Era la única mujer en el grupo que incursionó en la experiencia foquista de Taco Ralo en 1968 con las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas), la primera experiencia guerrillera en Argentina, residía desde hace muchos años exiliada en Gotemburgo, Suecia. De profesión profesora de literatura, colaboraba en el Institutionen för idéhistoria och vetenskapsteori y en el […]
Era la única mujer en el grupo que incursionó en la experiencia foquista de Taco Ralo en 1968 con las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas), la primera experiencia guerrillera en Argentina, residía desde hace muchos años exiliada en Gotemburgo, Suecia. De profesión profesora de literatura, colaboraba en el Institutionen för idéhistoria och vetenskapsteori y en el proyecto Museion de la Universidad de Göteborg y el programa de investigación Globalización, Migración, Identidad (GMI). Era además profesora de Historia de las Ideas en la Göteborg University.
¿En qué lugares militaste y durante qué años?
Yo milité en La Plata, empecé en 1955, a los 15-16 años. Más tarde, en 1965, me trasladé a Buenos Aires, al sur del Gran Buenos Aires: Avellaneda, el Dock, etc. Y Tucumán en el ’67-’68, naturalmente.
¿Cuándo conocés a Envar El Kadri y en qué circunstancias?
No recuerdo exactamente, pero fue alguna vez en el ’65 o ’66 que lo conocí. Antes, estando en La Plata, nunca lo había visto. Creo que me lo presentó Dardo Cabo. Dardo y yo habíamos estado presos en Coordinación Federal al mismo tiempo en el ’64 y nos habíamos hecho amigos. Fue en alguna reunión que conocí a Cacho y supongo que en relación a JP o los telefónicos. Yo en esa época militaba en ARP, el grupo de John W. Cooke.
¿Cómo va surgiendo la idea de Taco Ralo? ¿Cuáles son las discusiones previas?
Por mi parte ya hacía tiempo que andaba con la idea de organizar un foco rural. Lo había intentado anteriormente con el grupo del Vasco Bengoechea en el cual participamos algunos de JP La Plata y también de JP Córdoba. Eso fracasó con la explosión de calle Posadas y después caí presa. Al salir entré en contacto con ARP siempre con la idea de armar un foco rural en Tucumán.
En el ’67 salimos Néstor Verdinelli y yo de ARP, justamente porque no concretaban el foco rural. Lo hacían en teoría pero no tenían una práctica real para prepararlo. Ahí tomamos contacto con otros que pensaban como nosotros: David Ramos, Eduardo Moreno y otros. Se va haciendo una cadena y entre los contactos que aparecen un día nos encontramos con Cacho y Carlitos Caride.
Nuestra «teoría» era que el único modo de iniciar un foco es iniciándolo. Es decir, dando los pasos concretos necesarios para subir al monte: conseguir dinero, armas, equipos y combatientes a través de empezar a operar aunque fuésemos dos o tres locos sueltos. Resulta que de golpe descubrimos que éramos unos cuantos los que pensábamos lo mismo.
Ahí empezamos a reunirnos con él y otros. Nos juntábamos en una casa que Néstor Verdinelli, David Ramos y yo teníamos en Temperley. Eran buenas discusiones sobre qué hacer. Ahí va madurando lo que llamamos «la teoría de las dos patas», que consiste en ver el foco rural y el foco urbano como igualmente necesarios. La gente medio elegía si quería irse al monte o ser urbano. Néstor, Cacho, David y yo estábamos anotados desde el vamos para el monte.
Una discusión previa importante trató de los nombres. El grupo rural se llamaría «Destacamento Montonero» y el urbano «Destacamento Descamisado». FAP se eligió como nombre de la organización porque considerábamos importante marcar desde el vamos el carácter peronista de esa lucha e impedir maniobras macartistas de los milicos, con su discurso de combatir el comunismo, etc.
Por eso era importante que gente bien conocida y representativa del peronismo, como Cacho y otros, estuvieran en el monte . Algunos compañeros, a los que quiero mucho y que son mis amigos hasta hoy, no se integraron porque consideraron «sectario y excluyente» que nos llamáramos peronistas en el nombre.
