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Cinco meses de la desaparición de Julio López

Movilizados por la insensibilidad

Fuentes: Rebelión

Vivimos en un espacio-tiempo mediático en que lo efímero y el presente dominan. Un mundo de espectadores, y lo que se escapa de la posibilidad de ser mostrado y visto escapa a la realidad. Vivimos en un tiempo de múltiples pantallas capaces de exponer el encierro extremo y la alineación abominable como la más común […]


Vivimos en un espacio-tiempo mediático en que lo efímero y el presente dominan. Un mundo de espectadores, y lo que se escapa de la posibilidad de ser mostrado y visto escapa a la realidad. Vivimos en un tiempo de múltiples pantallas capaces de exponer el encierro extremo y la alineación abominable como la más común de las experiencias humanas, mientras que una realidad harto disímil es deliberadamente ocultada. Y también, vivimos expuestos a no contaminarnos en esta movilización de simplezas abyectas.

F. Jameson indica que la propia identidad personal es el efecto de cierta unificación temporal del pasado y del futuro con el presente que tengo ante mí, y si estamos imposibilitados de ello estamos, en cierta medida, condenados a tornarnos esquizofrénicos. Porque cuando somos incapaces de unificar el pasado, el presente y el futuro de [una] frase, también somos igualmente incapaces de unificar el pasado, el presente y el futuro de nuestra propia experiencia biográfica. Es decir, el sujeto queda reducido a una serie de meros presentes carentes de toda relación con el tiempo, o en otras palabras, existe una rotura de la cadena de sentido, en la que el sujeto es reducido a una experiencia puramente material de los significantes.

L. Rozitchner nos indica, hablando acerca del rol que tienen frente a la historia y el pasado, que los medios de comunicación, en general, muestran lo que a la vez ocultan. Pero ahora, en el presente, ocurre lo mismo: todo es susceptible de ser mostrado salvo lo que no debe y no puede ser mostrado por cuestiones de negocio, cuestiones políticas y cuestiones ideológicas.

De esta forma, todos nos volvemos cómplices, y se diluye la figura de responsables directos. Todos estamos dispuestos, en primera apariencia, a aceptar estos códigos, códigos que sutilmente se cuelan en los intersticios del imaginario social y percolan la conciencia colectiva transformándola en pasiva, improductiva y reducida en la capacidad de creación. Esta difusión y percolación de códigos va atrapándonos en el difuso entramado de este tiempo (mal llamado de la comunicación). Entramado que ya no es producido por una Penélope concreta y materialmente identificable, sino por una multiplicidad de abstracciones (aparentes) que comparten una lógica y de las que se dice que no podemos identificar a sus autores a no ser en su multiplicidad difusa.

De esta manera, todo intento de análisis lógico, de coherencia o de contradicción queda suspendido en categorías de las que se dicen son ya obsoletas, de manera que nunca se encuentran contradicciones más que particulares, como ese ejemplo de belleza femenina que hace campaña en defensa del medio ambiente, cuando su cuerpo modificado por las siliconas tardará más de lo común en degradarse una vez ocurrido el desenlace vital debido al plástico artificial incorporado a lo natural de su vida. Allí, lo único que se remarca es la contradicción particular, pero la general permanece oculta, sepultada detrás de otras contradicciones particulares que a su vez se contradicen entre sí.

Y si los medios de comunicación no son responsables de nada, tampoco son culpables de nada, por tanto se ven beneficiados por una proliferación de opiniones cuya heterogeneidad hace decirles que son los representantes más genuinos de la democracia, aunque bien direccionan una tendencia de opinión. Esta lógica intenta desligar toda capacidad de unificación u organización coherente de sentidos (el intento, la más de las veces, es un hecho).

Días atrás me alarmó el comentario de un conocido, un universitario, docente, con mucha formación en lo que hace y muy responsable. A él, y otras personas que no conozco tanto como a él, los perturba sobre manera los escasos segundos de silencio en los que Canal 7 recuerda la desaparición de Jorge Julio López (dicho sea de paso, el único medio televisivo de aire que lo hace). Un silencio que se vuelve incómodo, que los obliga a mirar si el televisor no se descompuso. Y yo me pregunto si esto no es un efecto doble: uno, el debido al acostumbramiento al ruido, a la volatilidad de las imágenes, que se siguen unas a otras sin más que como manutención de un a-ritmo; y el otro, es la imagen perturbadora que se presenta en ese silencio que los hace volver hacia el televisor (la de ese albañil, desaparecido por reticular su memoria sabiendo discernir entre pasado-presente-futuro a pesar de sus temblores).

