, se trata de pensar el socialismo más allá del Partido y del barrio.

La base y el partido, o mejor dicho, como dice Guillermo Cieza,3 lo que supone la base (la democracia como fuente generadora de política, el trazo grueso) y lo que representa el partido (la efectividad como la manera de aplicación de la política, los posicionamientos políticos, la organización de los esfuerzos y la síntesis de las propuestas), no son términos que corran por andariveles separados. Por su puesto que hay una contradicción, pero una contradicción que habremos de pensarla en términos dialécticos. De esa manera, entre los que proponen la totalización (la parte en el todo, unidad) y quienes auspician la particularización (el todo en la parte, diversidad) no hay que apresurarse a señalar una oposición sino una vinculación dialéctica (unidad con la diversidad). Hay que relacionar dialécticamente la parte con el todo y el todo con la parte. Si el aparatismo propone articulaciones sin coordinaciones y el basismo coordinaciones sin instancias de articulación, habrá que pensar dialécticamente las articulaciones con las coordinaciones al mismo tiempo.

Si el vanguardismo acota la revolución a la toma del Estado, toda vez que el cambio social se posterga para tiempos mejores, para cuando se haya producido un cambio político; y el autonomismo, por el contrario acota la revolución al cambio social, más allá del cambio político, desentendiéndose del Estado; Mazzeo propone pensar otra vez dialécticamente el cambio social y el cambio político.

Al decir esto hay que aclarar que no se está diciendo que el Estado es una herramienta aséptica. Como nos recuerda Mabel Thwaites Rey: «El Estado no es una instancia mediadora neutral, sino garante de una relación social desigual -capitalista- cuyo objetivo es, justamente preservarla. No obstante esta restricción constitutiva incontrastable que aleja cualquier falsa ilusión instrumentalista -es decir, usar libre y arbitrariamente el aparato estatal como si fuera una cosa inanimada operada por su dueño-, es posible y necesario forzar el comportamiento real de las instituciones estatales para que se adapten a ese ‘como si’ de neutralidad que aparece en su definición (burguesa) formal.» Entonces, «el objetivo irrenunciable debe ser la eliminación de todas las estructuras opresivas que, encarnadas en el Estado, afianzan la dominación y hacen surgir, en su lugar, formas de gestión de los asuntos comunes que sean consecuentes con la eliminación de toda forma de explotación y opresión. [Pero] en el camino, en el mientras tanto productivo de una nueva configuración social, puede empujarse al Estado a actuar ‘como si’, verdaderamente, fuera una instancia de articulación social. Esto es, forzar de manera consciente la contradicción incita del Estado, provocar su acción a favor de los más débiles, operar sobre sus formas materiales existentes sin perder de vista nunca el peligro de ser cooptadas, es decir, adoptados, de ser subsumidos. Pero este peligro no puede hacer abandonar la lucha en el seno del Estado mismo, en el núcleo de sus instancias.»4

Por eso la consigna que sintetiza Thwaites Rey y que Mazzeo hace suya: Hay que luchar también contra el Estado y en el Estado. El Estado es una paradoja, una contradicción que se la puede (debe) negar pero no se la puede esquivar. «Vos no podes negar que el elefante existe», dijo Marenales. «El desafío mayor es asumir esa contradicción y operar sobre ella.» Hay que luchar por clausurar sus instancias represivas, procurando ampliar las que tienden a una sociabilidad colectiva.

En ese sentido, Mazzeo entiende que el Estado bien puede ser postulado como un medio (otra herramienta) para extender la organización social de los trabajadores, para desarrollar la autonomía a nivel nacional, la posibilidad de suministrar incentivos que apuntalen la acción colectiva. Se trata de llegar al Estado no para acumular el poder, sino para traspasarlo a la sociedad, es decir, para repolitizar a la sociedad. Un Estado que en vez de sustituir a la sociedad en la resolución de los problemas que tenga la convoque y haga partícipe de ellos. Un Estado que pueda servir para expandir el cambio social y para continuar construyendo poder popular. Un Estado que se debilite (Althusser) o se desapodere (Thwaites Rey), que vaya progresivamente reduciendo y simplificándose (Mészáros), o que se muera de éxito (Bertold Brecht), que se atrofie a medida que su función se atrofia, es decir, un Estado que muera de éxito, para todo eso hay que dar a las luchas la forma dialéctica, es decir, «instituir un saludable conflicto.»

Estamos de acuerdo, dice Miguel, en que el socialismo no es una tarea pendiente, sino algo que vamos construyendo todos los días. Aunque tampoco se nos escapa que nuestro punto de partida sea la autonomía. La autonomía es un proyecto que vamos construyendo desde el presente, pero nunca un presupuesto, un dato a priori, un proyecto que se va modelando desde la auto-organización y las mediaciones que impulsan y le impulsan a su vez a continuar auto-organizándose al interior de las luchas prefigurativas.

Pero la pregunta es cómo extender esos islotes de socialismo, como desarrollar la autonomía que vamos construyendo al interior de las experiencias y las luchas prefigurativas. Es decir, cuales son las herramientas para convidar el socialismo. La respuesta a semejante cuestión hay que buscarla en los movimientos sociales pero también en los movimientos políticos. El movimiento social es la herramienta social de las organizaciones de base. El movimiento entendido como construcción social y dinamizador de las organizaciones sociales de base. Pero también, dijimos, el movimiento político como aquella herramienta política que los movimientos sociales desarrollan tendientes a dinamizarles como movimientos sociales pero también tendientes a crear las condiciones para potenciarse como movimientos sociales.

Para decirlo una vez más con las palabras de Miguel: «Imaginamos al movimiento político como una organización de organizaciones que debe asumir la doble tarea de promover el protagonismo popular y contribuir efectivamente a crear condiciones para ese protagonismo sea posible, que integre una diversidad de actores con sus subculturas propias y que, como instancia de contención amplia, potencia [no las sustituya] estas subculturas en lugar de anularlas.»5

El movimiento político será la herramienta política estratégica que van desarrollando los movimientos sociales a partir de las organizaciones de base, tendiente a disputar el Estado pero no solo el Estado. Porque otra cuestión que tampoco se puede perder de vista es la cuestión de la hegemonía. Hay que desarrollar prácticas orientadas a la construcción de hegemonía que favorezcan la formación de la conciencia política de todas las clases subalternas y no solamente de las que se encuentran organizadas a través de distintas organizaciones de base. Porque al fin y al cabo, dice Miguel, «lo que determina en última instancia la calidad de la resolución de la cuestión del poder (y seguramente el desarrollo de la experiencia a posteriori) es el carácter de las construcciones previas.»6

Notas

1 Miguel Mazzeo, ¿Qué (no) hacer?, p. 110.

2 Antonio Gramsci; Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, Nueva Visión, Bs. As., 1998, p. 80.

3 Guillermo Cieza, «Sobre la organización» y «Política y cambio social» en Borradores sobre la lucha social y la autonomía, Manuel Suarez Editor, Bs. As., 2004.

4 Mabel Thwaites Rey; La autonomía como búsqueda el Estado como contradicción; Prometeo, Bs. As., 2004, p. 82/3.

5 Miguel Mazzeo, ¿Qué (no) hacer?, p. 118.

6 Miguel Mazzeo, ¿Qué (no) hacer?, p. 142.