La muerte de tres escolares y las heridas de otros cinco en la escuela de Carmen de Patagones ha golpeado duro a gran parte de los argentinos (no a la totalidad porque siempre habrá una minoría más interesada en la cotización del dólar o la soja). Es un tema complejo de desentrañar y no hay […]
La muerte de tres escolares y las heridas de otros cinco en la escuela de Carmen de Patagones ha golpeado duro a gran parte de los argentinos (no a la totalidad porque siempre habrá una minoría más interesada en la cotización del dólar o la soja). Es un tema complejo de desentrañar y no hay una sino varias causas que algún día los especialistas explicarán para saber porqué ese chico empezó a los tiros. Pero no nos escudemos en la complejidad para no opinar, o al menos para no preguntarnos sobre lo que pasó. A diferencia del gobernador bonaerense que quiere poner el centro en la locura del matador, creemos que hay que enfatizar en las cosas que no andan bien en la sociedad.
El matador
Bucear en la situación social -dicho esto en el sentido más amplio del término- no supone pasar por alto las cosas concretas que pasaron por la cabeza del matador de la escuela, Junior. Lo que éste hizo en la primera hora de clase del martes en la escuela media ‘Islas Malvinas’ es objetivamente un arranque de locura. Los psiquiatras dirán qué tipo de brote psicótico u otra enfermedad lo llevó a disparar contra sus compañeros de curso.
Algunas informaciones superficiales de los cronistas en el lugar deslizaron que era un chico al que sus padres golpeaban en el hogar, más específicamente su progenitor, suboficial de la Prefectura Naval. ¿Será cierto?. Es que si así fuera, la ‘timidez’ que detectó el gabinete psicopedagógico escolar tendría una raíz concreta. El interrogante queda planteado: ¿le pegaban en la casa?.
Una cosa es evidente: Junior tenía en su casa y al alcance suyo, el arma reglamentaria del padre, una Browning 9 milímetros. ¿Imprudencia o descuido del suboficial?. Esa pistola no es fácil de manipular por un adolescente de modo que resulta plausible pensar que el padre le enseñó a manejarla. Que el chico sabía disparar lo dicen ocho dramáticas pruebas: los tres compañeros muertos y los cinco heridos de gravedad. Presuntamente también conocía cómo se cambia el cargador usado pues al momento de ser detenido tenía un segundo cargador listo para volver a alimentar la Browning.
O el pequeño asesino es un autodidacta o el suboficial le enseñó cómo se carga y descarga, cómo se pone bala en recámara, cómo se saca el seguro, cómo se extrae el cargador y se pone uno nuevo, etc. También puede ser que la pistola tuviera ya una bala en recámara, ya que esa sería la instrucción de la Prefectura a sus integrantes, que debería cambiarse a la luz de lo ocurrido.
Es obvio que la justicia deberá indagar sobre la vida de Junior para entender lo sucedido, aunque llegue tarde al ensangrentado lugar de los hechos.
Es la sociedad, Solá
El ministro de Educación de la Nación, Daniel Filmus, además de mostrarse consternado por la noticia llegada del sur bonaerense, dispuso dos días de duelo en todas las escuelas. La medida tiene un costado positivo: incentivó el debate en las aulas entre profesores y alumnos, y en la comunidad toda.
Pero eso sólo no alcanza, como comprende cualquier escolar de grado. Ese debate debe ser orientado porque de lo contrario puede ser inconducente o bien una mera terapia de recreo. Peor aún, puede dar lugar a erróneas conclusiones.
Por ejemplo, el gobernador Felipe Solá pidió ayer no buscar responsables en los maestros, la escuela, la sociedad, etc, y derivó con poca sutileza que lo ocurrido es un problema de la psiquis del matador. Esa es una media verdad, o sea una mentira. Es que sin disminuir un ápice la responsabilidad del quinceañero y sin pretender echar culpas a los docentes por lo sucedido, es necesario partir de esa masacre en particular para intentar una lectura de conjunto de lo que acontece en la sociedad. Es preciso hacerlo ahora, cuando aún no hubo otros derramamientos de sangre como el de ‘Islas Malvinas’.
Hay que preguntarse si la familia del matador tenía techo, alimento, salud y educación. ¿Lo tenía?. Si es así es para alegrarse, porque millones de argentinos enferman del cuerpo y la mente en núcleos familiares que no tienen ese sustento básico. Además uno debe inquirir: ¿Junior tenía amor y comprensión en su núcleo familiar?. ¿El prefecto naval irradiaba cariño a quienes lo rodeaban?. A estar por las declaraciones radiales del intendente de la ciudad, el hombre ‘estaba quebrado, lloraba continuamente, no puede entablar diálogo, solamente pedía perdón por lo que pasó’.
Supongamos que Junior y su familia necesitaban terapia o ayuda psicológica, por equis motivo. ¿Tenían la cobertura respectiva?. Lo preguntamos porque las estadísticas oficiales del país afirman que 17 millones de argentinos carecen cobertura de salud. Se dirá que quienes carezcan de obra social pueden ir al hospital público. La esposa del gobernador de Córdoba y entonces secretaria general de la gobernación, Olga Riutort, prometía hace cuatro años que en esa provincia los turnos para el hospital se sacarían por internet. Esas son las palabras vanidosas de tiempos de campañas electorales. Lo cierto es que en la mayoría de las provincias, incluida Buenos Aires y la Capital Federal, los hospitales públicos son escenarios de paros y demandas salariales. Establecimientos saturados y personal mal pago no son la mejor manera de atender la salud de la gente.
