Un par de preguntas para comenzar: ¿recuerda el lector cuando se produjo el bombardeo efectuado por aviones colombianos, con apoyo táctico de la CIA y el Mossad israelí, contra el campamento del comandante de las FARC, Raúl Reyes, situado en Ecuador? Eran los primeros días de marzo de 2008, Reyes fue vilmente asesinado por orden […]
Un par de preguntas para comenzar: ¿recuerda el lector cuando se produjo el bombardeo efectuado por aviones colombianos, con apoyo táctico de la CIA y el Mossad israelí, contra el campamento del comandante de las FARC, Raúl Reyes, situado en Ecuador? Eran los primeros días de marzo de 2008, Reyes fue vilmente asesinado por orden del dueto Alvaro Uribe-Juan Manuel Santos, y a partir de ese momento comenzó a tejerse una gigantesca novela a propósito de la computadora de Reyes. El tema dio para mucho, ya que a partir de los supuestos datos que «habrían descubierto» los servicios de inteligencia colombianos, fueron allanados domicilios y detenidos numerosos militantes, bajo la excusa de haber cometido mil y una tropelías «al servicio de las FARC». El tiempo fue pasando y la gran mayoría de los acusados quedaron absueltos ya que como suele ocurrir en estos casos, todo lo consignado como «delictivo» eran falsas sospechas, mentiras bellacas, puro humo.
Con este muchacho Alberto Nisman pasa algo muy similar. El hombre, vale la pena repetirlo, era un simple peón de una estrategia internacional para condenar a la República Islámica de Irán. Y de paso, entrometerse cumpliendo órdenes de sus patrones sionistas en el difícil y tantas veces manoseado caso AMIA, para sentenciar, en función de la decretada «pista iraní», a diversos luchadores de la Revolución que derrocó al Sha pro-yanqui.
Agente del Mossad y de la CIA, el tal Nisman se dedicó durante todos estos años a acumular infundios disfrazados de «información A1» con la mira puesta en lo que sus monitores de Tel Aviv y de la Embajada de EEUU le ordenaban y sus operadores de la SIDE le soplaban. En ese compendio de alcahueterías y maniobras distractivas, Nisman no pudo reunir en una década y media ni un solo elemento que pudiera ser tomado en serio para allanar las dificultades que impedían encontrar -realmente- a los culpables del atentado. O demostrar, como piensan muchos políticamente incorrectos que se trató de sendos atentados (sumando el de la Embajada) de «falsa bandera».
Con el espía Jaime Stiusso como garganta profunda y su íntimo amigo Lagomarsino como comparsa, Nisman mezcló el agua con el aceite y el resultado fue un disparatado sumario. Un día la emprendía contra el religioso iraní Moshen Rabani, a quien estigmatizó sin prueba alguna (salvo el odio y la islamofobia que patrocina el sionismo), en otro momento dio por ciertas las escuchas (330 discos) suministrados por la SIDE (apuntando a Luis D’Elía, Fernando Esteche, Yusuf Khalil y… siguen las firmas) y en otras ocasiones la emprendió contra algunos funcionarios a los que vinculaba a maniobras de ocultamiento de información o encubrimiento. Si faltaba algo que agregar, también embistieron contra Hugo Chávez, su ex embajador Roger Capella y la Revolución Bolivariana, a quienes Nisman y sus amigos de la SIDE acusaron, y Clarín e Infobae, entre otros medios, aprovecharon para machacar.
