La campaña a la medida de la horma del zapato. La disputa es a tientas y no busca seleccionar flancos sino disparar directo contra el bulto, a donde sea, a donde se disponga la bala hacer daño. El blanco deja el cartón para tomar formas virtuales y de red. El altavoz de la radio que […]
La campaña a la medida de la horma del zapato. La disputa es a tientas y no busca seleccionar flancos sino disparar directo contra el bulto, a donde sea, a donde se disponga la bala hacer daño. El blanco deja el cartón para tomar formas virtuales y de red. El altavoz de la radio que se horroriza por la violencia de los años setenta, el micrófono que abre a la rabia impostada de un periodista que hace del «carnerismo» un estilo de vida, mientras pone un pedazo de carne en el asador para que huela a pescado podrido en un rato. Miseria y más miseria. Miseria que tiene anclaje en los negocios. Miseria que se entrona como metodología de colonización. Colonización que asegura la dominación del imperio. Cultura de la dominación que profundiza el asedio a la vida. Una política del «confucionismo», como se estila decir por estos días, que nada tiene que ver con Confucio.
El filósofo oriental decía que «ver lo correcto y no hacerlo es cobardía«. Confucio, que nada de confusión tenía, planteó hace ya muchos siglos que la premisa ética de la verdad, de lo correcto, en su dimensión práctica, podemos comprender como política, es el bien superior. Así se jugaron la vida, y otros y otras se la juegan actualmente, ante la indignación que provocan las injusticias de este mundo. La indignación ante un sistema, el capitalismo, que mata serialmente, con fusil, televisión, redes sociales y hambre. De allí la importancia de comprender el sentido de la cobardía, comprender la derrota cultural de estos tiempos, hacer del ejercicio reflexivo una mirada crítica que nos permita nuevas dimensiones de análisis despojada de egos que nos atrincheren en esa cobardía, en los miedos a caminar. Una cultura de la dominación, al decir del filósofo peruano Salazar Bondi, que hace pata ancha en nuestras tierras e impone un modelo de acumulación que avanza a fuerza de dinamita y topadora, en busca de quebrar consciencias.
¿Para qué todo este rodeo?, ¿por qué hablar del sentido ético de la verdad y la política de la cobardía? La flexibilización laboral que impone Cambiemos, en el sector de los trabajadores y las trabajadoras estatales, en particular con los y las docentes, marca la profundización de políticas neoliberales que buscan penetrar desde el aula y a través de los contenidos del sistema educativo. Una paritaria nacional que no se abre en este sector y un discurso de «supuesto» federalismo, de parte del gobierno de Mauricio Macri, que intenta patear la pelota a cada provincia para que negocie los aumentos salariales al mejor postor. Mientras, la CEO-cracia juega al «Estanciero» en busca de hacerse de todas las propiedades y Macri demuestra una vez más que el discurso torpe de la derecha no tiene fin. Fin que se expresa en un segundo semestre que no llega, mientras corren la línea de meta cada día. La revolución de la alegría comienza a tomar forma de rostros acongojados. La frase quedará en los anales de los furcios, al estilo Menem: «caen en la escuela pública«. Una caída que no es derrota. Una caída que muestra la dignidad de una marea que no se detiene desde las bases de los y las trabajadoras de la educación. La Marcha Federal Educativa construyó una de sus mejores clases el miércoles pasado. Lograron, incluso, el apoyo del canillita que veía pasar la marcha como, así también, del automovilista que impaciente esperaba que se habilitara el tráfico, que no se encontraba en una tensa calma. Temblaron las calles del microcentro porteño. Fueron las mejores aulas para tomar consciencia que en el reclamo de los derechos también se educa, también se aprehende. Paulo Freire decía que «Pensar acertadamente es hacer acertadamente«. Tan cercano a Confucio, tan urgente el hacer. La práctica política es el hacer. Confucio y Freire instan al hacer, a no tener cobardía y marchar hasta que la tortilla se de vuelta. Allí, en ese hacer, es donde se construyen nuevos saberes, nuevas prácticas que habilitan nuevas reflexiones. Un caminar que muestra que los momentos pedagógicos más intensos se dan cuando se juega no sólo la mente, sino todo el cuerpo en un proceso de revalorización de las dignidades, de defender los derechos colectivos. Allí, justo allí, es cuando la cobardía irrumpe y toca a la puerta: son las panzas hambrientas de las burocracias sindicales que intentan frenar la movilización de los cuerpos y los saberes. Buscan frenar el escenario por excelencia en el avance de consciencia y de formación: la organización y la lucha por los derechos a transformar el mundo desde la raíz.
