En estos días, el oficialismo realizó una nueva demostración de fuerzas, destinada a enviar mensajes de unidad, pero también de alternativas, al conjunto del movimiento. Primero, los movimientos sociales, especialmente aquellos ligados al Movimiento Evita, marcharon junto a los sindicatos agrupados en la CGT para recordar el aniversario del fallecimiento de Eva Perón. El recorrido, […]
En estos días, el oficialismo realizó una nueva demostración de fuerzas, destinada a enviar mensajes de unidad, pero también de alternativas, al conjunto del movimiento.
Primero, los movimientos sociales, especialmente aquellos ligados al Movimiento Evita, marcharon junto a los sindicatos agrupados en la CGT para recordar el aniversario del fallecimiento de Eva Perón. El recorrido, inverso al tradicional -partieron de Desarrollo Social para llegar a la sede de la CGT- se justificó bajo el peso simbólico de la que resulta ser una de las principales novedades de la etapa, a saber, el resurgimiento del movimiento obrero, fortalecido por los sectores ligados al trabajo informal y las organizaciones de desempleados, como un actor de peso principal en el escenario nacional. Es cierto, falta mucho para que podamos considerar esta novedad como un rasgo permanente de la vida política, pero la apuesta política en ese sentido marca, incluso ahora, la promesa -y algo más, creo: pues se trata también de un aprendizaje histórico– de un equilibrio diferente de fuerzas en el seno del peronismo.
Desde cualquier punto de vista, el acto fue un éxito rotundo. Y allí estuvo, también, Néstor Kirchner, para demostrar su compromiso con esta alianza renovada, pero también para reiterar los ejes principales de su proyecto político.
El acto emitió, no obstante, otro tipo de señales, que fueron correctamente interpretadas por las estructuras territoriales existentes como un desafío explícito al dominio que, desde los años ochenta, vienen teniendo sobre la estructura del PJ. Es que el poder de los principales actores del conurbano se basa, en buena medida, en su diaria gestión -criticada, vituperada, pero indispensable- de la pobreza y la carencia en que viven amplios bolsones de argentinos. La apuesta del movimiento obrero y de las organizaciones sociales apunta directamente a contrapesar ese poder con presencia territorial y candidatos propios. La última apuesta de Néstor Kirchner -esto es, el lanzamiento de su hermana, Alicia, Ministra de Desarrollo Social, como eventual candidata en la Provincia de Buenos Aires, bajo el paraguas provisto por los grupos ligados a su gestión- va en la misma dirección. La presencia de varios gobernadores en el lanzamiento de la nueva corriente interna no puede haber pasado desapercibida.
El kirchnerismo parece entender el sentido crucial que, para su supervivencia, tiene la Provincia de Buenos Aires. Por eso, el propio Kirchner y Daniel Scioli acompañarán hoy a Alicia en su nueva incursión en territorio bonaerense. La presencia de los principales jefes comunales está garantizada.
¿Alcanzará con esto? La pregunta, esencial para el porvenir del oficialismo, obra en el pensamiento de esta excelente nota de Mario Wainfeld. Para él, desde el conflicto agropecuario, «se fue desarrollando una doble tendencia que sigue en curso. Por un lado, la dilución de esa mayoría amplia pero desmovilizada. Por otro, la progresiva transformación del kirchnerismo en una (primera) minoría consistente, activa, con capacidad de actuación en distintos planos.» Y si bien «el kirchnerismo es la fuerza política con mejor intención de voto», «está distante de la primacía que tuvo en 2005 y 2007″: la presidente, Cristina Fernández, «dista de gozar de la anuencia, así sea calma, de la mayoría silenciosa que dio sustentabilidad al mandatario que la precedió.»
Indudablemente, el análisis merecería ser desagregado. Por ahora, me conformo con dos observaciones generales. En primer lugar, el kirchnerismo no puede pensarse meramente como un proyecto bonaerense. Si no levanta de manera notable en distritos centrales como Santa Fe, Córdoba y la Capital, es difícil, por no decir improbable, que le alcance con mantener, e incluso incrementar, su hoy menguado poder de fuego en el Conurbano. En segundo lugar, también habría que revisar el poder apelativo que sostiene la idea de un partido de «laburantes» en el imaginario social. Indudablemente, es preferible eso a la imagen de un conjunto de dirigentes profesionales sin vínculo alguno con las organizaciones que todos los días hacen posible el funcionamiento del país. Pero la pregunta va para otro lado, e indaga sobre el grado de representación que las ideas propuestas por el kirchnerismo -vg: desarrollismo sui generis, retorno a la sociedad salarial, partido – movimiento ligado a las organizaciones representativas de los trabajadores urbanos, etc.- pueden alcanzar en una sociedad con la complejidad y los pliegues sociales que tiene la Argentina.
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