Son desocupados, realizan huertas y crían animales. La Iglesia los apoya y la Gobernación mira para otro lado. La guerra se inició; el fuego todavía no «El mal de la República Argentina es su extensión» sentenció alguna vez Domingo Faustino Sarmiento desvalorizando lo que otros envidiarían. Actualmente, la frase irritaría a los casi 20.000 Sin […]
Son desocupados, realizan huertas y crían animales. La Iglesia los apoya y la Gobernación mira para otro lado. La guerra se inició; el fuego todavía no
«El mal de la República Argentina es su extensión» sentenció alguna vez Domingo Faustino Sarmiento desvalorizando lo que otros envidiarían. Actualmente, la frase irritaría a los casi 20.000 Sin Tierras que impulsados por la pobreza se adueñaron de 100.000 hectáreas en Misiones. El problema -de larga data- se volvió volcánico cuando los antiguos dueños comenzaron a retornar para recuperar sus tierras que habían sido revalorizadas por los estímulos a la forestación. Por dar un ejemplo, sólo entre 1993 y 1997 se invirtieron en negocios forestales US$ 1.000 millones. Pero devaluación mediante, inversores extranjeros pugnan por quedarse con parte del rico suelo de Misiones. Entre los más ávidos, se destaca Alto Paraná que pronto cercará, con sus 250.000 hectáreas, la vida de Puerto Libertad.
En aquella localidad del noroeste misionero de 6.000 habitantes, la historia no parece detenerse sino repetirse. Esas tierras que pertenecieron a la familia Bemberg estuvieron cubiertas por una selva de árboles nativos como el cedro, el incienso o el lapacho que terminaron talados y comercializados. Ahora, yacen simétricos plantadíos de pinos de navidad similares a los de Villa Gessel o Pinamar. Entrado el siglo XX, los descendientes del fundador de la cervecería Quilmes construyeron en sus terrenos un iglesia, un afrancesado palacio y varias casas para la peonada que serían la base del actual casco urbano. Al amarradero, presuntuosamente, lo bautizaron como Puerto Bemberg. Hasta que el General Juan Domingo Perón expropió las tierras, convirtió a los peones en propietarios y llamó al puerto -cuándo no- Eva Perón. Pero en 1955, las autoridades de la Revolución Libertadora -con su pompa- denominaron al paraje con el nombre que aún lleva. Un paisano, con ironía, comentó que pronto se llamará Puerto Angellini y estará ubicado en la cuádruple frontera: donde Argentina, Paraguay y Brasil limitan con Chile.
Lo cierto es que el Grupo Angellini, controlador del conglomerado chileno Arauco y dueño de Alto Paraná, logró que la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia, apruebe la compra de los activos forestales de PeCom Energía por US$ 53 millones. Según un informe de diputados provinciales, la compañía de la familia de Anacleto Angellini acapararía unas 250.000 hectáreas equivalentes a un 10% del territorio provincial que abarcarían un 33% de la superficie forestal de Misiones. De este modo, los 3 km2 que ocupa Puerto Libertad y su economía serían englutidos por el gigante. En la operación se incluiría un aserradero con capacidad para procesar anualmente 94.000 metros cúbicos de madera.
La aprobación de la expansión de Alto Paraná arruinó el sueño de gran parte de los vecinos. Después de cabildeos y discusiones, la conclusión general fue que «el que no tiene un pedazo de tierra va muerto» y que «no puede ser que ellos tengan todo y nosotros, nada». Entonces, jóvenes sin oficio junto a los viejos motosierrístas y macheteros que desmontaron la selva viendo cómo las riquezas naturales se fugaban, confluyeron en el Movimiento Sin Tierra que hacía años -sin demasiada organización- venía tomando tierras de dueños ausentistas. También se acercaron chacareros de la yerba con campos hipotecados y los nietos de colonos polacos o alemanes que perdieron el pan que sus mayores supieron conseguir.
*Esclavos modernos.*
Este rincón selvático no escapa a los «daños colaterales» de la globalización. Cuando María Eugenia Enriquez, maestra de la Escuela Nº 157 Gregoria Matosas, colaboró en el Censo 2002 sumaron 850 desocupados entre 2.000 personas en edad laboral. La tarea quedó inconclusa porque se acabaron las planillas. Contrariamente a lo que sostienen sus apologistas, el desembarco de las multinacionales causó el aumento del desempleo y el subempleo debido a la tercerización de los servicios forestales que dieron inicio al negocio de los contratistas.