Otra semana de marchas, del pueblo en las calles. El 24 de marzo y la batalla cultural de la derecha que usa el monopolio mediático para intentar revitalizar los dos demonios en sus jaulas. ¿Qué es la memoria?, ¿por qué la derecha intenta disputar el sentido de la construcción histórica de los derechos humanos?, ¿por qué el periodista carnero está ansioso por rememorar la teoría de los dos demonios? La foto de los diputados y las diputadas de Cambiemos donde sostenían un banner que decía: «nunca más a los negocios con los DDHH«. La provocación como búsqueda de profundización de la grieta donde todo es mercancía. Una provocación que sintoniza con los tiempos de la revolución de la alegría y del discurso torpe del presidente argentino, cuando dijo: «se acabó el curro de los derechos humanos«. Más prolija y coqueta, la frase de los congresistas, marca una línea doctrinaria que busca igualar el terrorismo de estado con las acciones de las organizaciones guerrilleras, y así descontextualizar el momento político de aquella época. La política del relativismo ético y moral, plantea un análisis oportunista y posmoderno donde todo punto de vista es válido y se define de acuerdo al termómetro de las sensaciones. El armado de encuestas de foristas de diarios digitales, que apelan a la individualización de «casos» que tratan de correr de vista que fue un plan sistemático de exterminio a militantes de izquierda en Argentina y toda Latinoamérica. Un Plan Cóndor que emprendió vuelo y fue directo contra el corazón del pueblo organizado para aniquilar, quemar, borrar todo rastro de organización. Una derecha que trepó en nuestro país, como en casi todos los países de la región, al poder del Estado para ejercer el control absoluto de las fuerzas represivas y, desde allí, llevar adelante las desapariciones, violaciones, detenciones y torturas. Un monopolio del control de la violencia que no daba respiro por la supervivencia a quienes pensaban diferente. Jorge Lanata que busca en su programa en Radio Mitre, como en su columna en diario Clarin, victimizar a los militares durante la última dictadura cívico-eclesiástico-militar y encender la llama de los dos demonios que no descansan. Las Fernández Meijide, las Ruiz Guiñazú, los Sábato, los Strassera como coro de héroes nacionales, como cita de autoridad de lo que sucedió en esos años. Todo un montaje, vociferaciones que tratan de ocultar la verdad.
Aquí aparece el problema de la cobardía. Las políticas de los últimos diez años plantearon una mirada anquilosada de los derechos humanos. Una mirada estática que ponía eje sólo en las responsabilidades militares y de algunos pocos civiles en los distintos juicios de lesa humanidad. Una política de derechos humanos que silenció y trató de olvidar la desaparición de Jorge Julio López, el asesinato de Mariano Ferreyra y la desaparición hasta hace poco de Luciano Arruga, quien apareció finalmente asesinado. La violencia institucional se silenciaba como política de estado, mientras los casos de gatillo fácil trepaban a cifras históricas en democracia. Un nuevo plan de aniquilamiento silencioso de jóvenes de barrios pobres, que ya no encuentran en la organización y la lucha una salida a la opresión. Imaginemos si es posible, desde ese paradigma, aceptar los derechos al agua y a la preservación de la biodiversidad como una arista más de los derechos humanos. El anterior gobierno nacional, por el contrario, incentivó la expansión de la frontera sojera y los proyectos megamineros, a punto de depender programas enteros, en salud y educación, de las retenciones de dichas actividades. Una forma más de violación de derechos humanos que con Cambiemos se ha profundizado y la violencia se ejerce a fuerza de balas en las calles. La cobardía da lugar a más violencia desde una derecha que no escatima balas y golpes.
La máquina de escribir sigue el recorrido de las palabras. Las teclas no descansan para levantar la voz y la denuncia. La palabra como sentido ético-político. La palabra al servicio del pueblo en lucha. El querido Alejo Carpentier que define al periodista «como un escritor que trabaja en caliente, que sigue, rastrea el acontecimiento día a día sobre lo vivo (…) el periodista, digo, trabaja en caliente, trabaja sobre la materia activa y cotidiana«. Carpentier que dirá esto para recordar a los «heróicos guerrilleros de la Sierra Maestra«. Desde allí vivió y escribió Rodolfo Walsh. Maestro, llama eterna para quienes sabemos que la práctica periodística se vive lejos de sillones de lujos y de la aristocracia careta de estos y aquellos tiempos. Periodismo de barricada, periodismo de y desde el pueblo. La máquina de escribir que rueda estrategias desde la CGT, ANCLA o Diario Noticias. Una llama que nos muestra que otros periodismos son posibles, que el fusil jamás asesinará las esperanzas y la historia. La consciencia emerge desde abajo, la carta de Walsh a la Junta antes de ser asesinado por un grupo de tareas. Sí, un grupo de tareas del Estado que asesinaba. La carta que cierra con palabras que resuenan tan presentes: «Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles«.
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