Indiferente, la sociedad en general observa cómo el hombre del último siglo completa la destrucción de los biomas autóctonos propios aparte de la región agro-exportadora argentina. En estos vastos horizontes apenas si quedan rastros de la flora originaria, algunas veces salvada -irónicamente- por las mismas lógicas de la racionalidad moderno-europea que la siguen asesinando sin […]
Indiferente, la sociedad en general observa cómo el hombre del último siglo completa la destrucción de los biomas autóctonos propios aparte de la región agro-exportadora argentina. En estos vastos horizontes apenas si quedan rastros de la flora originaria, algunas veces salvada -irónicamente- por las mismas lógicas de la racionalidad moderno-europea que la siguen asesinando sin piedad.
Escaso es lo que sobrevive de espacio nativo en los interminables kilómetros de una buena porción de la zona «tradicionalmente» agro-exportadora. En donde no había ni pastizales, ni lagunas o bañados, nacía fuerte el monte nativo (centro y sur de Córdoba, parte de Buenos Aires, de La Pampa y de Santa Fe)[2]. Los algarrobos, caldenes, espinillos, entre otros, se asemejan cada vez más a extraños especímenes.
«De los 12 millones de hectáreas que tenían los bosques nativos [en Córdoba], apenas quedan con su estructura original menos de 600 mil (cinco por ciento). De los tres ecosistemas que tenía la provincia, el Espinal y el Pampeano ya desaparecieron como sistemas extensos»[3].
Según el Convenio Internacional de Biodiversidad firmado por Argentina «la superficie remanente de bosques en buen estado de conservación debería alcanzar como mínimo un 15% de cada ecosistema»[4]. Pues la salud de la biodiversidad tiene profundas implicancias ecológicas, y por añadidura, sociales, culturales, identitarias, económicas. Lo que es desaparecido cuando el hombre avanza de manera irresponsable no es sólo un conjunto de árboles cuya presencia o ausencia se pueda reducir a lo paisajístico, a un simple detalle «ornamental»…
La destrucción de los biomas primigenios es un proceso acentuado en los últimos años a partir de las superlativas ganancias monetarias prometidas por el monocultivo de soja transgénica: ese paradigma que no apunta genuinamente a producir alimentos, tal como se lo promociona, sino centralmente a generar capital privado[5].
En busca de una utilización más eficiente de la geografía hoy se termina de someter la tierra de los viejos bosques. Se conquistan los pequeños montes y relictos de flora autóctona sobrevivientes, porque cada espacio cuenta en la carrera por aumentar constantemente los volúmenes productivos[6]. La voracidad de los productores llega a veces a los límites de lo insaciable. La permisividad de los gobernantes (que perciben más retenciones si el país exporta mayor cantidad de cereales y oleaginosas) se confunde con el peor de los cinismos, de las traiciones, de los oportunismos sectoriales y de las ineptitudes.
Pero la dominación despiadada del entorno nació décadas atrás, en las zonas más húmedas y generosas del por entonces ignoto territorio de una creciente Argentina. Las nuevas extensiones y su hombre (en donde éste quedaba), enemigos de la riqueza e ignorantes del principio de Patria, debían ser sojuzgados al designio purificador de la reja.
La agricultura que trabajaron los brazos de las diferentes corrientes inmigratorias necesitaba superficies «limpias» de todo «obstáculo» para sus cultivos (maíz, lino, trigo, etc.), proveídas por las primeras talas.
«Las máquinas no hacen más que conquistar su radio de acción»[7]. Los rieles completaron la base técnica para el desarrollo de la economía exportadora de materias primas. «Durante la primera guerra el ferrocarril se comió en leña todos los bosques de su trayecto»[8]. El aprovisionamiento de combustible para transportar el cereal generaba, complementariamente, más terrenos para la siembra de granos.
La importación de esta manera de trabajar y de los medios para ello es sólo el pequeño ápice perceptible de una concepción particular del mundo, inspirada en el principio moderno del progreso lineal e ilimitado.
Dicho sistema agrícola-productivo -el de antes, el que en el presente adquiere un renovado y singular impulso- lleva en sus entrañas íntimas la marca de la eliminación furiosa e implacable de todo lo que no se le asemeje ni tenga objetivos del mismo color: hábitos, simbolismos, flora y fauna son diferencias que deben ser allanadas.
He aquí cuál es el paisaje sembrado en estas décadas en las latitudes más fértiles de Argentina. Los esporádicos espacios de monte que quedan hoy y otros raros manchones dispersos entre sí -como las arboledas en las zigzagueantes barrancas de los ríos, por ejemplo-, son de a poco reducidos casi a la nada.
Cuando no fueron sustituidos por los árboles de la «civilización» se salvaron del ensañamiento por esas curiosas casualidades de la geometría europea que hicieron que quedaran justo en el trazado obsesivamente rectilíneo de un alambre, en la vera de un camino, o en un patio heredado desde anales inmemoriales.
