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Mordaza y política

Fuentes: Rebelión

Alguien pensaría que se trata de una buena noticia para los creyentes de la libertad de expresión, porque cabría decir que ya no hay censura, pero en realidad no lo es porque ahora se impone la mordaza a nivel global. No se sabe a ciencia cierta quién ordena ponerla, pero sí se conoce a los amordazadores. De un lado, los medios de difusión han sido obligados a practicarla. Mientras, de otro, los políticos les ha tocado la tarea de ser vehículos de transmisión de ordenes superiores, de manera que la gente no hable públicamente de lo que no tiene que hablar. Esto sucede claramente tanto en las repúblicas revolucionarias, que viven soñando con la mejora social, como en regímenes progresistas, que dicen mirar hacia adelante pero marchan hacia atrás. Está claro que con democracia o sin ella se impone la mordaza generalizada, la diferencia reside en los medios empleados.

En las primeras, esas que sufren las penurias derivadas de la falta de efectivo metálico y por eso acuden a la idea de revolución para entretener el hambre de sus respectivos auditorios, la mordaza apenas se utiliza porque casi no hace falta. Solo los fieles a la revolución pueden hablar conforme a la doctrina, mientras que los demás ni se molestan en abrir el pico. Cosa muy distinta es lo que sucede en las democracias avanzadas, es decir, donde circula con profusión el dinero y el consumo pone sentido a la vida de sus ciudadanos.

Hablando de estas últimas, dado que la libertad de expresión es un dogma, la mordaza tiene que adecuarse a este principio incuestionable, puesto que en ello está en juego la democracia al uso, por eso la política tiene que caminar con pies de plomo. El foro donde se puede hablar, esto es, los llamados medios de comunicación, aunque se declaren rebeldes y hasta contestatarios, tienen que atenerse al dogma, sin perjuicio de autodefinirse para caer en el tópico de las derechas e izquierdas. En los de prestigio, la mordaza se utiliza en forma de papelera virtual o material para los extraños al medio, reservando lo que llaman libertad de expresión para el personal asalariado de la casa. Los de medios pelos, comprometidos con otra libertad que se tiene por más amplia, utilizan el cajón entreabierto para depositar las habladurías que puedan comprometer al medio. En esos otros, donde se mueve a su gusto la morralla, también declarados abiertos por motivos publicitarios, sueltan las habladurías a mediodía y las eliminan rápidamente a primera hora de la tarde, para que quede a salvo su imagen comercial y aliviarse del peso de lo inconveniente.

Claro está que la mordaza no afecta a todos los temas de los que se habla o al menos no aprieta con la misma intensidad. Por poner un ejemplo, con esto de la pandemia, los emisarios políticos han trasladado la orden del superior internacional a los divulgadores para que no se hable del tema al margen de los cauces oficiales y se haga por personal autorizado. Para lo que proceda de otras fuentes hay que aplicar la mordaza sin contemplaciones a tenor de las disponibilidades de los medios. Se sostiene que así se evitan la desinformación, los bulos y las especulaciones que debilitan al sistema y siembran dudas en la ciudadanía. Aunque convendría aclarar que no tanto como sucede con el hecho de pasar de la alarma a guardar silencio frente al avance de la enfermedad. En este caso no sirve la desinformación oficial y menos aún la creencia de que si no hay noticias de contagios ni de víctimas, el problema se ha resuelto, para que así los consumidores ya pueden retornar al mercado.

Hay que reconocer que esto de la mordaza viene bien a algunos para hacer negocio y, en general, el personal estará más tranquilo en tanto llega el momento de la verdad. Tampoco hay problema para los divulgadores que, fieles a su trabajo, pueden seguir conduciendo el rebaño por la cañada, sin que nadie se detenga a reflexionar sobre lo que hay más allá de las versiones oficiales.