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Murió Mirta Clara, ex presa política, militante de derechos humanos y trabajadora de la salud

«No hay salud mental sin memoria ni derechos humanos»

Fuentes: Rebelión

Foto: Paula Souilhe El miércoles 26 de octubre de 2016 falleció en Buenos Aires Mirta Clara, ex-presa política, militante de derechos humanos, psicóloga y trabajadora de la salud. Su compañero, Néstor Salas, fue uno de los fusilados en la Masacre de Margarita Belén (Chaco, Argentina). En 2005 fue nominada -junto a un grupo de mujeres […]

Foto: Paula Souilhe

El miércoles 26 de octubre de 2016 falleció en Buenos Aires Mirta Clara, ex-presa política, militante de derechos humanos, psicóloga y trabajadora de la salud. Su compañero, Néstor Salas, fue uno de los fusilados en la Masacre de Margarita Belén (Chaco, Argentina). En 2005 fue nominada -junto a un grupo de mujeres activistas- al Premio Nobel de la Paz.

Mirta Clara es más que estos datos. Y hay mucha gente que la conoció y tendrá un aporte valioso para hacer. Igual aquí va este modesto pero sentido homenaje. Aunque ambas pasamos años en Devoto, cárcel de presos políticos, nunca la vi allí. Aprendí a quererla por el cariño que le profesaban compañeras que habían compartido con ella situaciones extremas en la cárcel de Resistencia, la infame Alcaidía, desde donde habían sacado al esposo de Mirta Clara para asesinarlo en un simulacro de fuga.

Muchos años después de Devoto, ya en democracia, conocí a Mirta Clara en la presentación del libro Nosotras, presas políticas. Ella integró el equipo editorial, que hizo un enorme y valiosísimo trabajo de recopilación, transcripción y escritura. Sin embargo, al verme elogió nuestro breve párrafo sobre las presas políticas menores de edad y «nuestra lucha contra los ratones» (le gustó el sentido del humor). Y esa fue una constante en nuestros intercambios: valoraba todo texto que le enviara. Se tomaba el tiempo para leerlo y comentarlo, siempre dando aliento y compartiendo artículos y poemas, trazando puentes entre la gente. Una generosidad sin límites.

Si se lee sobre el crimen de su compañero, las condiciones en las que dio a luz a su hijo menor, los ocho años de cárcel y la cruel separación de sus dos hijos pequeños o sobre su activismo de décadas por los derechos humanos, se corre el peligro de visualizarla como una heroína, que lo es en gran medida, pero no de mármol. En sus escritos, mensajes y presentaciones emerge su amor al pueblo, no en lo abstracto, ni circunscripto a las grandes ideas, sino en lo cotidiano, en el trabajo solidario con la gente.

Como militante de derechos humanos, no solo fue testigo crucial en el juicio contra los responsables de la Masacre de Margarita Belén, sino que trabajó para mejorar las condiciones de los presos comunes. Dijo: «Tras las sentencias tan esperadas y reparadoras para el conjunto de generaciones en el país…. uno quisiera poder olvidar, no sufrir más con memorizar aquellos años y mazmorras siniestras. No se puede: en estos 30 años la situación en las cárceles fue degradándose»1.

Trabajó incansablemente por una política de salud mental basada en el respeto de los derechos humanos: «La reforma estructural y duradera de la política en salud y salud mental en nuestro país y nuestra región enfrenta grandes dificultades producto de la vigencia de un viejo paradigma que se sostiene en un prejuicio de base: la peligrosidad del loco, lo cual se tradujo en una práctica casi automática de institucionalización, encierro y marginación… No hay salud mental sin memoria ni derechos humanos».

Para esbozar sucintamente su retrato, se podría decir que fue una luchadora apasionada, que peleó toda su vida por un mundo mejor, pero que hizo carne la advertencia del Che: Endurecerse sin perder la ternura. Esa ternura aflora en este relato sobre el encuentro final con su compañero: «La última vez que lo vi fue en el locutorio de visita en la Alcaidía de Resistencia. Era el 31 de diciembre de 1975. Las seis de la tarde. Habíamos insistido tanto al Jefe del Penal con que nos permitiera ver, que cedió. El Flaco apareció empilchado por los otros compañeros. Le habían lustrado los zapatos para que estuviera presentable. Todos los muchachos y muchachas vivieron ese instante de encuentro amoroso con gran pasión. Éramos la parejita del penal. Tenía un vestido rosa, con florcitas, fresco y precioso que me había enviado Cristina García. Lo lucía orgullosa con la panza de tres meses que el Flaco se afanó en acariciar. Nos besábamos y él abrazaba a su hijo en esa dimensión de piel inconmensurable…».

Quiero imaginarla así, con un vestido rosa con flores caminando al encuentro del Flaco cuando el reloj marca las seis de la tarde…

 

Nota

1 III Jornadas Provinciales de Psicología y Derechos Humanos: http://comisionporlamemoria.chaco.gov.ar/sitio/?p=308

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.