Con presupuestos y salarios cada vez menores, los contratistas ofrecen sus servicios a Alto Paraná que invirtió entre 1997 y 2002 casi US$ 288 millones. Para bajar costos, emplean obradores a los que sólo les pagan el salario familiar que envía el Anses -40 pesos por hijo-. Cada familia altoparaense tiene -en promedio- cinco «cachorros», convirtiendo a Misiones en una de las provincias con mayor crecimiento demográfico.
La suerte del empleado por un «contratista decente» no es mejor. Si uno que se queja, es incorporado al Libro Negro y jamás conseguirá otro trabajo. Un motosierrísta recibe 0,80 pesos por cada árbol derribado y limpiado. En cada jornada puede cortar casi 55 pinos pero debe autofinanciarse el combustible y sus propias herramientas. Sólo una cadena para sierra cuesta 70 pesos. Peor se paga el oficio de pelador que obtiene 0,20 pesos por la limpieza de cada pino y al fin del día cosechan 4,5 pesos. Los peladores suelen ayudarse con sus hijos mayores de 12 años, provocando un alto margen de deserción escolar.
Tampoco robar árboles de terrenos vecinos es buen negocio. Una araucaria de una tonelada criada por la naturaleza durante 20 años vale 40 pesos. Por eso, cada trabajador de la madera pasa sus días soñando con trabajar en su propia tierra. La «sobrevida» en el pueblo les ofrece dos caminos: migrar a las villas miserias de los grandes centros urbanos o unirse a los sin tierra donde saben que efectivo no conseguirán, pero si alimento para sus hijos.
*La vida en la selva.*
Darío Araujo viene de esa estirpe casi en vía de extinción que hace culto de la amistad y el coraje. Después de un paso por la universidad, volvió a sus pagos para ayudar a su familia y ahora dirige la Colonia República Argentina en el paraje de Tirica donde viven 60 familias distribuidas en 1.200 hectáreas en chacras de hasta 10 hectáreas. El asentamiento fue organizado por «el loco» Acosta, un simpatizante del carapintada Aldo Rico, que terminó perseguido por las autoridades provinciales. «Un zurdo y un nacionalista juntos», sonríe.
Los pobladores de «la Misiones Profunda» hablan una mezcla de portugués, español y guaraní. Por eso, algunos dirigentes asociados a los intereses de los terratenientes alertaron que los «colonos sin tierras» eran la avanzada del expansionismo brasilero. «También podrían decir que Polonia o Alemania invadirán la zona porque en las colonias también viven muchos descendientes de inmigrantes europeos», disparó Araujo. Incluso el Obispo de Iguazú, Joaquín Piña ayudó a aclarar que no tienen nada que ver con los sin tierra brasileros. «Ellos hacen tomas violentas y son reprimidos violentamente; aquí no es así, todavía», suelen explicar los Sin Tierra.
Hace dos años, Alberto se cansó de transpirar en un campo ajeno y se estableció en Tirica con sus dos hijas y su esposa, Sandra, que parece recién bajada del acorazado alemán Graf Spee. La casa fue construida con las maderas que los aserraderos desecharon y en su cocina de leña guisan maíz, mandioca, porotos, zapallos que ellos cultivan. Crían animales de granja, gallinas principalmente. También tienen una vaca para proveerse de leche y un buey para trabajar la tierra.
Los productos obtenidos en los minifundios carecen de buena acogida en el mercado. La excepción es el tabaco que se paga bien y no necesita inversión inicial. Los distribuidores tabacaleros entregan las semillas en consignación a pagar en diez meses. También ofrecen los fertilizantes, insecticidas, las chapas para los galpones de almacenamiento e inclusive los guantes o ropa. Eso si, a fin de temporada, se lo descuentan flagelando la suma obtenida. Además, muchos sin tierras terminan intoxicados al fumigar el sembradío con productos prohibidos. Por eso, en Tirica, impulsarán la apicultura ya que el monte brinda una miel de sabor fuerte que podría ser envasada y comercializada.
Pese a que el Ministerio de Educación suele tener problemas para designar maestros en en la zona, los colonos de Tirica montaron un aula satélite para los casi 100 niños. Alberto no sabe y quiere aprender a leer. De cierto modo, ya sabe hacerlo: descifra los signos de la foresta. Como si escuchase un partido de fútbol en la radio va siguiendo el ladrido de los perros que persiguen un venado. «No lo alcanzarán hasta las 6 de la mañana», anticipó. La caza se convirtió en la única forma de consumir carnes frescas y enriquecer los guisos campestres. Prefieren el tateto, un chancho salvaje, o la paca, un roedor de carne exquisita.
