Los gurúes de la política tienen su importancia. Logran simplificar la lectura de la realidad, haciéndola comprensible. Permitiéndonos deglutir el tumultuoso torrente de acontecimientos, otorgándoles sentido. Un ex-consejero presidencial, Jorge Castro,(1) seguramente provisto de la sabiduría que irradiaba esa presidencia, nos explica adónde va el dédalo presente. Ha descubierto que hay algo que nos engloba […]
Los gurúes de la política tienen su importancia. Logran simplificar la lectura de la realidad, haciéndola comprensible. Permitiéndonos deglutir el tumultuoso torrente de acontecimientos, otorgándoles sentido.
Un ex-consejero presidencial, Jorge Castro,(1) seguramente provisto de la sabiduría que irradiaba esa presidencia, nos explica adónde va el dédalo presente. Ha descubierto que hay algo que nos engloba a todos en un proceso globalizador sin atenuantes, globalizando nuestra expectativas globalizadamente. Sin siquiera ser sagaz, el lector ya habrá descubierto cuál es la clave de los tiempos: sí, la globalización.
Es una fuerza, un proceso, una condición de nuestro presente. Así ontologizada, es decir convertida en un ente por sí mismo. Con peso propio. Como que rige los destinos del mundo sin necesidad de relación, de contradicción alguna. Porque la globalización no se casa con nadie. No conversa con nadie. No dialoga ni puja con nadie. Porque la globalización es lo que es por encima y al margen de nosotros, vulgares humanos. No es un vínculo (incluso un vínculo desvinculante), faltaba más, es un mandato «de los tiempos». No es materia debatible; tiene el peso de lo dado. Es un dato de la realidad. No proviene de una relación de fuerzas sino de algo ajeno a los designios políticos, humanos.
Allá los estúpidos que hablan de una globalización eurocentrada que tiene por lo menos cinco siglos. O quienes se imaginen que la globalización constituye una relación de fuerzas según la cual el capital, sobre todo financierizado, ha logrado montar una ofensiva contra el trabajo porque los trabajadores están más atrapados en dimensiones locales o nacionales de lo que está el desarrollo tecnocientífico de los aparatos del capital.
Nosotros, mortales vulgares, podremos creernos eso, pero los que saben, como el gurú Jorge Castro, no. «El mundo parece atravesar una situación de caos generalizado, en el que los conflictos se multiplican y agravan (tensiones, fricciones, choques, guerras) al mismo tiempo que la globalización se acelera y amplía. Se trata de un hecho objetivo y de un proceso civilizatorio de alcance planetario; como tal, es un esfuerzo gigantesco de homogeneización fundado en una lógica instrumental y cuantitativa. Este poder aplasta las particularidades y destruye las diferencias. Pero éstas se resisten. Y son también de la época; y saben hacer uso de la ciencia, la técnica y la racionalidad instrumental de una forma limitada pero efectiva. Osama bin Laden no es un hombre del Medioevo irracional sino un guerrero cibernético que encarna una diferencia irreductible con las categorías instrumentales y técnicas de la civilización planetaria.» (Perfil, 23/7/2006).
[…] El mundo experimenta un nivel cualitativamente superior de conflictividad; y la globalización se acelera.» (ibíd.) Así remata Castro su arenga globalizante, como si se tratara del movimiento celeste de los astros.
Nos gobierna la fatalidad de algún desarrollo, progreso, fuerza de la historia que nos lleva, cada vez más apurados, a nuestro fin, a nuestra finalidad, a nuestro paraíso, a nuestro acabose… en fin.
Lo que importa es la ineluctabilidad que hay en sus asertos. En la cosmogonía castriana no hay responsables, ni víctimas, ni privilegiados con un peculiar interés en globalizarnos cada vez más y mejor.
Y sin embargo, la globalización es un deus ex machina, como aquel recurso del teatro griego de traer a dios, a algún dios en una máquina voladora para romper un nudo gordiano de la trama: la globalización también entre nos es una máquina voladora que ha traído el gran capital para volver a campear por sus fueros, luego del largo paréntesis en que el sindicalismo (y el socialismo) lo obligó o refrenarse a través de las luchas obreras, las leyes sociales y ciertas variantes, de «estado de bienestar» en algunos lugares del planeta.
El desarrollo tecnocientífico corrió una vez más a favor del gran capital y la sociedad financierizada tuvo que revivir la impotencia, ahora con un sindicalismo corrupto y asimilado, un socialismo pervertido o falso en la mayoría de los casos, resistencias estragadas que ya no podían enfrentar los nuevos movimientos del capital, cada vez más transnacionales.
El capital financierizado e hipertecnificado no tuvo el menor empacho en volver a la manida acumulación primitiva de capital que tanto historicista con pretensión de historiador nos quiso hacer creer, durante prácticamente todo el s. XX, eso que era una etapa perimida, superada, anterior, ya inexistente e inexistible de la «era del capitalismo manchesteriano»… que le vayan a preguntar a los centenares de miles, a los millones de trabajadoras y trabajadores (a menudo infantes) de las zonas francas del mundo hipermoderno…
Esa ofensiva del gran capital es lo que el politólogo omnisapiente Jorge Castro, albacea ideológico de Menem, trasiega, esconde o vende como «globalización». Frei Betto destruye con una sola palabra todo ese discurso de la objetividad y lo ineluctable: globocolonización.
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