El 22 a la noche un suspiro de alivio recorrió gran parte de la Argentina: Javier Milei -si bien se encamina con posibilidades al ballotage de noviembre- no repitió la buena performance que obtuvo en las PASO, obteniendo sólo 651.000 votos más que entonces, mientras que Sergio Massa sumó 3 millones de votos más que en las primarias, lo que le alcanzó para superar a sus oponentes, aunque sean cifras muy pobres históricamente para el peronismo.
Massa no enamoró ni despertó esperanzas, pero sonó como una voz sensata en medio de tanta locura, para una sociedad cansada y agredida que no atina a construir resistencias eficaces ni a esbozar rumbos hacia un futuro mejor. Por el momento, Massa, a pesar de las penurias que su gobierno descarga sobre el pueblo, resultó la herramienta más a la mano para frenar a una motosierra impredecible que se intuía, no iría contra la “casta” sino contra el pueblo de a pie. Y al que acompaña una escuadra de impresentables tan o más peligrosa que su líder. La remontada de Massa se explica en parte por casi un millón y medio de bonaerenses que no votaron en las PASO, pero ahora decidieron presentarse para poner un freno a Milei.
Nada de esto cierra la profunda crisis política de la que el surgimiento de una figura como la de Milei es síntoma y expresión.
Por su parte, Patricia Bullrich, la “segunda marca de Milei” -según la acertada calificación que este mismo le adjudicó- quedó fuera de carrera. Tendrá tiempo para reflexionar sobre la debacle de Juntos x el Cambio y su dificultad en trascender por sobre ese 20 y pico por ciento de votos que históricamente vota guiado por un gorilismo antiperonista, lo que le alcanzó para imponerse sobre su contrincante interno, Horacio Rodríguez Larreta, pero resultó insuficiente para las generales. Sus votantes concluyeron que ya no están “juntos” ni representan un “cambio.
Sergio Massa: el triple efecto de un gesto y la unidad ¿nacional?
El domingo a la noche, tras la jornada electoral, Sergio Massa habló rodeado de su familia y la de su acompañante de fórmula, Agustín Rossi. Ningún gesto de un político tan experimentado resulta casual. El aparecer sólo con su familia apuntó a un triple efecto:
En primer lugar, distanciarse simbólicamente del gobierno del que forma parte. Esto incluye tanto a un inexistente Alberto como a Cristina, a quien ni siquiera nombró, a pesar que fue quien lo ungió como candidato. Eduardo Duhalde, enviado al ostracismo tras haber encumbrado a un casi desconocido Néstor Kirchner, debe haber sonreído satisfecho y recordado que la “lealtad” se festeja sólo un día en el peronismo.
En segundo lugar, contrastar con Milei, que como familia, solo puede mostrar a su hermana, sus “hijos adoptivos de cuatro patas” y mentar a su fallecido quinto perro, con el que dice comunicarse.
Por último, mostrarse sostén de un pilar social como la familia tradicional, enviando un mensaje tranquilizador a la Iglesia –con la que Milei viene teniendo roces- al tiempo de lanzar medio guiño a los fans del patriarcado que, enojados con el feminismo y con las diversidades de género, ven en Milei una tabla de la que asirse para lanzar una contraofensiva.
Por otra parte, el centro de su discurso fue la convocatoria a un gobierno de “unidad nacional”. No se trata de palabras de ocasión ni apuntan meramente a sumar fuerzas para triunfar en el ballotage de noviembre, sino que trazan el rumbo estratégico de su potencial gobierno. Un rumbo estratégico que ya fue trazado el 19 de agosto de 2022 por el embajador de los Estados Unidos Marc Stanley, en su discurso en la reunión del Congreso de las Américas, donde sostuvo que “el próximo gobierno de la Argentina tiene que ser un verdadero gobierno de coalición”, para “facilitar la explotación del gas, el litio y los alimentos” ya que “decenas de empresas de los Estados Unidos esperan la oportunidad de participar de las decisiones”. No resulta casual entonces que, entre los convocados, Massa haya nombrado en los primeros lugares a sus “amigos” Horacio Rodríguez Larreta y a quien lo acompañó en la fórmula, el gobernador de Jujuy Gerardo Morales, quien demostró ser capaz de pasar por encima de las leyes y de las garantías democráticas, así como reprimir con saña, con tal de impulsar el extractivismo del litio y de otros minerales en su provincia. Otros convocados que ya han anunciado su apoyo son la gran mayoría de los burócratas de la CGT, quienes obtuvieron la eliminación del impuesto a las ganancias para sellar su acuerdo y sin dudas seguirán garantizando la paz social, aún aumenten, como es previsible tras las elecciones, las cifras de pobreza, las medidas de ajuste y se avance en reformas que perjudiquen a lxs trabajadores y lxs jubiladxs. Serán parte de esta “unidad nacional”, además de los sectores empresariales que ya apoyan a Massa, parte importante del “círculo rojo”, como la COPAL (cámara de las grandes empresas de la alimentación) o los banqueros nucleados en ADEBA, entre otros.