El desaparecido López en el ruido pasa desapercibido, pero el instante de silencio en que se rompe la lógica del espacio-tiempo mediático en la que vivimos hace emerger la figura, la fisonomía recortada de quien ya no está. Ese silencio también nos retrotrae a su ausencia de palabras. Pero todo queda ahí, nos perturban la conciencia de buenos samaritanos, y en un arrebato de culpas extranjeras escuchamos lo que dicen algunos: pobre viejo, seguro que lo han hecho cagar, como si se tratase de un crimen en el cual se dirimen pasiones personales.

Y ahí patente que lo que los medios muestran esconden. Y aparece la idea de esquizofrenia individuo-social descrita por Jameson. Después de ese silencio perturbador para algunos cuantos, pienso, deberá existir el mensaje explicito: Jorge Julio López, desaparecido por dar cuenta del escarnio padecido en carne propia al ser torturado por fuerzas de seguridad al identificárselo como un militante de barrio que quería mejorar la situación en la que vivía. Seguramente que la sentencia puede ser cualquier otra, que conserve este espíritu, que haga referencia a la historia de este ser humano y al por qué de esta nueva desaparición. Esto no es menor, y deberíamos preguntarnos también por qué existe esta constante rotura en cuanto a la referencia. O como aquella frasecita del algo habrán hecho que quedaba truncada ahí, y sí, ni más ni menos quisieron cambiar el mundo! No lo lograron, lo intentaron. Ese lenguaje a medias, donde prevalece una sospecha infundada sobre todo. Así es, en gran parte el lenguaje mediático, en el que el habría, podría, sabría, etc., es la conjugación preferida.

Algunos, con argumentos pueriles, alguna vez me han indicado que ligar al militante con el sufrimiento padecido es negativo, porque desalienta las motivaciones de quienes aspiran a trabajar para lograr un mundo mejor. Yo no estoy haciendo un culto a la tortura, como algunos sectores revolucionarios acostumbran a hacer: medir el peso de su valor revolucionario cuantas más veces han sido torturados o encarcelados, buscando eso como motivo inmediato de sus acciones. Por el contrario, estoy diciendo, que el encarcelamiento, la tortura o la desaparición son los grados más altos de peligro que se corre al comprometerse para subvertir las condiciones de existencia de miles (de existencia en todos los órdenes), que debemos ser consecuentes y en tal línea de consecuencia minimizar todo lo que podamos ese peligro. Debemos ser precavidos al momento de discernir sobre estas cuestiones, porque de lo contrario estamos aceptando pasivamente la lógica difusa donde las definiciones no tienen ya ningún motivo de ser, y todo se reduce a una mera concatenación de ahoras sucesivos que no hacen más que avanzar entre mezclados sin construir futuro (eso que de alguna manera llaman fin de la historia).

Pido disculpas por utilizar la condición de desaparecido de Julio Jorge López para plantear determinados interrogantes, e intrincados enmarañamientos teoricistas. Quisiera, sin lugar a dudas, tener que estar haciendo estos planteos en abstracto, en situaciones hipotéticas, pero a veces los hechos nos estallan en la cara mucho antes de que nos hayamos dado por enterados, y otras la realidad del mundo corre con ventaja respecto de nuestras interpretaciones acerca de la realidad.

Debo decir que el enfoque que he dado es en exclusivo a los espacios mediáticos, sin hacer alusión a los responsables directos, pero no podemos desligarnos de entender y por fin digerir que estos espacios, en este país, son hijos de los responsables de los crímenes de Lesa Humanidad, aunque hoy en día tengan o bien una estética posmodernista, o bien un maquillaje progresista, o bien promuevan la irradiación de naderías, todos estos grandes medios lo único que hacen es esconder la estupidez humana resaltando la estupidez humana, así somos simples sujeto-objetos de consumo (consumimos otros objetos y nos consumimos entre nosotros mismos).

Si bien aludí al fin de la historia, y al espacio-tiempo mediático, debo hacer una aclaración para despejar toda sobra sobre el escrito: que este sea el espacio-tiempo mediático hoy no quiere decir que mañana no pueda ser otro, y otro tal que haya sido construido por aquellos que no adherimos a la idea de fin de la historia. Porque, y en definitiva, a la historia la producen los hombres y las mujeres como Jorge Julio López, cuya integridad le permitió guardar todo el tiempo el tiempo de su vida, donde pasado-presente-futuro son más que una reificación del ahora, son el escenario propio de nuestra historia como pueblo, donde se conjugan todos los dolores, sufrimientos y alegrías. El silencio de la propaganda mediática que recuerda su desaparición (aunque luego no haga referencia al por qué de esa desaparición) hace emerger la figura del desaparecido, cuyo efecto psicológico sobre nosotros como lo ha definido L. Rozitchner- es la de saber que ese vacío se llena solamente con nuestro cuerpo, con nuestra presencia, y que ese silencio se cubre con nuestra voz no como ruido mediático sino como canto al unísono pidiendo, entre tanto por pedir, por Verdad, Memoria y Justicia.