Para establecer su programa de acción, sus tácticas y estrategias, las organizaciones políticas definen sus prioridades y los intereses que defenderán. Los documentos congresales expresan las líneas generales de esos debates. Esto ocurre al margen del mayor o menor grado de formalidad de ese proceso, es decir, cuán democrático o cuán vertical es. Aquellas que […]
Para establecer su programa de acción, sus tácticas y estrategias, las organizaciones políticas definen sus prioridades y los intereses que defenderán. Los documentos congresales expresan las líneas generales de esos debates. Esto ocurre al margen del mayor o menor grado de formalidad de ese proceso, es decir, cuán democrático o cuán vertical es.
Aquellas que se reivindican clasistas tienen entre sus objetivos la militancia en el ámbito sindical, dado que sería natural que buena parte sus miembros sean trabajadorxs. Es decir, busca que la corriente filosófica que expresa esa corriente política pueda expresarse en los lugares donde se desenvuelve la clase obrera.
De esta forma, la vieja práctica política de izquierda consistía en que los mejores elementos de las fábricas se identificaran con las ideas de una organización política, los encuadraran y tuvieran capacidad de incidencia dentro los debates de la rama o fábrica.
Tal gremio «es de los bolches», tal otro «es de los peronistas», tal otro de la burocracia. ¿Cuál es de lxs trabajadorxs?
Lucha de clases y lucha gremial
Al margen de las fructíferas operaciones ideológicas para que gran parte del mundo políticamente activo acepte como una triste realidad que la lucha política se ha cristalizado en el penoso péndulo electoral entre pretendidas centro izquierdas (burguesas) y pretendidas centro derechas (burguesas con vestigios oligárquicos), un sector de la clase trabajadora y del pueblo aún considera que hay ricos porque hay pobres y que si hay capitalistas habrá pobreza y exclusión, por ende, la salida nos es reformista: es anticapitalista.
A partir de allí se da el problema del poder y cómo disputarlo. Aparece el problema de la participación partidaria y de la lucha electoral como medio de disputa.
Pero al problema del poder se suma el de la hegemonía, que constituye uno mayor porque una vez con el poder político entre manos ¿cómo no reproduzco la lógica capitalista? ¿Quién toma el poder político? ¿Una burocracia nueva con ideas diferentes o la clase trabajadora? ¿Qué poder real tengo para confrontar contra el otro lado de la trinchera, donde tienen armas, comida, alimentos, combustible, medios masivos, tecnología, etc.?
El momento actual de Argentina, done la última elección fue ganada por un frente político cuyo programa es abiertamente antipopular, es revelador respecto de una disputa dentro de la lucha gremial que viene con saldo negativo para el pensamiento clasista: la lucha ideológica.
Si Cambiemos representa a las claras algo opuesto a «lo popular» y a los intereses de las masas ¿cómo es que obtiene el apoyo popular? ¿Cómo es que buena parte de muchas bases sindicales votaron algo bien diferente a lo que muchas de sus dirigencias consideraron correcto?
Es cierto, Cambiemos ganó por escaso margen y casi una mitad de la Argentina votó el proyecto del Frente para la Victoria en el contexto del balotaje. Pero así como es cierto que no todo el voto macrista es militancia macrista sino más bien un voto contra lo anterior, también es cierto que no todo el voto sciolista es kirchnerista sino más bien un sector dubitativo aterrorizado por la posibilidad finalmente concretada de que nos gobierne la bestia.
Pero el hecho de que lxs trabajadorxs deban decidir entre dos opciones que no eran su proyecto sino uno para castigar y otro para evitar ser castigado sin respiro, evidencia un problema mayor: no hay proyecto político clasista, es decir, anticapitalista, y mucho menos capacidad del clasismo de intervenir en la agenda gremial, de base, real, en pos de rearmar fuerzas para dar nuevas batallas.
En cambio, la militancia política dentro del ámbito gremial tiene por práctica objetivos muchos más pequeños que los necesarios: traccionar a las comisiones directivas o a las asambleas hacia las posiciones que decidió su buró. Este accionar eunuco y estrecho de miras se reproduce desde organizaciones políticas hacia las gremiales y hasta se forma a nuevas generaciones en el espíritu de que constituye una gran victoria llevar la noticia local al pasquín partidario de que, por ejemplo, una conducción adhiere a su línea en determinada circunstancia.
Ahora, si lxs trabajadorxs de un lugar tienen una agenda propia en el marco de sus luchas, esas vanguardias se lamentan del «retraso» de la clase y ahogan sus penas en algún rincón del local partidario.
En la postura descripta anteriormente, sucede que la prioridad política es una línea decidida por una burocracia partidaria contra o a pesar de la acción política que se desprende de la lucha concreta en los lugares. Es decir, es la concepción del cuadro político que quiere poner a la organización gremial en la que participa al servicio de su organización política.