¿Unidad Nacional? Unidad seguro. Pero difícilmente pueda catalogarse de “nacional” una unidad destinada a garantizar el sometimiento nacional y la obtención de dólares para el pago de la deuda externa y para lubricar el ciclo de negocios (y negociados), aún a costa de las necesidades de la mayor parte de la población y de la destrucción ambiental, una vez superada la presión electoral.
Milei y una nueva configuración de las coaliciones políticas
Aun habiendo salido segundo en las elecciones y posiblemente ocurra lo mismo en el ballotage, Milei no puede ser tomado a la ligera ni como un loco suelto.
La Libertad Avanza es parte del crecimiento de las ultraderechas a nivel internacional. El capitalismo en su fase neoliberal, en crisis desde la recesión mundial del 2008 y tras grandes rebeliones populares en el mundo, como en África, España, Hong Kong, países árabes, de América Latina e incluso en Wall Street, adquiere rasgos cada vez más autoritarios y represivos, motorizando el crecimiento acelerado de organizaciones de ultraderecha en el mundo. Los Estados Unidos invierten millones en su financiamiento y en su rumbo ideológico. Milei es sólo su expresión en Argentina, aunque todo el arco político tradicional vaya virando al autoritarismo. No resulta casual que el mismo Massa, refiriéndose a las huelgas y protestas haya expresado “se acabó la joda”.
Por ahora Milei no tiene equipo ni estructura -por lo que no resulta confiable para gran parte del poder económico-, pero sin dudas lo tendrá. Porque sobre la crisis económica, social, cultural y política de la Argentina, que erosionó a ambas coaliciones que rigieron el país tras la rebelión popular del 2001/2002 -y aprovechándose de la actual desorientación y fragmentación de los sectores populares-, se presienten ya los dolores de parto de otras dos coaliciones al servicio del capital; una de derecha, conformada alrededor de la convocatoria de Massa a la “unidad nacional” y otra de ultraderecha, con Milei y muy probablemente sectores importantes del PRO y también del peronismo, como Luis Barrionuevo. No será algo que aparecerá de pronto y tendrá idas y vueltas. Pero todo apunta hacia allí. No resulta una excepcionalidad argentina. La otrora progresista Francia resulta un espejo, con un gobierno de derecha, encabezado por Macrón y una oposición de ultraderecha, comandada por Le Pen, coexistiendo con un centro-izquierda y una izquierda con grandes dificultades para salir de la marginalidad.
En Argentina, las izquierdas y los sectores y organizaciones populares todavía podemos hacer mucho para que ese no sea indefectiblemente el rumbo en nuestro país.
Una izquierda que enamora pero no se traduce en votos
La izquierda tuvo en las elecciones un resultado digno, pero que no logró concitar adhesiones masivas. Se da la paradoja de que Myriam Bregman fue la única candidata que enamoró, como fue evidente tras los debates. Pero eso no se tradujo en votos, por lo que conservó lo que obtuvo en las PASO y aumentó sólo en 70 mil votos, mientras aumentó su bancada en diputados en un diputado más.
Queda por valorar en qué medida -más allá de las elecciones- se ha logrado avanzar en propuestas de cambio que sirvan al pueblo para las luchas que se deberá librar e imaginar otro futuro posible.
Las derechas de todo tipo se preparan para imponer las transformaciones antipopulares que pretenden para el país conformando alianzas que no se restringen al campo de lo político y sus Partidos. Saben muy bien que necesitan de articulaciones con sectores del poder económico y social para imponer ese rumbo.
Las izquierdas nos encontramos asimismo ante el desafío de articular más allá del restringido campo de las organizaciones políticas de izquierda, con movimientos, colectivos, agrupaciones y sectores del feminismo, socio-ambientalismo, territoriales, rurales, de DD.HH., culturales, de comunicación y de trabajadores -sin pretender subordinación ni acuerdos totales- para construir en común otro país posible contra el capitalismo patriarcal, con vocación de poder y transformación. El FITU es una base, pero insuficiente. La trascendencia de una figura como Myriam Bregman ha demostrado que si se lo propone y abandona sectarismos, las izquierdas podrían plantearse tal desafío.
Sur, ballotage y después
No se puede pretender que haya cambios medulares en la realidad argentina en las tres semanas que faltan para el ballotage. No hay espacio entonces para un voto de amor, sino de espanto hacia un aún posible triunfo de Milei, que habrá que evitar. En ese marco, no tiene mucho sentido la soledad del púlpito, cuando lo que hay que construir desde ya es la organización y las articulaciones necesarias para la lucha contra el ajuste, el sometimiento nacional al norte global y los ataques antipopulares que previsiblemente se multiplicarán en todos los órdenes.
No tiene tampoco sentido construir una grieta entre quienes opten por votar contra Milei o quienes crean más eficaz no ir a votar o hacerlo en blanco. Porque lo verdaderamente importante es y será el ganar las calles en unidad. De esta unidad (no uniformidad) popular, depende nuestra vida y nuestra tierra.
Nuestro pueblo siempre ha sido rebelde, en el marco de una América Latina al sur del Río Grande que siempre ha sido un hervidero de luchas y nuevas experiencias. Resulta un aliciente para los tiempos aún más difíciles por venir.
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