Organizada alrededor de ciertas mitologías e imaginarios, la construcción ideológico-cultural del neoliberalismo goza en la Argentina -y en gran parte del mundo- de un predicamento profundo. A pesar de la debacle que sus políticas causaron, causan y causarán en vastos sectores populares, la batalla cultural por su consolidación sigue librándose en varios frentes. Incluso se […]
Organizada alrededor de ciertas mitologías e imaginarios, la construcción ideológico-cultural del neoliberalismo goza en la Argentina -y en gran parte del mundo- de un predicamento profundo. A pesar de la debacle que sus políticas causaron, causan y causarán en vastos sectores populares, la batalla cultural por su consolidación sigue librándose en varios frentes. Incluso se da el paradójico caso de que una alta proporción de ciudadanos vulnerados por las actuales políticas del macrismo continúa denigrando a esa imprecisa trama discursiva llamada populismo.
-La primera de esas mitologías neoliberales circundantes es la que vincula precisamente a ese populismo con la corrupción. Como si se tratase de una huella genética, todo ser despreciable y amoral sólo puede formar parte de las filas populistas. Por el contrario, los republicanos honestos y moralistas tienen como inevitable destino su adscripción al neoliberalismo. Un imaginario candoroso y ramplón, pero que sin embargo suele multiplicarse en los medios hegemónicos, y cuenta con interminables adeptos.
-«Estamos haciendo lo que debíamos hacer«, expresó un enjundioso Macri al conmemorar el día de la bandera en Rosario, ante un exiguo puñado de invitados. Aludía aquí al padecimiento popular provocado por sus medidas económicas. He aquí el mito del sacrificio popular en pos de la salvación de la patria, destruida por las fuerzas del mal. Como si fuera una metáfora del sacrificio cristiano -en donde la víctima (el pueblo) concentra en sí misma todo el pecado- el martirio es liberador, ya que después del sufrimiento (el ajuste económico) sobreviene el bien y la salvación nacional.
-«Hay un sector de la sociedad que insiste en volver al pasado«, aseguró el presidente en una entrevista a la cadena alemana DW. El verdadero responsable de la actual crisis no parece ser su programa de gobierno sino el pasado populista. La bonanza sólo sobrevendrá si no se discontinúa el ciclo neoliberal: el temor al eterno retorno del populismo espanta a los inversores y demora el crecimiento de la Nación. «Nadie va a invertir en Argentina hasta que Cristina sea juzgada y condenada«, tituló días atrás la prensa canalla, aludiendo a supuestos voceros empresarios que clamaban castigo contra el populismo como condición necesaria para invertir en el país.
-El origen de algunas de estas mitificaciones puede leerse en una novela de 1957, La rebelión de Atlas, de la escritora norteamericana Ayn Rand. En la obra, la elite rica y emprendedora es explotada por los parásitos (las clases populares) que conforman la sociedad, y que permanecen ociosos viviendo de los impuestos y altos salarios que aquella les proporciona. De pronto, esos espíritus productivos comienzan una prolongada huelga que trae aparejado el empobrecimiento general. De este modo el titán Atlas, la figura mitológica que simboliza a esa elite productiva, deja de sostener el mundo sobre sus hombros, tal como en su representación icónica.
De acuerdo a este relato, los altos impuestos y el costo de los salarios conspiran contra la fortaleza de Atlas para sostener el mundo. Si aquellos espíritus productivos se retiran (por ejemplo, las inversiones no llegan) el mundo se desploma. El populismo favorece a los parásitos de las clases ociosas, a través de impuestos desmedidos a los más ricos y salarios altos para los trabajadores. Veamos como lo dice Macri: «cuando (un trabajador) no cumple, cuando le hace trampa al sistema, cuando fuerza un ausentismo, cuando inventa un juicio o cuando pone un palo a la rueda, complica al resto de la sociedad«. Por tal razón, sobreviene la huelga de la elite emprendedora. La bicicleta financiera parece ser el instrumento que alegoriza la huelga: esos espíritus dejan de producir para generar sólo ganancias especulativas.
-Que el culpable de la rebelión de Atlas es el propio trabajador lo expresó meridianamente el propio presidente: «las Pymes están en quiebra por los juicios laborales«. Lejos de ser afectadas por las importaciones, el obsceno aumento de las tarifas y la caída del consumo, las pequeñas y medianas empresas parecen estar siendo jaqueadas por los propios trabajadores, que privilegian su interés personal al general. Siguiendo esta hipótesis, se puede afirmar que los juicios laborales comenzaron, junto con la quiebra de las Pymes, en diciembre de 2015 (!).
