Una ola de triunfalismo recorre las filas de La Libertad Avanza a favor de los logros económicos y ya son varias las señales de que pretenden “ir por todo” incluido un intento de refundación cultual y moral de la sociedad argentina.
Al presidente Javier Milei se le hacía hasta hace poco la observación, con algún tinte de reproche, de que sólo le interesaba la economía. Y que se desentendía y delegaba en otros aspectos, tanto de la gestión gubernamental como de la construcción política.
Hay indicios crecientes de que hoy se necesita matizar esas observaciones. Milei está alentando que sus seguidores adopten y propaguen una agenda conservadora, no subordinada a la economía.
Asistimos hoy a la entronización de la “batalla cultural” como un objetivo central del avance libertario, con pleno consentimiento presidencial. Y esa “batalla” no es sólo preocupación teórica e instrumentalización propagandística.
Al menos una parte del espacio de La Libertad Avanza planea una práctica que convoque desde consignas tan añejas como “Dios, patria y familia” (que enarbolaron en un acto reciente), en el afán de generar una contraposición total frente a adversarios a los que motejan de “zurdos de mierda”. Y que acompañe la labor gubernamental que busca anular todo el “progresismo cultural” de las últimas dos décadas.
El rechazo a la condena al genocidio dictatorial, a todas las políticas de género, a cualquier preocupación ambiental, al reconocimiento de las disidencias sexuales, configura una agenda plagada de formulaciones negativas. Y se la condimenta con la idea de que hay que acabar con décadas de predominio del pensamiento “progresista” en los medios, la educación y la política.
Casi no pasa día sin que se supriman organismos y se anulen derechos. La pretensión adicional es la de dotar de un consenso social amplio y en parte movilizado a esas medidas tomadas desde el Estado.
La ofensiva de las fuerzas del cielo
Se ha hecho quizás excesivo énfasis en ciertos toques estéticos del acto de “Las fuerzas del cielo” en San Miguel, que recordaría a iconografías fascistas.
Algunos aspectos visuales y discursivos (el “brazo armado”) suscitan rechazo y la discusión acerca carácter fascistoide o no del emprendimiento político-cultural del libertarianismo se incrementa. Algo quizás más productivo es poner énfasis en la tentativa en marcha de cambiar el sentido común, de hacer dar un giro ultraconservador y autoritario, integral y duradero, a vastos sectores de la sociedad argentina. Ese es el ssustrato de la movilización que se insinúa.
Jorge Liotti, en su columna del domingo en La Nación acertó con una definición en pocas palabras del alcance de los cambios que propicia el actual oficialismo: “Los libertarios no son reformistas; son refundacionales. Su objetivo no se limita a introducir cambios; su horizonte es la construcción de un nuevo orden.”
Como en tantas otras experiencias autoritarias que nos brinda la historia, su avance inicial se ha visto facilitado por la colaboración entre timorata y activa de fuerzas e individualidades que siempre se supuso que eran defensoras de las temáticas del liberalismo político y el republicanismo.
Con la excusa de las “herramientas para gobernar” los diputados y senadores, con anuencia de los gobernadores de provincia, han dado facultades extraordinarias. Pretextando que sus electorados provinciales respaldan a la actual gestión, no se atreven o no quieren expedirse en sentido contrario a las propuestas del gobierno.
También hacen pesar la argumentación antikirchnerista y arguyen que lo peor que podría pasarles es “quedar pegados” a las opciones políticas de Unión por la Patria.
El sistema de representación política con correlato de libertades públicas se encuentra hoy erosionado. Sufre un desgaste prolongado que lo lleva a condiciones de fragilidad. Y a la perspectiva de que flaquee su sustento cuando se halle cuestionado por fuerzas dotadas de fuerte decisión política enancada en un ideario antidemocrático.
Por lo pronto el régimen constitucional argentino tiene hoy a la cabeza un líder como Milei, al frente de una corriente política que no reivindica al sistema republicano. Que prefiere algún ordenamiento, de perfiles hoy imprecisos que supere la propensión al progresismo de los sistemas representativos.
Ese momento de prueba parece estar aproximándose. A caballo de sus “éxitos” económicos y de la convicción de que cuentan con el favor de la opinión pública, las fuerzas nucleadas en torno a La Libertad Avanza preparan una ofensiva ideológica y cultural en toda la línea, que puede tener como horizonte un reordenamiento social de vasto alcance y una transformación político-institucional completa.
El itinerario “libertariano”.
El supuesto “pacto democrático” con el que en el pasado se pretendió adormecer el indispensable alerta frente a derivas reaccionarias se ha evidenciado entre débil e inexistente. La sociedad argentina no cuenta con ese consenso de protección, sólo con el compromiso de quienes son impugnadores consecuentes de un orden de desigualdad e injusticia crecientes y prefieren la confrontación a los “pactos”.
