El autocalificado “periodismo independiente” no es otra cosa que una organización criminal porque, como lo recordara Gilbert K. Chesterton en tiempos de la Primera Guerra Mundial, “los periódicos comenzaron para decir la verdad y hoy existen para impedir que la verdad sea dicha.”
Revisando algunos viejos apuntes acumulados en el
disco duro de mi computadora encontré una serie de declaraciones de la Academia
Nacional de Periodismo de la Argentina manifestando su preocupación por la
libertad de expresión y el ataque a “periodistas” como Luis Majul y Daniel
Santoro. La institución de marras la preside Joaquín Morales Solá, un señor que
finge ignorar la diferencia entre informar y -sobre la base de información
confiable y chequeada opinar- y utilizar los medios de comunicación en los que
se desempeña para operaciones propagandísticas presentadas ante su indefensa
audiencia como si fueran “periodismo independiente”.
En una reciente emisión de su programa Desde El Llano el
presidente de la ANP “entrevistó” a la señora Elisa Carrió quien se despachó
con una serie interminable de disparates ¡sin que el supuesto periodista
atinara a balbucear una sola repregunta! No fue una entrevista periodística
sino un caso de propaganda política subliminal, probablemente remunerada. Es
decir, una estafa a la teleaudiencia. Lo mismo había hecho unos días antes
Carlos Pagni, otro representante del “periodismo serio” en la Argentina, cuando
“entrevistó” durante poco más de media hora a Juan Guaidó que, como lo haría
Carrió después con Morales Solá, derramó enormes cantidades de “bullshit” ante
un impasible Pagni, que no hizo el menor comentario o formuló pregunta alguna
para poner a prueba los dichos de Guaidó. El objetivo, claro está, era
brindarle al esperpento venezolano una plataforma para difundir su proyecto
político. En ambos casos un espacio supuestamente periodístico parecería haber
sido alquilado para promover la agenda política de una autoproclamada candidata
a gobernadora de la provincia de Buenos Aires, retornada a las lides políticas
pocos meses después de haber anunciado su definitivo retiro; o la de un pelele
orgulloso de haber sido designado “presidente encargado” de su país por Donald
Trump. Todo esto, repito, ante la actitud complaciente de los aquiescentes
“entrevistadores.” En resumen, gran parte de eso que llaman “periodismo
independiente” no es otra cosa que una tapadera para que algunos mercaderes
trafiquen con su espacio comunicacional y lo subasten (ellos o sus patronos) al
mejor postor. ¡Y encima se dan el lujo de pontificar sobre la libertad de
expresión, la república y la democracia!
En fin, esta es la dura realidad del periodismo que en
nuestro tiempo se autocalifica como “serio y profesional”, y no sólo en la
Argentina y Latinoamérica. Europa o Estados Unidos tampoco están a salvo de
este flagelo que es una de las mayores amenazas que acecha a la democracia en
el mundo moderno. La ANP salió en defensa de dos personajes de la cloaca
mediática como Luis Majul y Daniel Santoro cuyo “periodismo de investigación”
es producido por un singular equipo cuyos puntales son los servicios de
inteligencia y un manojo de jueces y fiscales corruptos, unos y otros en
abierta violación a las leyes de este país. Esta operación no tiene nada que
ver con el periodismo. Su objetivo es obtener instrumentos y supuestas pruebas
para perseguir, acosar y eventualmente extorsionar a rivales políticos y
sectores ligados en este caso al oficialismo.