-No existe un sujeto colectivo para el imaginario neoliberal. Casi que su figura señera es el emprendedor. «A diferencia del sujeto moderno -afirma el psicoanalista Jorge Alemán-diversificado en sus fronteras jurídicas, religiosas, institucionales, etc., el sujeto neoliberal se homogeneíza, se unifica como sujeto emprendedor, entregado al máximo rendimiento y competencia, como un empresario de sí mismo«. El emprendedor es la exaltación del espíritu individualista neoliberal, la contracara de lo comunitario. Para aquel, lo colectivo desvitaliza a la sociedad, la vuelve ociosa. De allí que las asociaciones gremiales y políticas conspiran contra esa sociedad, perturba su armonía. «Las organizaciones obreras y la negociación colectiva -afirmó ácidamente el periodista George Monbiot, de The Guardian– no son más que distorsiones del mercado que dificultan la creación de una jerarquía natural de triunfadores y perdedores. La desigualdad es una virtud: una recompensa al esfuerzo y un generador de riqueza que beneficia a todos«.
Según esta concepción, los altos sueldos de un trabajador medio son una ficción, un beneficio que solo le asiste al emprendedor, su premio por «vivir permanentemente en relación con lo que lo excede -según palabras de Jorge Alemán- el rendimiento y la competencia ilimitada«. Para el presidente argentino, hasta el mismísimo Manuel Belgrano -quien desdeñó su fortuna familiar y personal para dedicarse a la causa revolucionaria- es un emprendedor (!).
Innovador, creativo, dueño de su propio destino, el emprendedor simboliza al sujeto neoliberal, con su lógica competitiva, empresarial, su aureola zen y sus dispositivos de gestión y evaluación. «El comentado spot publicitario del Chevrolet Cruce, llamado Meritócratas -afirmó José Natanson en un artículo en ‘Le Monde Diplomatique’- invitaba a imaginar un mundo en donde ‘cada persona tiene lo que merece’, donde ‘el que llegó, llegó por su cuenta, sin que nadie le regale nada’ (…) para concluir: ‘El meritócrata pertenece a una minoría que no para de avanzar y que nunca fue reconocida. Hasta ahora'». Esta mirada profundamente darwinista, en la que solo algunos pocos poseen las condiciones estructurales para desarrollarse y en donde las grandes mayorías quedan excluidas, es una marca en el orillo del neoliberalismo.
-A esas mayorías no emprendedoras ni meritocráticas solo les corresponde el esfuerzo inútil e interminable del hombre, metaforizado en el mito de Sísifo. El castigo de Sísifo, un semidiós de la mitología griega, consistía en subir una pesada piedra por la ladera de una montaña empinada y, cuando estuviese a punto de llegar a la cima, la roca caería hacia el valle, para que él nuevamente volviera a subirla; así en lo sucesivo y por toda la eternidad. Los beneficios de los altos y medianos ingresos están vedados a las mayorías: a ellos solo les corresponde el mundo de la flexibilización y la incertidumbre.
-Otra de las mitologías está relacionada con la idea de destruir para edificar: el mito del Ave Fénix, la muerte y el renacimiento. El neoliberalismo parece tener «la convicción de que la destrucción creativa propia del capitalismo -según José Natanson- permitirá compensar los puestos de trabajo desaparecidos en las ramas improductivas con nuevas oportunidades laborales en sectores más competitivos«. Por lo pronto, el efecto provocado ha sido, es y será el inverso: no aparecieron ni aparecerán las ofertas laborales en los sectores competitivos, al menos, hasta que no se modifiquen las leyes laborales y se imponga la flexibilización. Con lo cual, esos puestos de trabajo de calidad prometidos mutarán en trabajo precario. Sin embargo el singular mensaje es: no hay que preocuparse por el cierre de fuentes de trabajo; es parte de un proceso creativo del mercado que terminará engendrando riquezas (!)
-Por fin, el merecido enriquecimiento de unos pocos hará posible la supervivencia de todos. Es una recompensa para los espíritus emprendedores y una solución para las mayorías, que recogerán los frutos del goteo de la riqueza ajena. Muy lejos de la realidad, este concepto del derrame -más que mitología, una zoncera- ilustra a la perfección lo que Paul Krugman define como ideas zombi, denominadas así por ser creencias políticas que deberían haber sido abandonadas hace mucho tiempo ante las pruebas y la experiencia, pero que simplemente siguen arrastrando los pies.
-Al igual que la vieja concepción neoliberal de reducir los gastos para achicar el déficit: el recorte siempre comienza -y termina- por los más desprotegidos. Las quitas de beneficios a jubilados, discapacitados, viudos y demás, forman parte de lo que el mismo Krugman llama políticas vampiro, «no tanto porque chupen la sangre (aunque también por eso) sino porque no pueden soportar la luz del día«.
La campaña electoral del macrismo apelará a la demonización del pasado populista, exorcizando el presente sombrío con un relato de palabras e imágenes inverosímiles e inventando un futuro más tolerable y luminoso. Una forma de ganar tiempo, para jugar a augurar un crecimiento y una bonanza basados en ninguna realidad que lo sustente.
Gabriel Cocimano (Buenos Aires, 1961) Periodista y escritor. Todos sus trabajos en el sitio web www.gabrielcocimano.
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