Un interrogante más que relevante es qué andadura puede tener el proyecto del autoritarismo conservador en la sociedad argentina. Incluidas sus incipientes aspiraciones de construir algún tipo de movilización de masas con sus correspondientes marcas autoritarias.
Los libertarianos más radicalizados parecen tener una población-objetivo delimitada, a imagen y semejanza de ellos mismos: Varones de edades por debajo de los 35 años. A quienes se supone rebosantes de individualismo y resentimiento indiscriminado hacia los políticos.
A lo que se suma el espíritu de revancha de la cultura machista. A la que sienten asfixiada por el avance del feminismo y la defensa de las diversidades y que está ansiosa por liberar sus peores impulsos.
Entre esos jóvenes atravesados por múltiples frustraciones se busca reclutar a una parte sustancial de la “vanguardia organizada” del movimiento de ultraderecha.
El descontento acumulado en la población frente al destrato por la dirigencia política ha sido un factor favorable al giro hacia la derecha radical y contribuye a sostenerlo hasta el presente. Eso se acentúa porque las condiciones en que se moldea hoy la opinión pública empujan a que esa insatisfacción tome los derroteros más propicios a los intereses más concentrados y a los talantes ideológicos más reaccionarios.
Para los nuevos cruzados ideológicos, la cosecha de adhesiones no se detiene en los cultores del ultraliberalismo. Esa es una de las vertientes, hay otras. Con certeza experimentan un estrecho vínculo con fuerzas de otras partes del mundo, como los españoles de Vox o Fratelli d’Italia.
Son corrientes menos centradas en los dogmas del libre mercado que lo que “las fuerzas del cielo” han exhibido, al menos en su etapa inicial. Los “libertarianos” quieren ser parte, incluso guías, de una corriente internacional que sin experimentar un crecimiento vertiginoso se encuentra en ascenso.
Lo último no disminuye el empeño en la búsqueda de amplios respaldos en el empresariado más concentrado que actúa en el país. Pretenden recursos financieros, por cierto, como se evidenció en la cena de la Fundación Faro.
No se conforman con lo material, quieren además que al menos una parte de los grandes capitalistas abracen su credo. Y no son pocos los personajes empresarios que parecen dispuestos a adoptar las demandas ultraconservadoras como parte de una apuesta de orden y jerarquía de alta compatibilidad con los intereses de la gran empresa.
La idea es que mantengan o desarrollen la creencia de que la integralidad de la batalla cultural está ligada a la mejor realización de las ganancias. No sólo se vive de la reforma laboral, las desregulaciones, la mayor regresividad del sistema impositivo y las privatizaciones, todo garantizado por el gobierno. También del aplastamiento de cualquier impulso crítico o progresivo que pueda venir desde “abajo”.
Agustín Laje y Federico Sturzenegger pueden volverse dimensiones complementarias, plenamente convergentes, de una reforma reaccionaria de largo alcance.
Aquella que devengue en un disciplinamiento generalizado de la sociedad que acepte una redistribución regresiva de la riqueza y del poder de proporciones desconocidas hasta ahora. Con un Estado dedicado a ampliar sus capacidades represivas, a expandir las posibilidades de negocios de la gran empresa. Y a la generalización y consolidación, con apoyos de la sociedad civil de la agenda política y cultural reaccionaria.
¿Quién puede detenerlo?
En el estado actual de las instituciones argentinas, que se bambolean entre el desconcierto y la complicidad disimulada u ostensible, no puede esperarse que esta ofensiva sea detenida por los partidos de la oposición del sistema. Tampoco por el Congreso, el poder judicial, las direcciones sindicales más burocratizadas. Hoy son cómplices de la avalancha reaccionaria por acción u omisión.
Dentro del peronismo, muchos pretenden oponer resistencia en base a recetas que ya tienen un cultivo de veinte años. Y cuando proponen alguna revisión o autocrítica lo hacen en un sentido conservador. Y se sumen en pujas por el poder interno que hoy sólo interesan a los fieles.
Las clases populares y las organizaciones más consecuentes en la defensa de sus intereses se encuentran hoy en soledad a la hora de un cuestionamiento frontal y movilizado. No sólo contra las políticas en curso, sino frente a las pretensiones “refundacionales” que reseñábamos al comienzo.
Esa soledad no tiene por qué preanunciar derrotas. En otros momentos históricos el camino popular pudo ser abierto entre mares de indiferencia y pasividad. Y las fuerzas del sistema llegaron más tarde, en el momento culminante y en el ejercicio de un refinado oportunismo.
Por cierto que para eso se necesita politizar los reclamos, generalizar los cuestionamientos, coordinar y organizar las luchas. Con las resistencias sectoriales no alcanza ni alcanzará. Ya está claro que este gobierno no se derrumbará por su propio peso. Y hay muchos indicios de que La Libertad Avanza y las agrupaciones que la escoltan no son un fenómeno superficial ni pasajero.
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