Lo de la ANP no es una excepción; tampoco lo son los grandes
conglomerados mediáticos argentinos (que incluyen prensa gráfica, radio AM y
FM, televisión abierta y por cable, granja de bots, etc.) como Clarín, La
Nación o Infobae. Pero por su gravitación mundial el diario El País de España
se lleva los laureles en lo que hace a la prostitución del periodismo
convertido en un nauseabundo house organ al servicio de los ricos y poderosos
de todo el mundo. Por eso no sorprendió que a mediados del año pasado Antonio
Caño, exdirector de aquel diario entre 2014 y 2018, publicara una nota titulada
nada menos que “El error de llamar a Assange periodista.”[1] En ella arguye que
el fundador de Wikileaks es un “impostor” porque, según él, “los periodistas no
roban información legalmente protegida, no violan las leyes de los Estados
democráticos, no distribuyen los documentos que les facilitan los servicios
secretos sin haberlos verificado” tarea que Caño confía, corporativamente, al
buen saber y entender de periodistas profesionales. ¿Periodistas profesionales,
como quiénes? Puede ser, en algunos poquísimos casos, pero ¿por qué no confiar
en gente con mayor formación específica para evaluar los datos divulgados por
Assange como politólogos, sociólogos, internacionalistas, historiadores,
semiólogos y expertos en materias militares o en inteligencia? Pero además,
muchos de los amigos y colegas latinoamericanos de Caño lo que hacen es
justamente eso: roban información que “debería” estar legalmente protegida,
violan a destajo las leyes de los estados democráticos, y distribuyen los
documentos que les facilitan los servicios secretos o funcionarios corruptos
del poder judicial para acosar y/o destruir a sus adversarios políticos. En su
angelical candor, o diabólico cinismo (cuestión que las y los lectores deberán
discernir), el ex director de El País dice que los periodistas profesionales
“cuidan de no causar daños innecesarios con su trabajo, les dan a las personas
aludidas la ocasión de defenderse, buscan la opinión contraria a la que
sostiene la fuente principal de una información, no actúan con motivación
política para perjudicar a un Gobierno, un partido o un individuo. Los
periodistas no defienden más causa en una sociedad democrática que la del
ejercicio de su trabajo en libertad.”
Releo estas líneas de Caño y me rectifico: no creo que sea el
suyo un caso de infantil ingenuidad. Digámoslo con todas las letras: es la
sutil estratagema discursiva de un impostor de alta gama que sabe que en el
ejercicio del periodismo hegemónico, ese que él llama “profesional”, aquellas
reglas tan prístinas que él enunciara son violadas con premeditación y
alevosía; que los autodenominados “periodistas independientes” causan
intencionalmente daños a las personas o instituciones víctimas de su
persecución; que no les dan ocasión de defenderse; que jamás buscan una opinión
contraria a la línea que les bajan sus jefes o patronos y nunca aceptan debatir
con quienes sostienen puntos de vista contrarios; y siempre actúan con
motivación política para perjudicar a un gobierno, partido o individuo. El caso
de Agustín Edwards Eastman, dueño de El Mercurio de Chile es una muestra
paradigmática de lo que hacen los periodistas defendidos por Antonio Caño y por
el presidente de la ANP, Joaquín Morales Solá. Por eso después más de cincuenta
años de prostitución periodística en buena hora el Colegio de Periodistas de
Chile lo expulsó de sus filas, precisamente por haber hecho exactamente eso que
Caño dice que los periodistas profesionales no hacen.[2] Si en la Argentina
existiera una institución con los mismos valores y valentía de sus colegas
chilenos la cantidad de operadores políticos disfrazados de periodistas que
serían expulsados de sus filas llegaría fácilmente a medio centenar.
Justamente a causa de esta degradación moral es que no
sorprende el estruendoso silencio de la ANP ante caso de Julian Assange,
injustamente encarcelado por haber informado al público sobre los crímenes de
guerra, la corrupción y el espionaje global del gobierno de Estados Unidos. Ni
una palabra en defensa de un verdadero campeón de la lucha por la libertad de
expresión, que mentirosamente la ANP dice defender; ni un gesto de solidaridad
ante un periodista retenido en una cárcel de máxima seguridad, en confinamiento
absoluto, sin contacto con nadie, sin ver sino por unos minutos la luz del sol
una vez a la semana, sometido a maltratos físicos y psicológicos de todo orden
pese a la precaria condición de su salud. Pero al haber revelado los secretos
del imperio y sus mandantes -que el sicariato mediático oculta bajo siete
llaves- para la ANP Assange es un traidor, un “impostor” como dice Caño, que no
merece solidaridad alguna. El próximo 4 de enero la jueza Vanessa Baraitser
dará a conocer su sentencia en el juicio por la extradición del australiano a
Estados Unidos. Pese a la debilidad de las pruebas aportadas por el querellante
el acusado fue privado de su libertad y enviado a la cárcel. Cunde la
indignación entre los periodistas de verdad de todo el mundo, advierte el
laureado cineasta y periodista británico John Pilger, quien asegura jamás haber
visto una farsa tan grotesca como el juicio celebrado en Londres. El lawfare se extiende como una mancha de aceite, y de la
Argentina, Brasil, Bolivia, Chile y Ecuador ya arribó a Europa y Estados
Unidos. Pero la ANP no cree que exista tal cosa porque, según sus dirigentes,
el lawfare es una maligna invención de una izquierda totalitaria,
populista, chavista, castrista, y por lo tanto desestima olímpicamente la
denuncia de Pilger.[3] La inmoralidad de esa institución no tiene límites.