¡Es al revés, querida vanguardia! ¡Es al revés! El gremio que mayor capacidad de acción política tenga y, por ende, mayor capacidad de crecimiento de conciencia logre, no será aquel en que sus dirigencias se peleen por el chupetín de los cargos, las firmas o quién encabeza las marchas, sino la que logre acuerdos tácticos y estratégicos claros con lxs integrantes de otras organizaciones políticas que participen y de otrxs trabajadorxs clasistas no encuadrados. Es el que tenga capacidad de discusión estratégica y táctica.
Se trata, concretamente, de poner la experiencia de la organización política al servicio de la organización gremial en tanto herramienta primaria de la lucha de clases. Y no al revés.
La educación gremial y la lucha por la hegemonía
Las organizaciones gremiales burocráticas intentan evitar la educación política de sus afiliadxs y mucho más la participación directa. Por el contrario, ofrecen «servicios» de hoteles, vacaciones, etc., de manera excluyente. La dirigencia en el ministerio y las bases en la pileta.
Esto no es casual y, claro está, tiene que ver con la vieja discusión entre lucha económica y lucha política.
Para quienes adherimos a la postura de que la lucha económica es insuficiente y es preciso dar la lucha política, esta elección de posición no implica desdeñar la herramienta de la organización gremial. ¡Todo lo contrario!
La participación gremial ofrece la posibilidad de establecer desde las masas (al margen de que la concentración de obreros en fábricas masivas no sea el modelo actual) organización y conciencia anticapitalista en pos de la construcción de hegemonía.
¿Qué debaten lxs trabajadorxs? ¿Qué debates impulsan las comisiones directivas? ¿De dónde vendrá la educación política anticapitalista si no es desde los sectores mejor organizados, más capaces de hacer esfuerzos por dar la lucha de ideas para sostener las luchas de otro tipo?
No hay proceso posible que resista la ofensiva de las burguesías sino cuenta con la defensa más solvente posible del conjunto de las masas agredidas. Y en la actualidad, guste o no, las masas agredidas se encuentran en un estado de claro retroceso respecto de su memoria de clase. ¿Cómo no estar en estas circunstancias con las derrotas concretas que viene sufriendo la acción socialista?
Pero ¿hay salida sin conciencia para sustentar políticas de clase? Si esto es así ¿no son las organizaciones gremiales los primeros bastiones de trabajo político en el marco de la lucha de clases?
Formación anticapitalista y militancia
El «mal» educador sostiene: «el rol del cuadro político revolucionario es sumar más personas a nuestra organización que encabezará el proceso revolucionario».
El «buen» educador dice: «el rol del cuadro político revolucionario es sumar más personas al pensamiento anticapitalista que se preparen para forjar la herramienta revolucionaria que se den lxs trabajadorxs».
La diferencia es mortal. Literalmente. La primera es un pleito aniñado para sumar porotos ante el comité. La segunda es una acción colectiva en función de derrotar un enemigo en común. La primera es parroquial y endógena. La segunda es política.
De qué lado está uno determina también si uno está con la clase o contra ella, en el sentido de si le es útil o le representa un escollo pasajero.
Dar la pelea por la conciencia de clase de las bases gremiales es abonar firmemente a la posibilidad de construir una herramienta política de clase.
El derecho a la identidad política
La anterior crítica a la mala práctica política no actúa en desmedro al derecho a la identidad política. Uno de los argumentos de los agentes antisindicales es intentar desprestigiar a sus dirigentes porque pertenecen a un partido político. Éste resulta otro elemento divisionista.
El problema no reside en la identidad política de cada quién -a la que todo el mundo tiene derecho- sino el accionar político concreto que ése militante desenvuelva. Está visto que en nombre de una misma corriente se puede actuar en varios sentido distintos.
Como hemos propuesto, la pertenencia partidaria no es un hecho negativo sino que, por el contrario, puede ser el aporte de una memoria de lucha a otras nuevas.
El clasismo sin clase
Muchas dirigencias de tradición clasista encuentran el problema de que en diferentes asambleas la opinión mayoritaria no responde a los intereses de clase sino a oportunismos, cortoplacismos y desidia. La agenda gremial es consumida por las necesarias resoluciones de carácter burocrático y por otras cuestiones de índole pasatista.
El desafío es recuperar los sindicatos pero sobre todo recuperar la conciencia clasista: clasismo con la clase. No alcanza con ganar una elección y cambiar el color de la comisión. Hacen falta los mayores esfuerzos para que el conjunto de lxs trabajadorxs participe de los debates necesarios con franqueza y establezca las conclusiones lógicas acerca de por qué este modelo de organización social lxs deja como perdedores perpetuos y pagadores seriales de las crisis generadas por la angurria capitalista.