La idea era que después del primer enfrentamiento en el monte el grupo urbano operaría y haría pública una declaración con la firma de todos los que estábamos en el monte.
¿Cómo transcurrió la vida en esos días del monte Tucumano?
Nos dedicamos a tratar de integrarnos entre nosotros. La gente venía de diferentes partes del país. Algunos ya estábamos integrados, habíamos operado juntos, etc., mientras que otros eran totalmente desconocidos. Nos dedicábamos a hacer ciertos cursos, practicar, caminar, charlar, cavar trincheras, etc. Nada demasiado espectacular por lo que recuerdo. Vivíamos en una carpa grande, hacía mucho calor de día y mucho frío de noche.
El período de cárcel luego de Taco Ralo ¿dónde lo pasas?
Ahí viene la historia de que, por ser mujer, me separan de los compañeros. Ellos pasan toda la cárcel en grupo pero yo estoy aislada. Para peor el primer tiempo no había otras presas políticas así que el aislamiento era grande. Los abogados y algunos parientes cumplieron un rol enorme para que pudiéramos mantener el contacto de cárcel a cárcel.
Primero nos tienen en la jefatura de policía de Tucumán. De ahí nos llevan en avión (un Hércules del Ejército) a Buenos Aires. Nos instalan en Coordinación. De ahí nos sacan y nos «pasean» por diversas unidades federales y provinciales (federal de Ramos Mejía, Temperley, o la 2º de Lanús, no recuerdo bien, alguna otra comisaría provincial por el oeste, creo, siempre incomunicados). Estuve también en una unidad policial para mujeres en La Plata.
Nos llevaban y nos traían todo el tiempo. Al final me llevaron a la cárcel de mujeres de Olmos y ahí me levantaron la incomunicación. Ya era noviembre. El 22 de ese mes, me acuerdo porque es el día de mi cumpleaños, me levantaron en medio de la noche y me trasladaron en secreto a la cárcel de San Nicolás. Ahí quedé hasta mayo de 1970, cuando el juez federal Weschler me hizo trasladar a la cárcel de mujeres de Capital, Humberto 1º. De ahí fui rescatada en un gran operativo de las FAP con el apoyo de las otras organizaciones, el 26 de junio de 1971, junto con otras tres compañeras.
¿Durante qué años estuviste presa?
Estuve presa desde el 19 de septiembre del ’68 hasta el 26 de junio del ’71. Anteriormente había estado presa (en Olmos y en Humberto 1º) desde agosto del ’64 a marzo del ’65 y también un tiempo corto en Humberto 1º en diciembre del ’66 en relación con la huelga portuaria.
Luego de 1973 y la amnistía de Cámpora ¿te integras al PB 17?
No, no me integro al PB 17. Te voy a explicar algo previo: mientras los compañeros estaban en la cárcel hasta mayo del ’73, yo estaba afuera desde la fuga y participé en las FAP. Estaba a cargo de la organización en zona sur y en parte en Capital. Me chupo los debates con lo que después sería la FAP nacional, con otros compañeros organizamos la resistencia contra el sectarismo que reinaba, reclamábamos una definición ante las elecciones que se venían, queríamos que se diera el apoyo a la candidatura de Cámpora y por eso éramos acusados de «movimientistas».
Esta lucha culminó a fines del ’72 o principios del ’73 cuando rompemos con la FAP nacional y formamos las FAP 17. Cuando los compañeros salen con la amnistía se integran con nosotros, naturalmente. Al mismo tiempo algunos de nosotros pensábamos que era hora de disolver las organizaciones armadas e integrarse en la lucha política.
¿Tenías diferencias con Envar luego de que crea el PB 17?
Cacho decide probar fortuna con su PB 17. Seguimos siendo amigos, hermanos, nos vemos, yo iba al local de Almirante Brown, todo bien, pero no me integré nunca. Más que grandes diferencias lo que había era, por parte de Cacho, un gran optimismo (cosa que lo caracterizó siempre) mientras que yo era mucho más escéptica. Recuerdo que le tomábamos el pelo por su grupo, al que llamábamos «el Cachismo».
¿Recordás alguna anécdota de él?