A los grandes cazadores en Misiones se los nombra sólo después de muertos porque la actividad está prohibida. El «taíta» de Puerto Libertad -el cazador padre de todos- fue un tal Perfecto Rivas al que le adjudican, incluso, la captura de un ciervo blanco. Uno de sus seguidores sostiene que «la ecología es otra forma con la cual los políticos le dan demagogia al que vive en la ciudad. En los diarios titulan ‘atraparon a unos cazadores furtivos’ y los que ya están establecidos piensan, alegremente, que el Gobierno se preocupa por los recursos naturales provinciales. Pero, si Alto Paraná daña al monte, nadie dice nada. Sólo el pobre rompe las leyes cuando intenta vivir. Y pronto harán demagogia con nosotros».
*Sin tierra, ni derechos.*
Cualquier sin tierra sabe de la frágil ligazón que tienen con esa porción de suelo. Por eso, se apuran a trabajarlo para evitar, o por lo menos postergar, los desalojos. En septiembre de 2002, desde la Municipalidad de Libertad, les dijeron que un juez había enviado una orden de desalojo para la Colonia Salto del Urugua-í sosteniendo que no se trabajaba esa tierra y que dañaban al ecosistema. Algunos abdicaron, aunque la versión resultó ser falsa. Entonces, juntaron más gente y volvieron con varios cincuentones que temen ser despedidos del aserradero de la ex PeCom adquirido por Alto Paraná lo tome.
Fue la primera vez que muchos hombres sudaron en la selva para su propio provecho. El dueño (legal), primero, había sacado las maderas valiosas, después, pidió un crédito impagable y el banco terminó embargando esta tierra. Pero parece que el propietario la quiere para vendérsela a Alto Paraná que está comprando, inclusive, lotes en el casco urbano de Puerto Esperanza, una localidad vecina donde la firma tiene su planta de celulosa.
«La verdad es que al dueño le conviene que estemos nosotros porque la Gobernación le eliminaría los impuestos atrasados», achacó Araujo, el caudillo. Colonia Salto del Urugua-í está en plena formación pero pronto tendrá 40 chacras distribuidas en unas 600 hectáreas. Explican que el asentamiento es particular ya que carece de un presidente pero tiene 6 delegados. En parte, es por motivos ideológicos aunque también sería una forma de evitar las peleas internas y las amenazas de los funcionarios. «Un montarás sólo le teme a las víboras y a las corbatas de los doctorcitos», acusó uno.
Los sin tierras, por el momento, son ilegales y eso les impide manejarse con personería jurídica o formar una ONG. Niegan que la iglesia los impulse a tomar tierras como dicen los forestales pero no esconden que el asesoramiento legal proviene de la Pastoral Social. «En general, siempre desconfié de la Iglesia -afirmó Araujo- pero la verdad es que no podemos quejarnos. El obispado es el único que nos respalda». Incluso, un 50% de los colonos que son hijos de brasileros y adhieren al evangelismo ponen sus manos en el fuego por el Obispo Piña.
Aunque el gobernador Carlos Rovira (PJ) y la clase política provincial miran para otro lado, su debilidad legal es explotada por punteros municipales. Este cronista observó como en Tirica una concejal del Municipio de Wanda por la UCR, con aires de ceremonia oficial, les regaló semillas sólo a los colonos que todavía no habían actualizado su domicilio en aquella localidad. También, desinteresadamente, se ofreció a iniciarles los trámites de cambio de domicilio antes de las elecciones provinciales de septiembre.
Pese a las «dádivas» y a los «obsequios», los sin tierras temen que el poder político les baje el pulgar como un guiño hacia las multinacionales de la forestación. Carecen de planes para aquel día. Pocos se quedarán a defender su terreno, la casa y los cultivos mientras que la mayoría pegará la vuelta. Sólo un muchacho comentó que hará como un obrador que era maltratado por su contratista. Una noche de verano fue a los pinares con un gato. Le ató en la cola un trapo con nafta y lo encendió. El animal corrió por la plantación desparramando fuego junto a la furia del operario. «Esa es nuestra única herramienta de presión», murmuró. Tardarán 15 años en recuperar la inversión. Y la historia volverá a repetirse.