En ese maremagnum de barbaridades judiciales dignas de los sumarios que elaboraba Baltasar Garzón en España, Nisman creía que patinaba sobre hielo y que nada lo iba a quitar del medio. El hombre no previó que sus jefes ya lo consideraban una pieza gastada y de pronto (no por casualidad) pocos días después de la operación (también sospechada de falsa bandera) contra Chalie Hebdó en París, le dieron la orden de que levantara la apuesta. Ya no les alcanzaba con las escuchas y los susurros en la oreja a cargo de Stiusso o Lagomarsino, esta vez había que involucrar a la propia presidenta y su ministro de Relaciones Exteriores. Justamente a ellos, el muy ingrato de Nisman, que tanto lo protegieron desde el 2003 hasta los días del Memorando, en que cayeron en desgracia por decisión de Netaniahu y su selecto grupo de killers. No valieron de atenuante ni la permanente «declaración de guerra» a Irán por parte del Gobierno ni las visitas al Congreso Judío Mundial en Nueva York protagonizadas por el matrimonio gobernante, ni la persistencia de las alertas rojas de Interpol para ver si cazaban a algún persa distraído. Cuando los discípulos de Theodoro Herzl bajan el pulgar, lo menos que salen de sus bocas son misiles.
Lo demás es conocido: como obediente soldado del Mossad, Nisman dejó a su hija al garete en Madrid y de la mano de Lanata, Magnetto, Morales Solá y todo el regimiento de leales a USA irrumpió como una tromba en el caluroso enero porteño. Sus amigos de la prensa se vanagloriaron de la primicia: «el gobierno es culpable» y «sus días están contados», ladraban. Sin embargo, el fiscal se dio cuenta que sus 350 y pico de folios no servían ni para papel picado y seguramente en algún segundo de cierto sentido común sintió que se le venía la noche encima y que estaba «más solo que la una», diría un gallego.
Después, todo se precipitó y el circo acusatorio terminó en un funeral.
En realidad Nisman ya había muerto antes de tomar el avión en Madrid. Lo de menos es si lo mataron o se mató, lo importante es contra quien se programó su deceso. «Golpe al Estado», escribió Alfredo Grande, con certera puntería. «Peleas del poder y no de los de abajo», agregó, lúcido, un militante popular. Pero también, operación internacional de alto vuelo -utilizando al perejil de turno- para de un solo tiro (de 22 para colmo) horadar la soberanía argentina, volver a poner a Irán en la mira, y de paso golpear a la militancia antisionista, pro palestina y anti racista. Todo por el mismo precio.
A partir de allí y hasta el presente, gran parte de la población (acicateada por el terrorismo mediático) cree que al agente Nisman lo mató el Gobierno, otra parte no sabe no contesta, y una franja, entre la que lamentablemente hay cierta militancia de izquierda, confundida u oportunista, no digamos que defiende a Nisman pero le pasa muy cerca. Como muestra allí están sus dichos de mala leche en las redes sociales o en la TV corporativa, contra los militantes populares atacados por Alberto «Mossad» Nisman.
Mientras tanto, nadie cita a declarar a Stiusso, que hubiera seguido en su cargo, si no fuera porque el periodista Miguel Bonasso, en la presentación de su último libro, alertara sobre el personaje y se preguntara cómo es posible que nadie lo toque. Tres o cuatro días después el Gobierno intervenía la SIDE y echaba al súper espía a la calle, impune. Por otra parte, las víctimas de la AMIA están hartas de que todos les mientan y exigen que los culpables del atentado aparezcan de una buena vez (los reales y no los que desearían los genocidas israelíes).
Después de muchos cabildeos, el Gobierno disolvió la SIDE y convocó a armar otra estructura que obligatoriamente tendrán que rellenar con el mismo personal de la anterior, por lo cual poco y nada alentador se puede vaticinar sobre esa medida. No estará Stiusso (es de imaginar) pero otros como él, acostumbrados a espiar, sembrar cizaña, acusar falsamente, perseguir, crear proyectos X o Z, y hasta prefabricar atentados, ya estarán imaginando «nuevos» y peligrosos escenarios.
En medio de todo este complicado panorama, un dato importante: siguen avanzando las alianzas estratégicas en lo económico de América Latina con China y Rusia. Otros dos detalles a tener en cuenta para imaginarse por qué razón Washington -siguiendo las coordenadas fijadas para todo el continente- alienta, sin ningún tipo de sutilezas, cambios de gobiernos. Incluso en aquellos que hasta ayer nomás consideraba como fuerza propia.