Para esto hace falta un acuerdo de cuadros clasistas a mediano y largo plazo en el que trasciendan sus diferencias coyunturales menores, sus resquemores históricos y sus expectativas cortoplacistas: hace falta poner las organizaciones políticas clasistas al servicio de la clase.
No vale de nada más que la política formal y superestructural (burguesa) «ganar» los sindicatos si en ellos no están lxs propios trabajadorxs organizados activamente. Es otro tipo de burocracia, en el sentido formal del término. Se constituye en una dirigencia de oficina bienintencionada pero de oficina al fin.
Dirigir es concienciar
Otra deformación de concepto de buena parte de la militancia política que acciona en el ámbito gremial es creer que dirigir es lograr que una cantidad de cuadros intermedios y operadores sindicales respondan a su voz de mando.
Además de la obvia crítica al personalismo de este tipo de modelo de conducción, es preciso señalar que «dirigir» de esta forma implica generar una dependencia concreta de determinados referentes y esa dependencia deja sin preparación, recambio y con riesgos de inestabilidad cuando, por el motivo que fuere, el «dirigente» no dirija.
Por otra parte, ese tipo de modelo unipersonal promueve la dependencia reflexiva. Esto es, «no hace falta pensar, leer lo que ocurre, construir teórica ya que está el jefe que traerá la palabra sagrada». Aquí hay que señalar una y mil veces que la voz de la bases debe ser la voz mandante.
Ocurre también que el dirigente de izquierda en ocasiones piensa que parte de su base no «está formada» para llegar a las mismas conclusiones que él. Sin embargo, no hace nada al respecto: se perpetúa como conocedor de las verdades marxistas y se retira nuevamente hacia el cómodo asilo ideológico de sus oficinas.
Para afrontar la derrota cultural y contar con participación gremial no formal: dirigir es concienciar. Incluso, si uno quisiera ir más lejos, la organización obrera (democracia asamblearia) ofrece la posibilidad de obtener logros en los debates de orientación de un sindicato aún sin, necesariamente, integrar de una comisión directiva.
Historicidad y tradición
Afortunadamente, el campo popular argentino cuenta con ejemplos de tradiciones clasistas: no de un partido, de muchos (a veces a pesar de sus dirigencias).
Rodolfo Walsh, en su crítica a la conducción de Montoneros, arguyó que la principal falencia de esa organización era un «déficit de historicidad». Para Walsh, un dirigente Montonero «conoce, en general, cómo Lenin y Trotsky se adueñan de San Petersburgo en 1917 pero ignora cómo Martín Rodríguez y Rosas se apoderan de Buenos Aires en 1821».
Esté déficit del «pensamiento montonero» es extensible al pensamiento revolucionario en general. Hacen falta mayores esfuerzo por conocer el desarrollo de la lucha de clases en la zona de acción y comprender dónde se encuentran sus aciertos, dónde sus defecciones, dónde sus aprendizajes. No en un sentido declamativo, para armar la Mamuschka de las principales figuras para reivindicar, sino para retomar un programa concreto.
Hace falta reconstruir el puente que el enemigo dinamitó. Esto es, la memoria de quienes antecedieron. Se obtienen más elementos de la lectura de la praxis que de la especulación sin sustento. La memoria de la lucha es el aprendizaje de la teoría construida por los cuadros que nos precedieron en función de la lucha concreta establecida en un territorio y tiempo concreto.
El internacionalismo es un fundamento básico del pensamiento clasista en tanto la lucha de clases es mundial y en tanto existe la división internacional del trabajo, es decir, en tanto hay una interdependencia de las luchas y sus derroteros. Pero no hay mejor aporte al internacionalismo que la construcción exitosa en el ámbito de acción concreto dónde nos desenvolvemos. Y esa zona de acción tiene su historia.
Lucha sindical y lucha política
Como quedó dicho, no se trata de «la política» o «lo gremial» como elección excluyente. Se trata de la acción política en todos los ámbitos de trabajo para erigir una condición necesaria para cualquier proceso de lucha: el factor subjetivo.
En este campo, el pensamiento clasista retrocedió muchos casilleros y actualmente ha sido derrotado en el mapa de opciones posibles para las masas. No hay salida anticapitalista visible para la clase y, lo que es peor, aún no son hegemónicas las voluntades para construirla.
La acción política-ideológica-cultural anticapitalista es la única garantía de poder sostener un proceso revolucionario. Y las herramientas gremiales son el lugar natural de organización de la clase trabajadora. Si la hegemonía allí queda en manos de las políticas entreguistas, conciliadoras y pequeño burguesas, difícilmente haya una clase preparada para enfrentar las nuevas batallas que la gula capitalista nos obligue a enfrentar.
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