Cuesta comenzar a llenar de letras esta hoja en blanco, cuesta como pocas veces costó, y todo por bronca, porque es demasiado para decir, y sé que todo lo que diga, incluso si fuera un libro, dos, tres, todo va a ser poco. Sucede que no se puede condensar las miradas, las risas, los abrazos, […]
Cuesta comenzar a llenar de letras esta hoja en blanco, cuesta como pocas veces costó, y todo por bronca, porque es demasiado para decir, y sé que todo lo que diga, incluso si fuera un libro, dos, tres, todo va a ser poco. Sucede que no se puede condensar las miradas, las risas, los abrazos, los sueños, las conversaciones, los juegos, los minutos muertos, las luchas, los cortes, los mates, las asambleas, las gomas quemadas, las injusticias, los llantos, los partidos de fútbol, todo, un todo que es tan grande pero tan grande que es imposible no pensar que no dije nada. Es imposible explicar que todo eso sucede y se vive en las cinco hectáreas que ocupa Villa Los Galpones, pero ese «sucede» es muy impersonal, es un «nos sucede», a los que viven en la villa y a los que elegimos ese lugarcito como nuestra trinchera de batalla contra un sistema que nos mata, y resulta que nosotros no queremos morir, y encima de eso, queremos reír. Rebeldes, zurdos, pobres, piqueteros, negros de mierda, choros, putas, sucios, vagos, así nos dicen. Los de arriba nos dicen. Y parte de razón tienen. Lo que no dicen es que levantarse a las cinco o seis de la matina para ir a la construcción o salir a cartonear no es un choreo; no hablan de que somos laburantes. Lo que nadie escribe es que si no hay laburo, rebuscarsela o cortar una calle no es ser vago. Tampoco comentan que si no tenemos agua porque la privatizaron ellos, no quiere decir que somos sucios, ni tampoco si vienen camiones y camionetas a descargar basura en nuestra villa, ¿qué culpa tenemos de eso? Pero resulta que para ellos nosotros somos los culpables, encima somos pobres que pretendemos vivir en un lugar que tiene hospital cerca, colegios cerca, laburos (o algo así) cerca. Qué ocurrencias las nuestras. Nos empecinamos con sostener que por más pobres que seamos tenemos derecho a la dignidad. Pero todos los de arriba se empecinan en decirnos una y otra vez que no, que no es así, que la dignidad se compra… pobres ellos que se creen dignos. Los de arriba: empresarios, políticos, policía, ricos, sojeros; ellos que al choreo lo llaman subsidios a la empresa o fondos extraordinarios o derecho de exportar o competitividad o simplemente propiedad privada.
Pero a lo que iba antes de que la bronca me desviara, es que a ese predio que es nuestro barrio, nuestro hogar desde hace quince años, ahora lo quieren desalojar para hacer un «emprendimiento de colaboración público-privado», es decir, edificios para ricos, locales comerciales para ricos, plazas para ricos que tendrá policía para cuidar a esos ricos. ¿Y nosotros? A quién le importa, a ellos al menos no. Nosotros iremos a «los barrios ciudades», ese maravilloso invento que encontraron los de arriba para sacar al pobrerío bien bien lejos, encerrarnos con alambres (literalmente), y dejar que muramos de hambre y tristeza. Bueno, resulta que nosotros en asamblea decidimos que no nos vamos a ir, que nos intenten sacar si quieren, pero nosotros no nos vamos a mover. Y como es difícil decir todo lo que uno podría y tendría que decir, voy a desistir del intento y voy a cortar acá, el resto lo diremos en la calle, en nuestra villa cuando los de arriba vengan a querer sacarnos. Mientras nos quedamos acá, en nuestra villa, tomando matecitos, construyendo ese mundo distinto con el que soñamos.
Una última recomendación para los de arriba: piensen bien antes de venirse porque acá está lleno de pueblo, de esos que ustedes llaman negros de mierda, zurdos, putas, rebeldes, sucios, y tantas otras cosas, y encima de eso, estamos enojados y con idea de defender lo nuestro. Bueno, yo ya cumplí con el avisito, ustedes verán. Saludos al resto, a los más, a todos y todas las que somos pueblo.
Sergio Job es integrante del Colectivo Villa Los Galpones/La Lonja/Gral. Savio.