En la escuela de Carmen de Patagones había un gabinete psicopedagógico, que alguna vez atendió a Junior por dificultades de su personalidad. Sería bueno saber cuánto personal y de qué recursos disponía. Es que a raíz de los balazos saltaron denuncias a nivel nacional. Una oyente de radio denunció que en un colegio de Córdoba, de 2 mil alumnos, hay una psicopedagoga. ¿En cuántas pasa lo mismo por limitaciones presupuestarias?. ¿Tiene algo que ver los pagos millonarios al FMI y el superávit fiscal primario impuesto por la entidad?.
Basura de Blumberg
A la luz de los hechos y con los comentarios de numerosos psicólogos y psiquiatras que por fin pudieron decir lo suyo en los medios de comunicación, ha quedado claro que la sociedad debe prestar más atención e invertir más recursos en la adolescencia. Es cierto que también han hablado muchos chantas con título profesional, pero siempre será más positivo que se armen debates sobre estos temas que sobre los centímetros de tetas de Luciana Salazar, las cirugías y novios de Moria Casán o los puntos del petitorio del cruzado Juan Carlos Blumberg.
Una sociedad violenta donde los dueños de bancos son capaces de fugar al extranjero 16 mil millones de dólares durante 2001 y luego imponer el corralito, impunes, y mandar a matar a piqueteros porque cortaban un puente demandando trabajo, no puede sorprenderse del martes sangriento. No puede quejarse de que con lo ocurrido en Carmen de Patagones se pueda rodar una saga de Bowling for Columbine, de Michael Moore. ¿Por qué será que estas masacres ocurren siempre en sociedades -sean del Primer o del Tercer Mundo- donde el lucro y la alienación están al tope del ranking y no en Cuba, donde se educa en la solidaridad y otros valores humanos?. Obviamente la diferencia hay que buscarla por el factor político-cultural, y no las armas, porque si de éstas se tratara, las hay en abundancia y al alcance de todos en esa isla bloqueada por el mal vecino.
Si los dirigentes de un país barren debajo de la alfombra a un sector de sus habitantes, luego no pueden poner cara de extrañeza si hay suicidios, asesinatos, etc. Vayamos al caso de los ex combatientes de Malvinas. Derrotados, humillados, olvidados, etc, se han encaminado hacia el suicidio: 365 se quitaron la vida, cinco en los últimos 60 días. Si no se los atiende en su honor, salud e ingresos, ¿cuánto tiempo faltará para que empiecen a los tiros en cualquier lugar público o privado?. A ellos les enseñaron a manejar fusiles, cañones, aviones, tanques, etc, y después los ningunearon con la desmalvinización. ¿No habrá llegado el momento de tomarlos en cuenta en serio?.
La tragedia bonaerense trituró como inservibles a las propuestas de Blumberg, el míster Gardiner que encarnó Peter Sellers en ‘Desde el jardín’. Con su proposición de mayores penas como forma de terminar con los delitos, el fracaso está a la vista. Ya logró del Congreso y del Ejecutivo casi todas las leyes de ‘mano dura’ que buscaba, menos la de la baja de edad de imputabilidad de los menores. ¿Y?. Por cierto, el delito goza de buena salud, sobre todo la de los grandes capitostes, a los que no se aludía la Cruzada Blumberg, como se pudo ver con la medida judicial que benefició al dinástico matrimonio Juárez en Santiago del Estero.
Disminuir el delito requiere remover sus causas político-sociales pero Blumberg se une a quienes agravaron ese cuadro de fondo: el ex subsecretario de Justicia de la dictadura, Roberto Durrieu; el ideólogo de regímenes de facto, Mariano Grondona; el ex gobernador ‘meta bala’ Carlos Ruckauf, etc. En la zona norte del conurbano donde tiene mayor predicamento se ha denunciado la existencia de un plan criminal-policial contra su adversario, León Arslanián.
Frente a lo ocurrido en Carmen de Patagones, el señor ‘¿me entiende?’ se llamó a silencio. Si fuera coherente tendría que haber pedido la pena de muerte para Junior, previa concreción de la baja de edad en la imputación delictual a menores. Pero una mayoría de argentinos advierte que estamos ante un problema complejo y que la solución ‘manu militari’ del empresario textil y los cruzados neonazis no la preservará de nuevas masacres (a lo sumo el futuro matador se pegará el tiro del final).
Blumberg baja la línea del Manhattan Institute, de la ‘tolerancia cero’ de la policía neoyorquina, de armas y picanas eléctricas, y su fundación cobra subsidios estatales de la Nación y Córdoba. En cambio la juventud argentina necesita proteínas, más partidas para educación, límites, paradigmas, buenos ejemplos, perspectivas de trabajo y sobre todo mucho amor.