Menos todavía son los que perduran en medio de los lotes vacíos, en pié quizá por el insólito olvido del verdugo. Aunque conserven su belleza eterna están allí como ajenos en su tierra, locos, tristemente poéticos, casi nunca reconocidos como tales.
Son eso: un Árbol que está solo entre la llanura inmensa. Aún hunden las raíces en la tierra, todavía elevan sus ramas al aire donde se arremolinan el calor y el polvo seco que arranca el viento. Resisten para no dejar de ser. Se alzan estoicos para volver a ser con otros.
Tal vez los pocos hombres sensibles que leerán estos renglones hasta el final se parezcan a una metáfora de ellos. Son algunos de los contados y excepcionales seres en medio de un mundo que privilegia y se asombra con los monstruos del «progreso» y del mercado, pero que no puede ver ni conmoverse ante los cadáveres que siembra.
Notas:
[1] Por Emiliano Bertoglio. Noviembre de 2009, durante el recorrido de alguna ruta del sur cordobés.
[2] El proceso que aquí se termina de materializar, encuentra su prolongación en la actual expansión de la frontera agrícola hacia regiones que ahora conocen la mano y la tecnología del hombre occidental (u «occidentalizado»). Esta violenta transformación de la tierra a campo se da fundamentalmente en algunas provincias del norte argentino: comenzando en el norte cordobés (centro del país) y afectando a regiones como Chaco, Salta, sur de Jujuy y de Tucumán, etc. Lo poco benévolo que el sujeto de este período histórico en particular es con el espacio que ha venido a habitar se puede constatar en que «En este momento [año 2007] en la Argentina se pierde un promedio de 821 hectáreas de bosques por día, es decir, 34 hectáreas por hora, un incuestionable récord mundial» (En www.proteger.org.ar, Todas las páginas electrónicas aquí citadas fueron consultadas entre el 7 y el 11 de noviembre del 2009). De las provincias afectadas se destacan algunas del norte: Salta, Chaco y Santiago del Estero. Aún así, según el biólogo Raúl Montenegro «Córdoba tiene la más alta tasa de desmonte de Argentina, -2,93 por ciento para el período 1998-2002. La tasa cordobesa de deforestación supera la tasa mundial, que es de 0,23 por ciento anual […] en el período 2000-2005 se desmontó en Córdoba el equivalente a 67 canchas de fútbol por día» (En: www.puntal.com.ar, entrevista del 23 de febrero de 2009).
[3] En Sequía, desmontes e imprevisión, de Raúl Montenegro. En www.lavozdelinterior.com.ar (nota del 11 de noviembre de 2009). El tercer ecosistema es el Chaqueño, además de los mencionados Espinal y Pampeano.
[4] En Los colores del bosque, de Carina Ambrogi y Ximena Cabral. En Le Monde diplomatique Edición Cono Sur. N° 121. Julio 2009. p. 30. Otras voces sugieren la conservación de al menos un 10% de ecosistema original, en lugar del 15% mencionado.
[5] Aliados y a veces herramienta secreta del desmonte son los incendios forestales: los accidentales, y los «accidentales» (es decir los deliberados, atizados con el silencio y la omisión cómplices).
[6] ¿Qué hay detrás de las voces triunfalistas que de manera constante y año a año aluden a una nueva cosecha récord de soja? Nada germina mágicamente: desmontes indiscriminados, aplicación de tecnologías agresivas con el hombre y con el medio, invasión y desalojo de familias rurales (como el que padece Ramona Bustamante, por mencionar el más conocido en estos días). En 2007 «la campaña agrícola de soja dejó un nuevo récord en el país: se cosecharon 47,5 millones de toneladas, según […] la Bolsa de Cereales. […] La producción del sur y sudoeste de Córdoba, norte de La Pampa y del oeste de Buenos Aires registró un alza de casi 18%; en tanto, el incremento del área y mayor productividad en el sudoeste de Buenos Aires (principalmente en las zonas serranas) determinaron un aumento de 27,6% […] Coincidentemente la tasa de deforestación en la Argentina es seis veces mayor que el promedio mundial. En cuatro años, el desmonte de bosques nativos creció casi el 42% [período 2002 – 2006, respecto de 1998 a 2002]. La tala arrasó más de 1 millón de hectáreas, la mayoría ahora con soja. Los datos oficiales provienen de la Dirección de Bosques de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación» (En www.proteger.org.ar).
[7] Karl Marx, en Textos sobre el colonialismo. Marx y Engels, Ed. Cuadernos de Pasado y Presente. Córdoba, 1973: 244.
[8] En El medio pelo en la sociedad argentina, de Arturo Jauretche. Peña Lillo Editor. Buenos Aires. 1992. p. 107.
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