Hay miles de anécdotas. Una de las más graciosas en medio de la tragedia me la contaron, no la viví yo. Fue en la cárcel de Trelew después de la fuga y la masacre de los compañeros en el ’72. Había un ambiente terrible, de mucha tensión y mucho miedo. Un traslado podía significar que te mataran al sacarte de la cárcel. Decían que había que resistirse a los traslados. Justo entonces fueron a buscar para trasladar a algunos compañeros.
Se los llevaron y al ratito se oye una voz que grita «¡Fulano se olvidó el bolso!». Cacho que oía muy mal de un oído reaccionó: «¿Quién se quemó a lo bonzo?». Era en la época de la guerra de Vietnam, cuando los monjes budistas, llamados «bonzos», se quemaban en protesta y «quemarse a lo bonzo» era una expresión muy usada. Con eso lo cargaron a Cacho durante mucho tiempo.
El 1º de enero de 1975 Cacho parte al exilio, ¿tenés contacto con él durante esos años? ¿Dónde lo ves?
La última vez que lo encuentro en Buenos Aires antes de que se fuera al Líbano fue en el ’74, para presentarle a mi hija Cecilia que nació a los 9 meses de la amnistía del ’73. Después del golpe, en septiembre del ’76 nosotros nos vamos a Brasil donde estuvimos un año. En agosto del ’77 venimos a parar a Suecia. Recién ahí podemos retomar contacto. Cacho estaba ya en París después del paso por Madrid y su casi expulsión a Argentina. Después de eso nos vemos varias veces, en Paris y en Suecia.
¿Qué hablaban sobre la situación de Argentina durante la dictadura?
Conversaciones sobre Argentina teníamos todo el tiempo y lo ayudamos en todas las cosas que hizo en Francia: boycot al mundial de fútbol, las marchas de los 100 artistas en Paris y en Amsterdam, sus plantones ante la embajada argentina todos los jueves, etc. Nosotros íbamos a los locales del Teatro del Soleil desde donde se organizaba lo que los militares argentinos y la revista Para Tí llamaban «la campaña antiargentina en el exterior».
Luego de 1984, cuando Envar regresa a la Argentina ¿Se ven? ¿Comparten proyectos?
Sí, después que regresa en el ’84 nos vemos muchas veces. Yo viajaba a Argentina frecuentemente y nos veíamos bastante. Alguna vez en Buenos Aires fuimos juntos a hablar a la facultad de ciencias sociales, donde también estaba Nacho .
Hablamos de John W. Cooke con los estudiantes. También viajamos juntos a La Plata a un homenaje a un «cumpa» de Taco Ralo desaparecido, «el tordo» Slutzky. Y alguna vez nos fuimos con Nacho y él a Pergamino a visitar a Ramón Torres Molina. Cuando murió yo estaba en Argentina y me tocó enterrarlo antes de volverme acá. Fue espantoso. Creo que Ester, la madre, conserva las palabras que dije en su entierro. Yo no las tengo.
¿Había cambiado en algo durante su época de exilio?
El gran cambio que hizo en el exilio fue su resolución de transformarse en un militante cultural. Empezó en París, con la película de Pino Solanas, El Exilio de Gardel y con su trabajo con los artistas en Francia, y agarró ese camino. También produjo el librito sobre Cómo matar la cultura, más el del diálogo autocrítico con «el Perro» Rulli . A mí me pareció muy bien y lo apoyé en eso.
¿Qué es lo que más destacás de Cacho? ¿Cómo lo definirías?
Era un tipo excepcional, básicamente bueno. Muy honesto, muy puro. Y se conservó así a pesar de los golpes y los años… era ante todo un gran tipo. Era tierno, era sentimental, era fundamentalmente bueno. Un hermano, un amigo para siempre. Yo lo recuerdo así, como el tipo que une a los compañeros, el que banca, el que siempre está cuando se lo necesita. Alguien al que no podes dejar de querer. Como militante era un hombre con mucha mística y mucha voluntad, alguien que condensaba en su personalidad lo que de algún modo los militantes de ese período, todos nosotros, también expresábamos.
Ultimo reportaje realizado por Facundo Cersósimo para el libro «Envar El Kadri, Historias del Peronismo Revolucionario», Editorial Colihue.