Podríamos comparar a nuestro país con una gran cadena de hoteles de muchas habitaciones cuya administración está a cargo de un gobierno pretendidamente republicano federal pero que no puede independizarse de su tradición centralista y tendenciosamente concentrada. Un conjunto de hoteles que disponen de una variada y atractiva oferta turística, glaciares en el sur, cataratas […]
Podríamos comparar a nuestro país con una gran cadena de hoteles de muchas habitaciones cuya administración está a cargo de un gobierno pretendidamente republicano federal pero que no puede independizarse de su tradición centralista y tendenciosamente concentrada. Un conjunto de hoteles que disponen de una variada y atractiva oferta turística, glaciares en el sur, cataratas en el Iguazú, altas montañas aptas para el trecking y el rafting en Cuyo y la Patagonia, cerros de increíbles colores en la quebrada de Humahuaca, paisajes lunares en San Juan y La Rioja, extensísimas playas atlánticas, en concreto una infinita variedad de paisajes reunidos en un territorio amigable, accesible y hospitalario.
Pero frente a esta maravillosa oferta de la naturaleza se suceden dos tipos de gobierno que lejos de compartir con su pueblo las ventajas y los réditos que el emprendimiento hotelero produce invariablemente se centran en acentuar una concentración de esa riqueza en la menor cantidad de destinatarios posible. Llámense gobiernos populistas o neoliberales, como quiera calificárselos, solo responden al mezquino objetivo de beneficiar a unos pocos privilegiados que hacen de la política su modus vivendi basándose en la siempre renovada promesa del desarrollo, de crecimiento, de bienestar común, objetivos que reiteradamente traicionan, sea cual fuere el color del lábaro que enarbolan o la proyección de los ideales que invocan.
Y de ese modo se suceden los gobiernos algunas de cuyas diferencias básicas podrían ejemplificarse de la siguiente manera: están los autoproclamados nacionales y populares que se conforman con acumular fortunas procedentes tan solo o casi exclusivamente del turismo interno. Las habitaciones hoteleras se hallan medianamente ocupadas y producen un rédito modesto pero sustancial y continuado lo que permite una interesante acumulación de capital. Hasta que un día aparece una Gran Agencia de Turismo Internacional, que contacta a los aspirantes políticos de signo aparentemente contrario, momentáneamente en stand by y les propone el siguiente trato:
«Ustedes, los argentinos disponen de una extraordinaria oferta turística pero la están desaprovechando miserablemente. Nosotros conocemos bien el negocio y les proponemos lo siguiente: estamos dispuestos a financiarles la campaña electoral que les permita llegar al poder a cambio de compartir las futuras ganancias. Actualmente con el turismo interno y muy poco internacional están obteniendo un rédito de apenas un 20% sobre la inversión, nosotros les proponemos llevar esa ganancia al 80%, o al 100 o al 120, sobre la que les hacemos una tentadora oferta de ese total el 20% será para ustedes y el resto para nosotros que pondremos capital, know how e intensísima publicidad a nivel mundial para incentivar el aporte dolarizado del turismo internacional».
Es un decir, las proporciones son absolutamente arbitrarias y tienen por único objeto relacionarlas hipotéticamente con las políticas inversionistas que se proponen para activar la economía del país pero, lo que se pretende destacar es que su orientación no será en modo alguno en beneficio local. De modo que es probable que se amplíen las posibilidades de usufructuar nuestras riquezas naturales (incluyendo la minería, la producción agrícola, forestal, hídrica, petrolífera, etc) pues no resulta demasiado difícil imaginar propuestas similares para otras áreas y sectores que sin duda seguirían la tradicional tendencia de aumentar la concentración de la riqueza en pocas manos, con el agravante mayor en tales casos de que una gran parte pasaría a engrosar las arcas extranjeras.
Es hora de que los argentinos encontremos la manera de exigir, de imponer que nuestras riquezas encuentren el camino de una distribución justa y equitativa, de establecer controles sobre el arbitrario uso de nuestras contribuciones impositivas, del rédito que puede generar nuestra naturaleza adecuadamente cuidada, de la penalización cierta, no solo amenazada, del enriquecimiento ilícito de todos y cada uno de los electos o designados funcionarios de la administración pública nacional, provincial, municipal. Que exijamos la rendición de cuentas, sobre lo prometido y lo realizado, especialmente a todos aquellos que se postulan para nuevos cargos luego de transcurrido un período gubernativo. Solo así podremos revertir estas situaciones de delictuosa deshonestidad que período tras período, gobierno tras gobierno aquejan y que, de otro modo, sin duda, seguirán aquejando permanentemente a nuestro país. En las condiciones actuales suponer que una pretendida, aunque podo creíble, alternancia ideológica puede resolver nuestros problemas no tiene el menor sentido y eso es sin embargo lo que aún cree y espera mucha gente.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.