Este negacionismo también se revela en relación a la
situación de los periodistas en Estados Unidos. Desde el estallido de las
protestas del Black Lives Matters con motivo del asesinato a sangre fría de
George Floyd por la policía de Minneapolis, 322 periodistas fueron agredidos
(salvo contadas excepciones, por las “fuerzas del orden”); 121 fueron
detenidos, a 76 les destruyeron sus equipos (cámaras fotográficas o de video,
teléfonos celulares) o instalaciones (salas de prensa) y 13 fueron querellados
y sometidos a proceso judicial.[4] La misma fuente informa que en 2018 cinco
periodistas fueron muertos a balazos en Estados Unidos. Pero esto no fue ni
jamás será noticia en los medios hegemónicos, apropiadamente caracterizados por
sus críticos como la Bullshit News Corporation porque la mayoría de la
información que difunden es eso, basura; mucho menos será motivo de
preocupación o denuncia para la ANP, obediente hasta la ignominia antes los
menores deseos del amo imperial. La institución defiende a sus mercachifles de
la comunicación, no a estos pobres diablos acosados por el poder en Estados
Unidos que pagan con sus vidas su lealtad a la profesión que eligieran. En
cambio si un periodista, ¡aunque sea sólo uno!, hubiera sido detenido en
Venezuela o sufrido la destrucción de su equipo de trabajo la gritería del
sicariato mediático mundial habría sido ensordecedora. Su doble estándar moral
los convierte en sujetos despreciables.
Conclusión: el autocalificado “periodismo independiente” no
es otra cosa que una organización criminal porque, como lo recordara Gilbert K.
Chesterton en tiempos de la Primera Guerra Mundial, “los periódicos comenzaron
para decir la verdad y hoy existen para impedir que la verdad sea dicha.” Para
ello cuentan con cuatro armas principales: promover la “posverdad”; mentir y
usar las fake news a destajo; utilizar el blindaje informativo (por ejemplo, no
decir jamás nada sobre la interminable matanza que a diario desangra Colombia o
sobre las revelaciones de los Panamá Papers que involucran al ex presidente
argentino Mauricio Macri) para proteger a socios y/o amigos; y el linchamiento
mediático de líderes “molestos” a las cuales es preciso satanizar para que
luego jueces y fiscales culminen el proceso enviándolos a la cárcel o
inhabilitándolos para competir por cargos públicos. Por eso hoy esa prensa, así
de corrupta, constituye una de las principales amenazas a la democracia, y si
la sociedad no reacciona a tiempo probablemente acabe no sólo con lo poco que
resta de libertad de expresión sino que acentúe aún más la asimetría entre una
prensa hegemónica que domina sin contrapesos el espacio mediático y el
periodismo verdaderamente independiente, que sobrevive a duras penas ante tan
desigual competencia. Pero lo que está en juego no sólo es la libertad de
expresión; también el derecho de los pueblos a acceder a información verídica y
comprobable, legalmente obtenida. Y por supuesto, la democracia también está en
peligro porque para sobrevivir requiere que el espacio mediático sobre el que
reposa sea efectivamente democrático y plural y no esté amordazado por la
dictadura del pensamiento único. La democracia se vacía de contenidos, se
degrada y finalmente sucumbe cuando el sustrato comunicacional sobre el que se
apoya es una tiranía informativa. Evitar que esto suceda será una de las
grandes e impostergables batallas que deberemos librar una vez derrotada la
pandemia.
Notas:
[1] Su nota se puede encontrar en: https://elpais.com/elpais/2019/05/15/eps/1557937168_850658.html
[2] Toda la info puede verse en https://www.elmostrador.cl/noticias/pais/2015/04/21/el-fin-de-un-intocable-colegio-de-periodistas-decide-expulsar-a-agustin-edwards/
[3] https://independentaustralia.net/life/life-display/john-pilger-eyewitness-to-the-agony-of-julian-assange,14374
[4] Datos de la U.S. Press Freedom Tracker, en https://pressfreedomtracker.us/ y también en https://www.worldpoliticsreview.com/articles/28908/more-journalists-are-being-assaulted-in-the-u-s-tarnishing-america-s-image